Me temo que en este proceso se impone el perverso pensamiento binario: de buenos y malos; nosotros y los enemigos; la izquierda y la derecha; matizado por múltiples grupos de interés que gestionan para “llevar agua a su molino”, que luchan por la segregación y la segmentación del país, fieles al viejo mandato de Maquiavelo: “Divide para reinar”. Es muy evidente que la fuerza originaria de este proceso se ha debilitado, lo señalan públicamente algunos de los propios protagonistas que apoyaron la opción de nueva Constitución. Con todo, debemos generar las condiciones para encontrar acuerdos, produciendo un camino viable y seguro.
El 80% de los chilenos optó por el cambio constitucional, un hecho que debe orientar todo el proceso. Se entiende que la Constitución Política es la Carta Suprema que recoge el pacto social y regula la convivencia de los chilenos. En consecuencia, debe ser un instrumento jurídico-político equilibrado, que integre a todos, un pacto social de encuentro. Muchos, a uno y otro lado, parecen no entenderlo así, lo que puede traer graves consecuencias. Lo hemos visto antes en nuestra historia. ¡Debemos evitar que el país se polarice! Es muy evidente que, de cara al proceso constituyente, se observa un proceso de confrontación. El resultado final será muy estrecho, esto hace más delicada la situación posterior.
En mi opinión, desde una Carta Fundamental cuestionada por su origen autoritario, ahora estamos frente a una propuesta constitucional que parece tener motivaciones revanchistas, con radicalizados desbordes refundacionales, que desprecia nuestros valores, símbolos e historia patria, con una cuestionada pluralidad y diversidad. Una izquierda que denunció la hegemonía de un neoliberalismo radical, ahora nos quieren imponer una hegemonía cultural neomarxista o gramsciana, con cambios radicales, eliminando instituciones fundamentales de la República, como el Senado y Carabineros; con un enfoque de corte indigenista radical; sectores que desprecian el orden y los bienes públicos y privados. Se observa animosidad, revanchismo, asimetría en el imperio del derecho y también en la vigencia de los derechos humanos. Un enfoque “adanista” (Adan), es decir, como si la historia comenzara con ellos.
En el ámbito de las Fuerzas Armadas se puso al Partido Comunista para ejercer su dirección. Ya hemos visto lo que ocurre en la ANEPE, descabezada y con denuncia de intervencionismo para eludir los concursos públicos para llenar los cargos, en la ANI han removido a decenas de sus funcionarios, hay tensiones en la designación de los mandos militares, se remueve humillantemente a un almirante sin que exista fundamento conocido y, por el contrario, los que generaron la situación muestran graves antecedentes que la autoridad pasa por alto, o parece avalar.
Me temo que, en este proceso se impone el perverso pensamiento binario: de buenos y malos; nosotros y los enemigos; la izquierda y la derecha; matizado por múltiples grupos de interés que gestionan para “llevar agua a su molino”, que luchan por la segregación y la segmentación del país, fieles al viejo mandato de Maquiavelo: “Divide para reinar”. Es muy evidente que la fuerza originaria de este proceso se ha debilitado, lo señalan públicamente algunos de los propios protagonistas que apoyaron la opción de nueva Constitución. Con todo, debemos generar las condiciones para encontrar acuerdos, produciendo un camino viable y seguro.
Se debe superar la falta de coherencia. Se persigue con fervor y todo el peso de la ley a algunos comerciantes por ocupar espacios públicos. Pero nada se hace contra los que destruyen y se toman sectores de nuestras ciudades; ejemplo simbólico es la Plaza Baquedano. Cuestión que se replica en todo el país, dañando lo público y lo privado, en completa impunidad. Otros corren a presentar querella por sedición contra el almirante Miguel Vergara, que en un acto privado y desde su mirada de marino retirado, emite una opinión política, que podrá gustar o no. Pero es su legítima y honesta opinión. Sin embargo, esos mismos actores que proclaman su hipócrita compromiso con los derechos humanos y el Estado de derecho, guardan silencio e inacción frente al llamado a la confrontación armada que hacen en La Araucanía personajes como Héctor Llaitul Carrillanca, de la organización armada Coordinadora Arauco-Malleco, con su secuela de destrucción y muerte. Nada se dijo ni hizo cuando se impidió violentamente que la ministra del Interior y su equipo se constituyeran en terreno. ¿Será hipocresía, banalidad, sectarismo, ceguera, permisividad sesgada, torpe parcialidad, o todas las anteriores?
La inmensa mayoría silenciosa, los demócratas coherentes, no pueden actuar con indiferencia ni desdén. Menos aún con banalidad, inacción y silencio permisivo que permite hacer brotar el mal, la violencia y el abuso, como tantas veces hemos visto en la historia reciente, en Chile y el mundo. Cuidemos nuestro país, la gobernabilidad y estabilidad resultan fundamentales. La gente de buena voluntad tiene un rol muy relevante de cara a los desafíos que definirán el destino del país que dejaremos a nuestros hijos y nietos.
En los actos del 21 de mayo en Valparaíso, ya se vieron algunos brotes ciudadanos de repudio a este estado de las cosas. Las autoridades de Gobierno deben tener mucha consciencia del delicado tramo histórico que vivimos. La élite debe ser prudente y juiciosa y al menos leer antes de opinar (Bachelet). Se requiere decisión y voluntad para buscar una salida a este asunto. El borrador tiene luces y sombras, se requiere definir una alternativa que haga viable, legitime y genere el más amplio consenso en nuestra ciudadanía para la estabilidad y continuidad de una nueva Constitución Política. Si eso no ocurre, habremos fracasado e inaugurado un tiempo de confrontación e inestabilidad. Será muy difícil implementar una institucionalidad en tales circunstancias. Habremos sembrado el viento que traerá las tempestades.