Es la segunda pastora luterana en ser nombrada capellana de La Moneda, luego de que la reverenda Gloria Rojas ocupara el cargo en 2014. Es obispa, madre, feminista, con un exmarido mapuche, divorciada y vuelta a casar. Está a favor de la legislación del aborto, defiende las disidencias sexuales y asegura que hay que reparar la dignidad y terminar con la estigmatización de lo mapuche: “De la experiencia que tengo con el mundo mapuche, por haber compartido un tiempo importante de mi vida con ellos, puedo decir que la familia mapuche no es violenta, no es eso que pasa en la TV”, señala la obispa Bruch.
Cientos de ojos examinan a la obispa Izani Bruch (51) mientras se desplaza en el Metro de Santiago. Susurran a su paso, la saludan medio incrédulos, dicen cosas como: “Mira, una curita”. Ella, vestida con camisa clerical y la gran cruz obispal que lleva la rosa de Lutero, no pasa inadvertida. Y si bien le incomoda tanta atención y a veces se saca el cuello para andar “anónima” en la locomoción pública, cuenta que opta por usarlo para visibilizar el ministerio de las mujeres.
Las miradas la siguen también dentro de La Moneda, cuando recorremos los recovecos y pasillos que separan su oficina, en el subterráneo, hasta la capilla en el primer piso, donde nos sentamos a conversar. Es día de vacunación en Palacio, así que hay más movimiento, mucha gente y filas de funcionarios.
Es miércoles, que hasta hace poco era su día libre, pero desde que el Gobierno del Presidente Gabriel Boric la nombró capellana de La Moneda, se transformó en el día de la capellanía.
“Recibí el llamado del encargado de asuntos eclesiásticos comunicándome la decisión y diciéndome que me esperaban en un almuerzo al día siguiente. No sabía qué decir. Justo me encontró en reunión del Consejo Sinodal. Estaban todos muy contentos, lo mismo en mi casa. Esa noche, cuando me acosté, pensé: en qué me metí», relata.
«Igual es lindo poder acompañar y ser parte de este sueño y de la construcción de ese Chile que queremos… Que está difícil, pero que queremos”, dice, reafirmando con la cabeza.
Su cargo es ad honorem y comparte roles con el sacerdote Nicolás Viel y el rabino Eduardo Waingortin.
-El Presidente Boric es agnóstico, ¿ha tenido ocasión de conversar con él?
-No he tenido ninguna conversación aún. Pero me he encontrado con él en otros espacios y me ha parecido que es muy respetuoso y entiende lo importante que es la espiritualidad en la vida de las personas.
-Eventualmente podría pedirle algún consejo…
-Es posible, pero también puede hacerlo con los otros representantes de la iglesias. Creo que los capellanes y el rabino podemos hacer cosas juntos. Hoy existe apertura y nuestras teologías tienen puntos de encuentro.
-Hubo una polémica en su nombramiento. Voces de la Plataforma Evangélica Nacional que incluso plantearon la alternancia en la capellanía.
-Hay unas 5 mil iglesias inscritas, la luterana es una forma de vivir el evangelio y la capellanía no es una representatividad del mundo evangélico, es una tarea pastoral. Y es la elección del Gobierno. Espero tener una labor abierta, cercana, que escuche a quienes lo necesiten, incluidos los que piensan distinto a mí. Podemos, en nuestra diversidad, buscar lo que nos une. Mi rol no es político, es pastoral.
Izani Bruch habla suave, pero con palabras certeras, firmes, matizadas con acento y tono portugués. Sus ojos verde-celeste, miran de manera franca. Entre sus dedos destaca un anillo negro (hecho con tucum, la semilla de palmera del Amazonas) como el que usaba Pedro Casaldáliga, obispo católico, escritor y misionero, vinculado a la Teología de la Liberación. Hoy el anillo de tucum representa la opción por los pobres de América Latina. “Tengo uno para entregarle al Presidente. Es un lindo símbolo porque, sin importar de dónde seamos, nos podemos encontrar y al tener el anillo sabemos que tenemos ese compromiso por los más desposeídos”, señala.
Bruch es licenciada en Teología, tiene una maestría en la Facultad de Teología de Sao Leopoldo, Brasil, y fue ordenada al ministerio pastoral en 2002. Durante 10 años ejerció esa función en la Congregación La Paz de Osorno, y desde 2013 es la pastora de la Congregación del Buen Samaritano en la población La Faena, de Peñalolén. En 2019 fue nombrada obispa.
Nació en Vila Aparecidinha do Este, cerca de Foz de Iguazú (hoy renombrada Itaupulandia), en el seno de una familia luterana con ascendencia alemana. Allí vivió hasta los 18 años. Una niñez tranquila, con 5 hermanos –2 mujeres (una adoptiva) y tres hombres–. “Una niñez muy cuidada, libre, feliz. Nunca me faltó, pero tampoco me sobró”, recuerda.
En medio de un retiro, mientras era monitora de catequesis, conversando con el pastor, se enteró de la existencia del ministerio femenino. Postuló para estudiar Teología. Quedó y renunció a su incipiente carrera de profesora. Partió a Río Grande en Porto Alegre y nunca más regresó a vivir en su pueblo natal. “Se me abrió el mundo, me encontré con pobreza, prostitución, discriminación. Todo lo que no vi en mi infancia. Empecé a entender el mundo de las mujeres y cuán violento era y es”, recuerda.
En un viaje de intercambio a Chile conoció a su primer marido. Un joven mapuche muy involucrado con la causa de su pueblo. “Formé familia, tuve mi hijo mayor (hoy de 29 años) y me quedé. Interrumpí mis estudios por un tiempo y luego terminé en Chile. Fui haciendo vida comunitaria y familiar acá. He vivido más tiempo en este país que en cualquier otro lugar”.
Con los años su primer matrimonio terminó.
“Los pastores somos personas, humanos y pasamos por todas las dificultades que pasan todos. Sufrimos crisis familiares, nuestros hijos también tienen problemas. En mi caso, un proyecto de vida que fue pensado y soñado juntos, se quebró y por eso me gusta tanto mi iglesia, porque dijo: a ver… se quebró, entonces te puedes divorciar y rehacer tu vida”.
A su segundo marido lo conoció gracias a una entrevista que le hicieron cuando era pastora en Osorno.
“Estaba en el proceso de pensar, de ver cómo seguía tras el quiebre de mi proyecto de vida. Marcelo también estaba en crisis y, al leer la entrevista, me solicitó una cita para pedirme un consejo pastoral. Viajó desde Puerto Montt donde vivía. Nos conocimos y… yo siempre digo: el amor, es amor. Me divorcié legalmente, empezamos una relación y vivimos en familia hace 15 años junto a nuestra hija (12 años)», cuenta.
Cuando la Iglesia la trasladó a Santiago, él dejó su trabajo, sus cosas en la región y partieron. “Fue difícil, los tres primeros años no le salía nada en Santiago, pero ahí estuvimos. La vida también implica sacrificios”, recalca.
La obispa comienza el día, como muchas chilenas, a las 6 de la mañana para preparar el almuerzo que llevará su hija al colegio. Aclara que primero ceba el mate (su marido es uruguayo) y de ahí viene un tiempo de corre-corre, donde apura a la preadolescente para cumplir con los horarios.
Luego realiza las tareas hogareñas que le tocan. Y dedica la mañana al obispado: reuniones, correos, oraciones. En la tarde se concentra en el trabajo en su comunidad de La faena, en Peñalolén.
Señala que, si bien la Iglesia luterana ha dado un paso en lo estructural, al permitir que hombres y mujeres puedan asumir los mismo cargos, “sin embargo, no significa que no sea una Iglesia patriarcal o machista”.
De hecho, la Federación Luterana Mundial, desde el 2013, hizo una política de justicia de género para derribar barreras que aún están. “Uno lo ve en cosas muy prácticas. Por ejemplo, cuando hay una pastora nadie se preocupa si va a estar limpio, ordenado, porque automáticamente se considera que la pastora hará eso. Cuando hay un pastor están todos preocupados de que hay que lavar el mantel, hay que tener el templo limpio, se reparten las tareas. También siento que a nosotras se nos permite equivocarnos menos. Tenemos que cuidarnos mucho. Siempre estamos validándonos para demostrar que somos capaces”.
-¿Los hombres se dejan pastorear por una mujer?
-Algunos. Ahí uno ve la diferencia. Los hombres en la comunidad han hecho un proceso de aprendizaje. Al principio son distantes, miran raro, pero en el proceso te van validando. Hoy siento que mi comunidad me tiene cariño. No falta alguno sumamente machista que piensa que yo no debería estar en el lugar en que estoy, pero son los que creen lo mismo de todas las mujeres.
-¿Se declara obispa feminista?
-Siempre digo ‘no podría ser cristiana y no feminista’. Estamos tan llenos de prejuicios. Al leer el Evangelio, el primero que habla de una lucha por la justicia de género es Jesús. Él dignifica a las mujeres, habla con ellas de teología. Son las que encuentran la tumba vacía, son las enviadas a proclamar la buena nueva. El Evangelio es feminista en el sentido en que busca la justicia para hombres y mujeres en todos los espacios de la vida, por eso no podría no ser feminista. En una sociedad que te niega derechos, es una oportunidad estar en el lugar en que estoy siendo feminista, pero siempre muy conectada con el propio Evangelio.
-También se manifestó a favor de legislar sobre el aborto.
-Con mi Iglesia estamos a favor de la despenalización del aborto. Es decir, era necesaria la ley de las tres causales. Eso no significa que uno esté a favor del aborto; estoy a favor de que las mujeres decidan sobre su cuerpo. Entendemos que el aborto es una situación que pasa en la vida de las mujeres y, por lo tanto, debe haber una ley que responda a eso.
-¿Es muy diferente este Chile al que la recibió hace 30 años?
-Cuando llegué era tan distinto a mi cultura… Y hoy hay diversidad, es un país que se abrió en todo sentido. Era muy machista (el mío también, pero acá se sentía muy fuerte en lo cotidiano). Me gusta el Chile de las nuevas generaciones, me encantó ver el movimiento feminista, los que reclaman equidad, justicia de género, también que esté ampliándose la espiritualidad: ya no es un país donde solo se escucha la voz de la Iglesia católica. Ese Chile diverso me encanta.
-¿Eso incluye la diversidad sexual?
-He crecido en eso. Agradezco a Dios que me ha puesto personas de la diversidad sexual porque, cuando no conocemos, lo desconocido nos provoca miedo. Hace 25 años no pensaba como hoy. Agradezco a mi Iglesia que habla de que todas las personas son imagen y semejanza de Dios, entonces, si me encuentro con una persona de la disidencia sexual, me enfrento con el rostro de Dios. Lo mismo con un mapuche, con la mujer negra. Todos somos hijos e hijas de Dios y tenemos la misma dignidad. Nuestra salvación no pasa por cómo vivimos nuestra sexualidad, no pasa por nuestros méritos ni obras, pasa por nuestra fe.
-Tuvo cercanía con el mundo mapuche a través de su exmarido, ¿cómo observa hoy ese lugar donde cada día ocurre algún acto violento?
-Como sociedad tenemos una deuda con todos los pueblos originarios, también en Brasil. Hemos pisoteado su cultura, su espiritualidad y eso lo tenemos que trabajar todos. Uno ve también la pobreza en que viven las comunidades mapuche. Ahí el Estado, la sociedad, debemos hacer un esfuerzo por la reparación, porque todos tenemos la misma dignidad. Esa dignidad, tanto en Chile como en otros países de Latinoamérica, les ha sido negada. Ahora, lo preocupante es la violencia que vemos y ahí necesitamos más herramientas para analizar y hablar. Lo que yo viví, de la experiencia que tengo con el mundo mapuche, por haber compartido un tiempo importante de mi vida con ellos, puedo decir que la familia mapuche no es violenta, no es eso que pasa en la TV. Entiendo que hay otros problemas dentro de la Macrozona Sur que están haciendo que haya tanta violencia. Espero que todos los sectores de la sociedad podamos trabajar esa violencia. Insisto, no creo que venga del mundo mapuche.
-¿Por qué cree entonces que todo apunta a ellos?
-Hay estigmatizaciones. Eso es una labor como sociedad y en especial de la Iglesia: de trabajar, reivindicar esa dignidad de los que son estigmatizados dentro de la sociedad. Los mapuche son un grupo ‘marcado’ entre los chilenos, así como las disidencias sexuales y ahora también los migrantes… Bueno, menos el migrante blanco, europeo.
-Usted es migrante…
-Pero por mi apellido y color de piel no he sido estigmatizada. Si fuera brasilera negra, quizá sería otra mi relación con Chile.
Agrega que la gran tarea está precisamente en combatir la discriminación. “En todo orden, entre las mismas mujeres: no es lo mismo hablar de una mujer blanca de la ciudad que de una indígena, de una campesina. Hay que ser capaces de diversificar las miradas para, justamente, hablar de justicia de género.