La ausencia de la carga ideológica que marcó el conflicto entre Estados Unidos y la Unión Soviética apunta hoy más bien a una clásica lucha por el aumento de poder propio en desmedro de la disminución del poderío de los rivales. Tampoco está la respuesta coalicional de la contraparte. Hasta el momento el espaldarazo que Beijing brindó a Putin para su expedición ucraniana, durante los Juegos Olímpicos de Invierno de febrero último, no se ha concretado en una alianza militar de tipo reactiva, a la que se agrega la posterior precisión china respecto de la calidad de “socios” con Rusia y no de aliados. Beijing ha decidido observar el despliegue de acontecimientos en Ucrania para prospectar lo que podría ocurrir en Formosa si avanza sobre Taiwan. De esta manera, un nuevo Gran juego suma más tensión en una cumbre de la OTAN que además de los tradicionales aliados parte tuvo entre sus participantes a Australia, Nueva Zelandia, Corea del Sur y Japón. Así se va consolidando un mundo más incierto.
El 12 de marzo de 1947 el Presidente Harry Truman enunció en su discurso ante el Congreso de Washington, la necesidad de asistir económicamente a Grecia y Turquía para detener la expansión del comunismo por medio de la influencia ideológica de la Unión Soviética. La doctrina Truman para consumo masivo de la opinión pública, aunque menos elaborada que la política de la contención de George Kennan, constituyó un hito en la era de la Guerra Fría, sobre la cual se crearía un conjunto de mallas defensivas anti-comunistas. Desde el pionero Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) en 1947 hasta la Organización del Tratado Central (CENTO, en Medio Oriente) y la Organización del Tratado del Sudeste Asiático (SEATO), ambos de 1955, se diseñó una Gran Estrategia para actuar en el conflicto bipolar. El más longevo de todas estas redes securitarias ha sido la Organización del Tratado de Atlántico Norte (OTAN) creada en Washington en 1949.
Han pasado 73 años, cayó el muro de Berlín en 1989 y las Torres Gemelas en 2001, y la OTAN ha seguido ampliándose, aunque no siempre con definiciones claras y precisas del adversario.
Estuvo muy cerca después de los ataques del 11 de septiembre en Nueva York y Washington con las intenciones declaradas de George W. Bush respecto de reforzar la existencia de un orden internacional Occidente-céntrico, aunque proveyendo nuevos recursos de cohesión entre los grandes poderes, incluyendo Rusia y China (Ikenberry, 2001). La lucha contra la amenaza del radicalismo islámico apareció como un interés común a la cuestión de Xinjiang en la parte oriental de China o los conflictos en Chechenia y Daguestán de la Federación Rusa. Los ataques terroristas sobre el Teatro Dubrovka en Moscú del 23 de octubre de 2003 que culminaron con la muerte de 133 rehenes y 40 milicianos chechenos o del Colegio Beslan, en Osetia del Norte, en Septiembre de 2004, con la muerte 199 adultos y 171 infantes brindaron la oportunidad de una colaboración delos organismos de seguridad de Moscú y Occidente. Sin embargo las sucesivas ampliaciones de la OTAN al este, en 1999 (Hungría, Polonia y República Checa), 2004 (Bulgaria, Eslovaquia, Estonia, Letonia, Lituania, Rumanía) en 2008 (Croacia, Eslovenia) convencieron al Presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, de la imposibilidad de llegar a acuerdos comunes respecto a la seguridad de su país. En esa línea Moscú optó unilateralmente por la atrisión sobre Georgia en 2008 y Crimea en 2014. Hasta el 24 de febrero último en que declaró operaciones militares especiales en Ucrania, recibiendo una respuesta distinta desde Occidente y la OTAN particularmente.
El 29 y 30 de junio de 2022 la cumbre de Madrid la OTAN se enfocó en la que consideró “amenaza militar de Rusia en este de Europa” así como el reto de las “ambiciones declaradas de China y sus políticas coercitivas” con lo que la mención explícita a dos Estados fue uno de los aspectos más significativos de una organización que en 1992 había borrado la mención de enemigos estatales específicos. Lo anterior desde luego se combina con la alusión a “actores autoritarios” y “competidores estratégicos” de su nuevo concepto estratégico cuyos destinatarios tácitos son las mismas Rusia y China. Aun cuando en este último caso es evaluado como un “reto” a la seguridad internacional y a los valores que Occidente dice encarnar, antes que una “amenaza”.
Tampoco se puede soslayar la futura ampliación de la OTAN que incrementaría de esta manera sus fronteras con las de la Federación Rusa. Turquía retiró el veto para que se presentaran las candidaturas para la adhesión de Finlandia y Suecia al bloque de 30 aliados, a cambio de un giro en la política de dichos países respecto de miembros del Partidos de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) en sus territorios, considerados terroristas por Ankara.
Sin embargo, la cumbre estuvo signada por la Guerra en Ucrania de la que Occidente hace cada vez parte más directa. Joe Biden aseguró que la “Guerra no terminaría con la victoria rusa”, frase suscrita también por el Presidente Macron. Los estados miembros respaldaron dichas declaraciones al aprobar el compromiso conjunto de dotar a Kiev con material bélico de cerca de 2 mil millones de dólares.
En esa línea y complementariamente, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, explicó que hasta dicho momento se había combinado el despliegue rotatorio de fuerzas en países considerados amagados por Rusia con la vigorización de la Fuerza de Respuesta Rápida en la región. El dilema sigue siendo si acaso se continúa con dicho refuerzo o en su lugar se atiende la solicitud de los estados bálticos acerca de involucrar el asentamiento de grandes contingentes e infraestructura bélica para neutralizar toda aventura rusa. Dicha cuestión apunta además al sentido de vulnerabilidad de países de Europa central y oriental –como Polonia que si podría recibir la presencia militar permanente de un cuartel del Quinto Ejército de Estados Unidos- que prefieren optar por el paraguas nor-atlántico antes que por un esquema securitario puramente europeo del tipo que París y Berlín imaginan.
Los aliados se comprometieron a elevar su presupuesto militar sobre el mínimo del 2% del Producto Interno Bruto (PIB), lo que conjugado con la alusión a su capacidad nuclear –como antes lo hiciera en más de una oportunidad Putin- convierten el cuadro en algo parecido a una “Paz Armada” inestable. Desde luego, el Kremlin no retrocedió un ápice por lo que advirtió respondería a cualquier despliegue militar en los estados invitados a adherirse a la OTAN. En tanto que el vocero de la cancillería china, Zhao Lijian, replicó con confuciana parsimonia que la vocación de su país era la defensa de la paz mundial y el desarrollo global por lo que “nunca había comenzado una guerra subsidiaria ni llevado a cabo bloqueos militares”.
Al comenzar el siglo XXI, Goldman Sachs advirtió la pujanza de las economías de Brasil, Rusia, India y China, designando al conjunto como BRIC (por sus iniciales) y prediciendo que dichos actores dominarían la economía mundial en 2050. Fared Zakaria en un “Un mundo post-americano” (2008) enfatizó el “ascenso de los otros” para conforman un mundo multipolar. La unipolaridad de la posguerra fría fue quedando atrás, sin embargo la segunda década del nuevo milenio incrementó crisis y conflictos intensificando la rivalidad de nuevas y viejas potencias. La lucha contra ISIS en Siria manifestó una fisura estratégica, en que el mismo objetivo fue encarado separadamente por dos coaliciones internacionales. La crisis de Ucrania en las puertas de Europa y la anexión de Crimea por Rusia en 2014, presagió una grieta profunda que decantó en la actual situación y en la emergencia de una OTAN recargada, con potenciales nuevos adherentes (Finlandia y Suecia) y categóricas invectivas respecto a los enemigos del bloque. Despunta la [re] composición de una alianza del tipo precautoria con un actor estatal predominante (Estados Unidos). Esta situación asemeja más al mundo de fines del siglo XIX, que a la Guerra Fría del siglo XX; cuándo Alemania, Francia e Italia constituyeron la Triple Alianza (1882), lo que no descarta que se desemboque en un esquema de bipolaridad rígida, tal como ocurrió cuando en dicho sistema Francia, Inglaterra y Rusia conformaron reactivamente la Triple Entente (1907).
La ausencia de la carga ideológica que marcó el conflicto entre Estados Unidos y la Unión Soviética apunta hoy más bien a una clásica lucha por el aumento de poder propio en desmedro de la disminución del poderío de los rivales. Tampoco está la respuesta coalicional de la contraparte. Hasta el momento el espaldarazo que Beijing brindó a Putin para su expedición ucraniana, durante los Juegos Olímpicos de Invierno de febrero último, no se ha concretado en una alianza militar de tipo reactiva, a la que se agrega la posterior precisión china respecto de la calidad de “socios” con Rusia y no de aliados. Beijing ha decidido observar el despliegue de acontecimientos en Ucrania para prospectar lo que podría ocurrir en Formosa si avanza sobre Taiwan. De esta manera, un nuevo Gran juego suma más tensión en una cumbre de la OTAN que además de los tradicionales aliados parte tuvo entre sus participantes a Australia, Nueva Zelandia, Corea del Sur y Japón. Así se va consolidando un mundo más incierto.