El Apruebo debe asumir y defender que tiene una buena propuesta, muy superior al texto anterior (el de 1980, no nos engañemos), siempre hablando en positivo. Pero también ha de reconocer que la nueva Constitución debe y puede ser mejorada, escuchando nuevamente a la ciudadanía. Y para conducir ese proceso de mejora, ese compromiso hay que tomarlo antes que sea demasiado tarde. No es sensato pensar que la primera versión iba a ser perfecta, en vivo y en directo, cual programa de televisión ensayado mil veces. Es evidente que tiene que ser mejorada, pero sin perder su origen validado por el país y sobre todo su finalidad legítima basada en la consagración de derechos sociales y un país más justo.
No queda mucho tiempo, ni tampoco mucho espacio, para estrategias de último momento que permitan sacar un conejo del sombrero. Lo primero que debe hacer el Apruebo es recuperar el juicio de realidad y sacarse ciertas vendas de los ojos. Presumir que, pese a todos los números en contra, se “debe” ganar igual en septiembre porque «tenemos la razón», es voluntarismo puro y duro. Debe asumir que al frente tiene un adversario conocido tanto por su poder mediático y económico, como por su forma de actuar, y prepararse para enfrentar esa realidad. Esto es un hecho sabido, un dato de la causa. El diseño debe contar con eso, como cuando se juega contra un equipo mañoso, sucio y bueno para las patadas arteras.
Por otro lado, negar los reparos de la gente común (como el tema del plurinacionalismo [correctamente o no, lo que importa es cómo lo entiende la ciudadanía], seguridad en diferentes sentidos, propiedad en distintos ámbitos, dudas sobre el sistema político, la desaparición del Senado como tal, el funcionamiento del ex poder judicial, la economía, etc.), culpar sólo a las fake news, forzar los números de elecciones anteriores que fueron favorables (pero que eran distintas), no ayuda. Hoy la mayor probabilidad de éxito (según las encuestas, más o menos creíbles) la tendría el rechazo. Hay errores evidentes en negar esta lectura como si no fuera la realidad predominante del momento.
El triunfo del Presidente Boric se dio en otro contexto y se debió, en gran parte, al adversario que tuvo al frente, que a pesar de todo el rechazo (ironía del destino) que generaba, obtuvo un 44% en segunda vuelta. ¿Alguien piensa que en ese grupo hay muchos votos para el Apruebo? ¿No es así, verdad? Además, hoy la Convención (generalizando burdamente) es comunicacionalmente la mala de la película, a la que es gratis pegarle, es el cuco que fue Kast. Y al hablar de la Convención separamos texto de la performance: lo negativo de la Convención es la suma de mensajes equivocados que la gente recibió o percibió.
Sólo a partir de este juicio de realidad se podrán construir estrategias que potencien el Apruebo más allá de la buena voluntad. Hay una fuerza, que estaría favoreciendo el rechazo (un momentum) y negarlo no ayuda. La tendencia aún es reversible, pero requiere medidas urgentes, con una clara mirada de juicio sobre lo que está ocurriendo allá afuera y no desde un realismo mágico que en política no funciona.
Claro que esto tiene costos internos, pero si no se piensan estratégicamente las vocerías (por favor, basta de autogoles de los convencionales), se unifican los mensajes sobre las ventajas y potencia del texto, se asumen con convicción algunos de los cambios que se están pidiendo a gritos y se levantan los valores que la nueva Constitución defiende (en lenguaje de la gente, no en jerga de expertos), no habrá cambios en la tendencia.
Dicho en términos marketeros (no suena bien, pero hay que ser pragmático para ganar): la oferta del Apruebo no ha penetrado lo suficiente. Esto amerita cambios en la estrategia, si se quiere cambiar el resultado. La propuesta de valor debe mejorar sustancialmente. Y los contenidos, para ello, son un factor clave.
El Apruebo debe asumir y defender que tiene una buena propuesta, muy superior al texto anterior (el de 1980, no nos engañemos), siempre hablando en positivo. Pero también ha de reconocer que la nueva Constitución debe y puede ser mejorada, escuchando nuevamente a la ciudadanía. Y para conducir ese proceso de mejora, ese compromiso hay que tomarlo antes que sea demasiado tarde. No es sensato pensar que la primera versión iba a ser perfecta, en vivo y en directo, cual programa de televisión ensayado mil veces. Es evidente que tiene que ser mejorada, pero sin perder su origen validado por el país y sobre todo su finalidad legítima basada en la consagración de derechos sociales y un país más justo.
Como conclusión, creemos que hay que promover las bondades del proceso constituyente y el texto (algo que no debiera cederse fácilmente, ya que tiene un valor enorme de trabajo, de civilidad, de república), pero, además, aceptar que –obviamente- no es un texto perfecto, y en ese contexto proponer y comprometer concretamente sus mejoras para ser una oferta más atractiva que el rechazo (que seguramente llegará con una propuesta alternativa de modificación constitucional), con un timing preciso y creíble. Creíble dado que la Convención, contra viento y marea, cumplió sus plazos.