Su libro de cuentos «El día más salvaje» es ganador del concurso de Creación Literaria del Fondo del Libro y la Lectura. «El horror cruza la historia de Chile como la del mundo completo. En sus luchas, sociales, políticas, religiosas, de conquista, de la relación ominosa entre la llamada civilización y barbarie, pero también en la guerra del imaginario de cada cual, y del que compartimos socialmente, culturalmente», señala en esta entrevista.
“Hoy me levanté tarde. Me sentía como la mierda. Me sentía igual que la mierda que recojo en la planta. Cuando me paré al baño, para igualmente ir a la planta, y me vi al espejo, me veía peor que una pata de gallina metida en la mierda”.
Fragmento del libro «El día más salvaje», de Juan R. Chapple.
Nos juntamos, primero, en una cafetería de Barrio Italia. Pero era tarde y comenzaron a desmontar el toldo. Luego, caminamos cerca y nos acomodamos en un pequeño bar, junto a un brasero, porque el frío de Santiago no da tregua.
Conversamos de su último libro, “El día más salvaje”, que gentilmente me firmó; un volumen de cuentos que estremece, no porque sea precisamente de terror (porque lo es desde luego, junto –y ese es su prodigio– con lo insólito, lo absurdo o lo existencial), sino porque moviliza algo que es caro en los tiempos que corren, nuestros tiempos: el de reconocerse en un presente, descalabrado, informe, peligroso, donde todo puede ocurrir, y peor. Mucho peor. Un presente, a toda vista, sucio, violento y pesadillesco.
El libro, de más de 150 páginas, es ganador del concurso de Creación Literaria del Fondo del Libro y la Lectura, cuya portada elucubra enigmas en trazos rojos con un fondo negro en donde se delinea un escarabajo. Pero no cualquier escarabajo. En fin. Será tarea de los lectores escudriñar esta publicación, editada y publicada por Libros de la Medianoche (2021) (y distribuida por Ocholibros editores).
Juan Chapple (Santiago, 1972), periodista y Magíster en Literatura Hispanoamericana y Chilena de la Universidad de Chile, trabajó en prensa escrita (El Mercurio, La Tercera, La Nación, entre otros) y en editoriales, como director de Comunicaciones (Cuarto Propio, Gedisa, Océano de Chile); es un tipo agradable, aparte de talentoso y fecundo (autor de novelas, prosa poética, ensayos, diaporamas y biografías).
Hablamos un montón. Aunque las preguntas y sus respectivas respuestas, aquí consignadas, responden a otro tiempo, a uno distinto y posterior.
– Interroguemos al título, ¿por qué el libro se llama así?
– Bueno, el título del libro responde al cuento presente en el volumen, y este, a su vez, hace referencia a ese día donde las cosas se pueden dislocar, salirse de su quicio… sin embargo, esta referencia a un futuro es también una referencia a nuestro presente. La existencia de un día más salvaje, como ha dicho una de las presentadoras del libro, Bernardita Eltit, indica que los otros días ya lo son también…
Vivimos días de apremio de lo humano -aunque no sé cuándo ha sido distinto-, pero hay momentos en que la paz es el bien más escaso, y todo pareciera presagiar la debacle: ecológicamente hablando, humanamente hablando, e incluso imaginariamente hablando… El día más salvaje es la latencia de que, precisamente, todo se desmorona, y no claramente para recomenzar nuevamente y que todo esté mejor, no me queda claro si es la tormenta seguida de la calma… estamos, a pesar de todo lo bueno que uno pueda pensar y querer, en momentos de profunda debacle, que no es solo material, sino que ésta se encuentra hecha con la materia de una aún más profunda debacle espiritual…
Mejorar las condiciones materiales es fabuloso, quien se podría oponer, pero mejorar las condiciones espirituales de una nación, de una sociedad, de un mundo, es el gran trabajo de todos nosotros, del Estado, de todos en conjunto… para eso se requiere otro tipo de educación, otro tipo de metas en la vida, otro tipo de interrelaciones y conversaciones con uno mismo, solo para empezar, etc.
– ¿Cuál es la genealogía de estos cuentos y el criterio de su orden?
– El libro se abre con un cuento en parte consagrado de modo cuasi visionario al viento y termina con algo que se le equipara en la Patagonia chilena, la debacle indígena y un enigma. Eso en cuanto al libro “formal”, pues, como sabes, existe un cuento oculto, por así decirlo, que está presente también por ahí. Hay cuentos escritos hace bastante tiempo, pero que, creo, conservan la mano del hoy… y otros de antes de ayer, que parecieran escritos hace décadas.
He hecho de mi literatura un arte personal de depuración lenta… este volumen ha pasado por 80 o 180 harneros antes de ser publicado y espero que eso se note en la lectura, así como el libro que está por venir, espero el próximo año. Hay cuentos dedicados a parientes y que, en cierto sentido, parten desde fragmentos o memorias de esas experiencias que una vez me contaron -mi abuela materna en las salitreras o mi abuelo paterno venido desde Inglaterra a principios del siglo XX y afincado en la Patagonia-.
Hay otros cuentos que son ejercicios de lo siniestro y lo absurdo, como El secreto de la esfinge y Mal muy mal, que también podrían ser ejercicios sociales y de experimentación humana. En fin, los cuentos vienen de distintas procedencias, responden a diversos linajes, pero todos confluyen en torno al desacomodo del mundo, a lo extraño, a lo inusual, aquello que, sin embargo, puede estar a la vuelta de la esquina. Creo que todos los relatos conservan, vistos en distintas capas, como un palimpsesto, de una u otra manera, una particular forma de acercarse a lo social-político, a lo desconocido, y también a lo ignoto que nos habita.
– Podrías contarnos de tus influencias literarias y cómo estas aportan a la construcción de tus cuentos, más allá de la evidente referencia a Edgar Allan Poe.
– Existe una muy ecléctica colección de lecturas que son parte del arsenal personal para librar la gozosa batalla de la escritura. En primer lugar, Edgar Allan Poe, si me permites explayarme más allá de la cita, que encuentro ha sido un visionario, no solo en los ámbitos del horror o lo fantástico, sino que también en lo absurdo y, asimismo, en lo que raya en lo cómico, amén de su visión del hombre futuro en un cuento como El hombre de la multitud, que espejea mi propia Aquellos en la multitud, presente en El día más salvaje.
Asimismo, diría que Henry James es una pluma bastante presente, William Hope Hodgson, Arthur Machen, Algernon Balckwood, Mary Shelley, Bulwer Lytton, E.T.A. Hoffman, Strobl, William Beckbord, Grabinsky y gente profunda, filosófica y visceral como Clive Barker y Thomas Ligotti, ya más entrado el siglo XX. En menor medida Lovecraft (aunque me encanta su creación de una cosmogonía propia) o King (soy más devoto de algunos de sus cuentos), todo ello en el ámbito del horror.
Sin embargo, mi literatura está hecha de muchos cruces y también tienen un lugar fundamental Carlos Droguett (para mí, el mejor narrador chileno del siglo XX), María Luisa Bombal –El árbol, La amortajada, La niebla, son capitales-, José Donoso -su Obsceno pájaro de la noche es realmente un mundo al que hay que volver siempre-, Manuel Rojas, Juan Emar, entre muchos otros; así como Rulfo, Carpentier, Mario Bellatín, Borges, Victoria Ocampo. Y, por supuesto, cabalgando a la vanguardia Shakespeare, Dickens, Poe, Dostoievski, Chejov y Kafka, claramente.
– Hay cierto tiempo/espacio difuminado, ambiguo, pero el eco de la realidad social se cuela por las rendijas. Aunque a veces la ciudad furiosa y gris se reconoce, innegable, ¿hubo una premeditación al omitir la indexación de fechas y lugares en algunos cuentos? Como si el horror no fuera la excepción, sino la norma, un presente abismal y un -quizás- futuro ominoso.
– El horror cruza la historia de Chile como la del mundo completo. En sus luchas, sociales, políticas, religiosas, de conquista, de la relación ominosa entre la llamada civilización y barbarie, pero también en la guerra del imaginario de cada cual, y del que compartimos socialmente, culturalmente.
Los cuentos, a ratos, se me arman así, descontextualizados y propios de un tiempo no exacto, aunque hay algunos otros muy claramente contextualizables, y algunos más, como La música del paraíso, El día más salvaje, etc. que pueden ser leídos, entre otras varias lecturas, como alegorías, dictatorial en el primer caso; o derechamente de descomposición social y estallido, en el caso del cuento canino cuyo escenario y materia vital es Santiago y después todo Chile, y escrito siete años antes de nuestro estallido social mismo. Desde ellos se puede abrir un futuro incierto… en muchos casos, como en el propio El día más salvaje, se trata de un cuento que no concluye, no sabemos lo que viene, si la noche total o alguna clase de rayo de luz…
– ¿Qué nos puedes contar del cuento La música del paraíso? Me parece como una película de Lars von Trier, esa imagen de la gran muralla de cuerpos unidos, esa “argamasa viviente y doliente”, por mandato del Sultán.
– Como esbozaba en la pregunta anterior, se trata de una alegoría dictatorial. En toda dictadura hay una especie de pensamiento en que no importan los medios, sino que lo que importa realmente son los fines… incluso no importa si esos medios implican arrasar con personas, colectivos, pueblos enteros… es la lógica de la guerra, pero con la cobertura de un bien mayor… aunque en la guerra interna, la que da paso muchas veces a una dictadura, puede llegar a ser más atroz… No sé si tiene que ver con Lars von Trier, aunque la potencia fílmica del danés es emblemática…
Me siento más cercano a las imágenes de un genio del terror como Clive Barker, sin duda, alguien mucho más profundo y visceral que un Stephen King, por ejemplo -aunque el viejo King tiene lo suyo también- o que Lovecraft incluso. Hay en ese cuento también otras claves, hasta borgeanas, creo yo. Y, me gustaría más ligarlo con gente como David Cronenberg, cuyo aporte a las nuevas concepciones de identidad y nueva carne son fabulosas, así como esa idea del desacomodo absoluto y lo extrañamente siniestro, si cabe esa alocución, en la filmografía de David Lynch o Ingmar Bergman. Y, sabes, no dejaría afuera, ya que hablamos de cine, a esa profunda extrañeza que nos regala un chileno como Raúl Ruiz también.
Y no olvidemos por favor la música… dentro de un largo etcétera postpunk, yo destacaría a gente como Skinny Puppy, por su búsqueda, experimentación, terror musical y fiereza artística. A ratos, se me imagina que, en mi escritura, sinestésicamente, pueden darse paisajes sonoros, oscuras fantasías musicales.
– Hay algo en la redacción de tus cuentos, una mixtura de adjetivos, metáforas, mitologías y reflexiones. Como si el lenguaje debiese estar a la altura de un terror que bordea los límites impensados. ¿Por qué no el lenguaje llano y telegráfico?
– Me aburrí, para empezar, del terror de lo mismo: los mismos vampiros, los mismos monstruos, los mismos sustos, y los mismos manidos miedos de casa encantada. Si tomas el 80 o 90 por ciento de los libros escritos en Chile y en otros lados, el terror es eso y nada más que eso. En ese sentido, es bueno ver o revisitar a los clásicos del género, pero a estos hay que dejarlos descansar y usarlos o integrarlos como reservorios para otras cosas, para cosas nuevas.
Hay que retorcer las imágenes, ese es, en parte, el trabajo de un escritor, y para eso debe conocer muy bien su tradición. Su tradición y todo lo que conecta o podría conectar con ella… por eso mi literatura se puede leer desde el terror, lo fantástico, lo siniestro, pero también desde muchas otras partes. Y el lenguaje, junto con los temas, es algo que tiene al mismo tiempo que ver con ello, las capas de sentido que agregas a la realidad, las disquisiciones interiores de los personajes, la búsqueda de estos de un lugar en el mundo.
La escritura o el tipo de escritura que me planteo es algo neurálgico para lograr aquello… Hacer terror, ese terror que no solo te hiela los sentidos, esto es, el de los meros sustos, sino que te hiela las ideas del mundo es lo difícil… tan difícil como lograr una buena comedia. Yo vengo desde lo poético, en gran parte, y desde lo poético barroco, y por eso, el cuidado en el trabajo con el lenguaje ha quedado como una marca de agua indeleble, pero es un manantial proceloso que fluye, y por ello es para mí tan importante.
Creo que, al leer, me lo han dicho muchos lectores, eso también sienta gran parte de la diferencia en la experiencia de la lectura de mis libros. No solo la historia, sino que el lenguaje también tiene que transportarte a otros mundos, es parte del imaginario, no un mundo estanco, separado. Ambas cosas engranan, pienso, una máquina de delicias y guerra en el lector…
– Tu trabajo escritural acumula volúmenes en el tiempo, ¿cómo das formación y sistematicidad? ¿No estalla la ansiedad?
– Si con volúmenes en el tiempo te refieres a distintos momentos históricos, eso tiene que ver con las lecturas radiales que he hecho. Con que me interesa tanto el tema indígena ancestral y la historia del país, como los temas arcanos; la mezcla de cierta visión animal y humana, la percepción de otros mundos, que no están a veces más allá de uno, sino que más al interior de uno, etc.; y aquello entronca con la radical búsqueda, a ratos, de un lugar en el mundo de la mayoría de estos personajes, aunque ese lugar sea oscuro.
– ¿Crees que existe, en el caso de Chile, un remozado interés en el terror como género después de la resaca de la autoficción? En este sentido, ¿qué terror es el que te acomoda/incomoda y cuáles son las coordenadas que, a tu juicio, debe tener? ¿Terror indisociable de la ciencia ficción, por ejemplo? ¿Un terror amalgamado con la animalidad y la fuerza intempestiva de la naturaleza?
– No me gusta definir tanto, ni hacer tantas tesis… en parte contesté más arriba. Cualquier terror que uno se proponga, a estas alturas del partido, debe tener en cuenta al sujeto puesto en situación, pero también la situación inserta en los personajes… La naturaleza es un tema, como por ejemplo la omnipresencia del viento en varios de mis cuentos en este volumen… ahí se trata de un elemento dinamizador del relato, casi de una entidad, como lo podemos comprobar en relatos de María Luisa Bombal, por ejemplo, o de Blackwood como en Los Sauces o El valle de las Bestias.
Te podría decir, que el terror más banal es el del susto rápido, el del demonio de quinta de recreo archimanido, el del fantasma de turno, etc. Todo eso se hizo ya, y con harto más gusto en el siglo XIX, mira que ha pasado un rato largo ya, en plumas harto más exquisitas como las de Benson, Wilkie Collins, el propio Blackwood, Maupassant (qué grande que es este autor), y hasta en gentes no cultoras permanentes del género como Conan Doyle, Charles Dickens, entre los más ilustres.
No sé si existe un interés declarado o creciente en el terror en Chile en realidad, pero sí te podría contestar que me he encontrado con mucha gente que buscando terror encontraron otra lectura en lo que escribo y eso los ha desacomodado, inspirado a ratos, desconcertado y alentado a percibir el género de otra forma, me lo han dicho en repetidas ocasiones.
Por otro lado, también ha sucedido que gente que no es lectora de terror o de lo fantástico, sin embargo, lea El día más salvaje o ahora esté leyendo Vertederos -mi primer libro y novela hasta la fecha, y que ya tiene diecisiete años-, o Un astro umbrío en el pérfido día brillante -mi libro de prosa poética-, etc.
Te podría decir que de tres lectores del libro uno viene de fuera del género y eso es fabuloso, porque lo que importa, más allá de ello, es que la escritura y el o los mundos propuestos se defiendan solos, y que, finalmente, el libro hace sentido por la profundidad que alcanza, por las cosas que pone en revuelta, y por las revelaciones que porta o podría portar en sus páginas.
Debemos salir de la visión estanco de los géneros y los prejuicios, pero es cierto también que los géneros como los autores deben evolucionar para que también evolucionen los lectores (quien es la cola y quien la cabeza de esa serpiente, no lo sé). Lo que importa o lo que debería importar no es el tema, ni el género, sino que la buena o mala literatura.