El Partido Comunista chino es una organización política de alto nivel, con más de 80 millones de miembros, procesos de selección de primera calidad, y con una elevada capacidad de diseño y ejecución de políticas, proyectos y planes. Una de sus fortalezas radica en la preparación de su gente, el mérito y los resultados que han conseguido en el desempeño de sus cargos. Es una buena enseñanza para América Latina, cuyos gobiernos quedan en manos de personas con escaso conocimiento y experiencia. El estudio del PC chino es indispensable para entender los futuros posibles de China.
¿Continuará China en su ciclo ascendente? ¿Qué escenarios avizorar sobre el futuro del orden mundial y las posibles implicaciones para América Latina? El reciente libro de Jorge Heine, Xi-na en el siglo del Dragon (Editorial Catalonia, 2022), levanta numerosas interrogantes. Ellas motivaron estas reflexiones durante la presentación que el autor me solicitó.
Al mirar y admirar los progresos de China en los últimos 40 años, se revelan dos objetivos estratégicos permanentes: primero, mantener la cohesión de ese país gigantesco; segundo, superar el trauma del siglo de la humillación. Para lograrlo, China ha desplegado enorme creatividad, trabajo y disciplina para reducir su tremendo rezago económico que en el siglo XIX hizo posible el dominio occidental y japonés, y las “guerras del opio”. Tras el término la Segunda Guerra Mundial y de la independencia de China, y luego de la Revolución Cultural y la muerte de Mao en 1975, se inició ese periodo fascinante del milagro chino bajo el impulso económico de Deng.
Es impresionante la audacia de abrir la economía preservando el control político. La velocidad de crecimiento ha permitido a ese país recorrer la segunda, tercera y cuarta Revolución Industrial en un periodo de 40 años, lo que a otros costó más de un siglo. También ha sorprendido el avance en inclusión social y reducción de la pobreza, y al mismo tiempo una gobernabilidad sin la cual estos resultados no habrían sido posibles.
¿Adónde va China? En gran medida, la continuidad del impulso dependerá del objetivo de elevar el bienestar de su ingente población, que conlleva la expansión del mercado interno, y de la innovación tecnológica, digital y verde. También tiene China un campo amplio en las relaciones con Asia (RECEP, ASEAN) y con Europa y la Ruta de la Seda (infraestructura y conectividad). Para su éxito necesita un mundo en paz, y respetar normas globales de mercado por sus empresas estatales. Y también encara desafíos nuevos, generar riqueza e impedir la desigualdad, crecer y evitar la contaminación, financiar y precaverse de una crisis financiera, crear expectativas y esquivar la frustración social.
El Partido Comunista es un factor esencial para explorar los escenarios futuros en China. La crisis de la Unión Soviética en 1990 alertó a los dirigentes chinos. La perestroika no funcionó. Estudiaron con detalle por qué se produjo el desplome de la Unión Soviética, y la responsabilidad del Partido Comunista de la URSS que perdió la conducción política y económica. El Partido Comunista chino es una organización política de alto nivel, con más de 80 millones de miembros, procesos de selección de primera calidad, y con una elevada capacidad de diseño y ejecución de políticas, proyectos y planes. Una de sus fortalezas radica en la preparación de su gente, el mérito y los resultados que han conseguido en el desempeño de sus cargos. Es una buena enseñanza para América Latina, cuyos gobiernos quedan en manos de personas con escaso conocimiento y experiencia. El estudio del PC chino es indispensable para entender los futuros posibles de China.
¿Cómo será el mundo en las próximas décadas? Una cuestión principal para la política internacional de América Latina concierne a la posible evolución de la disputa estratégica entre Estados Unidos y China.
Se podrían distinguir tres escenarios posibles. El primero es el desacoplamiento. El segundo es de una tensión y rivalidad con altibajos. El tercero es de una coexistencia regulada.
El primero, el desacoplamiento de las economías de Estados Unidos y China, provocaría un rezago importante del desarrollo global y un riesgo alto a la supervivencia del planeta. Su probabilidad es reducida por la imbricación de la economía mundial, cadenas de producción, sistemas financieros, desarrollo tecnológico. Nadie ganaría. Sin embargo, hay pensadores que lo anticipan; en EE. UU. están los “colapsistas”, que esperan un colapso chino por posible crisis financiera, rezago tecnológico y explosiones sociales, o, en su defecto, perciben la gran amenaza china a la cultura occidental. Por otro lado, en China están los “declinacionistas”, que sostienen la tesis de la declinación inexorable de EE.UU. por parálisis política, incapacidad de resolver los problemas económico-sociales de las grandes mayorías. El escenario de desacoplamiento parece poco probable.
Un segundo escenario es el resultante de la interacción de 3 procesos que se verifican simultáneamente: la intensa competencia comercial, de inversión y tecnológica; una rivalidad geopolítica y militar, que incluye la disputa ideológica de sistema de gobierno, democracia versus autoritarismo; y la imperiosa colaboración para encarar problemas globales que los amenazan a ambos. La guerra con Ucrania, por el lado de los intereses rusos, y la idea de una sola China, con sus implicaciones para Taiwán, constituyen expresiones de este escenario híbrido, arriesgado, que puede escalar o regularse para preservar la gobernanza global. Parece el escenario más probable, en permanente evolución con conflictos de distinta intensidad y esfuerzos por regularlos.
El tercer escenario es de colaboración para responder a la agudización de los riesgos globales. El cambio climático, la salud, y la revolución digital y cibernética alterarán de una manera imprevisible las relaciones humanas. Las nuevas generaciones se comportarán de otra manera.
La ocurrencia de uno u otro escenario será resultado de la intervención de muchas otras fuerzas que sobrepasan a las dos grandes potencias. Ninguna de ellas será capaz de regular la vida en el planeta, sin los demás. Las potencias intermedias, organizaciones regionales, la sociedad mundial, los actores no estatales tendrán un peso creciente en el manejo de la gobernanza global. La UE jugará también un papel diferenciador con su concepto de autonomía estratégica, favorecerá el diálogo global e intentará reducir la primacía de solo dos potencias. Las regiones de menor desarrollo, incluyendo América Latina, deben jugar un papel.
La actual fase de afirmación del poder chino bajo la conducción del presidente Xi abre nuevas interrogantes, aviva las alarmas y medidas ofensivas de EE.UU., como la visita de la diputada Pelosi y otros colegas a Taiwán, y provoca la reacción china económica y militar para asegurar el respeto al principio de una sola China.
Parte de la disputa global se focalizará en la democracia y los derechos humanos. Estados Unidos atacará el autoritarismo, y China replicará que su sistema político responde mejor a las demandas sociales y que ellos respetan los derechos humanos. La batalla principal se centrará en los derechos políticos, las libertades personales, el derecho a la vida, de expresión, de movimiento, inmanentes a la cultura occidental. El respeto a los derechos debe ser integral. El desafío principal de los países y organismos internacionales es realizar una acción multilateral, conjunta, para garantizar y supervisar el respeto real de los derechos humanos, y que no sea solo un argumento para la pugna estratégica entre las dos potencias.
En cuanto al régimen político, China tiene escasa capacidad de atraer por su modelo en comparación con el ideal democrático. Tampoco cuenta con alianzas políticas y militares, salvo con Rusia ahora, para compensar el predominio de Occidente. Las alianzas occidentales son más amplias, incluso con países asiáticos, por temor de estos al poder chino. Esta es una limitación a su influencia mundial, que se debe tener presente al analizar el futuro del orden mundial. El multilateralismo adquiere entonces una importancia vital para reducir las tensiones y asegurar la convivencia.
Cada país debe pensar a largo plazo para decidir las políticas en el presente. El Pacífico, al menos para Chile, será una prioridad económica internacional. El Asia continuará en ascenso, y nos interesa aminorar la pugna geopolítica para mantener espacios de autonomía. La atracción que ejerce China radica en su capacidad de progreso económico rápido, inversiones, proyectos y eficacia; no atrae por su sistema político. América Latina debe privilegiar con China el vínculo económico sin exponerse a una gravitación de China en el sistema político democrático de cada país. Por ello debemos articular alianzas entre latinoamericanos para combatir la bipolaridad, y promover el multilateralismo. Se debe actuar juntos para no quedar entrampados en lógicas antagónicas que nos limitan.
Para alcanzar esos objetivos no basta esperar que las grandes potencias arriben a nuestras costas para instalarse, sino cuál es la política nacional que permite sacar el mejor provecho, y anticiparse. En el caso de Chile, debemos evitar una concentración excesiva en el mercado chino, diversificar productos y elevar el valor agregado. Debemos articular asociaciones con empresas chinas para producir con mayor tecnología, con una política industrial definida desde cada país, y expandir nuestras exiguas capacidades científicas, tecnológicas y de innovación.
Tal política de largo plazo requiere profundizar y mejorar los acuerdos internacionales con los países del Asia Pacífico, con Asean y con todas las nuevas fórmulas que se gesten en Asia. También Chile debe priorizar sus proyectos, desde el cable de fibra óptica hasta la infraestructura ferroviaria, la energía solar, hidrógeno verde, acuicultura, litio, cobre verde y su refinación en Chile, alimentos, procesamiento de datos y desarrollo de plataformas. Y eso se debe negociar y crear las alianzas chilenas público-privadas para conseguirlo. Significa formar expertos, enviar estudiantes, aprender chino, especializarse en áreas de mayor desarrollo chino para detectar nuevas oportunidades.
Los intereses de América Latina y de Chile nos obligan a estudiar las grandes tendencias mundiales, la evolución de China y acrecentar nuestra capacidad de pensar futuro para diseñar estrategias más eficaces de largo plazo.