Pienso en distintos segmentos demográficos para los cuales esta votación debiera ser especial –no estoy hablando en términos de campaña–. Claramente este es un momento de la verdad para los menores de 40. Después, la máquina inevitable del día a día los absorberá, como a tantos antes. Aún están a tiempo para impulsar su destino, tienen la oportunidad de pocas generaciones para establecer las bases del país que ellos quieren para ellos, sus hijos y sus familias. Ellos pueden lograr lo que sus padres no pudieron y que hoy dudan que sea posible. Es un salto generacional único.
Entramos en tierra derecha para el plebiscito de salida del 4 de septiembre. Esta fecha se veía tan lejana hace un año y hoy se nos viene encima a pasos agigantados y, a medida que pasen los pocos días que faltan, nos hará sentir más y más la enorme responsabilidad que tenemos sobre nuestros hombros, la enorme responsabilidad que Chile ha asumido. Ante nosotros mismos y todo el mundo que nos estará observando ese día, porque el proceso ha sido único, porque, más allá de las diferencias y golpes bajos, estos ejercicios de democracia no son tan comunes, por sus especiales características, como –por ejemplo– este más de un año completo de conversación ciudadana.
Queda la recta final, donde no cabe duda surgirán golpes bajos y autogoles, frases afortunadas y tonteras sin nombre, pero el largo camino se acerca a su fin. Al fin de una etapa, al menos, y al inicio del logro de construir una Constitución que lleve en su ADN lo que más nos importa a los chilenos. Porque artículos más, artículos menos –en materias de las que tantos somos legos–, es el ADN de la nueva Constitución que surgirá el que nos definirá como país por muchos años. Y en ese ADN, debemos elegir la impronta que cada uno quiere para Chile y su gente.
Para decirlo en otros términos, la Constitución es más que la suma de sus artículos, y desde ese cuerpo de muchos componentes debe surgir nuestra identidad común, con todas las individualidades distintas inherentes a las personas, grupos y sociedades. Y esa identidad común debe permitirnos –y ayudarnos, y guiarnos a– convivir armónicamente en las diferencias. Que los árboles no nos hagan perder de vista el bosque y pongamos una mirada más amplia, más desde arriba, más generosa para ver bien el gran dibujo de la Constitución que queremos.
En ese sentido, pienso en distintos segmentos demográficos para los cuales esta votación debiera ser especial –no estoy hablando en términos de campaña–. Claramente este es un momento de la verdad para los menores de 40. Después, la máquina inevitable del día a día los absorberá, como a tantos antes. Aún están a tiempo para impulsar su destino, tienen la oportunidad de pocas generaciones para establecer las bases del país que ellos quieren para ellos, sus hijos y sus familias. Ellos pueden lograr lo que sus padres no pudieron y que hoy dudan que sea posible. Es un salto generacional único.
Tenemos la responsabilidad sobre nuestros hombros, de todos y cada uno de nosotros. Pensemos, decidamos, votemos.