Habiendo sido autoridad gubernamental española, representante catalana y académica de las universidades más relevantes de Barcelona, la sociológa, gestora pública, filósofa y política, cuenta con una completa y reconocida trayectoria pública en que se han combinado diferentes temáticas. Sin embargo, dos de ellas destacan especialmente: mujeres y educación.
El nombre de Marina Subirats está estrechamente asociado al concepto de coeducación. Este término, que ha acompañado la discusión sobre la educación no sexista en los últimos cuarenta años, alude a la necesidad de visibilizar y sobre todo de enfrentar y resolver las diferencias estructurales e históricas entre hombres y mujeres en el ámbito educativo, favoreciendo de esta manera la igualdad y la no discriminación.
Conversamos con la profesora Subirats sobre este tema, poniendo especial énfasis en el rol de las políticas educativas.
-Quisiera preguntarle por su visión sobre las reformas educativas en educación, en particular respecto de la forma de promover una educación no sexista y enfrentar el sexismo en educación. ¿Podríamos repasar cómo ha sido la experiencia de España?
-Desde mi punto de vista los temas de igualdad hombre-mujer no han sido prioritarios para las reformas educativas. Durante mucho tiempo se pensó que lo fundamental para la igualdad educativa de niños y niñas era que estuviera a la escuela mixta. Es decir, que niños y niñas se educaran en los mismos centros y con el mismo currículum. Esta había sido la primera manera de entender la coeducación en la mayoría de los países en los años 90 y también en España, en la que la escuela mixta ya era un hecho.
Por lo tanto, se consideraba que la igualdad educativa ya existía. Además, a partir del momento en que se inicia la escuela mixta, las niñas tienen unos resultados educativos superiores a los niños, con lo cual, aparentemente, no hay ninguna forma de discriminación.
Se desarrollaron importantes reformas educativas en los años 90, pero luego, a partir de un cierto momento, este impulso de renovación pedagógica y de reforma en España se extingue. Eso fue cuando en España entramos en un gobierno conservador, que abandonó este tipo de temas. Hay otro elemento a tener en cuenta, que es la influencia de la Iglesia, que estuvo en contra de todo lo que era el cambio educativo en este sentido. Es lo que viví en la Conferencia de Beijing en el 95, la Conferencia de Naciones Unidas para la Igualdad. Y fue una auténtica batalla, pues el Islam y la Iglesia católica se unieron para parar totalmente el avance de las mujeres, en todos los ámbitos y también, por lo tanto, en educación.
Evidentemente, en estos gobiernos conservadores las reformas educativas fueron más bien de ir hacia atrás, no solo en el tema de hombres y mujeres y de igualdad, sino también en muchos otros temas. En el período previo se había intentado introducir la igualdad a través de una materia que se llamaba educación para la ciudadanía. Dentro de ella había muchos temas, era también educación para la democracia o educación para la igualdad entre hombres y mujeres. Sin embargo, lo que estaba metido en esta asignatura era un retroceso respecto a lo que había planteado la Ley Orgánica de Ordenación General del Sistema Educativo de España (LOGSE), que no llegó a desarrollarlo. En ella se había planteado esta temática como una transversal, es decir, no como una materia, sino que tenía que ser contemplada en las diferentes materias educativas, para que no sea una cuestión estrictamente de aprenderse en un libro o la importancia de la igualdad, sino para que estuviera realmente inserta en el conjunto de la práctica educativa.
En la actualidad el gobierno español ha aprobado una nueva ley (Ley Celaá), pero que todavía no se ha implementado totalmente, porque ahora estamos en el proceso en que las autonomías tienen que adaptarla a sus necesidades y a su forma de actuar. Aquí se abre de nuevo el tema de educación para la igualdad. Por ejemplo, tiene en cuenta la revisión de los libros de texto, para que sean más equilibrados respecto a la presencia de hombres y mujeres y también sobre cosas que hemos ido detectando como características de un sistema androcéntrico. Rasgos y prácticas que no son visibles ni explícitas, porque parecen lo normal, pero que están discriminando a las niñas, no en el sentido de impedirles el acceso a la universidad, pero sí en el sentido de demostrarles que las mujeres somos el segundo sexo, es decir, que no tenemos protagonismo, que no somos importantes, que no hemos escrito la historia, que no hemos escrito la ciencia, etcétera.
-Considerando estos ciclos de avance y retroceso que me acaba de relatar, ¿cuáles son los elementos que son más difíciles de instalar en el ámbito de la educación no sexista?
-Para que las cosas puedan avanzar, se tiene que dar que la instancia que tenga poder sobre la educación sea progresista, pero que además plantee lo que quiere hacer y que no solo lo deje como una ley. Debe existir una voluntad política real de cambio. Al mismo tiempo, esto debe coincidir con un movimiento en el profesorado que también quiera el cambio. Cuando tenemos esto, tenemos las dos patas para caminar y entonces esos son los periodos en los que realmente se avanza. Ahora, cuando solo tenemos uno, o si no tenemos ninguno, pues nada que hacer, por supuesto.
Habrá siempre algunas personas que van a luchar por unos cambios, pero qué ocurre, que no tienen la fuerza necesaria como para lograrlo. Y esto lo hemos visto bastante, personas que a veces se empeñan –sobre todo profesoras– en realizar estos cambios, quienes pueden acabar incluso “quemándose”, sintiéndose marginadas y que sus compañeros y compañeras no entiendan lo que proponen.
Por lo tanto, cuando no tenemos realmente una política decidida por arriba y un movimiento fuerte por abajo, es muy difícil avanzar. Cuando tenemos las dos cosas es cuando avanzamos bien; cuando solo tenemos una, tampoco avanzamos mucho.
Una ley educativa para un país tiene que abarcar situaciones sociales muy diversas, desde las escuelas en el campo hasta las escuelas de élite, en las ciudades o donde sea, entonces, una ley tiene que tener la flexibilidad como para que vayamos en una dirección u otra, o podamos ir más lento o más rápido. Además hay que considerar que generalmente los políticos están un tiempo relativamente corto en el cargo. En cuatro años es imposible cambiar la escuela, incluso en ocho.
-¿Qué se requiere dentro de una institución educativa para que se implemente de forma esperada la coeducación de sentido actual?
-Básicamente lo que se requiere es que el equipo de profesorado y la dirección de la escuela tengan una voluntad de hacerlo. Que haya unanimidad es siempre algo muy difícil de alcanzar, pero sí, por lo menos, una mayoría del profesorado que considere que este tema es importante, que esté dispuesto a dedicarle tiempo y esfuerzo. Una vez más, es mucho más fácil si esto está apoyado desde los gobiernos.
En España hubo un momento en que en Andalucía la consejera de educación era una mujer feminista y realmente organizó muy bien toda la formación del profesorado. Y puso toda una serie de alicientes, por ejemplo, en cada escuela tiene que haber una persona referente de coeducación. Esta persona tenía que fijar unos objetivos coeducativos en el proyecto anual de la escuela, tenía que ver qué aspectos de la educación se iban a tratar y se iban a implementar. Luego, debía hacer un informe sobre lo que se había hecho, qué había pasado, qué se había aceptado, qué había cambiado y qué no. Esto entró en la máquina burocrática de la educación por un periodo de unos años en Andalucía, que fue el lugar quizá donde más intensamente se practicó. Y qué pasó, que luego, cuando esta profesora ya dejó el cargo, pues las cosas volvieron atrás.
-Profesora, dentro de todo este camino que usted me ha hablado, de idas y vueltas, igual se puede vislumbrar un avance en un proceso. Si se observan sus trabajos respecto de lo que ocurría en los años 70, a lo que ocurre en la segunda década del 2000, se ve un avance en el camino hacia la igualdad de género. A su juicio, para seguir avanzando en esta materia, ¿se requieren transformaciones drásticas o debiera utilizarse una visión incrementalista?
-La escuela no es una isla dentro de la sociedad, entonces evidentemente no se puede plantear un gran cambio en la educación si el resto de la sociedad no está también evolucionando. Piense, por ejemplo, en una cosa que nos ha sucedido en muchas escuelas donde yo he trabajado, donde estábamos desarrollando un método para la coeducación y que empezaban por lo tanto a cambiar, ¿qué es lo que sucedía? Que en algunos casos las familias no lo aceptaban, porque era un concepto que chocaba con la visión que tenían las familias de lo que debe ser un niño, lo que debe ser una niña, lo que deben ser los libros de texto, etcétera. Por lo tanto, claro, no se puede lanzar al profesorado a una lucha frontal en relación con las familias desde el alumnado porque se desgasta mucho a la gente y muchas veces no se consigue lo que se pretendía, sino todo lo contrario, por ejemplo, reforzar las posiciones más conservadoras. Entonces, y yo creo que hay que ser gradualista, porque no toda la sociedad evoluciona a la misma velocidad.
En este momento estamos viendo que el feminismo en términos globales ha dado un salto enorme en el mundo desde hace algunos años, pero que al mismo tiempo se están generando resistencias mucho más duras de las que existían antes. Bueno, pues al nivel de las escuelas puede suceder lo mismo. Mi tesis es cada vez más que los géneros que hoy son dominantes, son obsoletos respecto de las necesidades de la sociedad y, por lo tanto, necesitamos cambiar por el bien de las personas, hombres y mujeres e incluso más por los hombres que han cambiado menos. Naturalmente puedo decir esto después de cuarenta años de darle vueltas al tema, pero hay muchas familias que no lo ven así y, por lo tanto, no se pueden forzar tanto las cosas.
Y, por otra parte, en España hay un movimiento de retroceso en muchos aspectos, por ejemplo, con la posición de un partido como Vox, que está negando la violencia de género, que está negando toda una serie de cosas. Entonces, mi opinión es que hay que ir avanzando poco a poco, pero sin pausa, porque, claro, una cosa es avanzar poco a poco y la otra es no hacer nada, entonces nada va a cambiar tampoco.
-Usted me ha hablado de que se necesitan dos “patas”, sin embargo, hay una tercera, que son los feminismos, movimiento que trasciende al sistema educativo y que ha ganado un gran impulso en diferentes países. Dentro de los feminismos, hay algunos que son más proclives a una mirada más incrementalista y otros a una posición más radical. ¿Cómo se insertan estas diferencias al interior de los feminismos en la actualidad, respecto de las transformaciones que hay que generar? ¿En qué forma benefician o dificultan las transformaciones en la sociedad en este sentido?
-Yo creo que, en este momento, más bien lo dificultan. En España y en los últimos tres o cuatro años, se han ido incorporando nuevas temáticas como prioritarias y, en cierto modo, han desviado la atención respecto de la coeducación. En cierto modo ha dividido a las personas que están trabajando en coeducación, ha hecho que se pasara de los temas que eran más clásicos o que más se habían tratado, a otros temas que no centran la atención en las niñas. Entonces, esto, en cierta manera, lo que hace es dividir las fuerzas, llevar a enfrentamientos internos y, por lo tanto, facilitar que las visiones conservadoras se implanten o se consoliden. Por lo tanto, estamos en un momento un poco extraño porque, digamos, por una parte el feminismo tiene más fuerza que nunca o más amplitud, pero los feminismos en cierto modo tienden a crear enfrentamientos internos y entonces se hace más difícil.