Publicidad
Triunfo de la reforma, derrota de la refundación Opinión

Triunfo de la reforma, derrota de la refundación

Publicidad
Ignacio Walker
Por : Ignacio Walker Abogado, expresidente PDC, exsenador, exministro de Relaciones Exteriores.
Ver Más

Hay muchos factores que serán esgrimidos por los expertos, sobre una base empírica, para explicar el triunfo del Rechazo. Solo quiero mencionar uno de ellos: la constitución de la Centroizquierda por el Rechazo, que terminó por inclinar la balanza en favor de este último. Si el 45% del voto de derecha y centroderecha en favor de José Antonio Kast era muy probable que se inclinara por la opción del Rechazo, no era para nada evidente que un porcentaje de la centroizquierda terminara haciendo lo mismo. La idea de aparecer votando junto con la derecha aparecía como un disuasivo difícil de resistir, un obstáculo imposible de sortear. Las fuerzas de la izquierda radical y la campaña del Apruebo se encargaron de hacerlo presente una y otra vez durante la campaña. No es fácil para nadie desmarcarse del llamado de la tribu, de lo políticamente correcto, o de las simples inercias, bajo la amenaza de la funa, la descalificación o el insulto (de todo eso hubo).


El resultado del plebiscito de ayer refrenda una máxima que ha sido confirmada una y otra vez a través de la historia: el método de la democracia es la reforma y no la refundación (la tesis la desarrollamos con Ernesto Ottone en Cambio sin ruptura: una conversación sobre el reformismo, Ediciones Universitarias de Valparaíso, 2021). El método de la democracia no es la revolución ni la refundación, es la reforma.

La historia constitucional de Chile se ha caracterizado por el método de la “reforma gradualista” (Juan Luis Ossa, Chile Constitucional, FCE/CEP, 2020, p. 12). Más allá de que una fue elaborada en dictadura y otra en democracia, el proyecto constitucional de 2022 adoleció de la misma falla de la Constitución de 1980: comprometerse en una lógica refundacional que se coloca de espaldas a la historia constitucional de Chile.

El triunfo del Rechazo y la derrota del Apruebo marcan un punto de inflexión en la política chilena: es el primer revés del proyecto hegemónico del PC y el Frente Amplio ejercido desde el Gobierno y la Convención Constitucional. La inédita conformación de un Gobierno sobre la base de dos coaliciones políticas, pierde el apoyo mayoritario de la ciudadanía antes de cumplir seis meses en el poder. Si esa conformación bicéfala ha sido en sí misma una anomalía, la consecuencia política de la derrota del Gobierno, que jugó todas sus cartas a la opción del Apruebo, es aún más importante: se pone fin a la fantasía de pretender gobernar en modo reformista y aprobar una nueva Constitución en modo refundacional. La coalición hegemónica en el poder (PC/FA) debe entender que hay un solo camino en democracia: el método de la reforma.

El triunfo del Rechazo y la derrota de la refundación son el presagio de un lento pero sostenido proceso de reconstitución de la centroizquierda. La migración del socialismo democrático desde la centroizquierda a la izquierda parecía crear la impresión de que la centroizquierda se transformaba en un casillero vacío, mientras que el centro ha estado huérfano de representación política. Esa percepción debiera empezar a cambiar.

Hay muchos factores que serán esgrimidos por los expertos, sobre una base empírica, para explicar el triunfo del Rechazo. Solo quiero mencionar uno de ellos: la constitución de la Centroizquierda por el Rechazo, que terminó por inclinar la balanza en favor de este último. Si el 45% del voto de derecha y centroderecha en favor de José Antonio Kast era muy probable que se inclinara por la opción del Rechazo, no era para nada evidente que un porcentaje de la centroizquierda terminara haciendo lo mismo. La idea de aparecer votando junto con la derecha aparecía como un disuasivo difícil de resistir, un obstáculo imposible de sortear. Las fuerzas de la izquierda radical y la campaña del Apruebo se encargaron de hacerlo presente una y otra vez durante la campaña. No es fácil para nadie desmarcarse del llamado de la tribu, de lo políticamente correcto, o de las simples inercias, bajo la amenaza de la funa, la descalificación o el insulto (de todo eso hubo).

Varios hitos confluyeron hacia la constitución de la Centroizquierda por el Rechazo (los mencionaré en orden cronológico): la Constitución de “Amarillos por Chile” en el mes de febrero, una iniciativa ciudadana surgida desde la sociedad civil bajo el liderazgo de Cristián Warnken; el liderazgo de los senadores Ximena Rincón y Matías Walker, y de los diputados Eric Aedo y Joanna Pérez entre los parlamentarios DC; la declaración de varios dirigentes históricos del viejo tronco falangista y especialmente de Belisario Velasco, Jorge Donoso y Baldemar Carrasco, pertenecientes al mítico “Grupo de los 13”; el surgimiento del movimiento “Una que nos una” compuesto, entre otros, por Javiera Parada, Felipe Harboe, Andrés Velasco, Óscar Landerretche y Manuel Marfán (ambos economistas socialistas); la declaración de ocho exdiputados del PPD y diez altos dirigentes del PRSD, entre tantas otras iniciativas, movimientos y liderazgos surgidos desde el mundo de la política o de los movimientos sociales fueron haciendo ver que el aprobar o rechazar no era una cuestión de derechas o izquierdas.

Todo aquello quedó plasmado en la fría mañana del sábado 30 de julio, en que nos reunimos en las escalinatas del ex Congreso Nacional –como para simbolizar 200 años de tradición democrática y republicana– para anunciar la conformación de la Centroizquierda por el Rechazo, con gran cobertura mediática. Las emotivas palabras de Ximena Rincón, Cristián Warnken y Javiera Parada supieron colocarle el tono, la letra y la música adecuados a este incipiente proceso de reconstitución de la centroizquierda.

Ahora, y de aquí en adelante, todo eso es historia. El punto es cómo recomponemos no solo la centroizquierda sino también la unidad de Chile, seriamente averiada en la lógica confrontacional y refundacional por la que nos condujo la Convención.

Lo primero es la actitud magnánima de las fuerzas del Rechazo en la hora del triunfo. Ya se ha dicho, y hay que repetirlo, aquí no hay ni puede haber vencedores ni vencidos. Es demasiado lo que hay en juego, y está aún frágil la estantería. Nadie sobra en Chile. El gran error de la Convención es haber pretendido escribir una Constitución de un sector de la población en contra de otro sector. En vez de haber diseñado un traje a medida de la nación chilena, los colectivos de izquierda optaron por un traje a la medida de una parte de la nación. Esa fue, a fin de cuentas, la principal causa de la derrota del oficialismo.

Lo segundo es un corolario de lo anterior. Es cierto que el Gobierno empeñó todas sus fuerzas y puso todas sus fichas en la opción del Apruebo, comprometiendo su propia imparcialidad y prescindencia electoral, desafiando la legalidad vigente y nuestra tradición republicana. Pero eso es pasado. Si el primer proyecto de Rincón-Walker-Flores (con Pedro Araya) viabilizó la opción del Rechazo a través del mecanismo de los 4/7, el segundo proyecto de los mismos actores (ahora con Fidel Espinoza) coloca la iniciativa y la carga de la prueba en el Presidente de la República. Este debe actuar no como líder de una coalición o jefe de Gobierno sino en su calidad de jefe de Estado y símbolo de la unidad de la Nación. En momentos igualmente críticos, el pPesidente Boric ha mostrado su enorme talento y liderazgo político, no tendría por qué ser esta la excepción.

Lo tercero es viabilizar política y jurídicamente un escenario que permita concluir el actual proceso constituyente –ya excesivamente largo– hasta alcanzar un “amplio acuerdo” –como lo ha pedido una y otra vez el ex Presidente Lagos– en torno a una Nueva y Buena Constitución. El Gobierno tiene que dedicarse a gobernar, con énfasis en la seguridad y la reforma tributaria, previsional y de salud, cada una de ellas de una enorme complejidad; el Parlamento tiene que avanzar en esos temas y aprobar en las próximas semanas el mecanismo para avanzar tras el objetivo señalado.

Me he manifestado en estas mismas páginas en favor de una nueva Convención, con reglas distintas de la anterior (por la sencilla razón de que aquella fracasó en su cometido): 6 meses (ni un día más), con 70 miembros (como la Asamblea Constituyente de Colombia en 1991), con una sola circunscripción a nivel nacional sobre la base de listas cerradas (sería la oportunidad para que los partidos encabecen esas listas con sus mejores constitucionalistas, incorporando el saber experto), sin listas de independientes (los independientes podrían postular individualmente o en las listas de los partidos), con escaños reservados en proporción a la participación electoral de los pueblos indígenas.

Finalmente –y no por ello menos importante–, surge la necesidad imperiosa de disponer los espíritus en una dirección de encuentro y reencuentro, con verdadero espíritu cívico, sobre la base del respeto mutuo y la tolerancia activa, evitando la descalificación, la agresividad, la funa y la cancelación cultural. Si los requisitos señalados en los puntos anteriores pueden referirse principalmente a las instituciones, partidos, Parlamento, Gobierno y oposición, este último se refiere a la ciudadanía, la sociedad civil, las comunidades, o como quiera llamárseles. Chile no aguanta un capítulo más de guerra larvada entre sectores que no se toleran, que ven enemigos allí donde hay ocasionales adversarios.

Saquemos fuerzas de lo mejor de nuestra historia republicana, recordando, con Maurizio Viroli, que la República es tres cosas: la libertad, la ley y la Patria.

Articular esa trilogía es el desafío de las y los demócratas.

  

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias