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Lecciones de un rechazo Opinión

Lecciones de un rechazo

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Pablo Paniagua Prieto
Por : Pablo Paniagua Prieto Economista. MSc. en Economía y Finanzas de la Universidad Politécnica de Milán y PhD. en Economía Política (U. de Londres: King’s College). Profesor investigador Faro UDD, director del magíster en Economía, Política y Filosofía (Universidad del Desarrollo).
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Relacionado con este rechazo a las nuevas utopías, una de las grandes ganadoras del domingo fue nuestra hoy debilitada democracia. Recordemos que ya desde la última década que Chile viene pasando por un problema difícil de representatividad y de participación política, en donde las personas se han sentido cada vez más insatisfechas con los partidos políticos y con la democracia. El proceso de desafección política ya tiene al menos 15 años arraigado en nuestro país y dicho proceso de descomposición alcanzó sus niveles más riesgosos en octubre del 2019. A pesar de todo esto, y de nuestros serios problemas de convivencia política y polarización, nuestra democracia supo salir adelante; y los votantes, en su amplia mayoría, mostraron madurez cívica y política al no aceptar cualquier utopía, ni cualquier proyecto de Constitución que se les ponga por delante.


Acaba de concluir uno de los procesos electorales más emblemáticos desde el retorno de la democracia. Si bien la discusión constitucional no queda para nada saldada y cerrada con los resultados del domingo, lo que acaba de ocurrir no deja de ser un resultado importante que nos deja varias reflexiones. Veamos los hechos: primero, la opción Rechazo se impuso en todas las regiones del país; segundo, que la opción vencedora obtuvo 7 millones 881 mil votos, que es incluso superior tanto al total de personas que sufragaron en el plebiscito constitucional de entrada como al respaldo ciudadano que obtuvo el Presidente Gabriel Boric en la última elección; tercero, estos resultados marcan la mayor participación de la historia de nuestra democracia, al haber involucrado la participación de más de 13 millones de electores. Sobre la base de dichos resultados, podemos desprender cuatro lecciones clave para el futuro de nuestro país.

Primero, esta es sin duda la mayor derrota política de la izquierda desde el retorno a la democracia y es un duro golpe al Gobierno de Boric. No obstante, cuando analizamos con más frialdad lo ocurrido, y el auge y caída de la Convención, podemos atestiguar que aquellos que realmente perdieron el domingo pasado no fueron las fuerzas socialdemócratas, ni aquellas fuerzas de izquierda progresista comprometidas con la democracia y con el proceso de modernización del país, sino que más bien los derrotados fueron todas aquellas fuerzas extremas de la izquierda pasada de revoluciones y aquel veneno que encarna el octubrismo y que infectó a una gran parte de la élite chilena.

La gran derrotada no fue la socialdemocracia sino que la extrema izquierda antidemocrática y antimodernidad: aquella que jugueteaba y justificaba la violencia y aquella obnubilada por el maridaje de «woke» y octubrismo que engendró una pasión refundacional y violenta que se apoderó de una larga franja de la izquierda. En síntesis, el gran derrotado no fue el proceso modernizador de Chile, ni tampoco aquel espíritu pragmático que encarnaba la Concertación –si bien ambos todavía siguen en estado de coma–, sino que fue la nueva generación pasada de revoluciones de las movilizaciones estudiantiles. El cambio de gabinete deja en evidencia este auge y caída de la supuesta «generación dorada» de la izquierda chilena. La soberbia y los extremismos no son rentables bajo la política democrática.

Segundo, una de las grandes lecciones del domingo pasado es que la ciudadanía en Chile ya no está para “grandes experimentos” ideológicos, sean del color que estos sean. Es interesante recordar que durante los años 80, el historiador conservador Mario Góngora, en su Ensayo histórico sobre la noción del Estado en Chile, señalaba que, en Chile, desde 1964 hasta la fecha, el país había sido el centro de la “planificación global”. Es decir, el país había sido el epicentro ideológico de las grandes utopías y de las grandes marejadas intelectuales por tratar de planificar el progreso. Primero, durante el período 1964-1970 tuvimos la “planificación” desarrollista cepaliana, posteriormente durante 1970-1973 nos encandiló la utopía del socialismo con “sabor a empanada y vino tinto” y, finalmente, teníamos la “planificación neoliberal” de finales de los 80. Pues bien, el proyecto de Nueva Constitución con todos sus defectos, buenismos y sus pasadas de revoluciones se enmarcaba claramente dentro de dichas olas de “planificación global”, la cual tenía claramente un tufillo no solo refundacional sino también bastante utópico. No obstante esto, y nuestra seguidilla histórica de palos ciegos con las “planificaciones globales”, los votantes fueron bastante pragmáticos al decirle finalmente que no a una nueva opción utópica que nos podría haber llevado al despeñadero. Otro de los grandes derrotados, entonces, fueron las grandes utopías y las ideologías envueltas de buenismo.

Tercero, y relacionado con este rechazo a las nuevas utopías, una de las grandes ganadoras del domingo fue nuestra hoy debilitada democracia. Recordemos que ya desde la última década que Chile viene pasando por un problema difícil de representatividad y de participación política, en donde las personas se han sentido cada vez más insatisfechas con los partidos políticos y con la democracia. El proceso de desafección política ya tiene al menos 15 años arraigado en nuestro país y dicho proceso de descomposición alcanzó sus niveles más riesgosos en octubre del 2019. A pesar de todo esto, y de nuestros serios problemas de convivencia política y polarización, nuestra democracia supo salir adelante; y los votantes, en su amplia mayoría, mostraron madurez cívica y política al no aceptar cualquier utopía, ni cualquier proyecto de Constitución que se les ponga por delante.

A pesar de todos los bonos, intervenciones, “dulces” de derechos sociales y otros elementos demagógicos, el país mostró una gran altura de miras y una gran madurez política para rechazar un proyecto Constitucional claramente defectuoso. En simple, Chile no hizo el ridículo y supo mostrar una enorme madurez cívica al rechazar una nueva Constitución que parecía atentar contra nuestra convivencia pacífica, el orden nacional-político y contra todo el aparataje de la democracia liberal que nos ha costado tanto restablecer. Chile quiere una nueva Constitución, sin duda, pero quiere una que esté bien hecha y que mejore y enmiende aquellos puntos ciegos que tiene la vigente. Pero los votantes han sido claros y hecho notar que dicho proceso de cambio constitucional no debe ser a expensas ni de nuestra paz social, ni nuestra convivencia como nación, ni tampoco a expensas de nuestro proceso de modernización. Todo esto es ya un gran triunfo para el sentido común y para nuestra madurez como democracia.

Cuarto, el triunfo del Rechazo es una invitación a poner paños fríos, y para finalmente poder aislar a todos aquellos sectores extremistas (de izquierda y de derecha) y todos aquellos utópicos pasados de revoluciones que atentan contra la democracia y justifican la violencia, para así poder sentarnos a dialogar y, guiados con el sentido común que brilló el pasado domingo, comenzar a encontrar un camino constitucional ordenado en donde podamos vivir juntos. Lo anterior implica desmarcarse políticamente y alejar a la discusión constitucional de figuras extremistas y soberbias que tienen profundas responsabilidades intelectuales de la debacle ocurrida, como los Barraza, los Stingo, los Bassa, los Atria, y los De la Carrera del lado de la derecha conservadora petrificada, entre muchos otros más.

Debemos recordar que este fallido proceso lo hundieron no solo ciertas figuras intelectuales soberbias, como las ya mencionadas, sino que también todo un elenco de temáticas radicales y de posiciones extremistas que no conversan con la realidad de las personas de nuestra nación. Porque si el eje intelectual y el hilo conductor del proyecto hubiesen sido temáticas como los derechos sociales sustentables fiscalmente, reformas sustantivas en los códigos de agua y una mejora de nuestra institucionalidad ambiental y la igualdad de trato y las igualdades sustantivas en materias de condición política y económica, etc., entonces el triunfo de dicho proceso hubiese sido rotundo. En contraste, las temáticas que conformaron el hilo conductor del proceso fueron aquellas que no tenían ningún sustento técnico y que solo respondían a quimeras ideológicas de sectores radicales de nicho: la eliminación del Senado, la creación de sistemas paralelos de justicia, trato desigual entre indígenas y chilenos, plurinacionalidad, y un largo etcétera.

En conclusión, el triunfo del Rechazo fue finalmente una negación a que dichas temáticas ideológicas y excluyentes fueran el hilo conductor de nuestro futuro como país. ¡Enhorabuena! Si queremos que el próximo proceso constitucional tenga éxito y podamos finalmente cambiar, para mejor, nuestra actual Constitución, todas dichas temáticas destempladas deben desaparecer de la futura propuesta de Carta Fundamental. Las constituciones no deben ser para darse gustitos ideológicos de dicha índole. Solo así el país podrá acabar redactando una nueva Constitución que una mayoría amplia pueda aprobar y bajo la cual podamos vivir pacíficamente y creando progreso en conjunto. Aprendamos juntos del Rechazo y pongamos manos a la obra.        

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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