Es preocupante la falta de prioridad y comprensión del Gobierno sobre el problema de seguridad nacional y de lo delicada y relevante que esta materia es para el país. La seguridad nacional es un bien público habilitante, pues sin ella no es posible desarrollar ninguna actividad que propenda al bienestar y desarrollo de las personas. La seguridad del país tiene que ser vista como un desafío integrador, de Estado, permanente y relevante. Necesitamos con urgencia sentarnos a diseñar una arquitectura de seguridad nacional supraministerial y multiagencial.
El domingo 4 de septiembre de 2022 marca un hito en la historia de la democracia chilena. Más de 12 millones y medio de chilenos concurrieron a las urnas y dieron un veredicto impresionante y sorpresivo. Más de 7 millones 800 mil chilenos dieron el mayor respaldo y legitimidad política, democrática y moral a ninguna opción, partido o persona que haya sido sometido a consulta popular en la historia de Chile. Mucho más allá del 61,86% que obtuvo la opción Rechazo, la verdadera lección aprendida es que no hay nada que cuente con mayor legitimidad que la votación del Rechazo a la propuesta de Constitución de la Convención, la que contaba con el fuerte y claro apoyo del Ejecutivo y del oficialismo. El Presidente Boric fue electo en segunda vuelta con 4.620.890 votos, los que palidecen ante la votación obtenida por el Rechazo. Primera lección aprendida: el Gobierno ante semejante derrota quedó en un período de fragilidad y debilidad política.
Vamos a la segunda lección. No es viable la opción de no hacer nada ante una situación de debilidad política, ya que nuestro sistema presidencial, a diferencia de los regímenes parlamentarios, no tiene buenos mecanismos para manejar situaciones como estas. La tremenda derrota obliga a un repliegue estratégico y a hacer cambios estratégicos y tácticos relevantes. No se puede pretender seguir haciendo lo mismo, tampoco con las mismas personas y esperar resultados diferentes de la derrota obtenida. La segunda lección, entonces, dice relación con la oportunidad y profundidad de los cambios; por dolorosos que puedan ser, el Presidente tiene que velar por el bien del país, por su funcionamiento y seguridad.
La tercera lección es tal vez la más importante. Dice relación con la calidad y orientación de los cambios. Se presentan dos opciones. La primera es elegir a los mejores jugadores estrella, que conocen y dominan su oficio, y que donde los pongan van a mejorar el resultado o, bien, buscar gente con mucho espíritu, capacidad y entusiasmo que sea capaz de liderar un cambio de rumbo, una nueva forma de hacer las cosas y nuevas metas. Y aquí tuvimos un bochornoso desastre. La oportunidad de los cambios estuvo bien. Dio cuenta del profundo golpe asestado al Presidente, al Gobierno y al programa de gobierno, por ser respectivamente jefe de la campaña, actores desplegados de la campaña y un programa cuya ejecución quedó vinculada a la opción Apruebo por el mismo Gobierno. La profundidad del cambio fue menos de lo esperado, pero hay que dejar espacio y tiempo para evaluar a los nuevos actores. El desastre quedó en la calidad y la orientación del cambio. En efecto, la larga y bochornosa espera para materializar el cambio de gabinete se debió a un error de sentido común y una pésima apreciación de la situación en que se encontraba el Ejecutivo.
Por lejos la principal preocupación de la sociedad chilena es la seguridad y varias de las prioridades que siguen también se vinculan con el bien público seguridad. Estamos hablando de seguridad con mayúscula, seguridad de las personas, de la propiedad, de las instituciones, ausencia de Estado de derecho, y del ejercicio y vigencia de la soberanía del Estado en algunas partes del territorio nacional. Delincuencia, narcotráfico, terrorismo, insurgencia, inmigración ilegal, atentados, amenazas a policías y Poder Judicial, y un muy largo etcétera.
Días antes del plebiscito, el presidente del Partido Comunista, Guillermo Teillier, llamó a “defender el Apruebo” en las calles. Dos días después de la derrota electoral, se pretendió nombrar subsecretario del Interior, a cargo de las policías y de la inteligencia nacional, a un militante comunista, Nicolás Cataldo, quien además tiene un triste récord de injurias e insultos a Carabineros de Chile. Por supuesto que falló el sentido común. Después de llamar a la defensa de una opción plebiscitada “en las calles” en vez de aceptar el veredicto de la democracia, no es posible poner a cargo de la seguridad del país a un militante comunista y mucho menos a uno que tiene un prontuario de ataques a las instituciones que tiene que liderar.
Pero la lección se aprendió con el desprolijo cambio de gabinete y vemos con alivio que en los cambios de subsecretarías aparecen algunos destellos de sentido común al designar, por ejemplo, a Gabriel Gaspar en el puesto clave de subsecretario de Defensa, el político de izquierda que más sabe en materias de defensa y seguridad nacional. Todavía quedan algunos desafíos al sentido común, como un subsecretario de Relaciones Económicas Internacionales que no cree en el comercio internacional libre y un subsecretario de las Fuerzas Armadas que lo único que ha hecho es llenar de asesores militantes de su partido a la repartición pública que dirige. Pero al parecer se ha ido aprendiendo de las lecciones que han dejado estos días y la cosa pinta para mejor.
Es preocupante la falta de prioridad y comprensión del Gobierno sobre el problema de seguridad nacional y de lo delicada y relevante que esta materia es para el país. La seguridad nacional es un bien público habilitante, pues sin ella no es posible desarrollar ninguna actividad que propenda al bienestar y desarrollo de las personas. La seguridad del país tiene que ser vista como un desafío integrador, de Estado, permanente y relevante. Necesitamos con urgencia sentarnos a diseñar una arquitectura de seguridad nacional supraministerial y multiagencial. Necesitamos hacer converger todas las capacidades del Estado y todos los instrumentos de poder nacional, articulados por el Poder Ejecutivo, para conseguir la seguridad integral de los chilenos y del Estado de Chile. Es una tarea pendiente, ardua y urgente, y que por día adquiere más importancia.
En una época de aprendizaje de lecciones duras, pero también de oportunidades, es el momento propicio para partir entendiendo que la seguridad nacional es muy relevante, es especializada, y conseguirla es una urgencia que debe estar al tope de las prioridades. La debilidad política del Gobierno después de la derrota electoral es percibida por grupos de interés que ya comenzaron a tantear el terreno a ver si hay espacio para “defender agendas en la calle”. Si no se entiende la oportunidad, profundidad y calidad del cambio que hay que hacer en el sistema de seguridad nacional, cambio que obviamente no pasa por los tatuajes, las caries, los pies planos o la estatura de nuestros carabineros, el Gobierno correrá serios riesgos de seguridad y la convivencia nacional se resentirá y crispará aún más.
Para ir terminando, la lección final: la política se debe a la seguridad nacional, ya que es un bien público que todos consumimos y que, ausente, afecta más fuertemente a los más desposeídos. No estamos recomendando que la seguridad nacional esté por sobre la política y los políticos; estamos indicando que la política y quienes la practican se deben a la seguridad nacional en la misma forma en que les preocupan otros importantes temas, como son la inflación, el empleo, el crecimiento económico y la defensa del interés nacional.