Profesores, estudiantes y egresados de la Universidad de Chicago suscribieron una carta apoyando la derrotada opción Apruebo pocos días antes del plebiscito, oportunidad en la que renegaron del “vergonzoso legado” en nuestro país que dejaron los Chicago Boys, aquellos estudiantes de la Universidad Católica que, luego de un intercambio con la casa de estudios estadounidense, fueron los promotores del experimento neoliberal en Chile, el que generó riqueza y profundizó la desigualdad social. La comunidad de hoy de la casa de estudios de Chicago, vista a sí misma como progresista, se muestra cansada del estigma neoliberal. Pero, nada más logró imponerse con contundencia el Rechazo en las urnas, un grupo de exalumnos chilenos de la controvertida Escuela de Economía retrucó con una misiva, ofreciendo su colaboración para construir un Chile próspero. Rolf Lüders, que junto con Cristián Larroulet forma parte de los más vehementes defensores del modelo, es de la idea de que en el nuevo proceso constituyente debe estar el legado de los Chicago Boys, a través de la defensa del Estado subsidiario.
En el lapso de apenas una semana, dos visiones económicas distintas y provenientes de una misma casa de estudios de prestigio global, así como de alto y largo impacto en Chile, chocaron de manera frontal. Para nadie en Chile es desconocida la Universidad de Chicago, por cuyas aulas pasaron estudiantes y profesores que llevaron a cabo en el país el famoso experimento neoliberal de los Chicago Boys, que produjo tanto riqueza como desigualdad económica y social. Entre agosto y septiembre, y con motivo del plebiscito que rechazó la propuesta de nueva Constitución, la comunidad de la Universidad de Chicago manifestó sentirse avergonzada del legado y del impacto que tuvo su Escuela de Economía en nuestro país. Un verdadero acto de contrición, según algunos, y que respaldaba la opción Apruebo. Vale decir, una versión progresista y contemporánea de los Chicago Boys.
Tras el categórico triunfo del Rechazo, los viejos egresados, los «Chicago Old Boys», entre los que se encuentra Cristián Larroulet, conocido como uno de los guardianes del modelo chileno, escribieron otra carta, en la que no solo respaldaban las tesis y todo lo obrado por su alma mater, sino que además se ponían al servicio de este segundo intento constituyente, para defender el cuestionado modelo económico que se nutrió como ningún otro de la Constitución del 80.
La misiva firmada por medio centenar de académicos de la Universidad de Chicago en apoyo a la derrotada opción Apruebo, revivió el vínculo que existe entre Chile y una casa de estudios cuyos saberes han forjado la historia nacional como no lo ha hecho ninguna otra universidad en el mundo, en especial su escuela económica y financiera, un verdadero santuario para personas que creen que las libertades se ejercitan mejor en un mercado que solo debe gobernarse a sí mismo, en lo posible sin intervención del Estado.
A menudo se le señala como la revolución más exitosa de todas las que se han intentado en Chile, acaso el experimento de ingeniería social más importante de todos, y ello en virtud del impacto que produjo en términos sociológicos al aplicar la lógica transaccional en las relaciones humanas, a través del llamado “homo economicus”.
Este impacto cultural es lo que más atormenta a todos esos académicos e investigadores de la Universidad de Chicago que se avergüenzan de los aportes realizados por su Escuela de Economía, que los ha vinculado con dictaduras a través de la promoción de ideas que disgregan el tejido social.
«Nosotros, los profesores y alumnos firmantes de la Universidad de Chicago, celebramos la nueva Constitución que reemplazaría la Constitución previa del dictador Augusto Pinochet y compense el vergonzoso legado de los Chicago Boys que participaron en su gobierno militar», rezaba un extracto de la carta, que abogaba por un nuevo pacto que contrastara «con el fundamentalismo del libre mercado de los Chicago Boys».
Amy Dru Stanley, académica del Departamento de Historia y Escuela de Leyes de la casa de estudios estadounidense, se apresura en aclarar que la Escuela de Economía de Chicago es un mundo aparte, desde siempre, y que “este departamento de ninguna manera representa la orientación ideológica de otros departamentos de la universidad. Muchos profesores de Historia, Antropología, Inglés, Ciencias Políticas, Sociología rechazan la doctrina de la Escuela de Chicago”, sostiene la académica, quien destaca cómo el conjunto de la casa de estudios debe cargar con el lastre que significa tanta publicidad neoliberal.
“Como historiadora, no puedo referirme a los preceptos dominantes del Departamento de Economía de la universidad. Pero tenga la seguridad de que la Escuela de Economía en ningún caso prevalece en esta universidad”, agrega, tajante, para aclarar que la U. de Chicago es más un centro de pensamiento progresista que conservador.
Los «Chicago Old Boys» se sienten vivos y vigentes después del 4 de septiembre. El triunfo del Rechazo en el plebiscito de salida animó sus espíritus al punto que, al día siguiente, un centenar firmó una carta de respuesta a aquella que fue suscrita por académicos y egresados estadounidenses en apoyo al Apruebo.
Rolf Lüders Schwarzenberg –académico, empresario y exministro de Hacienda y Economía en dictadura–, junto a Cristian Larroulet –cerebro de Libertad y Desarrollo, conocido como el guardián del modelo y uno de los más fieles colaboradores del ex Presidente Piñera, como jefe de asesores del Segundo Piso de La Moneda–, fueron parte de los Chicago Boys que suscribieron la carta en la que expresaban su disposición para “aportar en todo lo que esté a nuestro alcance en la construcción de un Chile unido que, respetando nuestro legado y nuestra historia, pueda proyectar un futuro de prosperidad”.
Pero lo cierto es que la Escuela no es el bastión por excelencia de un régimen de libertades económicas sin cortapisas y carente de regulaciones, en un ambiente donde algunos tienen más oportunidades de origen y privilegios, lo que ha redundado en una concentración económica que –según diversos teóricos y personalidades del mundo político y económico– amenaza la existencia misma de la democracia liberal occidental. En tal sentido, Luigi Zingales, hoy uno de sus principales académicos, es una de las voces que riñe con la idea de un Estado ausente. «Hay que pensar en cómo crear igualdad de oportunidades, porque competencia sin ningún tipo de punto de partida equitativo es perpetuar las diferencias», sostuvo en 2020 en una entrevista con CNN Chile, una frase que habría levantado polvareda en la Escuela de Chicago de los 70 y 80, incluso en los 90, cuando el capitalismo se alzaba victorioso frente a la economía planificada de los socialismos reales.
El exministro de Sebastián Piñera y exparlamentario, Jaime Bellolio (UDI), se ofrece a aclarar algunas confusiones referidas a la Escuela de Chicago, por cuyas aulas pasó entre 2008 y 2010, una época “marcada por la crisis subprime y la elección de (Barack) Obama», sostiene.
«No había nadie que no apoyara a Obama. La verdad es que la Escuela de Chicago desde siempre ha tenido diferencias dentro de los distintos economistas que existen en su claustro, no solo desde las distintas especialidades que tienen, sino de miradas distintas en cuanto a los fundamentos entre una y otra”, agrega en referencia a los numerosos «mitos» y «caricaturas» que –a su juicio– se han tejido en torno a ella.
“Y en las discusiones de administración y negocios había muchas explicaciones sobre las causas de la crisis subprime y sobre las soluciones. Había opiniones que se cruzaban. En el mismo día fui a una conferencia de Amartya Sen, autor de Rational fools, una crítica a la lógica del ‘homo economicus’ que se atribuye a Chicago, y luego una charla con Gary Becker, gran profesor de sociología y economía, padre de la ‘economía del comportamiento’ y de conceptos como el ‘capital humano’, quien discutía mucho la idea del ‘homo economicus’, y a él le pregunté qué le parecía la crítica de Sen y él me dijo que en varios puntos le encontraba la razón porque no es posible modelarlo todo”, agrega Bellolio, quien da cuenta así de la complejidad de la discusión que tiene lugar en la universidad situada en el estado de Illinois.
La influencia de la Guerra Fría es innegable, según muchos de quienes conocieron esta escuela por dentro, como el mismo Jaime Bellolio, y ello también incidió en Chile, toda vez que aquí se probaron las ideas que enarbolaron pensadores como Milton Friedman y Arnold Harberger, ya en alianza con otro maestro de la vieja Escuela Austriaca, Friedrich Hayek, partidario del patrón oro y la banca libre. “Había economistas famosos como (Friedrich) Hayek y (Milton) Friedman, y en ese contexto las discusiones eran más polarizadas porque el modelo alternativo (el socialista) era totalizante. Entonces, algunos de los discípulos que estudiaron con ellos pudieron ser más dogmáticos en sus formulaciones, dado el contexto que había”, indica.
Por cierto: otro egresado de sus aulas, Andrés Sanfuentes, recuerda el magnetismo que ejercía Friedman en la formación de sus jóvenes estudiantes, algo que bien pudo incidir en el entusiasmo con que muchos de ellos, nacidos y criados en el más remoto de los países sudamericanos, abrazaron una parte o la totalidad de sus ideas.
“Tuve el privilegio de asistir a un curso que impartía él y, aparte de ser brillante y preparado, tenía como profesor una virtud enorme: le gustaba el debate, el diálogo razonado, el hacer preguntas y que le hicieran preguntas. Tenía el gran mérito de hacer clases activas, y eso no es muy frecuente que digamos”. Otro tanto recuerda de Harberger, una figura clave para todos los estudiantes chilenos que acudían a Chicago. “Humanamente era un tipo fuera de serie. Es el más importante porque fue él quien atrajo y entusiasmaba a alumnos de la Universidad Católica para que fueran a hacer su posgrado allá”, agrega.
“La de la Escuela de Chicago es una doctrina que le da una importancia fundamental a las personas, a los individuos. Básicamente cree que las personas se guían por cuestiones egoístas y no cree en las acciones sociales ni en la existencia de beneficios en la acción social”. Y Sanfuentes agrega una frase clarificadora: “Como todo pensamiento teórico es bastante extremo”.
En su minuto ni los mismos Chicago Boys pensarían que el convenio firmado entre la Universidad de Chicago y la Universidad Católica, a mediados de la década del 50 del pasado siglo, llegaría a moldear a la sociedad chilena tal y como ocurrió. A más de 40 años de esta «revolución», ya hay elementos en la mesa para establecer cuál fue el verdadero aporte de la Escuela de Chicago al desarrollo del país.
Hay exestudiantes de la Escuela de Economía que se muestran más agradecidos con este “legado”. Y uno de ellos es Rolf Lüders, uno de los forjadores del orden neoliberal chileno junto con otros economistas, como Sergio de Castro, Pablo Baraona, Ernesto Fontaine, Álvaro Bardón, el mismo Larroulet, Ernesto Silva, Manuel Cruzat, Felipe Lamarca, Miguel Kast y Joaquín Lavín, sin mencionar a distintos economistas que realizaron sus estudios de posgrado en otras universidades norteamericanas, pero que comulgaban con sus mismos valores: Jorge Cauas, Hernán Büchi, José Piñera, etc.
“En Chile, a partir de 1973, se inició una revolución económica, en que a lo largo de un buen número de años se reemplazaron las malas políticas económicas y sociales existentes a comienzos de los años 70, por un conjunto de políticas que le permitieron al país alcanzar, tres o cuatro décadas después, un grado de desarrollo relativamente alto”, indica Lüders, quien dice guardar distancia, no obstante, con el concepto “el milagro chileno”, acuñado por el propio Milton Friedman.
Cuenta Lüders que “la Escuela de Economía de Chicago se asocia con una manera científica de hacer economía”, y que “el economista de Chicago suponía que los mercados libres funcionan mejor que cualquier otro mecanismo. Fue esta manera de hacer ciencia en economía que se trasmitió a Chile”. El economista reflexiona que una “buena política económica responde a las preferencias valóricas de la población, pero lo hace de la forma más eficiente posible, dada la escasez de recursos disponibles. En esta tarea a los economistas –en un rol técnico– les compete sugerir a los representantes políticos las medidas económico-sociales óptimas a adoptar”. Y puntualiza: “En ese contexto, los economistas chilenos que hicieron estudios de posgrado en el Departamento de Economía de la Universidad de Chicago a partir de 1956 y luego sirvieron a los gobiernos, cumplieron con ese rol”.
Pero hay quienes tienen una idea diametralmente distinta. Otro economista con pasado en la Escuela de Chicago y crítico entre los críticos de esta unidad académica, Ricardo Ffrench-Davis, cree que Chile más bien creció y se desarrolló a pesar de los conocimientos transmitidos por sus académicos y no precisamente gracias a ellos.
“Del 73 al 81 Chile tuvo un crecimiento promedio del 2,9%. En 1982 viene la crisis con una caída muy grande de la actividad y luego Chile experimenta una recuperación importante. Sumando y restando, Chile crece a una tasa similar entre 1981 y 1989. El problema es que los Chicago Boys solo se preocupan en destacar la recuperación, pero no hablan de la caída. Hay una cuestión de malabarismo con los números, y ese relato contó con el apoyo del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, Washington, el régimen y los medios de comunicación. El único ‘milagro económico’ se produce a comienzos de los 90, no así antes. Otro ejemplo: cuando Chile pasó de (Jorge) Alessandri a (Eduardo) Frei Montalva crecía entre un 4 y un 4,5%. Es decir, con fallas y altibajos, se crecía más antes. Así que yo creo que el famoso ‘milagro’ es una mezcla entre fake news y una estrategia de publicidad. ¡El salario mínimo en 1989 era inferior al del 1970 en términos reales!”, subraya el también académico.
“¿Cuándo comenzó a crecer Chile? En el inicio de los 90, cuando se hizo una reforma tributaria, cuando se empezaron a cobrar impuestos a las utilidades, esas que eliminó la dictadura; cuando implementamos una legislación laboral con una CUT legalizada y Manuel Bustos (expresidente de la multisindical) se sentaba a la mesa para conversar sobre los grandes mínimos… como debe ser en democracia”, añade.
Lüders, en cambio, cree que las políticas de Chicago sentaron las bases del desarrollo posterior. En consecuencia, afirma, “es un hecho que los descollantes resultados chilenos en términos de crecimiento económico, estabilidad de precios y avances sociales entre, digamos, 1990 y 2010, fueron el producto de varios factores. Destaco entre ellas principalmente las reformas económicas iniciadas en 1973, en lo que sí influyeron los egresados de la Universidad de Chicago, además de una transición política ejemplar que redujo las incertidumbres, lo que fue mérito de la Concertación; y algo de suerte, principalmente por la situación geopolítica externa”. Respecto de las cuestionamientos más severos al legado de los Chicago Boys, el exministro de Augusto Pinochet declara que “juicios absolutos rimbombantes no contribuyen al debate en torno a las causas y efectos de las políticas públicas en Chile”.
Andrés Sanfuentes, si bien es crítico respecto de varios aspectos, cree que efectivamente hubo algunos aportes. «Dio mucha importancia a lo que es el sector privado y eso fue decisivo en los comienzos de la dictadura, donde se producen una serie de acciones, como la apertura al comercio exterior, que fue muy beneficiosa para el desarrollo del país. Gracias a la Escuela de Chicago se consideró al empresario como un aporte significativo para el desarrollo económico, en una era en que había solo grandes empresas estatales, pues el Gobierno de (Salvador) Allende acaparó casi toda la producción», señala.
Pero Ffrench-Davis les pega con lo que más les duele a los cultores de la Escuela de Chicago: con números, acaso porque está consciente de esa pretensión de sus antiguos maestros por extraer la economía de las ciencias sociales y trasladarla al campo de las ciencias exactas, lo que dio pábulo a cierta tendencia a modelar econométricamente el comportamiento humano y pretender, incluso, adivinar el futuro, un aspecto que ha servido para desarrollar, por cierto, instrumentos financieros riesgosos como los derivados, esos mismos que provocaron el descalabro de la industria a fines de la primera década del siglo XXI.
“La primera encuesta Casen que hicimos en democracia nos arrojó que Chile tenía en 1990 un 45% de pobres. Y este cálculo surge con los mismos numeritos que ellos mismos entregaron. A mediados de los 70, los pobres estaban entre un 20 y un 25%. En la Escuela de Chicago no hay conflictos por la desigualdad, pues se plantea que lo importante es arrastrar hacia arriba aumentando los mínimos. Pero nada de eso ocurrió. Lo que sí tuvimos fue, por lo general, un crecimiento muy mediocre y desigual. Unos pocos se fueron para arriba y muchos se fueron para abajo, quitándoles el empleo y salarios”, agrega.
A la luz de los resultados, en atención a la concentración del ingreso y los efectos que ello genera en sociedades desiguales, los detractores de la Escuela de Chicago sostienen que este centro de estudios demostró no ser La Meca del pensamiento liberal en el sentido estricto de la palabra o, al menos, tal y como se le concibe en países con gran tradición capitalista, donde lo “liberal” es sinónimo de izquierda (por su alto enfoque igualitarista) y en que las personas conservadoras no temen calificarse como tales.
A juicio de Ffrench-Davis, el enfoque “liberal” de la escuela al menos es incompleto, “en el sentido de que liberan mercados pero sin importar si se convive con dictaduras. Algunos (de los Chicago Boys) dicen que no se dieron cuenta de lo que pasaba en Chile, que hacían su trabajo económico y eso. Cómo no recordar esa imagen donde se les ve muy orgullosos de lo que hicieron y diciendo ‘gracias, Pinochet… con Alessandri no lo hubiéramos podido hacer’”, indica.
Para Lüders, quienes dicen que la Escuela de Chicago ha promovido un orden conservador “están absolutamente errados”, toda vez que “la Escuela de Chicago no es una doctrina económica, sino una manera de hacer economía, que desde los años en que me tocó estudiar en Chicago ha tendido, con matices, a generalizarse universalmente (…). El Departamento de Economía de la Universidad de Chicago se destacaba por la forma científica de encarar los problemas económico-sociales, un método que luego se fue difundiendo a la mayoría de las escuelas de economía. Prueba de lo anterior son la gran cantidad de premios Nobel de entonces que recayeron en profesores de la Universidad de Chicago”, recalca.
“Hay quienes sostienen –qué horror– que la Universidad de Chicago habría, de alguna manera, incentivado el pronunciamiento militar para entonces poder usar a los chilenos como conejillo de Indias”, sostiene Lüders, quien agrega que “distinto es sostener que la dictadura, una vez instaurada por otros motivos, facilitó o hizo posible que se realizara en Chile la revolución de las instituciones (…), una liberalización de la profundidad de aquella probablemente solo se pudo realizar bajo un régimen autoritario”, reconoce el economista.
Mientras Ffrench-Davis reniega de las herramientas que proporciona la Escuela de Chicago, Lüders no esconde su entusiasmo por revitalizar parte del recetario que propició uno de los capítulos –a su juicio– más luminosos de la historia de Chile. En primer término, pide recordar que “la acción estatal no es gratis” y que siempre trae costos en términos de restricciones a las libertades individuales, al tiempo que “debemos volver, me parece, a valorar el aporte técnico en el diseño de las políticas públicas”, considerando las “restricciones a lo que se puede hacer en materia de gasto y en lo que se puede esperar de la operación de entes públicos”.
¿Están vigentes las ideas predominantes de la Escuela de Chicago? ¿Pueden aplicarse a un nuevo texto constitucional? ¿Hay espacio para defender el Estado subsidiario respecto del Estado Social? Lüders cree que sí.
“En lo que a política económica se refiere, soy partidario de un sistema de libre mercado y un rol subsidiario del Estado y no he cambiado de opinión al respecto. Debo aclarar que lo último no significa que el papel del Estado deba ser mínimo, sino que debe ser el necesario para maximizar el bienestar social”, señala.
El exministro Jaime Bellolio agrega lo que parece una declaración de principios, producto de una importante maduración obtenida con su rol como parlamentario y ministro posestallido social. “Jamás le he tenido esa aversión al Estado, y creo que tiene un rol muy importante que cumplir, por de pronto en la regulación del mercado. La competencia perfecta en el mundo real no existe porque el mundo real no es perfecto”, declara.
Otro tanto sostiene Andrés Sanfuentes, ya con la perspectiva de los años: “Los que estudiamos allá sostenemos con excesiva fe que el mercado funciona, y cuando no funciona adecuadamente debe venir la intervención estatal. La enseñanza de la Escuela es muy crítica de las intervenciones del Estado, no lo voy a negar. Pero en sociedades donde hay muchas desigualdades e imperfecciones en el mercado, el Estado debe intervenir”.
Según Ricardo Ffrench Davis, los tradicionales rudimentos de la Escuela de Chicago no tienen “nada que aportarle a Chile para hacer frente a los desafíos de hoy y mañana. (Milton) Friedman decía que la codicia construye, pero lo único que hemos visto construir con estas ideas es desigualdad, riqueza en unos pocos y pobreza en unos muchos”, subraya.
A la larga, sostiene Ffrench-Davis, sus colegas que realizaron estudios de posgrado en Chicago pueden creer lo que quieran de su obra, y en cierta medida es legítimo que defiendan aquello que tanto les favoreció. “Ellos simplemente miran lo suyo, miran a su alrededor, que está muy bien, pero no miran afuera de su alrededor. Ciertamente que ese mundo progresó, surgieron los grupos económicos creados por personas que eran de clase media. Entonces, obviamente el neoliberalismo les dio una oportunidad de enriquecerse, de comprar empresas públicas a precios de liquidación. A algunos incluso les regalaron empresas y las desarrollaron, pero eso es un pedazo limitado del país”, concluye.
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