Las explicaciones del Presidente durante su gira, tanto para defender al embajador en España, perteneciente a su círculo más íntimo, como para justificar ‘la gaffe’ diplomática con Israel, indican que la Cancillería, como brazo operativo de la política exterior, va a la zaga. La amplificación negativa de las malas actuaciones en dicho ámbito, que dañan la imagen corporativa de un país ante la comunidad internacional, no es culpa de los medios de prensa que las recogen y comunican, sino de quienes las actúan.
En una diplomacia seria las acciones son autoexplicativas. Si se requiere de notas de Gobierno a Gobierno, estas deben ser corteses, oportunas, claras, escuetas y estabilizadoras, y no propender al escalamiento (innecesario) de intensidad. Todo, manteniendo estrictamente la dignidad y soberanía del Estado que se representa. Los embajadores son representantes del Estado, no del gobierno de turno. Los embajadores ostentan el cargo 24/7 y jamás actúan a nombre propio.
La suspensión de la audiencia de cartas credenciales al embajador de Israel es una de esas situaciones que no requieren explicaciones. Lo dicho por la canciller Antonia Urrejola, en su oportunidad, no solo fue intrascendente sino que –pero aún– agraviante para el país huésped. Una actividad casi ritual de la diplomacia, la presentación de cartas credenciales, se transformó en un gesto de reproche, haciendo escalar la descortesía.
La Cancillería sabe que la Franja de Gaza es una zona de conflicto y que la comunidad internacional, y en ella Chile, hace esfuerzos para que se solucionen los problemas mediante negociaciones, produciendo un Israel seguro y un Estado de Palestina en forma, como horas después el Presidente dijo en su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Los diplomáticos desplegados en esa área saben que el estatus territorial es precario y tiene como consecuencia trágica víctimas inocentes en ambas sociedades, producto de los continuos e imprevistos enfrentamientos. Chile nunca ha tenido una actitud partisana en el tema, pero, al suspender la audiencia y dar la explicación de menores muertos, quedó como un antagonista de Israel.
No es el único incidente que tiene a su haber la Cancillería, responsable de prever este tipo de situaciones. Horas después, el nuevo embajador de Chile en España, Javier Velasco, hizo declaraciones en un foro público en Madrid, indicando que en los 30 años anteriores –en una alusión directa a los gobiernos de la Concertación– se aplicaron políticas que profundizaron la desigualdad. Como era previsible, sus dichos fueron ampliamente criticados por miembros de esa coalición, ya desaparecida, que hoy son parte principal del gabinete ministerial del actual Gobierno, y obligaron a una defensa del Mandatario, quien se sintió molesto al ser interpelado por los periodistas internacionales en dicho tema.
Ambos hechos han puesto en situación innecesariamente incómoda al Presidente, cuyo interés en estos días se centra en proyectar una visión estable de su Gobierno, para atraer inversionistas y disipar la imagen de improvisación y ambigüedad que, luego de su derrota electoral en el plebiscito del 4 de septiembre, dejan sus primeros seis meses de mandato.
Las explicaciones del Mandatario durante su gira, tanto para defender al embajador en España, perteneciente a su círculo más íntimo, como explicar la gaffe diplomática con Israel, indican que la Cancillería, como brazo operativo de la política exterior, va a la zaga.
Ello ya había quedado en evidencia con otros incidentes previos. Uno, en la Cumbre de las Américas, cuando Gabriel Boric criticó a Estados Unidos de no estar presente en la firma del Acuerdo de los Océanos, en circunstancias que el representante norteamericano, John Kerry, estaba sentado a poca distancia de donde él se encontraba. Y el otro, las vacilaciones y ambigüedades con las cuales reaccionó la Cancillería a los dichos del presidente brasileño Jair Bolsonaro, que en un acto de campaña electoral acusó al Jefe de Estado chileno de haber participado en los incendios del Metro de Santiago durante el estallido social de 2019.
La Cancillería parece haber olvidado que las relaciones diplomáticas son entre Estados, y no de gobiernos, y que los embajadores solo tienen voz de acuerdo a instrucciones. Y que son simétricas y obligatoriamente respetuosas de la política interna de otros países, y que las autoridades que las ejercen están sujetas a rigurosos protocolos.
La amplificación negativa de las malas actuaciones en dicho ámbito, que dañan la imagen corporativa de un país ante la comunidad internacional, no es culpa de los medios de prensa que las recogen y comunican, sino de quienes las actúan. Peor aún si el gobernante del país, expresando una solidaridad que no corresponde, sale a explicar y defender lo actuado por funcionarios inferiores. Fue el caso del Presidente Boric con las desafortunadas expresiones de su amigo, el embajador de Chile en España, transformándose así en portavoz de una notoria desorientación estratégica en política exterior.