El antropólogo español dirige el Grupo de Investigación “Antropología, diversidad y convivencia” de la Universidad Complutense de Madrid. Por décadas ha realizado investigaciones en temáticas que vinculan la diversidad sexogenérica y la educación.
José Ignacio Pichardo es profesor titular en el Departamento de Antropología Social y Psicología Social de la Universidad Complutense de Madrid. Lleva décadas realizando investigaciones en temáticas que vinculan la diversidad sexogenérica y la educación. Actualmente dirige el Grupo de Investigación “Antropología, diversidad y convivencia” y es docente en el Máster Universitario en estudios LGTBIQ+. Conversamos sobre el presente y los desafíos para este colectivo en el ámbito educativo.
-¿Cómo fue el origen de las investigaciones que han realizado sobre la situación de las personas LGTBI en el sistema educativo?
-Los estudios de nuestro grupo de investigación, que empezaron en los años 2000, dan cuenta de una necesidad y de un cambio social: hay docentes y personas que trabajan en los centros que no son heterosexuales; familias compuestas por personas lesbianas, gays, bisexuales, trans (LGBT) y, muy especialmente, chicos y chicas que son LGBT o que tienen una expresión de género no normativa. Y todas estas personas están afrontando situaciones de exclusión, de discriminación y de acoso en contextos educativos. Un informe de la UNESCO de 2012 señala que el bullying o el acoso escolar por homofobia y transfobia es universal. Se da en todas las culturas, en todas las clases sociales, ámbito rural, urbano, etcétera y limita el acceso a un derecho humano fundamental, que es el derecho a una educación de calidad.
Nuestro equipo empieza a dar cuenta de la existencia de esta realidad en España a inicios de los años 2000, observando que la invisibilización ha sido uno de los elementos fundamentales que ha afrontado la diversidad sexual, la diversidad sexogenérica y la diversidad familiar en el sistema educativo. Es decir, pareciera que no hubiera chicos y chicas que fueran LGBT, familias que fueran homoparentales, profesorado que fuera LGBT y, por ende, no se actuaba como si ni siquiera hubiera acoso escolar por orientación sexual e identidad de género. Entonces, estas investigaciones tuvieron bastante resonancia, porque respondían a una realidad que estaba ahí. En cualquier país, muchas personas pueden recordar sus propios recorridos escolares y pensar en alguien que ha sido acosado, excluido y discriminado por su orientación sexual y su identidad de género.
En este escenario, la educación aparece aquí en dos sentidos muy claros, por un lado, es el espacio donde se reproduce esa discriminación, pero, por otro, también es el espacio que hace posible la transformación.
-¿Qué avances han podido identificar desde esa etapa? ¿Quiénes han participado de ellos?
-Yo creo que los sindicatos de docentes han tenido un rol clave en este proceso, porque son los primeros que en esos inicios de los 2000 recogen los resultados de nuestras investigaciones y empiezan a plantear la necesidad de que el profesorado se forme sobre estas cuestiones. Y lo hacen incluso antes que las administraciones públicas. El profesorado nos dice: “Nos estáis pidiendo que trabajemos con nuestro alumnado cuestiones que nosotros y nosotras no tenemos resueltas, ¿cómo vamos a formar a nuestro alumnado sin ni en casa, ni en la escuela, ni en la formación inicial como docentes nos han hablado de este tipo de cuestiones?” Que no hayas recibido formación no significa que tú no hagas nada, porque cuando hay un caso de homofobia, lesbofobia o transfobia, hay muchos profesores y profesoras que han resuelto formarse por sus propios medios, buscando en internet, produciendo material… para poder intervenir.
Otro elemento de cambio muy importante son las familias, padres y madres de chicos y chicas LGBT y/o con una expresión de género no normativa. Se empiezan a organizar y a actuar. Tanto a nivel micro como a nivel macro empiezan a exigir: que mi hijo o hija sea lesbiana, sea trans, sea bisexual o sea lo que sea, no justifica que nadie tiene por qué excluirle o insultarle y, en cualquier caso, tiene que ser respetado en la escuela y no sufrir violencia. Cuando nosotros empezamos a investigar, conocimos casos muy duros. En uno, por ejemplo, a un chico se le decía “maricón”. Llega a casa, el padre se entera y le da una paliza al hijo. Este es un caso en el que el chico se suicidó. Y tanto el centro como la propia familia escondieron los motivos del suicidio. Mirando atrás hacia este tipo de hechos, el cambio que se ha dado ha sido muy importante en estas dos décadas: padres y madres de menores LGBT que se han organizado, están en todos los foros, están demandando su reconocimiento, que se les permita a sus hijos o hijas ir al baño al que de su género le haga sentido, que se les permita ir con la ropa que quieran.
Otro cambio fundamental es el del propio alumnado. No todo el alumnado está tan autoafirmado, pero sí nos encontramos con estudiantes que han hablado con la dirección del centro o con docentes, porque están sufriendo discriminación y quieren contar lo que les pasa. El propio alumnado ha promovido una formación para su profesorado o al mismo alumnado y están siendo un motor de cambio, tanto en la visibilización de los y las estudiantes LGBT, como en el respeto con la diversidad sexogenérica. Y no solo estudiantes de secundaria, sino también de primaria. En España, los chicos y chicas que están en los centros educativos ahora mismo han vivido toda su vida sabiendo que dos hombres y dos mujeres se pueden casar, para ellos es una experiencia cotidiana que ven en los medios, en la calle, en sus familias, en sus vecindarios. Esto produce un desanclaje entre el sistema educativo y el alumnado, porque éste último se está adelantando en el reconocimiento, visibilidad y respeto de la diversidad sexogenérica.
Por otro lado, en España hay muchas comunidades autónomas que han empezado a sacar leyes y reglamentos, para abordar, por ejemplo, la situación de los menores trans. En ellas dicen que no se debe permitir que se den situaciones de discriminación, que debe reconocerse su identidad de género, su nombre, etcétera. Sin embargo, mi impresión es que ha habido un cambio más profundo en la sociedad en general que en el sistema educativo y en las administraciones, donde esta transformación se ha dado poco a poco, casi a remolque y gracias sobre todo a lo que han hecho diferentes actores sociales presentes en las escuelas y centros de estudio.
-¿Qué aspectos se ven aún como débiles o pendientes?
-La diversidad familiar sigue sin aparecer en los libros de texto, especialmente las familias homoparentales. Esto es una muestra muy explícita de que de todo lo que queda por recorrer. Una segunda cuestión pendiente es la formación del profesorado en activo: ¿qué pasa con el profesorado al que no le interesa estos temas o que quizás está en contra de ellos por motivos ideológicos? Hay un reto muy importante en la formación continua del profesorado sobre estas cuestiones, que debería ser obligatoria. En tercer lugar, y en el mismo sentido, está la formación inicial de los y las futuras docentes. En sus programas formativos de las universidades, en general, la diversidad no está muy presente. Cuando lo está, apenas se suele hablar de diversidad funcional o cognitiva, pero no se habla de otras diversidades, como la sexogenérica. También está pendiente el tema normativo, porque muchas veces las leyes están ahí, pero no se implementan y se quedan en papel mojado que apenas sirve para lavar la cara a la clase política. Hacen falta políticas públicas que incluyan personal, programas y recursos.
En ese sentido, el modelo de Argentina me parece un referente: abordando la Educación Sexual Integral y, en el marco de ella, se incorpora la diversidad sexogenérica. Respecto al modo cómo incorporarla, creo que hay que tener en consideración los límites de tratar estas cuestiones de forma transversal, ya que en experiencias previas en España se ha visto que, como no estaba dentro de las asignaturas con un tiempo y temario específico, al final nadie hablaba de diversidad sexogenérica. Entonces debiera estar la transversalidad, que estas diversidades se traten en todas las asignaturas, pero que existan simultáneamente tiempos y recursos específicos para abordarlas.
-El último período ha estado marcado por un crecimiento de los movimientos reaccionarios, del tipo “con mis hijos no te metas”. Ya hay evidencia de casos en que han tenido éxito electoral. ¿Cuáles son sus principales preocupaciones sobre esta agenda?
-La educación es desde siempre un campo de batalla entre aquellas posturas más conservadoras y aquellas posturas más progresistas. Ahora tenemos todos estos movimientos “anti-género”, de extrema derecha, ultraconservadores que hacen de la educación sexual, de la educación en diversidad sexogenérica, un campo de batalla, tergiversan la información, dan noticias falsas, etcétera. Yo creo que lo preocupante es que, en el fondo, les da igual la educación, y lo hacen simplemente porque es un campo que les da réditos electorales. Todo este discurso de “con mis hijos no te metas”, “la escuela sin partido”, etcétera, apela a la idea de que “yo decido su educación de mis hijos y no quiero que les enseñen según qué cosas”. Y aquí vienen las fake news, que buscan generar pánico moral y que la gente termine escogiendo el miedo, que digan que no van a votar a partidos que quieren hablar de educación sexual, sino que lo hacen por quienes prefieren que no se hable de estos temas en los espacios públicos. Esto provoca que, por un lado, los partidos conservadores sí hagan de esto una bandera, mientras que los partidos progresistas prefieran obviar el tema. Esta situación también ocurre a un nivel micro, cuando las familias ultraconservadoras, que a lo mejor son dos o tres dentro de todo el centro, van a ir a quejarse de porque a sus niños y niñas se les está hablando de temas que tengan que ver con la sexualidad. Parece que “las familias” están en contra de que haya educación sobre estas cuestiones, pero la gran mayoría de familias que sí que quieren que se trabaje la sexualidad en el centro, lo que ocurre es que no van a quejarse ni están siendo activistas.
-¿Es posible seguir avanzando en este escenario?
-Hay que seguir avanzando, poco o mucho, lo importante es avanzar. Estamos ante movimientos reaccionarios: estos movimientos existen porque ha habido un avance en los derechos de las mujeres, en el reconocimiento de los derechos de las personas LGBT. Con el franquismo no hacía falta que hubiera un movimiento homófobo en la escuela porque la escuela ya era homofobia en sí. Hoy, por ejemplo, muchos pueblos en España pintan un banco con la bandera del orgullo o con la bandera trans. Aparece gente homófoba o tránsfoba y vandalizan los bancos escribiendo “maricón” o lo que sea. Y hay gente que dice que antes esto no pasaba, ¡pero es que antes estos bancos ni siquiera estaban en las calles o las plazas! Las conquistas sociales nunca se han logrado sin resistencias. Estos movimientos reaccionarios se dan en respuesta a los avances sociales. Ahora los líderes de estos movimientos ultraconservadores también se han leído a Gramsci y se están apropiando y aplicando las mismas estrategias de los movimientos sociales que han conseguido estos cambios a favor de los derechos de las mujeres y LGBT.
En cualquier caso, tenemos que evitar el pesimismo -un instrumento del sistema para mantener las cosas tal y como están- y, en su lugar, reconocer y celebrar los cambios a favor de la igualdad que hemos logrado, porque eso nos muestra que el cambio es posible.