El TPP11 es calle de un solo tránsito: los conglomerados chilenos (o extranjeros) pueden demandar al Estado por lo que se les dé la gana, pero el Estado, dentro del tratado, no puede demandarlos, dejen la embarrada que dejen. Asimismo, solo los grandes conglomerados nacionales adquieren todo tipo de garantías, por absurdas que sean, pero estas no se extienden a las pequeñas y medianas empresas. Si bien todo el mundo se llena la boca hablando a favor de dichas empresas, parece que a nadie parece importarle esa discriminación paradójica: otra distorsión de mercado à la TPP11.
En la edición del sábado 24, El Mercurio publicó en forma destacada un artículo titulado “El Polígrafo verifica siete falsedades sobre el TPP11”. En ella interpreta a su manera lo que serían las siete principales críticas contra el TPP, y las refuta con la ayuda de varios expertos. Sin embargo, lo que realmente hace es usar aquella vieja táctica periodística: primero, ignorar los problemas principales del tema en cuestión, y luego escoger aquellos que quiere rebatir, pero para facilitar su tarea los transforma en lo que en inglés se llama un ‘straw man’ (hombre de paja) ―esto es, los presenta en forma tan ridícula que su tarea de «verificar sus falsedades» se transforma en algo relativamente simple–. Finalmente, busca expertos de su lado para que le den credibilidad a lo que dice.
No cabe duda que pocos temas han generado tanta controversia desde el retorno a la democracia como el TPP11. La razón es simple: expone el problema cardinal de las políticas públicas: ¿cómo sincronizar dos lógicas distintas, la del desarrollo nacional y la del capital globalizado (nacional y extranjero)? La hipótesis de trabajo hegemónica de los gobiernos desde el golpe, tanto en dictadura como en democracia, es que ambas lógicas se articulan a la perfección, pues serían similares (si no idénticas) ―y ese supuesto de armonía entre ambas lógicas informa toda nuestra legislación y acción en materias económicas–. Si uno todavía cree eso, a pesar de toda la evidencia en contra (como es el caso de la línea editorial de El Mercurio y sus expertos), entonces aprobar el TPP11 no es mayor problema. Si lo que es bueno para las multinacionales es, casi por definición, bueno para el país, ¿cuál es el problema de otorgarles nuevos derechos, aun cuando no conlleven ninguna obligación recíproca?
Sin embargo, para quienes creemos que ambas lógicas (la del desarrollo nacional y la del capital globalizado) no son siempre concordantes, y en casos contradictorias, entonces el asunto de aprobar el TPP es algo mucho más complejo. El caso de los recursos naturales es paradigmático. En la gran minería del cobre, por ejemplo, la lógica de las grandes mineras (nacionales y extranjeras) es buscar rentas fáciles: apropiarse de las rentas del recurso natural. Ahí llevamos medio siglo de extractivismo, y las mineras todavía se niegan a dar el paso siguiente, el de comenzar a procesar e industrializar el cobre. Solo buscan «el más de lo mismo».
La lógica del desarrollo y bienestar del país, en cambio, es bien diferente: lo que más necesitamos son nuevos motores de crecimiento de la productividad (como la industrialización de las materias primas), porque los extractivistas ya están más que agotados ―nuestra economía lleva como 15 años sin crecimiento de la productividad–. Pero las mineras felices de quedarse pegadas en el concentrado: un barro con un contenido promedio de solo un 30% de cobre y subproductos, producto de una flotación rudimentaria del mineral en bruto pulverizado ―y cuyo transporte es nuestra mayor contribución innecesaria al calentamiento global (de los 1.200 cargueros que salen con ese mineral, el equivalente a unos 850 llevan pura escoria). Por tanto, nuestra lógica necesita al menos que ese concentrado se funda en Chile (con tecnologías limpias, no como la de Ventanas). Pero la del rentismo fácil dice otra cosa: el porcentaje del concentrado en el total de las exportaciones de cobre subió de un 12% en 1990, a alrededor de la mitad hoy en día, y se pronostica que podrá llegar a los tres cuartos en el 2030. ¡Vamos para atrás en lugar de ir para adelante!
¿Y qué va a hacer el TPP en esta materia? Darles nuevos derechos a las mineras (garantías contra el cambio); esto es, le extiende la esperanza de vida de lo viejo, a lo que ya se desvanece por su obsolescencia y contaminación, por su ineficiencia y por su falta de legitimidad. Y estos derechos no van atados a ninguna obligación recíproca. El TPP, con su concepto garcíamarqueano de la «expropiación indirecta», les da un nuevo derecho sobre su actual rentabilidad, obligando a los gobiernos a compensarlas si llegan a afectarlas por algún cambio en la política económica o regulatoria ―uno que asegure que comencemos por fin a usar las rentas de los recursos naturales en forma productiva y amigable al medioambiente–.
Y como el TPP enreda y encarece el cambio (lluvia de compensaciones a lo viejo, lo obsoleto, lo contaminante, lo dañino para la salud, lo que viola los derechos de nuestros pueblos originarios), también dificulta que lo nuevo adquiera credibilidad. Y así nos vamos a quedar pegados en este pantano, donde lo viejo (por mucho que lo apuntale el TPP11) se desvanece, pero lo nuevo no logra nacer. A este escenario ―donde nos hundimos en las arenas movedizas de la inercia― lo he llamado nuestro “Momento Gramsciano”.
Es como si las brujas de Macbeth nos hubiesen profetizado: vivirán empantanados entre un modelo neoliberal que perdió toda legitimidad (pero inventa nuevos salvavidas, como el TPP) y discursos alternativos que no logran generar suficiente credibilidad. Como en la letra de la canción Hotel California, somos “prisioneros de nuestras propias cadenas”.
Mi hipótesis es que en Chile la fuerza del statu quo es tal, que nuestra élite capitalista ha logrado consolidar su escenario rentista preferido de tal forma que se ha transformado en algo que se aproxima a lo que en estadística llamamos un “proceso estacionario” ―en el sentido de que impactos desequilibrantes (como el colapso económico de 1982, el retorno a la democracia en 1990, e incluso el estallido social del 2019) solo logran tener efectos temporales. Esa es la gran característica de nuestra oligarquía: a pesar de ser una institución altamente disfuncional, tiene gran «capacidad para persistir» y reacomodarse. Ese es el «discreto encanto de nuestra burguesía» ―excepto que no es ni tan discreto, ni tiene tanto encanto, ¡ni ella es burguesía!–.
Otra forma de decir lo mismo es que el problema fundamental del actual modelo neoliberal, ya en su etapa senil, es que no hay muchas formas de remodelar la estructura de un “sistema” con tan poca entropía, pues hay pocas formas de rediseñar su estructura (para así poder avanzar en el tiempo) si uno no puede cambiar sus fundamentos: que el 10% más rico siga ganando el 60% del ingreso ―y por hacer el tipo de cosas que hace, y a pesar de darle un destino tan poco productivo a lo que se lleva–.
Esto es, dada la absoluta rigidez estructural del modelo, hay que dedicar tanta energía para tratar de ‘detener’ el tiempo ―y poder seguir con el más de lo mismo, y en democracia―, que queda poca para poder empujar ‘hacia adelante’.
El TPP no es más que eso: un mecanismo para intentar detener el tiempo. Independientemente de lo que el resto de la sociedad les depare, nuestra oligarquía sigue siendo capaz de rediseñar los nuevos escenarios a su medida. Con esta finalidad, cuando en democracia la élite capitalista (dejemos el tema de que si realmente es capitalista para otra ocasión) siempre hace lo mismo: limita el cambio y debilita al Estado imponiendo amarres constitucionales “buchanianos” ―como las leyes de amarre de Pinochet, y ahora las del TPP11–. Así pasamos de ser una «democracia protegida» a una con «corporaciones protegidas». Parte de la sabiduría de nuestra élite es que sabe que el mecanismo más efectivo para neutralizar a la izquierda es no obstruir su llegada al gobierno ―y luego le quita el piso para que le de vértigo–. Lo que le pasa al FA es paradigmático.
Y así, en este statu quo, puede continuar nuestra tóxica trilogía ―la de la supremacía de las rentas fáciles, de su uso no-productivo, y de la capacidad para persistir de instituciones desgastadas–. Dicen que el TPP «moderniza»; recuerda cuando Ricardo Lagos quiso «modernizar» nuestros ferrocarriles: trajo trenes españoles de segunda mano.
Esto es lo fundamental del TPP, y el artículo de El Mercurio lo ignora: la mentira de fondo, que se repite hasta el hastío, es que el TPP es un tratado «comercial» y que abre mercado a nuestras exportaciones primarias (porque para más de eso, no nos da). La verdad es que lo «comercial» no es más que un apéndice de ese tratado (5 de 30 capítulos); es la carnada para que pasen los otros 25, para así amarrar el «más de lo mismo»: extenderle la esperanza de vida a lo que ya se desvanece por su obsolescencia y contaminación, y por su falta de legitimidad. Pero como Chile no es una economía de mercado, sino una de grupos de mercado, su lógica es la prevalece.
De hecho incluso es engañoso llamar al TPP un tratado «comercial»: lo comercial es solo uno de como 10 temas en el tratado. Se resalta en el título solo para embaucar. Y para acusarnos a quienes estamos en contra del TPP de «proteccionistas», como si uno no pudiese estar a favor del comercio y también de buscar nuevas formas de autonomía nacional y de estrategias alternativas de desarrollo. En síntesis, el TPP es un atentado contra nuestra democracia.
Además, como ya tenemos tratados comerciales con todos los otros 10 países del TPP (por lo que el impacto del tratado en el crecimiento, según incluso los estudio pro-TPP, serían mínimos o nulos), los pocos productos adicionales que se benefician con el tratado igual se pueden renegociar bilateralmente con los países correspondientes en los tratados comerciales vigentes. Eso se hace normalmente en tratados de ese tipo. Lo demás es cuento. Incluso, como la misma Subred concluye (en una minuta que se filtró recientemente, titulada “Minuta CPTPP”: “En suma, no habrá grandes ganancias en acceso de mercado dado que Chile cuenta con acuerdos bilaterales previos con cada uno de los países del CPTPP”).
2.1) Las Cortes de fantasía
El Mercurio ignora que el TPP11 va a generalizar el mecanismo de resolución de conflictos entre el Estado y los grandes conglomerados (chilenos o extranjeros) las «ISDS». Estas son unas Cortes pasadas de moda, que están en retirada, las que no son ni permanentes ni sus jueces son profesionales. Peor aún, las multinacionales que llevan a gobiernos a esas Cortes pasan a ser jueces y partes de la disputa. Y no hay Cortes de Apelación; los fallos de las Cortes de fantasías ―altamente sesgados a favor de las multinacionales― son inapelables (por absurdos que sean). Incluso la misma Subrei, en esa minuta que se filtró, dice que “Al ser tribunales ad-hoc, no existe jurisprudencia ni mucho menos consistencia en los fallos … Los mecanismos ISDS han mostrado ser poco transparentes y con grandes conflictos de interés …”. Para rematar, entre los ítems más surrealistas del TPP en estas materias, está el «derecho» de las multinacionales a demandar a los Estados por el «costo moral» que les podría significar haber tenido que demandarlos… Para una muy buena crítica de estas Cortes de fantasía, ver aquí.
Como en Chile nuestros políticos (incluida la centroizquierda, de la cual el FA ya es miembro honorario) van atrás de la curva, quieren más de algo que ya va en retirada. El Gobierno insiste en que en estos 4 años de espera por el TPP «han cambiado las cosas», sí, ¡pero en el sentido opuesto al que ellos implican! En la renegociación del NAFTA (TLCAN) se cambiaron esas Cortes por las nacionales. Y, al hacerlo, el ministro de Relaciones Exteriores de Canadá declaró: “[Esto] reforzó el derecho de nuestro Gobierno a regular en el interés público«. Además, en el nuevo gran tratado de China con países asiáticos, los litigios también se llevan en Cortes nacionales y los Estados, si quieren modernizar algo, no tienen que compensar a cuanto rentista inútil exista en este mundo. Tampoco a la Unión Europea se le ocurre usar estas Cortes de fantasía, o al Acuerdo Comercial Singapur-Alianza del Pacífico, entre otros. Ya nadie las quiere, excepto nuestros pasados de moda…
Lo mismo en el nuevo tratado que intenta hacer Biden con países asiáticos para aislar a China; de hecho, el presidente Biden ha declarado públicamente su rechazo a dichas Cortes. La famosa primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, fue mucho más allá y se refirió a esas Cortes en la forma más derogatoria posible: usando jerga neozelandesa, las llamo “a dog”; y luego afirmó: “Estamos marcando una línea en la arena: no firmaremos futuros acuerdos que incluyan esas cláusulas [las ISDS]”. Además, de inmediato se puso a renegociar con los otros países del TPP dicha parte del tratado en forma bilateral, logrando cinco side letters ―aunque en realidad fueron solo 4, pues con Australia ya tenían un acuerdo de esta naturaleza―, por lo que la side letter solo dejó las cosas como ya estaban entre esos dos países.
Si Nueva Zelanda solo ha logrado cambiar las cosas en este sentido (las side letters) con cuatro países, y no muy relevantes, es bien poco probable que nuestro país llegue más lejos. Sin duda intentar eso es mucho mejor que no hacer nada, pero esperar que eso vaya a cambiar las cosas en forma significativa, es pura quimera. Y, en todo caso, la existencia de dichas Cortes es solo uno de los muchos problemas del TPP. Si el Gobierno quiere hacer algo de verdad, que use el recurso constitucional que tiene a mano: que retire el proyecto del Senado. Lo demás es cuento.
2.2) La ineficiencia de los mecanismos de propiedad intelectual que refuerza el TPP
Algo que me cuesta entender es cómo mis colegas neoclásicos no se inmutan frente a cómo tratados tipo el TPP refuerzan un concepto totalmente ineficiente de derechos de propiedad intelectual. Tal como se aplican actualmente, y se refuerzan en el TPP, estos son claramente contraproducentes, ya que como se ha demostrado, en lugar de incentivar, retardan el ritmo de la innovación. Como el conocimiento es un bien público (global), sin costos marginales asociados con su uso, su precio de eficiencia es cero.
Por tanto, restringir el acceso a ellos resulta necesariamente en una ineficiencia de mercado. Además, dado que el conocimiento es el principal insumo para la creación de más conocimiento, restringir su uso conduce inevitablemente a un mercado oligopólico del conocimiento. La necesidad de proporcionar incentivos para innovar es una cosa; hacerlo restringiendo artificialmente el acceso al conocimiento es otra ―y eso es lo que refuerza el TPP11, y de la peor manera–. Pero los expertos de la página sobre el TPP en El Mercurio callan.
2.3) Empresas públicas eunucas
Dentro del TPP también se restringen las actividades de las empresas del Estado (Capítulo 17), hasta hacerlas inocuas, pues cualquier acción que tomen que le moleste a un conglomerado privado, este va a tener el derecho a compensación por «competencia desleal». Se podrán crear, pero no pueden propiamente competir con las privadas. Malasia por lo menos peleó esto y logró concesiones, ¡pero solo para sus empresas públicas! Sin embargo, este tema tampoco parece importarles a El Mercurio y sus expertos.
2.4) Los realmente favorecidos por el TPP son los conglomerados chilenos «internacionalizados»
Un tema fundamental, ignorado en el artículo de El Mercurio, y prácticamente en toda la discusión del TPP, es que los que más se van a beneficiar de todo esto son los conglomerados chilenos «internacionalizados» (para clasificar basta una oficina en Lima con tres empleados…). Básicamente, con el TPP, empresas chilenas van a poder llevar al Estado chileno, por asuntos internos, a dichas Cortes internacionales de fantasía (el mero hecho de llamarlas «Cortes» ya es casi una exageración…). En buen castizo, dichos conglomerados se van a transformar en una especie de nuevo «tribunal constitucional»: a menos que el Gobierno negocie con ellos todo cambio en su política económica o de regulación, si bien no podrán impedir dicho cambio, sí van a tener el derecho arbitrario de poder demandar todo tipo de compensaciones en Cortes sesgadas a su favor. Y como todo cambio puede ser muy caro, eso, de facto, nos va a llevar a una especie de «congelamiento» regulatorio y de políticas económicas.
Además, el TPP11 es calle de un solo tránsito: los conglomerados chilenos (o extranjeros) pueden demandar al Estado por lo que se les dé la gana, pero el Estado, dentro del tratado, no puede demandarlos, dejen la embarrada que dejen.
Asimismo, solo los grandes conglomerados nacionales adquieren todo tipo de garantías, por absurdas que sean, pero estas no se extienden a las pequeñas y medianas empresas. Si bien todo el mundo se llena la boca hablando a favor de dichas empresas, parece que a nadie parece importarle esa discriminación paradójica: otra distorsión de mercado à la TPP11.
2.5) La «expropiación indirecta»
Finalmente, este es otro tema de fondo que también brilla por su ausencia en el artículo de El Mercurio y en el análisis de sus expertos; es el concepto garcíamarqueano de «expropiación indirecta», el cual se define (en forma un tanto dramática) como “un acto o una serie de actos de una Parte tienen un efecto equivalente al de una expropiación directa sin la transferencia formal del título o del derecho de dominio”. Y luego pasa a especificar que esto tiene por finalidad darles garantías a los conglomerados frente a cualquier “acción de Gobierno que interfiere con [las] expectativas inequívocas y razonables de [retorno de] la inversión” (ídem.). Por supuesto, qué significa #interferencia», «expectativas razonables», «inequívocas» e, incluso, qué se incluye dentro del rubro «inversión», queda a total discreción de Cortes de fantasía, cuyos fallos son inapelables, que están por estructuras sesgadas a favor de una de las partes. Todo está definido en forma tan genérica, que le otorga a dichas Cortes (que ni se merecen el nombre de tales) un gran espacio de interpretación.
Lo fundamental es que en cuanto a “interferencia”, el tratado no distingue entre algo que responda a la voluntad democrática de nuestro país, que sea razonable y lógico, que pueda ser resultado de nuevos tratados internacionales (como respecto del cambio climático, al cual el TPP11 no hace referencia como tal), o de nuevas necesidades que emanen de cambios externos, y una «interferencia» que pueda ser artificial, mañosa o arbitraria. Interferencia es interferencia; lo demás es irrelevante.
Por ejemplo, una multinacional (Cargill) demandó a México ―el país más obeso del mundo― por colocarles un impuesto a las bebidas azucaradas. Otra (Ethyl) demandó a Canadá por prohibir un aditivo tóxico en la bencina (el “MMT”). Otra corporación (Vattenfall) demandó a Alemania por querer sustituir la energía nuclear por otras menos nocivas, después del desastre en la planta nuclear Fukushima Daini. Otra demandó al estado de Quebec por declarar una moratoria al (contaminante) “fracking”. Vodaphone también demandó al Estado indio por colocarle un impuesto que no les gustaba. Perenco demandó a Ecuador por colocarles un impuesto a las ganancias extras de las petroleras en un momento de precios altos. Y una multinacional francesa demandó al Gobierno de Egipto (en su único corto período de democracia) por subir el salario mínimo más allá de lo que ella consideraba “razonable”. Y así sucesivamente.
A su vez, la comida chatarra pasa a ser “razonable” dentro del TPP11, y su regulación conlleva compensación. También la falta de protección sobre la información, incluidos datos sobre salud. ¡Va a ser muy caro controlar la elusión de impuestos! La regulación financiera se va a transformar en el mínimo común denominador, ya que según el TPP hay que respetar las de otros países. También va a ser de facto prácticamente imposible ponerle límites al casino financiero, como al “high-frequency trading”, al “necked shorting”, etc., a pesar de la fragilidad financiera que ellos producen. La desregulación digital también va a afectar la regulación bancaria, ya que cada vez más las operaciones financieras se hacen en línea. Y todo lo que dicen los expertos de El Mercurio en defensa del TPP es que no se va a afectar la regulación vigente en estas materias; ese es el punto: ¡lo que entorpece y hace caro es el mejorar las cosas! Incluso las más necesarias y urgentes.
2.6) El medioambiente
Y en cuanto al resguardo del medio ambiente, todo lo que dice el TPP es que cada parte deberá “alentar” a las corporaciones “a que adopten voluntariamente” su responsabilidad social en dicho respecto (artículo 201.10). Cada parte “alentará el uso de mecanismos flexibles y voluntarios para proteger los recursos naturales y el medio ambiente en su territorio” (201.11). Fantástico, con eso ya nos salvamos del desastre climático y de la depredación de nuestros recursos naturales…
2.7) ¡Y tantos otros temas más!
En fin, son tantos temas de este tipo (que El Mercurio ignora o tergiversa), y como ya he escrito tanto sobre ellos, por problemas de extensión en esta columna, ya muy larga, ver, entre otros, aquí (aquí y aquí).
Por ejemplo, El Mercurio obviamente no entiende lo que son los derechos de los pueblos originarios, ni los problemas con las semillas, los transgénicos, y el de la regulación del uso de plaguicidas (descarta el principio de precaución aceptado en la Unión Europea). Tampoco que el asunto de los medicamentos genéricos es mucho más complejo de lo que dicen, pues las farmacéuticas podrán prolongar sus períodos de monopolio porque Chile no podrá otorgar registros sanitarios a medicamentos genéricos si hay cualquier litigio sobre las patentes relacionadas con un medicamento. Básicamente, las farmacéuticas podrán así iniciar litigios simplemente para impedir las autorizaciones de genéricos. El TPP solo reconoce cinco derechos laborales, entre los cuales no están el de huelga, indemnización, vacaciones pagadas y el pre y postnatal ―no es que prohíba estos beneficios, pero los deja en un limbo jurídico–.
También, cuando Estados Unidos se salió del TPP, solo se «suspendieron» unas 20 disposiciones originales; sin embargo, a diferencia de lo que dice El Mercurio, estas solo se «suspenden», por lo que se pueden reintroducir en cualquier momento ―sin necesidad de renegociar el tratado–. Igual, los expertos de El Mercurio siguen hablando de 3.000 productos que ayudarían a liberar el TPP, cuando la misma Subrei dice que a seis dígitos (para permitir una comparación con las líneas arancelarias de Chile), estos son 1.228, y de ellos, identifica (siendo muy generosa) que solo 444 tienen al menos algún potencial exportador para el país. Pero en fin, como ya dije, he escrito tanto sobre los problemas que trata El Mercurio y sus expertos que no es necesario repetirlos aquí (ver las citas a mis trabajos; también ver aquí).
2.8) El Mercurio también ignora las críticas al TPP en la prensa internacional
Finalmente, El Mercurio también ignora lo que dice la mayor parte de la prensa internacional al respecto. Para el New York Times, por ejemplo, “la prioridad [en el TPP] es la protección de los intereses corporativos, y no el promover el libre comercio, la competencia, o lo que beneficia a los consumidores”. El Financial Times, por su parte, desnuda la razón real por la que EE.UU. inventó esto: «El TPP excluye a China. Tamaña omisión. Eso es precisamente su razón de ser”. The Economist también confirma este punto, y luego agrega que en lo comercial “… la apertura de Japón es el gran premio”. También, para economistas como Stiglitz tratados como el TPP11 exageran sobremanera los beneficios comerciales.
En definitiva, aquellos que proponen el TPP no entienden ni lo que es el capitalismo, ni la naturaleza de los mercados competitivos, ni el concepto de «nación». Como se ha dicho tantas veces, y nadie mejor que Keynes, ¡hay que defender el capitalismo de los capitalistas!
La pregunta de fondo es ¿qué va a venir después del TPP? Como he analizado en tantos trabajos, siguiendo la orientación del gran economista clásico David Ricardo, «rentas fáciles generan élites indolentes». Y pensando en el poema de Nicolás Guillén, la pregunta obvia es la siguiente: ¿si ya se autorregalaron al agua de las lluvias, los bosques nativos, los peces del mar, los deshielos de primavera, las vertientes naturales, los minerales profundos y las aguas de los fiordos, por qué no darle una nueva vida a este modelo que se agota con otra piñata, una que ahora incluya el oxígeno del aire, los glaciares del sur, parcelas del cielo, ventisqueros andinos, derechos a los rayos del sol, a las olas del mar, a las corrientes marinas, a las nieves eternas, a las mareas de la luna, a la humedad de las nubes, a los vientos cordilleranos y al fuego de los volcanes? Así ya finalmente se quedan como dueños, y pueden rentar, de los cinco elementos del Godai. Seguro que nuestros distinguidos ya tienen grupos de consultores, llenos de neocamaradas, trabajando en eso.
El problema de fondo, como diría Oscar Wilde, es que en este modelo esforzarse para ganar plata haciendo algo útil en lo productivo no-puramente extractivo, pasó a ser signo de falta de imaginación. Como enfatiza el Financial Times, estamos a merced del narcisismo e ineficiencia de los grandes egos corporativos.
Y en cuanto a tantos de mis colegas economistas, parece que ahora creen que su destino en la vida es la idealización de los ricos, la de los mercados desregulados (cosas que puedan ser distorsionadas a gusto por los grandes agentes oligopólicos) y de las finanzas especulativas. La concepción de Foucault de la relación entre poder y conocimiento, particularmente el papel de la «disciplina» económica en la democracia —como una forma de poder que disciplina imponiendo formas específicas de conocimiento— es útil para comprender el papel de los «expertos» en la democracia: muchos de ellos se han convertido en la «guardia pretoriana» del neoliberalismo.
Como decía Theodore Roosevelt, presidente republicano (Roosevelt, T. 1913, An Autobiography, Macmillan): “De todas las formas de tiranía, la más vulgar es la tiranía de la mera riqueza, la tiranía de una plutocracia”.