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Las raíces del 04 de septiembre: se olvidaron de la desigualdad y se equivocaron de pueblo Opinión

Las raíces del 04 de septiembre: se olvidaron de la desigualdad y se equivocaron de pueblo

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Eugenio Rivera Urrutia
Por : Eugenio Rivera Urrutia Director ejecutivo de la Fundación La Casa Común.
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El estallido social dejó en evidencia la grave fractura que afectaba al país; el amplio espectro de demandas y su alta legitimidad no solo condujeron, contra todo pronóstico, al Acuerdo del 15 de noviembre, sino que, además –como quedó en evidencia en el plebiscito de entrada–, generaron un categórico rechazo a la Constitución vigente y una demanda mayoritaria por una nueva Carta Magna democráticamente generada. El amplio desprestigio del sistema de partidos, conjuntamente con el sistema electoral definido, condujo a que en la elección de constituyentes la derecha obtuviera un resultado muy por debajo del 1/3 buscado y dejó a la Democracia Cristiana y al PPD casi sin representación. Se había producido un claro giro a la izquierda y una apuesta en favor de los independientes. Parecía que el “pueblo”, que se había manifestado, se constituía políticamente como tal en la Convención. Rápidamente quedó en evidencia que ello era un espejismo. Las elecciones parlamentarias que tuvieron lugar solo seis meses después mostraron una correlación de fuerzas muy diferente.


En un contexto en que la campaña del Apruebo puso en el centro los derechos sociales y el Estado social y democrático de derecho, llamó la atención que el sociólogo Manuel Canales afirmara que el sorprendente resultado del plebiscito del 4 de septiembre era efecto de que la Convención Constitucional (CC) olvidó la desigualdad, y que no fue “que se pasó tres pueblos” sino que se equivocó de pueblo. Desde su punto de vista, el estallido social no respondía a una ideología, era “preideológico” –de ahí el uso de palabras “curiosas” como «despertar”, «dignidad»–, carecía de “relato, sin palabra, sin silencio, como un grito”. Pese a esa falta de relato, afirma Canales, existía “una conciencia profunda de su identidad estructural de ser quienes eran, es decir, en qué parte de la estructura estaban, en qué escalón del gallinero se encontraban” y “de lo injusto que era esa situación y los destinos laborales existenciales que eso implica y eso es lo que aborrecen, como el aborrecimiento del orden cotidiano popular chileno, que es el modelo de desarrollo que tenemos y la prosperidad que se pudo dar. Por eso, el tema al final es el modelo de desarrollo”. 

El problema de la CC, según Canales, fue que ese grito “iba en una dirección distinta a la palabra que intentó codificar”; se interpretó en clave de derecho humano universal, del no autoritarismo y la no discriminación, desviándose así de la razón concreta, de clase, que había generado el 18 de octubre: los derechos económicos y sociales que quedaron para el último. 

No se trató de maximalismo, no es que se pasaron tres pueblos, se equivocaron de pueblo: “El pueblo es ideológicamente difuso y contradictorio e ideológicamente, como toda formación sociocultural, incoherente, ambivalente. Lo mismo detesta el neoliberalismo por los resultados… pero al mismo tiempo hace mímesis del capital”. La CC dejó en evidencia “el profundo desconocimiento que hay en la representación política que logró constituirse en el proceso constituyente”. “Imaginaron que el pueblo chileno era progresista. El pueblo chileno es clasista, dos veces: es un pueblo que rápidamente se identifica en posición de clase y genera un ordenamiento de la realidad tipo octubre; y es un pueblo también clasista en el sentido de que se autoinflige la discriminación”.

Los múltiples “pueblos”

Para entender a cabalidad el argumento de Canales, es necesario recordar su visión del 18-O. A su juicio, el protagonista fue un actor social extrainstitucional, destinstitucionalizante, sin bordes ni propósitos, carente de toda propuesta o plan; no obstante, para Canales constituía “una clase social, la clase popular, masa de comunes y corrientes, desordenando irreversiblemente el tiempo neoliberal”. Descubrieron, según el autor, que “la masa homogénea de los negados pesa lo impensado cuando va unificada, reunificada debajo de todas las particiones que los separaban en la espuma cotidiana” o, citando las palabras del futbolista Medel, constituyen “todos, un solo pueblo”. Tiene razón Canales en que en ese momento “la correlación de fuerzas del sistema social cambiaba de modo extraordinario” (La pregunta de octubre, pp. 194-195, libro publicado 5 días antes del plebiscito de salida), pero comete una equivocación sustantiva al sostener que el 18-O habría dejado en evidencia que “somos todos un solo pueblo”.

El estallido social fue expresión de múltiples irritaciones y demandas (sintetizado todo en el grito “Son tantas hueás que no sé qué poner”) que convergieron en las movilizaciones iniciadas ese día y que se prolongaron varios meses. Pero como ha señalado Juan Pablo Luna, en el libro La Chusma inconsciente, en sí mismo el estallido era “lógicamente incapaz de generar una síntesis que lograse integrar y superar a la tesis del modelo y a su antítesis”, agregando que “esta limitación es fundamental para comprender su derrotero y sus posibles consecuencias futuras” (p. 34).

El estallido social dejó en evidencia la grave fractura que afectaba al país; el amplio espectro de demandas y su alta legitimidad no solo condujeron, contra todo pronóstico, al Acuerdo del 15 de noviembre, sino que, además –como quedó en evidencia en el plebiscito de entrada–, generaron un categórico rechazo a la Constitución vigente y una demanda mayoritaria por una nueva Carta Magna democráticamente generada. El amplio desprestigio del sistema de partidos, conjuntamente con el sistema electoral definido, condujo a que en la elección de constituyentes la derecha obtuviera un resultado muy por debajo del 1/3 buscado y dejó a la Democracia Cristiana y al PPD casi sin representación. Se había producido un claro giro a la izquierda y una apuesta en favor de los independientes. Parecía que el “pueblo”, que se había manifestado, se constituía políticamente como tal en la Convención. Rápidamente quedó en evidencia que ello era un espejismo. Las elecciones parlamentarias que tuvieron lugar solo seis meses después mostraron una correlación de fuerzas muy diferente.  

Pero más importante todavía, para entender el resultado del plebiscito de salida, fue que el estallido en su origen, en su derrotero y en sus resultados mostró que no había un pueblo representado, sino que un conjunto de grupos que poco tenían que ver entre sí. Persistieron las diferencias entre la “Primera Línea”, los que asistían a las manifestaciones, pero miraban con distancia a quienes se enfrentaban con carabineros, los que participaron en las marchas multitudinarias del 25 de octubre. Las distintas demandas no dialogaban o dialogaban poco entre sí. Esta fragmentación se proyectó con fuerza en la elección de constituyentes, quienes se estructuraron en 11 colectivos diferentes.

No es, por tanto, preciso señalar –como lo hace Canales– que existía desconocimiento en la representación política que se instaló en la CC. Los distintos colectivos de izquierda representaban más o menos fielmente a sus respectivos grupos y en conjunto, probablemente, a los distintos componentes del mundo movilizado y en menor medida al mundo políticamente interesado. Cada grupo conocía y formuló las demandas de quienes representaban. De partida, la demanda de universalización de los DDSS y los DDEE, expresados de maneras diversas: la demanda de paridad, las demandas de los pueblos indígenas (discrepando de los movimientos armados), del medioambientalismo y del regionalismo. Esta diversidad indujo a que se construyera la imagen de que representaban al “mundo sin voz” que se venía restando, desde hace algunos años, de la vida política. Pero los diversos colectivos independientes estaban tan (o más) desconectados de lo que estaban los partidos de las mayorías sociales. Más aún, sufrían de forma agudizada la incapacidad de los partidos políticos de cumplir su tarea de mediación y de articulación de las distintas demandas.

Octubre: ¿preideológico?

Se equivoca también Canales al sostener que “octubre” era preideológico; por el contrario, era profundamente ideológico. Es cierto que había malestar e irritación; pero con rapidez la movilización adquirió claros contornos ideológicos. Convergía el feminismo con su crítica al patriarcado y al neoliberalismo; la crítica medioambiental al capitalismo extractivista; el movimiento “No+ AFP” y, por esa vía, no al predominio de capitalismo financiero. Había desde los pueblos originarios una crítica a cierta interpretación de la historia nacional, que sus intelectuales habían venido desarrollando en los últimos años. Recordando al prestigioso economista de origen alemán Albert O. Hirschman, se podría afirmar que todos estos grupos hicieron uso de la voz para oponerse al neoliberalismo. 

Quienes probablemente eran “preideológicos”, en las palabras de Canales, o más precisamente altamente influidos por el “sentido común” o la ideología neoliberal (aunque, como señala Kathya Araujo, presentan visiones del mundo mucho más complejas y heterogéneas) eran los votantes que aparecieron el 4 de septiembre, que habían estado ejerciendo el derecho al «exit» (salida) de Hirschman, y que solo se vieron forzados a “sacar la voz” al instalarse el voto obligatorio. Este grupo mayoritario (estimado entre 3 millones de personas que nunca habían votado y otro millón y medio que lo hacía esporádicamente), miró con distancia y probablemente preocupación el 18-O y, a medida que la movilización, con frecuencia violenta, se extendía, terminó rechazándolo. Tampoco se sintió identificado con el contingente de independientes surgidos de la movilización social.

Es por ello indispensable la distinción analítica de diferentes grupos del pueblo: el octubrismo que detesta al neoliberalismo y el del 4 de septiembre que elude la política y percibe como natural al neoliberalismo. Canales ha estudiado el mundo movilizado, el mundo irritado por el abuso; los endeudados con el CAE que no lograron terminar su carrera o que no encuentran un trabajo que les permita pagar la deuda, los que se rebelan contra las zonas de sacrificio (ver artículo colectivo de Canales y otros, “La revuelta de los que sobran: fulgor y crisis del neoliberalismo chileno”, reproducido en la La pregunta de octubre). Pero la mayoría desafectada del sistema político muestra un comportamiento distinto.

Hay irritación frente al abuso del comercio, la asimetría en la relación laboral, las altas tasas de interés, entre otras, pero logra “surfear” en las aguas turbulentas de la sociedad neoliberal, aprovechando el quizás precario pero presente Estado social que le entrega salud y educación gratuita, que le subvenciona la vivienda y pone la parte principal de muchas pensiones, desarrollando múltiples ocupaciones, juntando a veces dos o más ingresos que le permiten acceder a la sociedad de consumo. Ello se posibilita, además, por la caída de los precios de bienes (en buena medida por la irrupción de China en el mercado mundial) y servicios, asociado a la desregulación y fuerte competencia, como es el caso del transporte, las telecomunicaciones y el mundo de las plataformas.

¿Revolución en el gallinero?

Como se señaló más arriba, Canales afirma que, aunque carecían de relato el “pueblo”, sí tenían “una conciencia profunda de su identidad estructural… es decir, en qué escalón del gallinero se encontraban”. Tal afirmación presupone una sociedad simple más parecida a la sociedad chilena del siglo XIX que a la compleja estructura social del siglo XXI. Sin duda que hay residuos de una sociedad estamental como Canales ha destacado; hay múltiples vidas que sobreviven las dificultades y muchos que logran acceder a la sociedad de consumo y establecen una relación compleja con la sociedad neoliberal e incluso con el orden estamental (ver trabajos de Araujo y Martuccelli). Ello sin contar la compleja y muchas veces contradictoria situación de los llamados sectores medios.

El estallido surge, para Canales, cuando el modelo de desarrollo entra en crisis y por ello octubre expresa una demanda de clase, no del género humano y, en consecuencia, la solución solo puede ser un “modelo de desarrollo donde una clase dirigente entienda que no hay dos tipos de chileno y que los puestos de trabajo que va a generar también puedan ser para sus hijos, como en Estados Unidos, en cualquier país decentemente capitalista”. Probablemente un estadounidense tendría una visión menos benevolente de su país.

Más relevante es, sin embargo, señalar que con todo lo importante que son los problemas asociados a la variedad de capitalismo que existe en Chile, concepto que alude no solo a la manera como se estructura la actividad productiva, sino también a las formas que asume la relación laboral, el rol del Estado y el marco institucional, el estallido social condensó demandas y aspiraciones muy diversas, que en ningún caso pueden reducirse a una presunta demanda de clase. Aunque el concepto es usado, por el autor, un tanto retóricamente y, por tanto, no tiene una aspiración de precisión, lo cierto es que dicho concepto no alcanza para caracterizar el estallido ni tampoco los problemas que enfrentó la Convención.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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