Para aumentar la confusión, habría que señalar que el aumento de la votación en los sectores populares, tanto en el plebiscito de entrada como en la segunda vuelta presidencial, favoreció a la izquierda, lo que dio para pensar que el voto obligatorio –que necesariamente va a aumentar la votación, especialmente en los sectores populares– sería un buen respaldo para el triunfo del Apruebo. El problema es que no es lo mismo que aumente la votación en los sectores populares cuando es voluntaria, que cuando es obligatoria. Cuando es voluntaria pueden sentirse llamados a votar quienes están más cerca de una politización, aunque sea momentánea. Cuando es obligatoria, concurren a votar los más reacios a meterse en la política.
De centrífugo a centrípeto. Está claro que en ciencias sociales la ley del péndulo es la única ley científica. El péndulo, porfiado él, oscila hacia un lado hasta que llega a su límite invisible y oscila hacia el otro lado hasta su otro límite invisible y así sigue. Lo raro que tiene este péndulo es que no cumple con la regularidad del péndulo, sino que su velocidad es variable. En política esto es mucho más visible y no hay para qué asombrarse de que el actual proceso también tenga esas veleidades: ahora el péndulo parece moverse desde la polarización hacia el ancho camino del medio.
No es que me comprometa con el diagnóstico como para hacer una apuesta en serio, sino que simplemente enuncio una hipótesis sin garantía. Hipótesis que no es tampoco novedosa, porque ya muchos la sostienen. Desde que la Convención parió a su creatura ya parecía claro que volvíamos al “sí, pero”; o al “no, pero”; al “nunca tanto”; al “depende, depende”; al “ni lo uno ni lo otro”; al “reformar” o “mejorar”. Las consignas rotundas, al estilo “¡Patria o muerte!”, empezaban a perder atractivo, aunque sin desaparecer. Cuando a la creatura la tiraron por la ventana desde el piso 62%, los duros y los puros eran menos de los menos.
Después de más de dos años sin organización, sin programas y sin liderazgos, es difícil mantener un conflicto polarizado. Se cansa uno y la vida cotidiana reclama su espacio. La decisión pasa al país menos politizado. En la hora de las campañas, sus víctimas no fueron los duros, sino los blandos y los que no están ni ahí con la política. Estos últimos son regularmente más de la mitad de los ciudadanos.
Se imprimieron millones de ejemplares de la nueva Constitución, que serán buen material para encender la parrilla del asado sin que los haya leído nadie. Eso es un dato de la causa. Los que tienen alguna afinidad política votaron según lo que les dijo su afinidad política. Los otros, según los sentimientos que trabajaron las campañas y algo más en la base.
En estas circunstancias, los cálculos para elaborar pronósticos eran muy difíciles. Las campañas sabían que tenían que mostrar personajes amables y conocidos que identifiquen su carga emocional con la opción correspondiente. Los personajes hicieron su cálculo de ganancias o pérdidas para mostrase en uno u otro lado. Estuvo la farándula, los expertos, los políticos y los opinantes, so manto de sabiduría (“vivimos revolcados en un merengue, en el mismo lodo, todos manoseados”). Por su parte, los creativos inventaron diseños, eslóganes, palabras clave, música y colores para encantar al más apático.
Ya se sabía que los partidos políticos adoptarían una actitud ligeramente retraída, evitando aparecer en primera línea, pero no por eso iban a desaparecer. Es más, en la medida que las campañas se hacían cargo del movimiento centrípeto, los partidos jugaban su juego para obtener ganancias. En tales circunstancias, los partidos de los extremos (digamos Partido Comunista y Partido Republicano) es posible que sean los más invisibles y los que más sufran, esperando tiempos mejores. Por su parte, los que aparecen más próximos al ancho camino del medio pueden tener mejor suerte. Al respecto, el Partido Socialista aparece muy bien ubicado para negociaciones futuras que ya todos saben que van a tener que ocurrir. Hay otros que también tempranamente se ubicaron en el centro de la plaza.
Terminada ya la Convención Constitucional, que pareció una amenaza catastrófica para el sistema de partidos, está claro que no se ha generado alternativa para ese sistema de partidos de la Segunda República, remozado el último decenio. El desempeño mismo de la Convención puede tener bastante que ver con la sobrevivencia del sistema de partidos e incluso con su robustecimiento. Pero, más allá de eso, está claro que al calor del estallido no se han desarrollado organizaciones sociales o políticas alternativas, ni mucho menos liderazgos dignos de tomarse en serio. Los que venían desde antes lograron su espacio institucional y aprenden a jugar el juego.
Al parecer, una vez más, el sistema de partidos resucita y seguramente será el encargado de darle solución a la incertidumbre institucional que plantea el fracaso de la propuesta de nueva Constitución en un plebiscito de salida que fue la entrada a otro conflicto.
Ya a fines de julio se podía considerar instalado el nuevo Gobierno y poco a poco se fueron superando dificultades y errores propios de la inexperiencia de quienes se hacen cargo de las principales funciones de este. En tales circunstancias, la principal preocupación política giró alrededor del resultado posible del plebiscito de salida, sobre el cual existía gran incertidumbre.
Como ya se señalaba, había dos grupos extremos inconmovibles que tenían ya asegurado su voto para el Apruebo y el Rechazo. Podía estimarse que estos votos seguros sumaban aproximadamente la mitad de los votantes persistentes y se distribuían parejamente entre aprobantes y rechazantes.
Además, hay que considerar que esa mitad de inconmovibles es la mitad de los habilitados para votar, es decir, solo parecía asegurada la votación para la cuarta parte de los ciudadanos. La incógnita era qué iba a pasar con las tres cuartas partes de ciudadanos que no tenían compromiso previo con ninguna de las dos opciones.
Veamos. La mitad de los votantes habituales, que no estaban previamente matriculados con una opción, era altamente probable que distribuyeran sus preferencias de acuerdo al resultado de la segunda vuelta presidencial, pues su opción por Boric o Kast estuvo marcada no solo por la proximidad a alguno de ellos, sino también fuertemente por el rechazo al otro. Era de suponer que, con respecto a la Constitución propuesta, la decisión de voto tuviera esas mismas bases, las que estarían bastante empatadas.
El gran tema es el hecho de que por primera vez en el país se iba a realizar una votación con inscripción automática y voto obligatorio, lo que supuestamente significaría que esa mitad de ciudadanos, que no está ni ahí con hacer la pega de participar en votaciones, sería obligada a hacerlo. Naturalmente parecía muy difícil predecir cómo votarían aquellos que no habían votado antes.
Antes del plebiscito, buscando la forma de ganar apuestas, se hacían cálculos. Se suponía que habría una proporción de no votantes que iban a mantenerse como tales, aunque se les pretendiera obligar a salir de tan cómoda posición. Si se consideraba la proporción que regularmente, habiéndose inscrito voluntariamente, no votó cuando el voto era obligatorio (antes de 2012), la cifra fluctuaría entre 10% y 12% en elecciones presidenciales. A esto había que agregar una proporción de los que no estaban inscritos y que ahora inscritos a la fuerza tampoco iban a concurrir al toque del clarín electoral; podía calcularse hasta un 10% más. De manera que, al aumentar la votación y acercarse al 80% de los inscritos, aproximadamente un tercio de la votación total sería de quienes no están ni ahí con la política. No es poco.
¿Cuál era el comportamiento esperable de ese tercio de ciudadanos? Es interesante, porque iban a ser las víctimas preferidas de todos los intentos de manipulación emocional. En esto la ventaja del Apruebo era que tiene más organización y trabajo en terreno; la ventaja del Rechazo era que controlan los grandes medios y tiene más plata para propaganda.
Regularmente la base para hacer apuestas sobre resultados electorales suelen ser las encuestas sobre intención de voto; eso ya se tenía. Obviamente, encuestas realizadas con mucha anterioridad no garantizan nada y, además, siempre resultará imposible saber si esas encuestas, en el momento que se publicaron, eran acertadas o erradas; es cuestión de fe.
Por otra parte, existe una larga discusión respecto a qué o a quién favorece o perjudica la mayor participación electoral. En general tendía a asumirse que en Chile la mayor participación favorece a alternativas más de izquierda (o “progresistas”, dirán los más piadosos). Esta perspectiva estaba detrás de la antigua preferencia de la derecha por el voto voluntario, sobre la base de que quienes más se abstienen de votar son los sectores populares y que existe una cierta afinidad entre sectores populares y voto de izquierda o “progresista”. La consecuencia simple sería que la mayor votación esperable favorecería la opción Apruebo.
Sin ánimo de ofender y con todo respeto, se podría sostener que suele ser difícil proyectar consecuencias simples. Las cifras electorales aportan su confusión.
Para empezar, téngase presente que la mejor votación presidencial para la centroizquierda se obtiene con Bachelet en 2013, cuando en segunda vuelta obtiene el 62,2% de los votos, siendo también la peor para la centroderecha. Fue la primera vez que se aplicó el voto voluntario con inscripción automática. Fue también la elección presidencial en que hubo menor participación de votantes, solo el 40% en esa segunda vuelta.
Pero también es interesante notar que las dos últimas votaciones con voto obligatorio y las primeras con voto voluntario, muestran que a la derecha le va mejor con voto obligatorio.
La diferencia no es escandalosa, pero existe.
Si se revisan los datos electorales más atrás en el tiempo, es posible apreciar que la derecha tenía bastante más votación antes de que se impusieran la inscripción automática y el voto voluntario.
Por cierto, no necesito que me digan que en los cambios de resultados electorales influyen muchos factores. Sin embargo, es notable que la pérdida de estabilidad de la votación de los partidos políticos se produzca justamente cuando cambia el sistema electoral a voto voluntario, siendo notoria la disminución de la votación por la derecha.
Para aumentar la confusión habría que señalar que el aumento de la votación en los sectores populares, tanto en el plebiscito de entrada como en la segunda vuelta presidencial, favoreció a la izquierda. Lo cual dio para pensar que el voto obligatorio, que necesariamente va a aumentar la votación, especialmente en los sectores populares, sería un buen respaldo para el triunfo del Apruebo. El problema es que no es lo mismo que aumente la votación en los sectores populares cuando es voluntaria, que cuando es obligatoria. Cuando es voluntaria pueden sentirse llamados a votar quienes están más cerca de una politización, aunque sea momentánea. Cuando es obligatoria, concurren a votar los más reacios a meterse en la política.
¿Qué se podía sacar de todo esto? Que el voto obligatorio no iba a favorecer necesariamente a la opción de Apruebo. Pero tampoco se sabía cuál sería la fuerza obligatoria de votar, cuánto pesaría el miedo a la sanción que obliga. Y fue mucho, más del 85% de los automáticamente inscritos fue a votar… más de un tercio de estos no quiere saber nada de la política, no les interesa, están fuera.
Es probable que ahora empiece la preocupación por saber quiénes son los apolíticos. También es probable que, dado el clima idealista imperante en las ciencias sociales, se busquen explicaciones idealistas, cuestión de ideologías, de reconocimiento, de identidades. La referencia a las condiciones materiales de existencia no suele ser muy frecuente.
Sin ánimo de polemizar, solo un alcance: durante mucho tiempo se definió que el voto de las mujeres era más conservador que el de los hombres. Cuando había en Chile votación separada de hombres y mujeres, se constataba que las mujeres votaban más por la derecha que los hombres. Un pequeño estudio electoral me permitió, modestamente, concluir que las mujeres dueñas de casa votaban más por la derecha, pero las mujeres que estaban en el mercado laboral tenían preferencias electorales similares a los hombres. Las condiciones materiales de existencia de unas y otras electoras eran distintas.
¿Cuáles son las condiciones materiales de existencia del apolítico?