Pedagogo e investigador, docente en la Universidad de Magdalena en Colombia, ha publicado más de 40 libros relacionados con la educación. Entre otras actividades académicas, es director del grupo de investigación GIEDU: Epistemología Configurativa y Educación Decolonial (Categoría A en Colciencias). En esta entrevista habla, entre otros temas, del «giro decolonial «y cómo construir conocimiento a partir del contexto particular de cada región.
Alexander Ortiz es académico de la Universidad del Magdalena, de Colombia. Cubano de origen, donde estudió pedagogía y realizó su doctorado. Actualmente dirige el Grupo de Investigación GIEDU, “Epistemología Configurativa y Educación Decolonial”. Justamente conversamos sobre las implicancias y el futuro del decolonialismo en la educación.
-La preocupación por el colonialismo y la propuesta del decolonialismo ha tenido una presencia cada vez más relevante en el debate público. ¿En qué consiste el “giro decolonial?
-A lo largo de la historia de la ciencia, de la epistemología y de la filosofía han ocurrido varios giros. Dar un giro es dar una vuelta importante, en algunos casos de 180 grados. Hablar de giro es una metáfora que se utiliza, en este caso, para dar cuenta de una reorientación en la forma de investigar, en la forma de construir conocimiento. Todos sabemos que, a partir del paradigma racionalista empírico, analítico y positivista de la ciencia moderna establecido desde Copérnico, Galileo Galilei, Newton y fundamentado filosóficamente en el Discurso del Método de Descartes, se establece una forma de construir conocimiento. Sin embargo, esta es muy cuestionada desde las ciencias antroposociales, desde las ciencias humanas y sociales –donde se enmarca la educación– por ser reduccionista, mecanicista y determinista, porque no tiene en cuenta las verdaderas características y cualidades y atributos de los procesos humanos y sociales, como son el aprendizaje, el desarrollo humano, la enseñanza, la evaluación y demás.
A lo largo de la historia de las ciencias humanas y sociales se han dado varios giros, como por ejemplo el giro lingüístico, el giro hermenéutico, el giro fenomenológico, el giro configurativo, el giro sociocrítico. Siguiendo esa misma lógica, el filósofo puertorriqueño Nelson Maldonado Torres acuñó el término ‘giro decolonial’, que ha sido seguido por muchos autores de nuestra América, incluyéndonos.
El giro decolonial implica la búsqueda de comenzar a construir conocimiento a partir del contexto particular de cada región, a partir de los conocimientos conceptualizados y situados, mirándonos a nosotros mismos y sin necesidad de importar conocimientos de otras regiones, de otros países u otros contextos. No es un secreto para nadie que casi todos los conocimientos pedagógicos, curriculares y didácticos que nosotros utilizamos en nuestras prácticas pedagógicas, son traídos desde Estados Unidos y desde Europa. Entonces, el conocimiento pedagógico curricular y didáctico que nosotros usamos es usaeurocéntrico. Se trata de conocimientos coloniales, autocolonizados o impuestos desde afuera. El giro decolonial lo que propone en esencia es desprendernos, desengancharnos de esos conocimientos eurocéntricos y rescatar un conocimiento contextualizado y situado, en el caso de la educación, propio de la educación: formas de enseñar, formas de educar propias de nuestros contextos.
-¿De qué forma ha ido evolucionando esta perspectiva?
-Nuestra América o Abya Yala, como también se le llama al continente americano, es una invención, como dice Walter Mignolo, porque cuando llegaron los europeos a este territorio, por ejemplo, a Colombia, Perú, Bolivia, Ecuador, ya los grupos originarios vivían aquí y tenían el nombre de su territorio. En esta zona de Colombia, Bolivia, Ecuador, ellos le llamaban Abya Yala, que significa tierra en plena madurez. Sin embargo, le impusieron un nombre que es América, siendo que nosotros no somos ni americanos ni latinos. El continente se renombró. Los europeos nos nombraron, nos pensaron.
Esta idea de la decolonialidad no es solamente para nuestra América, sino para el Sur Global, para el sur de cada uno de los de los países del mundo. El Sur, como metáfora, alude a las regiones excluidas, en que habitan minorías étnicas, indígenas, afros, campesinos. En mi caso, yo también aplico esta perspectiva a la educación, considerando padres de familia, a niños, jóvenes, cualquier minoría que sea excluida, invisibilidada, negada, rechazada. No necesariamente tiene que ser afro o indígena. Cuando un profesor, por ejemplo, excluye a un niño a una niña del proceso de enseñanza aprendizaje, desde mi perspectiva asume un papel colonizador. Este es un ejemplo de la extensión del giro de colonial a distintas áreas del saber y a nivel planetario. Por eso hay también muchos autores de Estados Unidos, de Europa, también están configurando su trabajo desde un discurso decolonial.
-En algunos de sus trabajos, usted ha hablado de una distinción entre pedagogizar lo decolonial y decolonizar la pedagogía. ¿Puede explicarnos sobre ello?
-La decolonialidad tiene una identidad propia y la pedagogía –como saber– también tiene una identidad propia, pero además ambas pueden y deben relacionarse, pueden ser dos caras de la misma moneda y deben establecerse como un eslabón, como una configuración diádica, en el sentido de que si nosotros pedagogizamos la decolonialidad –por ejemplo, lo que hacemos en este mismo conversar alterativo que sostenemos tú y yo en este mismo momento–, estamos alfabetizándonos en el discurso de la decolonialidad.
La pedagogía tiene que ver con la educación, tiene que ver con la formación, tiene que ver con la enseñanza y el aprendizaje. Entonces, pedagogizar la decolonialidad implica contribuir a que todos los seres humanos aprendamos, nos formemos en el discurso de la decolonialidad, que la comprendamos, que podamos conversar sobre ella, en primer lugar, para autodecolonizarnos, que es el primer paso para descolonizar cualquier proceso, porque todo ser humano lleva un colonizador dentro. Parece que nos encanta colonizar.
Decolonizar la pedagogía, por su parte, también es necesario porque la pedagogía en sí misma ha tenido una pretensión colonizadora. La pedagogía pretende formar al otro. Sin embargo, hay una tensión, una contradicción muy fuerte entre la formación y la emancipación. Si yo pretendo formar al otro, ¿cómo logro esa formación sin entorpecer su emancipación? Es muy difícil formar al estudiante sin bloquear su liberación. Ahí hay una trampa en la pretensión y en la intención humanista de la pedagogía y por eso en uno de nuestros escritos yo digo que la doctrinalidad es la cara oculta de la formación.
La formación, en su aparente bondadosa intención, oculta un aspecto colonizador que es el adoctrinamiento, porque toda pedagogía adoctrina en el fondo, si no es decolonial. Por ejemplo, habría que preguntarle a la pedagogía por qué pretende formar al otro y por qué no permite que el otro se autoforme. Al intentar formar al otro no se da cuenta que se limita su autonomía, su libertad. Entonces ahí hay una gran tensión que nosotros, los educadores, tenemos que resolver. Y la resolvemos precisamente decolonizando la pedagogía.
-¿Cómo un profesor o una profesora puede avanzar en decolonizar su pedagogía? ¿Qué implicancias tiene este ejercicio con sus estudiantes?
-En nuestro grupo de investigación hemos hecho este trabajo a través de lo que hemos denominado “Comunidad de reflexión sobre las experiencias decoloniales”. Hemos utilizado el término alter sofía, que se entiende como la sabiduría del otro. No es una epistemología, es una filosofía de la alteridad. No es una estrategia, no es un modelo pedagógico, no es un paradigma. Es una forma otra de construir conocimiento a través de relacionarnos con los demás.
Para ello, lo primero que tiene en cuenta es el conocimiento del estudiante. El docente, en su intención de educar, asume que no es el único que tiene un conocimiento, sino que media un proceso de intercambio de saberes entre iguales, y en que él también es mediado. Entonces, no hay una pedagogía, un currículum, una didáctica que sea superior o imponente, sino que el profesor se ubica al mismo nivel de los estudiantes y se reconoce como un mediador autodecolonizado, que a través de su acción visibiliza el saber del estudiante, visibiliza ese conocimiento que es válido.
-Usted ha indicado que el colonialismo está presente e internalizado en la gran mayoría de sus aproximaciones y de los procesos de las Ciencias Sociales, así como en la pedagogía. Considerando ese diagnóstico, ¿qué opciones reales hay para pensar en una transformación, considerando la visión que usted está compartiendo?
-Hay que seguir caminando, este conversar alterativo que estamos teniendo tú y yo, es una muestra de que sí podemos seguir avanzando. Hace 30 o 40 años era impensable que existieran los discursos que hoy tenemos y las prácticas que hoy tenemos. En el año 90, el sociólogo peruano Aníbal Quijano introduce la noción “colonialidad”. Posteriormente, Catherine Walsh, lingüista norteamericana residente en Ecuador, sugiere la noción «decolonialidad» y se empieza a configurar el discurso del giro decolonial y las prácticas decolonizadoras. Treinta o cuarenta años después, ya vemos que es un movimiento que se va consolidando. Entonces, hay que mirar con buenos ojos, esperanzadores, ese futuro, pero desde el presente, debatiendo, desarrollando eventos, publicando, interactuando, no necesariamente enfrentando a ese gran gigante que son las configuraciones de las ciencias sociales que están establecidas. Más bien tenemos que avanzar en nuestro hacer decolonial situado, ir sembrando semillas que van a ir poco a poco germinando.