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América Latina, es hoy y no mañana Opinión

América Latina, es hoy y no mañana

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Pierre Lebret
Por : Pierre Lebret Cientista político, experto en asuntos latinoamericanos, magister en cooperación y relaciones internacionales (Paris III), ex funcionario de la Agencia Chilena de Cooperación Internacional para el Desarrollo y ex consultor de la Cepal. Actualmente trabaja en una ONG para asuntos humanitarios.
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Debemos contribuir al espíritu comunitario, retomar los proyectos integracionistas con programas concretos a nivel regional en múltiples áreas: institucionales, infraestructuras, energías sostenibles, protección del medioambiente, igualdad de género. Pensar juntos programas sobre recursos estratégicos no quiere decir aislarse del mundo, sino insertarse mejor en él, y estar mejor parados frente a otras potencias. Es vital reforzar nuestra integración económica. Otra de las prioridades absolutas es el fortalecimiento de la educación y el conocimiento, con mayor movilidad e intercambios, financiamiento de formaciones y cooperación académica entre los países de la región.


¿Les ha pasado estos últimos años, con independencia del lugar del que vienen o en qué creen, que la esperanza era más palpable y visible antes que ahora? ¿Que nuestras democracias se ven minadas por la mentira o las fake news, torciendo y rompiendo las confianzas? Hoy, la elección de Lula justamente nos permite tener más esperanza. Han pasado duros años en espera de ese momento. La elección brasileña no se trata solo del futuro del Brasil, con ella se juega gran parte de América Latina y el mundo. Es un soplo firme de democracia sobre las nuevas formas de autoritarismos. Es una victoria por y para la justicia social, el clima y, en acertada consecuencia, la humanidad.

Clamar victoria no quiere decir desconocer el nivel de polarización existente. Cierto, no es nada nuevo y, por tanto, más preocupante. Es evidente que múltiples países y gobiernos se encuentran divididos, pero también los y las líderes de oposición, actores de la sociedad civil, tienen el desafío y el deber de volver a unir, de reconstruir, de hacerle entender a la población que las opciones autoritarias disfrazadas de democráticas no son la vía para alcanzar vidas dignas, ni sirven para proteger nuestra casa común, esencial para la sobrevivencia.

Sabemos que este nuevo contexto es mucho más difícil para la región si lo comparamos con la “década ganada” del inicio de siglo, cuando los precios de los commodities eran favorables y el crecimiento sostenido para emprender grandes reformas sociales; gozábamos de una capacidad fiscal mucho mayor. La pandemia, la guerra, las im-potencias y las alertas de posible recesión para el 2023 dejan un margen menor. Estamos en otra era.

Pero, por primera vez, las 5 principales economías de Latinoamérica cuentan con gobiernos progresistas –Argentina, Brasil, Chile, Colombia y México–. Esa coherencia puede permitir poner en marcha una locomotora –eléctrica– para que agendas comunes permitan abrir camino a una integración sostenida. ¿Queremos que nuestra región sea relevante en las próximas décadas? O estamos condenados a seguir con esa dinámica de avances en integración y retrocesos sistemáticos por el color político de los gobiernos de turno. No sigamos jodiéndonos. Es tiempo de avanzar juntos, o como lo dijo hace unos días en Sao Paulo el expresidente uruguayo José Mujica: «Tener paciencia estratégica. Tenemos intereses comunes, desafíos comunes insuperables por sí solos. En un mundo donde la guerra amenaza los frágiles equilibrios, debemos ser capaces de defendernos colectivamente, para negociar mejor en la escena global».

La presidenta de la ONG One, Gayle Smith, afirma que tendremos que acostumbrarnos a gestionar varias crisis a la vez. La Cepal habla de crisis de desarrollo. En cuanto al clima, para solo tomar ese ejemplo, científicos de todo el mundo exigen un cambio radical en nuestros modos de vida, de producción. No confiemos en el poco margen que nos queda. El filósofo Philippe Descola y el investigador y autor Alessandro Pignocchi, en su último libro Etnografías de los mundos por venir, nos invitan a pensar en cómo debilitar un mundo dominante regido por las leyes de la economía y hacer emerger mundos más igualitarios, señalando nuevamente que es esencial ir más allá de la división entre cultura y naturaleza.

En nuestra región, tenemos experiencias, pero también pueblos originarios de los cuales podemos aprender mucho de esta relación no dual con la naturaleza. Pero para avanzar de manera segura y con mayores resultados e impacto, solo podremos hacerlo unidos. Por sí solos, no ofrecemos a nuestra juventud grandes perspectivas, esa misma juventud que deberá enfrentar las consecuencias de la irresponsabilidad, del egoísmo si no se actúa ahora, aun siendo tarde.

Debemos creer en un reconocimiento y una acción comunes, juntar fuerzas, exigir a quienes costearon su crecimiento y desarrollo mediante un profundo daño al medioambiente, que contribuyan hoy al desarrollo de los países del Sur global evitando la continuidad del desastre. El Sur requiere tecnología y conocimiento, necesitamos recursos y oportunidades para evitar la destrucción de nuestro suelo y nuestros mares. Dejar de destruir y deforestar la Amazonía no es el problema de un grupo de países, es un problema de la humanidad toda, pero se requiere de estrategias conjuntas que ofrezcan alternativas a esa destrucción.

La extracción, como base de nuestras economías, conforma el viejo aforismo de pan para hoy y hambre para mañana; pero ciertamente necesitamos ese pan, también salud, educación, viviendas, dejar atrás la miseria como único destino para la mayor parte de nuestras sociedades. Nuestro dilema sigue siendo el desarrollo, sin embargo, hoy, ese dilema, incluye –quiéranlo o no– a todos quienes habitan el planeta. Exigir mayor protección para los países de la América Latina y el Caribe, es un tema de todos quienes viven en la región no olvidamos ni eludimos la responsabilidad, sin embargo, en una perspectiva sistémica nadie –particularmente el mundo desarrollado– puede entender el asunto como un problema exclusivamente de los latinoamericanos. Negociar la reducción de la deuda para superar brechas estructurales, por ejemplo, requiere un esfuerzo de memoria, la deuda se originó a partir de esquemas coloniales y neocoloniales que los países de nuestra región pagan con miseria y dependencia. La crisis es profunda, salir de ella supone acciones y transformaciones tan profundas como la misma crisis.

Debemos contribuir al espíritu comunitario, retomar los proyectos integracionistas con programas concretos a nivel regional en múltiples áreas: institucionales, infraestructuras, energías sostenibles, protección del medioambiente, igualdad de género. Pensar juntos programas sobre recursos estratégicos no quiere decir aislarse del mundo, sino insertarse mejor en él, y estar mejor parados frente a otras potencias. Es vital reforzar nuestra integración económica. Otra de las prioridades absolutas es el fortalecimiento de la educación y el conocimiento, con mayor movilidad e intercambios, financiamiento de formaciones y cooperación académica entre los países de la región.

En cuanto a la cooperación internacional, unidos hay que reforzarla. Unidos hay que demostrar la necesidad de repensarla para superar las viejas costumbres y mediciones obsoletas del desarrollo. Mediante la inversión pública global hay que dotar el sistema de cooperación internacional de nuevos medios con responsabilidades compartidas, movilizar un mayor volumen financiero para dirigirlo a proyectos concretos y programas de gran envergadura. Proponérselo y lograrlo pasará también por impulsar nuevamente y de manera sostenida diálogos regionales en América Latina y el Caribe, y con otras regiones del mundo. Sí, es importante activar el regionalismo y defender el multilateralismo.

Para nuestros pueblos, debemos unirnos hoy y no mañana.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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