Publicidad
Animales fantásticos: gatopardos versus anfibios políticos Opinión

Animales fantásticos: gatopardos versus anfibios políticos

Publicidad
Gilberto Aranda B.
Por : Gilberto Aranda B. Profesor titular Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile.
Ver Más

Quien tuvo una de las experiencias híbridas más eficaces de control de instituciones públicas y predominio en la calle fue, indiscutiblemente, Evo Morales, por medio de la alianza entre el partido MAS (Movimiento al Socialismo) y las organizaciones indígenas, aun cuando hubo facciones del indigenismo que marcaron precozmente diferencias con el masismo. Y si bien funcionó más de una década, la pretensión de una nueva reelección –no permitida en la Constitución del Estado Plurinacional y rechazada en un plebiscito de 2016, aunque autorizada por el Tribunal Constitucional en 2017– derivó en unos comicios de 2019 impugnados por la oposición y que, tras 21 días de protestas, se saldaron con un golpe de Estado que desalojó a Evo del Palacio Quemado.


En el libro I de La Política, Aristóteles refiere a la humanidad como el zoon politikón o animal cívico. Y si, como dice el aforismo del psiquiatra Thomas Szasz, “en el reino animal, la regla es comer o ser comido y en el reino humano, es definir o ser definido”, la fauna política ofrece hoy una galería de animales fantásticos susceptibles de organizarse taxonómicamente.

Sin embargo, en los tiempos críticos que corren, en que el mundo pasado no termina de morir ni lo nuevo de nacer –parafraseando a Antonio Gramsci–, emergen dos singulares bestias cuya clasificación no es sencilla a simple vista: la Panthera uncia, irbis o “leopardo de las nieves”, si se prefiere, también conocido como gatopardo, un felino que habita alturas de Asia Central, entre los 4 mil y 6 mil metros, destacando por su habilidad en la caza de todo tipo de animales que en ocasiones pueden triplicar su tamaño. Un depredador nato de fuerte instinto territorial y astucia para mimetizarse con su entorno en ciertas épocas del año. Y a renglón seguido, el grupo de anfibios, cuyo nombre proviene etimológicamente del griego amphí (‘ambos’) y bíos (‘vida’), literalmente «ambas vidas» o en este caso «en ambos medios», para destacar sus dos fases respiratorias,  branquial en la etapa larvaria y otra pulmonar cuando existe cierto desarrollo. Esa cualidad les permite interactuar en dos mundos. Se trata de un vertebrado capaz de desplazarse desde ambientes acuáticos a otros terrestres, pudiendo algunas subespecies secretar toxinas para defenderse de bestias predatorias en entornos ampliados.

Traducido políticamente, el «gatopardismo» sigue la idea de la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1958) respecto a operar cambios para que las jerarquías oligárquicas sigan en el lugar de siempre, expresados en la paradoja “Hace falta que algo cambie para que todo siga igual”. En definitiva un giro aparente, impostado astutamente –como un gatopardo que tras una cromática rocosa oculta sus instintos–, que se asocia a un conservadurismo resistente a abandonar sus espacios de privilegios, pero que tácticamente es capaz de adaptarse a las circunstancias para así mantener aspectos relevantes del estatus precedente. Es decir, un engaño.

Los anfibios corresponden a políticos cuyo origen o crecimiento responde a un ciclo de movilizaciones y que, posteriormente, al acceder al establishment institucional, continúan recurriendo a la “calle” cuando determinados resultados no les satisfacen. Desde luego, es claro que la democracia tiene dimensiones agonistas o de conflicto, y otras de acuerdo y dirección política, y que tanto instituciones como protestas no violentas son parte de una vida política sana. Pero pretender estar en el poder y dirigir manifestaciones multitudinarias, habitar al Ejecutivo y encarnar el activismo antiinstitucional, tiene rasgos oximorónicos.

El primer caso –gatopardismo– puede ser representado por cierta derecha radical y populista, como la trumpista y bolsonarista, con agendas de cambios cosméticos, firmemente ancladas a visiones tradicionalistas y utopías de grandeza pretéritas, con un claro toque de palingenesia política. “Hagamos grande a América otra vez” y “Brasil por encima de todos” hacen parte de los mitologemas de renacimiento nacional (Boticci, 2016). En caso del ex jefe de Estado del salón oval, si seguimos a la reflexión de los estilos de política exterior de Walter Russell Mead (2017), podemos entender a Trump como jacksoniano –aludiendo al séptimo Presidente de la Unión, prototipo de la política exterior nacionalista del siglo XIX, agresivamente expansiva hacia el oeste y el sur del continente–, con un gobierno que interviene en la esfera internacional solo bajo dos premisas: la seguridad física y el bienestar económico de los ciudadanos de Estados Unidos, esto último bajo un claro signo proteccionista. Si alguno de esos principios corre riesgo, una represalia militar es una opción posible.

En el caso del presidente saliente del gigante sudamericano, es conocida su admiración por la época de la última dictadura militar brasileña (1964-1985) y el cultivo de vínculos preferentes con los institutos castrenses, con vicepresidente y cerca de un tercio de su gabinete cuyo origen es militar. Paralelamente, es menos conocida la resurrección de la nostalgia por la tradición parlamentaria de los tiempos de los Braganza (1826-1889) en la nueva derecha brasileña, que desde antes de Bolsonaro propició la fragmentación del Ejecutivo para un empoderamiento parlamentario de facto que asegurara la implementación de un proyecto ultraliberal de Estado mínimo (Wink, 2018).

El segundo caso –los anfibios–, apunta a los liderazgos que accedieron al poder liderando movimientos de base, al que no renunciaron una vez habitaron instituciones políticas. El chavismo es uno de los casos más preclaros, catapultado al Palacio Miraflores por el MVR (Movimiento Quinta República) para después generar desde arriba una “sociedad civil dependiente”, mejor conocida como Círculos Bolivarianos, con existencia desde 2001 a 2006, cuando los concejos comunales les sucedieron. Moisés Naím (2013) lo ha descrito como una GONGO, u Organización No Gubernamental creada y operada desde un Gobierno.

Existen otro tipo de articulaciones menos institucionalizadas. La versión kirchnerista del peronismo también ensayó en una primera etapa (2003-2011) una gramática de relaciones del núcleo justicialista del Grupo Calafate con el sindicalismo oficialista y las representaciones de trabajadores desocupados (“piqueteros”) e informales (Natalucci, 2018), reemplazando a los tradicionales apoyos de diversos sectores sindicales al interior de la Confederación General del Trabajo (CGT), que se mostraban más autónomos. Esta original dinámica de interacciones no sobrevivió a 2011, cuando la segunda elección de Cristina Fernández mostró que otra agrupación –conocida como La Cámpora– constituía el respaldo vertebrador del gobierno.

Quien tuvo una de las experiencias híbridas más eficaces de control de instituciones públicas y predominio en la calle fue, indiscutiblemente, Evo Morales, por medio de la alianza entre el partido MAS (Movimiento al Socialismo) y las organizaciones indígenas, aun cuando hubo facciones del indigenismo que marcaron precozmente diferencias con el masismo. Y si bien funcionó más de una década, la pretensión de una nueva reelección –no permitida en la Constitución del Estado Plurinacional y rechazada en un plebiscito de 2016, aunque autorizada por el Tribunal Constitucional en 2017– derivó en unos comicios de 2019 impugnados por la oposición y que, tras 21 días de protestas, se saldaron con un golpe de Estado que desalojó a Evo del Palacio Quemado.

De más está decir que, para ambas especies de animales políticos –gatopardos y anfibios– los acuerdos institucionales son medios temporales que se subordinan a su verdadero proyecto: para unos, la inmovilidad del grueso del escenario político, y para otros, un giro copernicano con el mínimo de concesiones. Por lo tanto, todo compromiso es estrictamente pasajero. El camuflaje y una cuota de cinismo hermanan a estas dos conductas, compartiendo una adhesión limitada al sistema liberal de pluralismo.

Conviene entonces no olvidar, pensando en Gramsci, que en el claroscuro del momento del cambio político cultural es precisamente donde puede surgir lo inesperado o, en este caso, vetustos políticos transformándose en animales fantásticos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias