Ese fantasma que ronda a Chile y América Latina no viene desde los cuarteles, sino que desde los políticos electos democráticamente que realizan acciones que limitan o minimizan los regímenes democráticos. Esas acciones van desde proyectos de seguridad que coartan los derechos civiles, hasta utilizar las Fuerzas Armadas para presionar a las instituciones políticas, minimizar el acto político a solo elecciones, castigando otro tipo de manifestaciones o disidencia. La crisis económica y social post-COVID-19, el aumento de la delincuencia y la violencia, solo incrementan la aparición de estas figuras populistas, demagógicas y peligrosas.
Desde el final de la Guerra Fría e inicios de los noventa, ocurrió la tercera ola de democratización a nivel mundial, proceso que da cuenta de cómo los países que estaban en un régimen autoritario pasaron a ser una democracia a través de un proceso de transición. Fue todo un asunto de profundo cambio para países donde la democracia representativa había generado, en décadas anteriores, los quiebres institucionales que los llevaron a las dictaduras. Con el transcurso del tiempo estas nuevas democracias se habían implantado relativamente bien, pero al pasar los años, el quiebre democrático sigue siendo un fantasma presente en los sistemas políticos del mundo, donde Chile no es la excepción.
Ese fantasma que ronda a Chile y América Latina no viene desde los cuarteles, sino que desde los políticos electos democráticamente que realizan acciones que limitan o minimizan los regímenes democráticos. Esas acciones van desde proyectos de seguridad que coartan los derechos civiles, hasta utilizar las Fuerzas Armadas para presionar a las instituciones políticas, minimizar el acto político a solo elecciones, castigando otro tipo de manifestaciones o disidencia. La crisis económica y social post-COVID-19, el aumento de la delincuencia y la violencia, solo incrementan la aparición de estas figuras populistas, demagógicas y peligrosas.
Pero estas figuras pueden ser delimitadas con el buen funcionamiento de los partidos políticos, como organizaciones responsables de llevar candidatos apropiados a las diversas elecciones, que profesionalizan a sus militantes y agregan los intereses de los electores. No es un pecado crear partidos nuevos en un sistema como el chileno, un sistema multipartidista de coaliciones y desde hace varios años dinámico en la creación de partidos y movimientos políticos. Pero el gran problema es que estos partidos no tienen como finalidad la representación de algún sector social, sino que representan los intereses de los políticos que buscan una independencia política y electoral fuera de los partidos tradicionales, con el objetivo de ser figuras relevantes a la hora de negociar en el Congreso o en elecciones con sus bolsones electorales. Son los actores quienes definen el régimen político del país, por eso estos deben respetar y mantener las leyes democráticas. Por último, que los partidos entiendan la democracia como un fin y no como un medio para llegar a satisfacer sus necesidades individuales o de un grupo reducido de personas.
La generación de nuevos partidos en la actualidad no solo puede afectar la representación del electorado, sucede que también dificulta más la capacidad de generación de alianzas y coaliciones que se mantengan en el tiempo. Haciendo propicia la existencia de coaliciones débiles que solo afectarían el funcionamiento del Ejecutivo y del Legislativo. Una solución para este problema es una reforma que suba las barreras de la creación y formación de partidos, como: tener un umbral de votos en elecciones; que los políticos creadores del nuevo partido no hayan militado en un partido tradicional o que no puedan ser de la directiva primigenia; aumentar la cantidad de firmas requeridas para conformar un partido; leyes que promuevan la probidad y el buen comportamiento de las autoridades electas. Porque sería un gran retroceso para Chile y la región el regreso a un régimen autoritario, bajo una promesa de orden económico y social.
Los partidos que ya están insertos en la arena política actual, deben mejorar su capacidad de orden, cohesión y pragmatismo para generar un nivel más profesional e institucional de los partidos, para mejorar la percepción de confianza por parte del electorado y que puedan ser vistos como organizaciones políticas válidas, como intermediarios entre las instituciones y la sociedad civil. Tener un partido más ordenado y cohesionado, da pie a generar coaliciones estables y ganadoras bajo un sistema de partidos que está en constante cambio o, incluso, puede ser la fusión de partidos pequeños.
La amenaza de un retroceso al autoritarismo en Chile o en cualquiera de los países de tradición democrática, aceptar a un régimen autoritario, a través de una figura electa en elecciones democráticas bajo una promesa de orden económico y social, puede afectar de forma directa las condiciones de vida de los ciudadanos. Todavía hay tiempo por parte de los partidos de mejorar su funcionamiento interno, con miras a un accionar político de mediano o largo plazo, pero si mantienen su mirada al presente o corto plazo, seguirán siendo vistos como organizaciones negativas en la sociedad.