Chile se encuentra en un período de redefinición de su democracia, con transformaciones estructurales en curso y una oposición que está empeñada en una vorágine contra el gobierno. Si somos optimistas, quizás este nuevo ciclo culmine con la consolidación de un proyecto socialdemócrata-ecológico-liberal, a partir de un Estado social y democrático de derecho, donde la lucha política se centre en cuánto más Estado o cuánto más mercado, así como una participación social acotada versus una democracia participativa. Si, por el contrario, prima el pesimismo, el corto plazo se ve sombrío. La crisis de representación que nos afecta requiere de una renovación drástica del conjunto del sistema político, cuya concreción no se observa en el horizonte cercano.
Luego del 62% que obtuvo la opción rechazo a la propuesta de nueva Constitución en el plebiscito de salida pareciera que la política ya no existe. Ante una sociedad que presenta claros rasgos de anomia, es decir, desorganizada, fragmentada, individualista y descreída, los datos de las encuestas pretenden reemplazar a la política pasando a ser una base supuestamente incontrovertible para un análisis cuya deriva sociológica es evidente. Sin embargo, las alternativas del nuevo ciclo que vive Chile incluyen la redistribución del poder y eso es política pura, por lo que es necesario visualizar geometrías que conforman escenarios donde está presente la antigua división izquierda/derecha, aunque en una versión flexible caso a caso; así como se estructuran otros ejes posibles como arriba/abajo o jóvenes/viejos, a partir de las distintas experiencias generacionales. Todo ello se hace posible cuando la inscripción y el voto han vuelto a ser obligatorios después de 49 años (elecciones parlamentarias de marzo de 1973).
Este esquema nos permite intentar un análisis que traduzca condiciones, tendencias y correlaciones de fuerzas del actual cuadro político del país, tomando en cuenta que las predilecciones del electorado son volátiles según la oferta, mandando la situación presente (sobre todo la economía y la seguridad). Tal realidad no implica que dichas aristas se den fuera de un cierto orden de preferencias, que impidan examinar y comprender la situación desde la política.
Por ello, constatamos que el clivaje o línea de fractura de izquierdas y derechas se mantiene a pesar de características distintas a las tradicionales, pues esta división es posicional y como tal solo cambian los contenidos. El discurso conservador sobre la desaparición de esta dicotomía luego de la caída del Muro de Berlín (1989), ha sido matizado por la vigencia de la lucha por la igualdad y el cambio como temas centrales de la izquierda, lo que en Chile se materializa en la profundidad de las transformaciones que se quieren hacer al modelo neoliberal o, simplemente, su reemplazo.
Ya que algunos ponen en duda la existencia del neoliberalismo, entendemos por aquello a una visión que pretende construir la sociedad a partir del dominio del mercado como principio ordenador, concretándose en un Estado mínimo, la privatización, la desregulación y la reducción de impuestos con el fin de impulsar una economía de la oferta, bajo la teoría de la filtración descendente (derrame o chorreo). En Chile el exitoso experimento de Estado subsidiario impuesto por la dictadura cívico-militar desde 1975 restringió drásticamente las funciones públicas sobre el desarrollo, impulsó el predominio del capital financiero, una estructura marcada por las desigualdades y la concentración de la riqueza como principios fundantes del orden socioeconómico.
La recuperación de la democracia en 1990 implicó que la coalición gobernante tuviera que consolidar el nuevo régimen y lograr un crecimiento vigoroso que alcanzara para superar los altos índices de pobreza con los que terminó la administración autoritaria. Pese a conseguir estos objetivos, el diseño neoliberal original no varió de naturaleza y el sistema político democrático bajo la Constitución de 1980 fue reformado, aunque no pudo corregir sus limitaciones.
La Concertación se convirtió con el correr de los años en un artefacto conservador que privilegiaba la estabilidad, sin que pudiera o quisiera devolverle al Estado y a la sociedad el predominio sobre el mercado. En todo caso, aquella forma de enfrentar los problemas de Chile se convirtió en una suerte de modelo que defienden grupos que se autocalifican como “centroizquierda” y que estuvieron por el rechazo en el plebiscito del pasado 4 de septiembre. A pesar de sus vacíos y debilidades, el proyecto de nueva Constitución derrotado resumía los grandes temas del cambio progresista, por lo que sus detractores ocuparon la otra orilla del clivaje surgido de esta coyuntura.
La insistencia en el centro político como un ideal que busca un sector de la opinión pública nacional obliga a definirlo. Históricamente, este espacio puede ser un articulador entre derechas e izquierdas, un lugar de moderación o una tercera opción. La experiencia histórica chilena muestra las tres posibilidades: radicales como bisagra durante parte del siglo XX, demócratas cristianos como vía alternativa en la década de 1960 y como moderador del proceso democratizador desde los años 90 hasta el comienzo del siglo XXI. En la actualidad sería, más bien, una derecha mesurada que se niega a aliarse con la izquierda, demostrando su pertenencia a uno de los polos de la fractura vigente en la política chilena.
Entre otras formas de entender el 62% del rechazo a la propuesta de nueva Constitución podemos mencionar el voto obligatorio que alargó la tendencia que ya se observaba a fines del mes de marzo de 2022, con alrededor de un 30% más de participación. ¿Hacia dónde se orientará dicho electorado?, no se sabe y dicha infidelidad convierte en incierto cualquier pronóstico. ¿Se alineará en el eje derecha/izquierda o distribuirá sus preferencias en la bifurcación arriba/abajo, propia de un populismo que puede ser tanto de extrema derecha como de extrema izquierda, experiencias que podemos encontrar en el resto del mundo contemporáneo, relacionadas con la deslegitimación del sistema y la crisis de representación que afecta a la dirigencia política. En nuestro país son buenos ejemplos la Lista del Pueblo, que rápidamente se disolvió en la Convención Constitucional, y el Partido de la Gente que actualmente sufre graves dificultades, aunque no sabemos cuál será su desarrollo ni si se consolidarán alternativas de este tipo en el futuro.
Chile se encuentra en un período de redefinición de su democracia, con transformaciones estructurales en curso y una oposición que está empeñada en una vorágine contra el gobierno. Si somos optimistas, quizás este nuevo ciclo culmine con la consolidación de un proyecto socialdemócrata-ecológico-liberal, a partir de un Estado social y democrático de derecho, donde la lucha política se centre en cuánto más Estado o cuánto más mercado, así como una participación social acotada versus una democracia participativa. Si, por el contrario, prima el pesimismo, el corto plazo se ve sombrío. La crisis de representación que nos afecta requiere de una renovación drástica del conjunto del sistema político, cuya concreción no se observa en el horizonte cercano. Por eso resulta más probable que aparezcan orgánicas anti sistémicas que aprovechen los múltiples problemas existentes para levantar las banderas del nacionalismo conservador, discriminador y xenofóbico y así reducir el miedo y la incertidumbre.
El cuadro está abierto y la situación es fluida…buen momento para imaginar probables volúmenes, ángulos y líneas que compongan la nueva arquitectura del poder en Chile.