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Mario Sobarzo, doctor en Filosofía Política no descarta «rebelión» en Chile: “Me preocupan estos tres años que quedan de Gobierno» PAÍS

Mario Sobarzo, doctor en Filosofía Política no descarta «rebelión» en Chile: “Me preocupan estos tres años que quedan de Gobierno»

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Roberto Bruna
Por : Roberto Bruna Periodista de El Mostrador
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¿Qué tiene para ofrecer la izquierda, más allá de difundir el temor a un populismo de derechas? No mucho, cree el doctor en Filosofía Política y académico de la Universidad de Santiago, quien advierte de la bancarrota ideológica de una izquierda que se desconectó de la realidad popular y abrazó las causas de las minorías, focalizando la compasión en los más vulnerables del mismo modo que el neoliberalismo focaliza las ayudas económicas en los más pobres, generando así una división en los grupos más depauperados de la sociedad chilena. Junto con invitar a un giro en la reflexión y la narrativa, Sobarzo cree que el Gobierno de Gabriel Boric debe vincularse más con políticos y pensadores que pongan en el centro de la discusión materias como el trabajo, la salud, la vivienda, que son las que les hacen sentido a todos, incluyendo a las minorías.


Nadie sabe a ciencia cierta qué o quiénes ganaron el plebiscito del pasado 4 de septiembre. Mario Sobarzo, filósofo y académico de la Universidad de Santiago, tampoco; sin embargo, sí tiene más o menos claro quién perdió, y por paliza: esa izquierda que lamentó en Twitter el encarcelamiento del «Cisarro», convirtiéndolo a este en víctima del sistema, sin mostrar preocupación alguna por sus víctimas; esa izquierda que pretende formar mayorías pegoteando minorías, abrazando las causas de estas últimas y movilizándose por ellas, pero mostrando al mismo tiempo un extraordinario desdén por temas que les atañen a todos –incluso a dichas minorías–, tales como las pensiones, el sistema tributario, las largas listas de espera en salud, la vivienda…

Es esa izquierda que, forjada en los campus universitarios, no tiene ningún otro plan a la vista que seguir enfrascada en una guerra cultural que se libra con independencia de las condiciones materiales de la existencia. “Ganó la rabia contra esa élite cultural, por de pronto, que es la que acompaña a este Gobierno que llega al poder y donde abunda gente que dice saber lo que hay que hacer, pero todo le empieza a fracasar estrepitosamente. Triunfó la rabia que se extiende contra todas las élites, algo que se viene dando con fuerza en los últimos cuatro gobiernos, todos los cuales han sido bastante débiles”, sostiene el doctor en Filosofía Política.

Identitaria, “anticolonialista”, obsesionada con las cuestiones de género, la denominada “izquierda posmodernista” se ha vuelto hegemónica en el sector a punta de cancelar a quienes disienten de las ideas pergeñadas por sus intelectuales más totémicos. Es la izquierda que cambió a Marx por Foucault, la misma que en la Convención Constitucional representó a los indígenas sin que estos se lo pidieran, y que prefirió derrochar todo su apasionamiento en discusiones sobre la sintiencia animal, no así sobre materias como el Estado social de derecho, discusión de la que apenas tuvimos noticias mientras se desarrollaba el trabajo de la Convención.

El problema de esa izquierda, según Sobarzo, es que su desconexión con la realidad le ha jugado en contra, al punto que “fue más fácil sacar el TPP11 con (Gabriel) Boric que con Piñera. Entonces, este Gobierno está debilitado por esa corriente interna que se desconecta del mundo sindical, de la clase media emergente, de los jóvenes profesionales y de un mundo popular desafectado, sin mencionar el profundo error que significó apostarlo todo al plebiscito. Y, bueno, ese mundo, que cree que se gana electoralmente haciendo una agregación de intereses, escribió una Constitución para la sensibilidad de Ñuñoa, y fracasó”.

Y añade: “Me refiero a esa izquierda que se vuelca hacia sí misma, un poco narcisista, que es la primera gran perdedora, porque se mostró incapaz de entender a un Rechazo que leyó con más simpleza la realidad y la madurez política del pueblo chileno. Por eso es necesario que este Gobierno despierte y tome distancia de esa izquierda que levanta discursos muy divisivos en materias que son importantes, pero no tan fundamentales para la ciudadanía que vota”, añade el académico, crítico con la exacerbación de la subjetividad como señal de libertad humana, siempre promotora de la división dentro de las clases sociales más depauperadas, gracias a la instalación de clivajes que están lejos de alterar las condiciones materiales de la existencia; clivajes que son más propios del mundo desarrollado, ahí donde la satisfacción de necesidades como salud y educación deja el tiempo suficiente para cultivar miradas de nicho, claramente tribalistas, casi siempre vinculadas a las minorías, a “las que hay que defender en sus derechos, pero en ningún caso debemos olvidar que las grandes mayorías tienen necesidades aquí y ahora que no debemos dejar de mirar y atender”.

Esa es la izquierda hegemónica, en todo caso. Curiosamente, hasta importantes referentes del Partido Comunista (PC) parecen abandonar la deriva materialista de su ideología para abrazar muchas de estas causas que buscan redimir únicamente a los más vulnerables y las minorías, focalizando la compasión por el prójimo del mismo modo que el modelo neoliberal focaliza las ayudas económicas. Para Sobarzo, el problema de este enfoque es que las personas que son un poco menos vulnerables pasan a ser verdaderos privilegiados, y eso reproduce una competencia corrosiva dentro de los sectores menos favorecidos.

No por nada Irací Hassler señaló, en una de sus primeras intervenciones como alcaldesa de Santiago, la necesidad de derribar la “dictadura heteropatriarcal” como uno los imperativos de su labor, al tiempo que levantaba una idea que tuvo poco vuelo: la “democratización del espacio público”, muy contraria a la idea de ciudad que tienen esos vecinos que pertenecen a las clases medias emergentes, y que, en modo alguno, quieren ver convertida su comuna en una copia de las ciudades latinoamericanas signadas por el caos, la suciedad y la pobreza, expresiones que la izquierda posmodernista tiende a rescatar como una expresión folclórica y anticolonial.

“Seguro que para muchas personas debe ser una lucha importante el enfrentarse al heteropatriarcado, pero me parece que hay otras necesidades más urgentes y que son más propias de la gestión municipal”, sostiene, recordando además los enormes déficits que dejó la anterior administración de Felipe Alessandri, incluso en materias donde la derecha cree manejarse con mayor eficiencia, como seguridad y gestión económica.

“Creo que esta izquierda tiende a subestimar al pueblo, a los que no votan ni sienten como ella. Es una izquierda que estupidiza a la gente y que cree generar una propuesta alternativa haciendo una suma de intereses particulares, algunos de ellos confrontados entre sí. En un escenario de crisis económica mundial, el Gobierno deberá dejar atrás estas miradas y ser más humilde. El problema es que hasta ahora vemos que el comportamiento político ha sido errático, porque ni siquiera tiene contenta a su gente”, puntualiza el académico.

La misma falta de calle de la derecha economicista

Al Gobierno de Sebastián Piñera le faltó calle, apunta Sobarzo, acaso porque la vida en Sanhattan o Nueva Las Condes impide comprender a distancia los sentimientos que recorren subterráneamente a los sectores populares, los que constituyen una abrumadora mayoría en el país. Sin embargo, lo mismo corre para esa izquierda posmodernista que intenta comprender (y componer) la vida nacional desde un campus universitario, cuyas discusiones –muchas veces escolásticas– distan mucho de las necesidades que agobian a un pueblo al que, muchas veces, mira con desprecio porque no está a la altura de sus disquisiciones.

“Discursivamente la izquierda que sirve de base al Gobierno es muy progresista, pero cuando debe bajar a la población nos damos cuenta de que no tiene mucho que ofrecerle, porque la entiende poco desde su posición de vanguardia, muy de élite universitaria, muy ñuñoína, como se suele decir, obsesionada con la jerigonza del género”, añade.

“Se observa una sobredimensión del discurso universitario con poca calle y mucha sala de clases. ¿De qué hablan cuando dicen que tienen calle, a diferencia de la derecha? Cuando rechazaron el retiro del 10% se perdió el plebiscito, pues se negaron a lo que siente la gente en medio de esta crisis, y ahora más bien pasa a reforzar el discurso neoliberal haciéndolo propio. Eso dio en la línea de flotación de este Gobierno, y no sé cómo van a resistir en la mitad del 2023 cuando la recesión esté en su peak. A nivel internacional ha sido un Gobierno torpe, con cambios de posturas muy evidentes”, recalca Sobarzo, quien invita a recuperar la lucha que busca poner en relieve el valor del trabajo como factor generador de riqueza y prosperidad. A la larga, la reconstrucción de tejido social requiere de una narrativa más universalista y colectiva, eso que tanto repudiaban los posmodernos por calificarlo de «totalizador», aun cuando el discurso que apunta a la subjetividad y las microrrealidades «es también un discurso totalizador».

“El trabajo debe volver al centro del discurso en las izquierdas, incluso más: la izquierda, a diferencia de una derecha que se ve cómoda en sus formas extractivistas, tiene mucho que decir sobre la precarización del trabajo y la necesidad de mejorar la calidad de los trabajos para que estos sean mejor remunerados”, señala el doctor en Filosofía Política, convencido de que banderas como la innovación no pueden quedar en manos de una derecha que representa intereses de una clase que se adocena con facilidad en un sistema primario exportador, sin mencionar otras acciones necesarias que no asoman ni por casualidad en los eslóganes de esta nueva izquierda, muchas veces señalada como “burguesa”: la necesidad de implementar un sistema que propicie la educación continua de quienes tienen su trabajo como único capital, acaso la única manera de impedir que millones de trabajadores y trabajadoras queden en la obsolescencia gracias al desarrollo de la robotización y la digitalización de la economía. Pero, se lamenta Sobarzo, estas materias no aparecen en una izquierda enfrascada en una lucha encorsetada en el lenguaje.

“En esto la nueva izquierda es como la socialdemocracia, que cree que puede transformar socialmente sin alterar la base del sistema económico. Me lleva a recordar la revolución (marea) rosa latinoamericana. Hoy se habla del fin de la primera dama, y esto me lleva a recordar cuando Cristina Fernández dio por muerto el patriarcado porque allá dio por muerta la figura de la primera dama. Y luego llegó (Mauricio) Macri con su primera dama. Esto pasa porque la izquierda se mira su propio ombligo. Ni siquiera veo que es un sector que tome conciencia de nuevos espacios de discusión, como son las redes sociales o las nuevas tecnologías en general, donde la ultraderecha parece llevar la delantera y actúa sin culpa. Entonces, urge a la izquierda pensar en una nueva estrategia económica y una nueva estrategia política que recupere la materialidad de la clase y el sentido de lo colectivo. Siempre hay que hablar desde lo colectivo, no desde el individuo y tampoco desde la particularidad, que es precisamente a lo que invita el discurso posmodernista y neoliberal”.

“Me llama la atención cómo la izquierda no se volcó al apoyo de las ollas comunes durante la pandemia, que fue la forma de autosustento y autogestión de los sectores populares que ven cómo el Estado ayuda solo a algunos y, además, es represor. Esa autogestión desde el mundo popular es una forma de resistencia del Estado neoliberal (…). Asimismo, me llama la atención cómo en la izquierda se habla poco de los recursos naturales, y sí veo a más gente hablando de la legalización de las drogas, que es algo más vinculado al liberalismo, cuya búsqueda es la libertad individual”, añade.

“Me preocupan estos tres años que quedan. No sería extraño ver una rebelión en una sociedad anómica con una fuerte disociación de los dirigentes universitarios con la realidad nacional. Consiguieron la gratuidad y se fueron para la casa. Actuaron igual que un comité de allegados que se disuelve cuando sus integrantes consiguen el sueño de la casa propia”, declara el filósofo, quien luego avanza sobre otro tema crítico para el sector: el amordazamiento del disenso.

En este punto se detiene, porque es todo un tema en los ámbitos universitarios, esos espacios que –se supone– se reservan para las grandes reflexiones e intercambios de ideas, pero que acaban suprimiendo el debate por temor a que ciertas opiniones puedan ofender sensibilidades un tanto más susceptibles al desacuerdo. “El problema es que la tendencia a silenciar y cancelar es que no dejas que aparezca el problema, y esto afecta no solo al estudiantado, sino a los académicos, que también se han desconectado de sus entornos y de las calles, y ni hablar de los debates. Hoy nadie, o muy pocos, han salido a rebatir a Carlos Peña. En general, la cultura de la cancelación es la peor expresión del individualismo y es la peor expresión del estalinismo, que es de por sí una de las peores expresiones de la izquierda, pues apuntaba a lo mismo: a borrar ideas y personas, a eliminarlas de los espacios, a invalidarlas”, subraya.

El problema es que en nuestra era neoliberal muchas de las líneas de investigación que predominan en la academia cuentan con financiamiento de instituciones internacionales vinculadas al poder financiero. “Y ahí vemos a la Fundación Rockefeller, que ha sido una pieza clave en la expansión cultural de Estados Unidos. El sistema está capturado por esa lógica de concursos y fondos Fondecyt, donde se hacen las mismas cosas que hacen la universidades privadas”, indica.

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