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La recesión pende de un hilo Opinión

La recesión pende de un hilo

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Gonzalo Martner
Por : Gonzalo Martner Economista, académico de la Universidad de Santiago.
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No sabemos qué pasará en el cuarto trimestre de este año, en el que se podría consagrar una recesión si se produce una nueva caída productiva. O, bien, puede ocurrir que se encamine un proceso de resiliencia de la economía, empujada por la inversión por el lado de la demanda –que mostró un buen comportamiento en el tercer trimestre, aunque las perspectivas de la construcción no son buenas– y los servicios por el lado de la oferta. Veremos si tiene sentido o no la hipótesis de la resiliencia frente a las políticas recesivas del Banco Central y al ajuste fiscal (se han completado dos trimestres de caída del consumo de Gobierno) en nombre de la lucha contra la inflación.


Luego de la fuerte expansión de 2021, la producción muestra una tendencia a la baja en el curso del año 2022, según se constata en las cuentas nacionales del tercer trimestre recién publicadas. Como se observa en el gráfico adjunto, en el primer trimestre la caída del PIB fue de -0,7% respecto al período previo, en términos desestacionalizados, mientras en el segundo hubo un repunte de 0,1% y en el tercero se registró una fuerte caída de -1,2%. Los índices mensuales (Imacec) mostraron incrementos en agosto y septiembre, pero la caída de julio arrastró a la baja el resultado promedio del tercer trimestre. Y dado el comportamiento levemente positivo del segundo trimestre, la evolución descrita no sumó dos trimestres seguidos de caída del PIB, que es el requisito para calificar la situación de «recesión técnica».

No sabemos qué pasará en el cuarto trimestre de este año, en el que se podría consagrar una recesión si se produce una nueva caída productiva. O, bien, puede ocurrir que se encamine un proceso de resiliencia de la economía, empujada por la inversión por el lado de la demanda –que mostró un buen comportamiento en el tercer trimestre, aunque las perspectivas de la construcción no son buenas– y los servicios por el lado de la oferta. Veremos si tiene sentido o no la hipótesis de la resiliencia frente a las políticas recesivas del Banco Central y al ajuste fiscal (se han completado dos trimestres de caída del consumo de Gobierno) en nombre de la lucha contra la inflación.

Estas políticas equivocan el diagnóstico: estamos en presencia de una inflación de costos de origen importado antes que de una inflación de demanda por «exceso» de consumo e inversión, los principales componentes de la demanda agregada, en contraste con capacidades productivas que no podrían seguir el ritmo en el corto plazo y empujarían los precios hacia arriba. Pero estas capacidades no encuentran cuellos de botella de gran magnitud distintos de los provocados por las alteraciones en las cadenas globales de suministro, en vías de normalización. Todas las agrupaciones de producción de bienes, con excepción de electricidad, gas y agua, registran en el tercer trimestre de 2022 niveles de producción inferiores al alcanzado en algún trimestre previo, y desde luego en el tercer y cuarto trimestres de 2021, la etapa de mayor incremento de la demanda interna.

La expansión de 2021 no fue «negativa», como es la convicción bastante arbitraria del consejo del Banco Central. Por el contrario, permitió retomar la línea de tendencia del crecimiento previo a la crisis de la pandemia de 2020. Ese juicio erróneo lo ha llevado a buscar a toda costa comprimir la demanda interna, la que ya completó tres trimestres a la baja y una caída agregada de 5,0%. Lo que sí ha sido complicado, ha sido el aumento del déficit en la cuenta corriente, pero esto ha ocurrido por razones coyunturales, el que ya está en vías de reabsorberse según el propio Banco Central (ver).

¿Hasta dónde quiere el órgano autónomo encargado de la política monetaria llegar a deprimir la demanda interna? En ese consejo existe una especie de rechazo contra toda expansión empujada por la demanda, lo que es un mal análisis económico de origen ortodoxo ampliamente cuestionado en la academia (ver, por ejemplo). La expansión de la producción y el empleo ciertamente no es objeto de su política, aunque es un tema de crucial interés para el resto de la sociedad. No obstante, paradójicamente existe una pretensión del consejo de manejar la política económica, que compete a las autoridades democráticas, lo que se observa cuando traslada incluso opiniones sobre la reforma al sistema de pensiones, lo que nada tiene que ver con su mandato. En estos días la presidenta del Banco Central se ha permitido aludir a su impacto en el crecimiento vía mercado de capitales, pero ocurre que precisamente no tiene un mandato sobre crecimiento. Esto, por otro lado, sería positivo, siempre que no se entienda como el propio de un «think tank» conservador, como ocurre en la actualidad. El Banco Central no es Libertad y Desarrollo.

Sigamos con la coyuntura. En promedio, la oferta de bienes no ha experimentado una mayor expansión para buscar la nueva demanda y, de paso, subir sus precios. La minería y buena parte de la agricultura, pesca y silvicultura, así como aquella parte de la industria manufacturera que elabora recursos naturales, ostentan una evolución que está conectada a dinámicas que tienen que ver con las condiciones de costos y sus ventas en el exterior y no con el consumo interno, los retiros desde fondos de pensiones o, bien, la situación monetaria y fiscal de corto plazo.

La fuerte expansión de la demanda en 2021, fruto del desgobierno económico en que cayó la administración de Sebastián Piñera, se orientó hacia la importación de bienes, especialmente los durables, y hacia el consumo de servicios. En este último caso, la provisión tiene pocos cuellos de botella a la hora de aumentar sus suministros. La expansión de los servicios, especialmente fuerte en el caso del transporte, las comunicaciones y servicios de información (esta actividad ya representa un volumen superior al de la agricultura), los servicios financieros y empresariales y los de vivienda e inmobiliarios, y en menor medida los servicios personales (básicamente salud y educación), no ha sido un factor inflacionario más allá de la presión de costos que implica el aumento de los precios de sus insumos, especialmente la energía, en una presión “de segunda vuelta” de los precios externos.

Los precios internacionales de los alimentos, por su parte, han bajado en un 14,9% desde marzo y de ese modo influenciado la caída de la inflación en Chile en los últimos tres meses, antes que la restricción monetaria. El impacto de los precios externos ha sido amplificado por la devaluación del peso también en los últimos tres meses, que los aumentos de la tasa de interés interna no han alterado mayormente.

Los incrementos de precios externos pueden ser objeto de políticas específicas de atenuación y de compensación de su impacto en los grupos más afectados, pero no se pueden evitar, y menos a través de una recesión y una disminución del empleo y los salarios. No debe olvidarse que en octubre la inflación subyacente, sin considerar los bienes de precios volátiles en el corto plazo, fue de solo 0,1% mensual (ver el gráfico). La menor expansión de los precios subyacentes ha sido prácticamente recurrente desde el inicio de la aceleración inflacionaria en 2021, a pesar del efecto de segunda vuelta. Veremos si el dato más reciente se confirma en los próximos meses y si mostrará o no que una política hasta ahora equivocada se transforma en una política ultraequivocada.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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