Será importante que incorpore las nuevas temáticas de la agenda regional, así como mantener una estructura flexible, evitando una excesiva burocratización que, muchas veces, lo único que hace es dificultar el desarrollo de acciones eficaces para enfrentar los problemas más acuciantes que experimenta la región. Y asegurar un pluralismo ideológico, de manera que cuando haya cambios en la orientación de los gobiernos, ello no afecte la continuidad en la participación de los países. Pero, qué duda cabe, los próximos años serán tiempos turbulentos en el mundo y en nuestro hemisferio, y se necesitan acciones concertadas para enfrentar lo que viene. En este sentido, la Unasur puede volver a ser un instrumento útil y eficaz en nuestra diplomacia regional.
Hace pocos días, un importante grupo de expresidentes, excancilleres, embajadores y académicos, enviaron una carta a los Presidentes de América del Sur, proponiendo la reactivación de la Unión de Naciones Suramericanas, Unasur. Se trata de una iniciativa de la mayor significación, pues, por una parte, la concertación política e integración regional se han debilitado en la última década, mientras que hoy la región enfrenta problemas de alcance global, que no podrán ser abordados efectivamente de manera aislada, aun por aquellos países que, por su peso específico, han tenido siempre una mayor gravitación en los asuntos mundiales.
Hoy, América Latina –y sobre todo Sudamérica– comienza a vivir un nuevo ciclo político y global, marcado por el ascenso de diversos gobiernos progresistas y de izquierda en la región, y por un nuevo contexto mundial que se caracteriza por una creciente rivalidad entre China y Estados Unidos, la guerra en Ucrania, el auge de autoritarismos neofascistas, y una marcada desaceleración económica que está impactando de manera generalizada en todos los países, como resultado de la pandemia del COVID, y el impacto que está teniendo la señalada guerra en el alza global de los combustibles, así como sus efectos sobre los precios de cientos de productos más demandados a escala mundial.
Y los efectos políticos de todo esto ya se hacen sentir: crecientes protestas en las calles, el debilitamiento prematuro de muchos gobiernos y, sobre todo, presión sobre los sistemas democráticos por fuerzas populistas autoritarias que aprovechan este escenario para avanzar en sus objetivos antidemocráticos. Por eso es importante tener organizaciones regionales que funcionen de manera eficaz y que contribuyan a un manejo concertado de los grandes desafíos que ya experimenta nuestra región, que tenderán a agravarse en los próximos años. Y contrariamente a lo que sostienen sus críticos, la Unasur estaba cumpliendo un rol de concertación de políticas interesante, cuando emerge un conjunto de gobiernos de derecha, que por razones ideológicas deciden retirarse y dejar sin piso a uno de los pocos organismos que sí funcionaban en la región.
En esa primera fase, la Unasur jugó un papel importante, por ejemplo, en defensa de la democracia y en contribuir a desactivar acciones golpistas; facilitó un diálogo regular y fluido entre Presidentes; creó un conjunto de Consejos para incentivar una cooperación real en distintas áreas entre países; y había iniciado un diálogo político con entidades extrarregionales, alzándose como una voz unificada de Sudamérica en el mundo. Ahora, por cierto que en una nueva fase, la Unasur requeriría ciertas correcciones, como, por ejemplo, reemplazar la regla de la unanimidad por una de quórum mayoritario, que es algo que contribuiría a evitar los vetos y parálisis que afectan a muchos de estos organismos.
También será importante que incorpore las nuevas temáticas de la agenda regional, así como mantener una estructura flexible, evitando una excesiva burocratización que, muchas veces, lo único que hace es dificultar el desarrollo de acciones eficaces para enfrentar los problemas más acuciantes que experimenta la región. Y asegurar un pluralismo ideológico, de manera que cuando haya cambios en la orientación de los gobiernos, ello no afecte la continuidad en la participación de los países. Pero, qué duda cabe, los próximos años serán tiempos turbulentos en el mundo y en nuestro hemisferio, y se necesitan acciones concertadas para enfrentar lo que viene. En este sentido, la Unasur puede volver a ser un instrumento útil y eficaz en nuestra diplomacia regional.
Por eso la voluntad que ahora muestren los presidentes de turno es clave para reimpulsarla, pero su sustento en el tiempo vendrá de un reconocimiento más transversal sobre la necesidad de contar con un organismo que sea flexible, eficaz, y con una agenda acotada que responda a las necesidades más urgentes y prioritarias de nuestros países. Ya hay todo un recorrido de aprendizaje, ahora es cosa de implementar, sobre la base de ese aprendizaje, una nueva Unasur para este ciclo regional que recién comienza.