¿Por qué esta gran masa de chilenos(as) supuestamente desafectos políticamente votaron Rechazo a la propuesta de nueva Constitución? Podríamos elaborar una serie de teorías y explicaciones al respecto –cosa que ya se ha hecho a raudales–, pero sería sin base empírica, tal como la hipótesis de la desafección política con la cual me he aventurado. En ese sentido, creo que una tarea ineludible para quienes buscamos entender este fenómeno es la realización de estudios empíricos que utilicen distintas metodologías e indaguen quiénes son estos individuos, qué piensan, qué les interesa, en qué participan, a qué se oponen, etc. Desde mi punto de vista, esa sería la única forma de aproximarnos a tener un conocimiento más certero de este grupo de individuos y así explicar con mayor propiedad y pertinencia su comportamiento electoral.
Mucha tinta se ha derramado o, para ser más precisos, mucho tecleo y quema de pestañas ha ocurrido desde el 18 de octubre de 2019 –el 19 para quienes habitamos en regiones–, buscando comprender las causas del estallido social y, más recientemente, el categórico rechazo de la ciudadanía a la propuesta de Nueva Constitución el pasado 4 de septiembre.
No es mi intención una nueva reinterpretación del estallido –o revuelta social o como quiera llamársele– en el marco de su reciente tercer aniversario, algo que ya se ha hecho mucho. Más bien me interesa retomar una idea-pregunta que dejé dando vueltas tiempo atrás en una columna publicada el 1 de junio del año pasado, titulada Chile ¿cambio de modelo o cambio cultural? y que, en parte, tuvo respuesta a partir de los contundentes resultados del plebiscito de salida.
En aquella columna analizaba los resultados de la elección de constituyentes de mayo de 2021, a partir de la cual se conformó una Convención muy diversa, sobre todo porque les abría espacios a grupos largamente marginados o no escuchados, como ecologistas, feministas, pueblos originarios, entre otros, y en la que además la derecha había sufrido una histórica derrota que ni siquiera le alcanzaba para el tercio que le hubiera permitido bloquear las iniciativas más transformadoras. Hacia el final de ese texto llamaba la atención y esparcía un manto de dudas –que debo decir, me sigue cubriendo hasta hoy– respecto a los 8 millones y medio de chilenos que no participaron de esta elección (59% de la población en edad de votar). Además, considerando la elección anterior de 2020 donde se aprobó la redacción de una propuesta de nueva Constitución, la participación rondó un número apenas mayor, puesto que un 49% del padrón no participó en lo que fue probablemente la elección más importante desde el fin de la dictadura. En síntesis, un importante grupo de chileno(as) se estaba restando de participar en estas trascendentales elecciones, aunque al calor de los festejos y el jolgorio muchos no le prestaron atención.
En aquel momento tenía más preguntas que respuestas –y hoy sigue siendo así, aunque quizá un poco menos–. Me preguntaba ¿quiénes serían?, ¿se habrán restado por opción política? o, por el contrario, ¿serán ajenos a la política? Y, bueno, los resultados del ‘plebiscito de salida’ dieron algunas pistas, mas no una respuesta contundente. Aquel gran porcentaje de chilenos(as) sin interés de participar en estas cruciales elecciones, esta vez se vieron obligados a acudir a votar, puesto que se trataba de participación obligatoria, y es probable que lo hayan hecho a regañadientes y con el gran objetivo de evitar una multa. De nuevo, un supuesto. Lo que sí es un hecho es que fueron quienes inclinaron la balanza a favor del Rechazo.
¿Cuáles serían entonces esas pistas que nos deja su comportamiento electoral? Considerando que son quienes no participaron de eventos electorales anteriores en contexto de votación voluntaria, se puede inferir que representan –en una gran proporción, al menos– a ese grupo que muchas veces y de modo más bien coloquial se ha calificado –e, incluso, autocalificado– como “apolítico”: individuos poco o nada interesados en la política y sus diversas formas y que, al mismo tiempo, no la ven como una instancia que tenga impacto en sus vidas. Aquí probablemente están quienes acusan a todos los políticos de ser corruptos o que repiten aquella manida frase de que “da lo mismo quien gane, igual voy a tener que trabajar mañana”.
Quizá uno de los conceptos que más hace sentido respecto a esta realidad sea el de ‘desafección política’, acuñado por los cientistas políticos José Ramón Montero y Mariano Torcal, el cual hace referencia al sentimiento subjetivo de impotencia, cinismo y falta de confianza en el proceso político, los políticos y las instituciones democráticas que genera un distanciamiento y alienación respecto a estos, y una falta de interés en la política y los asuntos públicos, pero sin cuestionar el régimen democrático. Este último punto resulta especialmente pertinente a la luz del voto conservador de este grupo de individuos, quienes puestos ante una opción binaria en la que, por un lado, se apoyaba una transformación significativa de las bases del modelo neoliberal y, por el otro, se rechazaba estas grandes transformaciones, se inclinaron por esta segunda opción.
Sin embargo, valga decir que esta segunda opción tenía matices: algunos rechazaron totalmente y apelan a mantener la actual Constitución, quizás con algunas pequeñas reformas, mientras que otros desean realmente una nueva Constitución, aunque con cambios menos maximalistas. Este último grupo se encontraría dentro del 72% de chileno(as) que, según la reciente encuesta Criteria, aún quiere una nueva Carta Magna.
¿Por qué esta gran masa de chilenos(as) supuestamente desafectos políticamente votaron Rechazo a la propuesta de nueva Constitución? Podríamos elaborar una serie de teorías y explicaciones al respecto –cosa que ya se ha hecho a raudales–, pero sería sin base empírica, tal como la hipótesis de la desafección política con la cual me he aventurado. En ese sentido, creo que una tarea ineludible para quienes buscamos entender este fenómeno es la realización de estudios empíricos que utilicen distintas metodologías e indaguen quiénes son estos individuos, qué piensan, qué les interesa, en qué participan, a qué se oponen, etc.
Desde mi punto de vista, esa sería la única forma de aproximarnos a tener un conocimiento más certero de este grupo de individuos y así explicar con mayor propiedad y pertinencia su comportamiento electoral. ¿Nos serviría esto para proyectar qué pase a futuro? Difícilmente. Ya varios autores han señalado que estamos en un escenario líquido, donde los planteamientos y las tomas de postura ya no son tan estables como antes, de ahí que no podríamos asumir que las próximas elecciones tengan un resultado similar o que el 60% sea un voto de derecha. Cuando las elecciones tengan nombres y no solo una opción binaria, seguramente cambie la ecuación.
Sea como sea, este amplio grupo hoy se constituye en un actor político relevante, sobre todo ante la gran posibilidad de que se reinstaure el voto obligatorio. A la luz de la última votación y aún en un estado envalentonado y de embriaguez, la derecha asume que este grupo de chilenos(as) sería de derecha y asume que, además de su voto duro de siempre, estaría este nuevo grupo de espíritu conservador, el cual se sumaría a su base de apoyo para mantener las bases estructurales del modelo neoliberal y volver, además, al gobierno con sucesivas administraciones. ¿Será posible este escenario tan idílico para la derecha chilena?