Tratemos de aprovechar la oportunidad histórica: en el cobre, el litio y ojalá el hidrógeno verde, indispensables para enfrentar la emergencia climática global; pensemos en grande, sí, pero dejemos de “fumar opio” con teorías sesenteras que veneran las manufacturas. Y, sobre todo, tomemos decisiones basadas en la evidencia. Eso es lo que debemos enseñar a nuestros estudiantes.
Hace unas semanas, tuve la ocasión de dictar una conferencia sobre minería a estudiantes de Ingeniería de una de las universidades más importantes del país. Siendo la principal actividad económica de Chile, quedé atónito frente a la ignorancia que reflejaban tanto las respuestas a mis preguntas como (implícitamente) sus preguntas. Mi impresión es que, lamentablemente, sus mentes han sido “colonizadas” por una serie de mitos, consignas y lugares comunes, muy lejos de los datos reales: de su importancia en el combate al cambio climático, de la oportunidad país que representa, de donde se concentra el valor agregado. En fin, de cualquier asomo de conciencia respecto del desafío que representa el sector minero para el futuro del país.
Preocupa que se siga difundiendo la errónea idea de que no existe valor agregado en la exportación de materias primas y de que la minería no contribuye al desarrollo, tal como ha aparecido últimamente en varias columnas de opinión. Puedo entender que jóvenes estudiantes desconozcan el aporte minero: están empezando y la época que les ha tocado vivir no contribuye a que se informen adecuadamente; pero que el director de la Escuela de Ingeniería de una universidad privada comente que “seguimos con el mismo pensamiento de extraer recursos, dándole un mínimo de valor agregado”, a propósito de la explotación del litio, es un sintoma de un problema mayor, que claramente afecta nuestras posibilidades de desarrollo.
Partamos por aclarar conceptos:
¿Qué es valor agregado? En simple, es el valor económico que el proceso de producción le suma a un bien. Normalmente se calcula restando al precio de venta el costo de los insumos para producirlo.
Hace unos años solicité al área de Estudios y Gestión Estratégica de Codelco un cálculo que les permitiera a mis alumnos de Ingeniería de Minería de la PUC entender dónde estaba el mayor valor agregado en el proceso productivo del cobre. El resultado fue presentado ante la Comisión de Minería de la Cámara de Diputados el año pasado en la discusión sobre el royalty minero. Cualquier analista puede replicarlo, a partir a los actuales precios del cobre y de sus etapas intermedias, revisando las memorias de productores y fabricantes. He aquí la lámina original:
Como muy bien ha recordado Joaquín Barañao en este medio, comentando la misma tabla, con los precios de cobre de ese momento (2011-2012), la agregación de valor de mineral a concentrado “es trece veces mayor que la que se consigue al transformar ese concentrado en cátodos mediante fundición y refinación. En el caso de la transformación de cátodos en tubos y láminas, es apenas la quinta parte en comparación con la mina. Incluso cuando hablamos de cables de alta tecnología la agregación de valor de la mina es el doble”. Aún recuerdo la cara de estupor del presidente de Outokumpu, la gran empresa tecnológica finlandesa, al conversar acerca de los resultados de Codelco en el Foro Económico de Davos en los años noventa. ¡ Y eso que era una época anterior al superciclo de precios del cobre!
Una situación similar ocurre en el caso del litio. Basta revisar el fantástico resultado de Soquimich al tercer trimestre de este año de US$ 2.755 millones, sumado a los US$3.800 millones para el fisco, incluso mayor al aporte de Codelco en ese periodo, para dimensionar el gigantesco valor agregado. Es inconcebible que no se repare en que esos miles de millones en impuestos “es parte de la gran solución a las exigencias sociales que hoy demanda el país, especialmente en educación, salud, vivienda y seguridad». Por ello, es absurdo no aprovechar esta ventana de altos precios, que nadie asegura que permanezcan para siempre (recordar el caso del salitre), e impulsar aquí y ahora la maximización de la producción, sin esperar la Empresa Nacional del Litio, ni menos promover la fabricación local de baterías con un horizonte de tiempo incierto, por decir lo menos. Es bueno recordar que, hace 14 años, Evo Morales nacionalizó el litio en su país y los resultados están a la vista: su producción es casi nula.
¿A qué se debe la ignorancia de tantos (letrados y no letrados) sobre este tema?
Dejando de lado las anteojeras ideológicas, que siempre aportan lo suyo, en primer lugar existe un gran desconocimiento de conceptos económicos básicos y también sobre el aporte real de la minería.
¿Cuántos chilenos saben que más de un 13% de todos los impuestos aportados al fisco en los últimos veinte años provienen de la actividad minera?
¿Qué difusión ha tenido el hecho de que la minería y sus encadenamientos productivos representaron, el año 2021, más de un 25% del PIB?
¿Alguien dimensiona el gigantesco impacto de la inversión minera en el crecimiento, siendo esta entre un 15 y 20% del total anual del país?
¿Qué mayor valor agregado puede haber en transformar una zona del desierto –sin valor alguno– en una mina capaz de producir lo que el mundo necesita con urgencia para enfrentar el cambio climático y para lo cual no existe aún un material que lo sustituya?
Un segundo factor está ligado al propio comportamiento de ejecutivos y trabajadores del sector minero. Aparentemente, ha sido una estrategia explícita de las empresas mineras extranjeras pasar “piola”, habida cuenta de la traumática nacionalización del cobre de los 60 y 70, a lo que se suman, por una parte, su escasa integración al mercado de capitales (en Perú hay decenas de empresas mineras en la Bolsa) y, por otra, el comportamiento de club cerrado de quienes trabajan en empresas mineras, proveedores y contratistas (si no te conocen, no entras).
Y el tercero es que el Ministerio de Hacienda ha privilegiado el rol de vaca lechera de la minería y por consiguiente el reparto de los beneficios es distribuido sin privilegiar zonas mineras, que son las que cargan con los impactos, ni menos dedicarse a su promoción y fortalecimiento. Un ejemplo dramático de ello fue la promesa de que “la recaudación obtenida (los recursos del royalty I) permitirá incrementar el esfuerzo fiscal destinado al fortalecimiento de la capacidad innovadora del país. De este modo, el impuesto posibilitará el reemplazo del recurso minero, con una capacidad finita y no renovable de generar ingresos, por un activo con capacidad de generar ingresos en forma permanente” (1). Por supuesto, nunca ha habido un informe público acerca del uso de los recursos generados por este royalty, y tampoco el Ministerio de Minería ha tenido injerencia en su distribución.
Chile le debe mucho a la minería:
En síntesis, tratemos de aprovechar la oportunidad histórica: en el cobre, el litio y ojalá el hidrógeno verde, indispensables para enfrentar la emergencia climática global; pensemos en grande, sí, pero dejemos de “fumar opio” con teorías sesenteras que veneran las manufacturas. Y, sobre todo, tomemos decisiones basadas en la evidencia. Eso es lo que debemos enseñar a nuestros estudiantes.