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¿Democracia como gobierno de la minoría? Opinión

¿Democracia como gobierno de la minoría?

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Rodrigo Baño
Por : Rodrigo Baño Laboratorio de Análisis de Coyuntura Social (LACOS). Departamento de Sociología Universidad de Chile.
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La democracia tiene esa gracia cuando el voto es voluntario (o cuando es obligatorio, pero nadie se da cuenta, como ocurrió en Chile durante mucho tiempo): puede haber una gran diferencia entre el porcentaje de votos que saque el vencedor sobre los votos emitidos y el porcentaje de votos que obtenga en relación con toda la ciudadanía que tiene derecho a voto. Cuánto respaldo real tiene un Presidente recién elegido o una coalición de partidos, es un misterio muy beneficioso para el negocio de las encuestas.


Sin intentar denostar a nadie, pues soy un caballero (tengo caballo), no puedo dejar de manifestar mi asombro cuando alguien reflexiona acerca de cómo el Presidente Boric gana las elecciones presidenciales con más del 55% de los votos y en unos pocos meses solo cuenta con el apoyo del 25% en las encuestas.

Según mis cálculos, sobre los cuales tengo serias dudas, el Presidente Boric llegó a la jerarquía de tal con el apoyo directo del 12,5% de la ciudadanía. ¿Sobre qué bases podría deducir esto? Sobre la base de que obtuvo el 25,8% en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, mientras el 74,2% prefirió a otros candidatos. Como en esa primera vuelta votó menos de la mitad de la ciudadanía habilitada para hacerlo, está claro que la decisión directa de apoyarlo ronda ese 12,5%. La segunda vuelta es un artefacto engañoso.

Anteriormente ya Piñera había demostrado que se puede llegar a Presidente con muy poco apoyo directo. En efecto, el respaldo explícito a su postulación alcanzó en primera vuelta un 36,6%, que, aunque parece contundente, corresponde solo al 16,9% de la ciudadanía reconocida. La deriva de la popularidad de Piñera usted la conoce, pero aquí nos interesa Boric.

No es que la historia se repita, y Unidad Popular no rima con Frente Amplio ni Allende con Boric, de ninguna manera. Nada de eso, pero parecidos se encuentran hasta entre la gente y sus mascotas. La Unidad Popular y el Frente Amplio se asemejan en que ambos constituyen el intento de producir una gran transformación.

Obviamente las condiciones y los antecedentes de la Unidad Popular y del Frente Amplio son muy diferentes no solo en la economía. Ni el entorno internacional, ni las características de la estructura social, ni los niveles de politización y organización social y política se asemejan; el ambiente cultural también es muy distinto. De manera que comparar el primer año de la Unidad Popular con el primer año del Frente Amplio, para encontrar similitudes y diferencias, sería un ejercicio ridículo, digno de un paper en una revista indexada. Pero las comparaciones, que siempre son odiosas, a veces sirven para entender algo.

Habría que recordar que el primer año de la Unidad Popular fue una maravilla y no está pasando lo mismo con Boric. Naturalmente que nadie se acuerda de esto, pero la mera observación de los datos electorales de 1971, da buena cuenta de que, aunque la verdad no existe y la objetividad menos, los ciudadanos de aquellos lejanos tiempos demostraban estar muy contentos transcurrida la mitad de ese primer año, entregando un excelente resultado en las votaciones a los partidos en el Gobierno que le permitían subir desde 36,6% con que había ganado Allende, hasta prácticamente la mayoría absoluta, superando el mítico 50%. En términos de porcentaje de apoyo respecto del total de potenciales votantes, la Unidad Popular sube del 20,7% en 1970 al 27,3% en 1971. En marzo de 1973, con la crisis económica, social y política desatada, la Unidad Popular obtiene el 44,5% de los votos, lo que en términos de porcentaje sobre el total de potenciales votantes corresponde a 31,0%. Claramente una minoría que sube hasta que la bajan de golpe.

La democracia tiene esa gracia cuando el voto es voluntario (o cuando es obligatorio, pero nadie se da cuenta, como ocurrió en Chile durante mucho tiempo): puede haber una gran diferencia entre el porcentaje de votos que saque el vencedor sobre los votos emitidos y el porcentaje de votos que obtenga en relación con toda la ciudadanía que tiene derecho a voto. Cuánto respaldo real tiene un Presidente recién elegido o una coalición de partidos, es un misterio muy beneficioso para el negocio de las encuestas.

Pero la democracia no tiene esa gracia cuando el voto es obligatorio y efectivamente obligatorio (que no es lo mismo). Aquí ya no se puede especular o hacer suposiciones acerca de quienes elegantemente optan por no participar en el rayado de papelitos.

El asunto este de obligar a decidir es complejo y, de los cerca de doscientos países que están en la ONU, no más de veinte imponen la obligación de votar. Lo que no impide, como siempre, que haya argumentos para cualquier cosa, en este caso para voto voluntario o voto obligatorio.

Sea como sea, para el reciente plebiscito sobre aprobar o rechazar el proyecto constitucional elaborado por la Convención Constitucional, se estableció el voto obligatorio y a partir de ahí era previsible que esa obligatoriedad se prolongara para las futuras convocatorias electorales, lo cual está ocurriendo.

Esto cambia bastante el panorama. De hecho, el contraste entre el plebiscito de entrada y el plebiscito de salida es contundente. Recuérdese que el plebiscito de entrada marcó un 78,3% de aprobación a generar una nueva Constitución y el plebiscito de salida rechazó con un 61,9% la nueva Constitución propuesta. Sin embargo, las bases del cálculo son distintas, pues en el plebiscito de entrada votó cerca de la mitad de la ciudadanía y en el plebiscito de salida votó casi un 86% de potenciales votantes. Esto significa que el Apruebo en el plebiscito de entrada obtuvo un 39,7% de los votos potenciales y el Rechazo en el plebiscito de salida tuvo un 52,0% de los votos potenciales.

Lo anterior no solo ratifica lo que se ha sostenido anteriormente, que el pueblo que aprobó tener una nueva Constitución no es el mismo que rechazó el proyecto presentado, sino que significa que los nuevos procesos electorales que se realicen con voto obligatorio resultan muy difíciles de calcular en sus resultados.

Lo anterior deberá considerarse para la realización de nuevas apuestas electorales, pero es muy probable que no impida esta extraña expresión de la democracia, donde el Gobierno parta desde una minoría ciudadana que genere más de algún problema en su noble intención de hacer feliz al pueblo. Que esa minoría se mantenga, crezca o disminuya, depende de que se produzca lo que usted está pensando.

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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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