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Boric: no a la indiferencia, sí al deber político Opinión

Boric: no a la indiferencia, sí al deber político

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Fernando Reyes Matta
Por : Fernando Reyes Matta Exembajador en China, Director del Centro de Estudios Latinoamericanos sobre China, Universidad Andrés Bello.
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¿Estamos viviendo crisis de política exterior o miopía en ver –por encima de errores absurdos– las tendencias de nuevos tiempos que van cruzando el devenir de la relación de Chile con el mundo? Hay una secuencia de hechos trascendentes que reclaman ser difundidos y analizados con seriedad.


El discurso del Presidente Boric en la Cumbre de CELAC requiere ser visto en todos los alcances de sus palabras, porque dice mucho de cómo entiende la identidad con la cual Chile debe ir por el mundo. De dónde tendrán que emerger sus prestigios y nuevos méritos. En su intervención le señala a la heterogeneidad del continente que este país no es ambiguo frente a su compromiso principal: “Los derechos humanos son avances civilizatorios que deben ser respetados, independiente del signo político de quien gobierna. Su vulneración debe ser condenada sin importar si quien los vulnera es de mi color político o de otro”.

Desde esa lógica reclamó la libertad de los presos políticos en Nicaragua, aquella que les devuelva la libertad y la dignidad a los opositores, porque son esos valores los determinantes de una democracia sólida. Y junto con calificar de “crisis política y humanitaria” la que golpea a Venezuela, señaló la voluntad de ayudar al diálogo “entre los distintos sectores del país para encontrar una salida que permita la realización de elecciones libres, justas y transparentes con supervisión internacional el año 2024”.

En ese marco fue colocado su juicio sobre la situación en el Perú. ¿Por qué? Porque “no podemos ser indiferentes”. Y dijo lo que sabemos, que hubo más de 50 muertos, que la policía les disparó, que también entraron violentamente a la Universidad de San Marcos, y culminó esa parte de su discurso con un enunciado que cabe valorar si entendemos cuál es la lógica desde la cual construir la integración contemporánea entre nuestros países: “Reitero la voluntad de Chile a contribuir en todos los espacios multilaterales, para acompañar un diálogo inclusivo, capaz de construir gobernabilidad democrática y asegurar el respeto a los derechos humanos”.

Las reacciones contrarias a sus palabras pusieron el foco mucho más en la descripción de los hechos –de todos conocidos– y no en la conclusión y la propuesta. El planteamiento del Presidente Boric, llamando a un actuar pronto del multilateralismo, tiene raíces, está en la línea de la forma en que Unasur reaccionó en octubre de 2010 cuando un levantamiento de la policía amenazó con un golpe de Estado al presidente Correa, de Ecuador. En pocas horas, los entonces presidentes de Bolivia, Evo Morales; Chile, Sebastián Piñera; Colombia, Juan Manuel Santos; Perú, Alan García; Uruguay, José Mujica; y Venezuela, Hugo Chávez, se unieron a Cristina Fernández para una sesión extraordinaria en Buenos Aires. Y su planteamiento común derivó en un respaldo y acciones de los cancilleres en Quito para solucionar la crisis y reforzar la democracia en ese país.

En solo doce años, toda esa lógica de acción colectiva frente a una crisis en una de las casas del vecindario se ha perdido. La urgencia de recuperar el actuar común por encima de las diferencias políticas es lo subyacente en el discurso del Presidente Boric. Y con ello una variable que no es menor: la izquierda tiene que saber hablar con convicción de libertad y derechos humanos como principios esenciales de su utopía política. Por cierto, los países tendrán gobiernos diversos, con tendencias y trasfondos culturales distintos, pero aquello que ya en ciertos foros llaman “destino común de la humanidad” reclama la vigencia de cimientos civilizatorios compartidos.

Es lo que, casi al mismo tiempo que Boric hablaba en Buenos Aires, colocaba en La Habana el economista y político izquierdista griego Yanis Varoufakis. Polémico y figura clave en las nuevas tendencias de la izquierda europea, participó en un evento internacional con personalidades diversas del progresismo en el mundo. Allí sugirió a Cuba impulsar reformas económicas que “energicen” a las pequeñas empresas y a un mayor respeto de los derechos humanos para aumentar la “fortaleza” de la revolución. “Me acerco a Cuba de la misma forma que lo hago con mis amigos, con mi familia, con todo el mundo con el que tengo que cooperar y trabajar conjuntamente: de una forma a la vez respetuosa y crítica… Si alguien cercano y con el que tienes que cooperar hace algo mal, tienes que mirarlo a los ojos y decírselo. Y eso incluye los derechos humanos”.

Pensar juntos en torno de esta perspectiva será parte, seguramente, de un próximo encuentro de Boric con Varoufakis. Porque algo de eso puede uno advertir en las palabras del Mandatario chileno: es un pensamiento que no admite ser acomodaticio, que es mucho más transparente de lo considerado diplomáticamente correcto en muchas décadas previas. Pero a la vez indica que la interacción de lo internacional y de aquello ante lo cual “no se puede ser indiferente”, toma otros rumbos y formas en los tiempos del siglo XXI. Es delicado de ejecutar, es complejo, pero es.

Y, por cierto, otorga méritos que no se pueden ignorar. Ahí está el comentario ante la DW de Michael Shifter, alto directivo del Inter-American Dialogue, una voz con influencia sobre América Latina en Washington. “El problema radica en que el Gobierno peruano no tiene apertura ni disposición para el diálogo y que la única institución que tendría un papel como entidad regional es la Iglesia católica… La reunión de la CELAC puede traer un llamado al diálogo y, especialmente, al respeto de los derechos humanos… Destaco el papel del presidente chileno, Gabriel Boric, por su insistencia al llamar la atención por las muertes y los abusos. Esos pronunciamientos son útiles…”.

La declaración de la OEA de este lunes 30 de enero tampoco está tan lejos de la forma como el Presidente Boric planteó el problema ante los demás países de la comunidad: llamar a los hechos por su nombre y convocar al apoyo multilateral para hacer retornar la paz al Perú. En su acuerdo, con la presencia de todos los países miembros, la OEA declara:

Su compromiso con los derechos humanos, la democracia y el Estado de Derecho en el Perú y en el hemisferio, y su consternación por los hechos de violencia que han dejado a la fecha cincuenta y ocho personas fallecidas, de acuerdo con la Defensoría del Pueblo del Perú, y daños materiales, así como su llamado a todos los sectores de la sociedad peruana a respetar los derechos de reunión y de protesta, los cuales deben ser ejercidos de manera pacífica; y para que retomen el diálogo y construyan consensos para la superación de la actual coyuntura.

“Su preocupación tanto por las denuncias sobre uso excesivo de la fuerza y las violaciones de los espacios académicos”.

También el texto llama a investigar todos los hechos ocurridos y garantizar la integridad y el debido proceso para todas las personas, especialmente aquellas afectadas, en un marco de respeto al Estado de Derecho. Y hace un firme llamado a las autoridades peruanas para que “aseguren la gobernabilidad e institucionalidad democrática mediante la pronta realización de elecciones generales justas, libres y transparentes, con observación electoral internacional”.

Toda lectura desapasionada del discurso del Presidente Boric en Buenos Aires demostraría que hay allí mucha potencia. Y junto a la sólida defensa de los derechos humanos y el fortalecimiento de la democracia, subraya la colocación de los temas como el cambio climático o la seguridad cotidiana. “Pienso que nos une el deseo de una justicia ambiental y climática que debe permitir que nuestros países se desarrollen en armonía con la naturaleza y que a través de una transición justa asegure que los beneficios, que la riqueza que generen nuestros pueblos, se distribuyan también equitativamente”. Es todo un tema cuando habla de trabajar en la región para una “transición justa” y la distribución “equitativa” de los beneficios. Tampoco es menor decir que frente al crimen organizado “la seguridad y el orden público no es un tema de derechas. Las izquierdas no tenemos por qué ser identificadas con desorden. Desde el progresismo tenemos que abrazar también esta sentida demanda de nuestros pueblos”.

Es desde esta perspectiva política que el Presidente Boric habló con el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, mientras estaba en Buenos Aires. Michel es una de las autoridades fundamentales de la Unión Europea y, en ese contexto, ambos –que ya han tenido diálogos previos– analizaron las proyecciones económicas y de afinidades políticas que representa el acuerdo recién ratificado entre Chile y la entidad del Viejo Continente. Se mira con respeto lo que ocurre en Chile y cómo avanza el proceso constitucional. Lo mismo que impregnó las conversaciones con el canciller de Alemania, Olaf Scholz. Si el mundo se pregunta cómo fortalecer la democracia en el siglo XXI, la experiencia chilena más de algo está aportando.

¿Estamos viviendo crisis de política exterior o miopía en ver –por encima de errores absurdos– las tendencias de nuevos tiempos que van cruzando el devenir de la relación de Chile con el mundo? Hay una secuencia de hechos trascendentes que reclaman ser difundidos y analizados con seriedad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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