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Especial 50 años del Golpe: la lección del 11 de septiembre del 73 para neofascistas italianos y franquistas PAÍS

Especial 50 años del Golpe: la lección del 11 de septiembre del 73 para neofascistas italianos y franquistas

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Si bien las derechas neofascistas de Italia y extrema derecha de España concordaban en la necesidad de terminar rápidamente con la experiencia de la Unidad Popular en Chile, también consideraban un peligroso antecedente global la caracterización del golpe como ilegítimo por parte de otros sectores políticos. Más allá de las idiosincrasias específicas de las extremas derechas de Italia y España, es posible encontrar lecturas convergentes entre los movimientos de ambos países. Así, por ejemplo, los neofascistas italianos y el franquismo duro coincidieron en evaluar al 11 de septiembre como una “lección”: proyectiva en el caso del Movimiento Social Italiano (MSI ), que intentó combinar estrategias electorales y armadas (Italia), e incompleta desde la lectura de un “Búnker franquista” que ya temía el fin del régimen dos años antes de la muerte de su caudillo. 


La trascendencia del 11 de septiembre de 1973 en la Historia Universal es un hecho comprobado, aunque tradicionalmente se presta más atención a las secuelas que tuvo para la izquierda internacional y no tanto en su incidencia sobre los movimientos de ultraderecha. No obstante, es posible establecer que también operó como parteaguas para el accionar de formaciones que bregaban por alcanzar el poder en Italia, o desde los adictos al régimen autoritario español. Es lo que desarrollamos en un trabajo reciente intitulado La lección chilena. El golpe de Pinochet como tipo ideal para las ultraderechas italianas y españolas, publicado por la revista catalana d’història Segle XX (Vol. 1, N° 15, del 2022), que edita el Centro de Estudios Históricos de la Universidad de Barcelona y resultado de un proyecto financiado por la Universidad de Chile.

Sobre la base de las diferencias entre los fascismos históricos y las dictaduras latinoamericanas de la segunda mitad del siglo XX sustentadas por especialistas de diversa raigambre, como Robert Paxton, Roger Griffin o Niklas Poulantzas, o Estado Burocrático Autoritario (O’Donnell), es posible sostener que en los imaginarios de los miembros de redes de extrema derecha el 11 de septiembre de 1973 fue leído como un evento que podía potencialmente decantar en el establecimiento de un régimen fascista tanto en América Latina como en Europa (Mammone, 2015), con lo cual se originó un espacio de afinidad sin correspondencia absoluta, aunque suficiente como para que las dictaduras de Argentina y Chile autorizaran o potenciaran –si ya existían los santuarios para nazis y fascistas acusados de crímenes de lesa humanidad, siendo el mayor parentesco el férreo anticomunismo compartido.

En un contexto de (semi)clandestinidad para la extremas derechas en Europa, incluyendo el neofascista Movimiento Social Italiano (MSI), o del franquismo nostálgico del nacionalsindicalismo (1939-1945), el 11 de septiembre significó un hito considerado precozmente como una verdadera lección y un ejemplo para estas derechas, que insistían en denostar a las que denominaban “caducas democracias liberales”, para pasar a construir un modelo alternativo al sistema internacional bipolar heredado después de 1945.

Lo anterior supone tanto que los neofascistas italianos como los adherentes al tardofranquismo compartían con los partidarios más acérrimos de la dictadura militar chilena cierta identidad política que puede ser caracterizada de extrema derecha, es decir, en oposición absoluta a la democracia liberal y sus contenidos basales de soberanía popular y separación de poderes, pero cuyo vórtice de convergencia indiscutido fue un fanático anticomunismo (Mudde, 2019). Dicha tendencia-identidad incidió sobre las acciones, posturas y estrategias políticas –en algunos casos terroristas, si atendemos al atentado a Bernardo Leighton en 1975 de las ultraderechas de Italia y España. 

Para abordar el mundo de las ultraderecha española e italiana recurrimos a un amplio espectro de fuentes, sobre todo revistas partidarias publicadas en ambos países, entre septiembre y diciembre de 1973. Del análisis de esas publicaciones pudimos observar las similitudes y los elementos comunes de una cultura política autoritaria, aunque también divergencias y visiones discordantes dentro de la ultraderecha, de una manera más compleja de la que sospechamos al inicio de la indagación. 

De esta manera, observamos cómo movimientos neofascistas miraron desde una joven democracia (Italia) la caída de la UP y la irrupción de Pinochet, así como sectores de la ultraderecha franquista con un régimen autoritario aún vigente auscultaron la ruptura de una de las democracias sudamericanas históricas, distinguiendo matices entre ambos casos. 

Con relación al caso español, la dictadura franquista había transitado a fines de los 50 del pasado siglo a un desarrollismo tecnocrático y a una expansión económica basados en el libre mercado, lo que había facilitado sus relaciones con el bloque occidental. Sin embargo la conflictividad social se había incrementado junto con el ataque desde el nacionalismo periférico radicalizado de ETA. Las publicaciones españolas seleccionadas justificaron el golpe sobre la idea de una “legítima” empresa antimarxista, identificando las experiencias de Frente Popular español y la Unidad Popular chilena, así como las sublevaciones de Franco y Pinochet. Se podría decir que se observa la convergencia “refundacional de un Estado” a partir de un sistema ajeno a la democracia liberal. Por lo tanto, se advertía que si el golpe de Estado en Chile era apenas un paréntesis restaurador del modus vivendi anterior, la misma suerte podía correr el sistema autoritario español en ausencia de Franco. Este aspecto devela la desafección fundante al régimen democrático que hace parte del pluriverso de extremas derechas.

Las extremas derechas españolas e italianas significaron al evento golpista de Pinochet como un modelo, aunque con matices: en la perspectiva italiana, el golpe chileno era un “arquetipo”, es decir, un modelo que establecía una pauta para imitarlo o de reproducción, en un contexto de sociedad que sentían era amenazada por el marxismo. En el caso español, en cambio, se trató de un prototipo o primer molde de una experiencia por venir de un régimen superador, no solo del comunismo sino también del régimen de partidos e instituciones democráticas. Evidentemente, la posición oficial de poder del franquismo frente a la marginalidad sistémica del neofascismo italiano permitía una defensa más abierta y pública de un proyecto de credenciales antipluralistas.

En cualquier caso, el conjunto discursivo de la revisión hemerográfica constata la centralidad del golpe chileno, más allá de otras rupturas políticas latinoamericanas, constituyéndose en un evento destinado a incidir en el cuadro político internacional y, en ese marco, de las redes de ultraderecha que operaban entre Europa meridional y América Latina (Casals, 2003; Ravelli y Bull, 2018).

Se hace patente la convergencia de distintos medios y movimientos neo o filofascistas de ambos países en la relevancia del golpe de Pinochet y el derrocamiento de la Unidad Popular. Se generó un clima de entusiasmo ante la caída de un gobierno de izquierda en un continente en el cual la Revolución cubana había amplificado la confrontación con el proyecto de Estados Unidos en la región. 

Enseguida, constatamos que, si bien las derechas neofascistas de Italia y extrema derecha de España concordaban en la necesidad de terminar rápidamente con la experiencia de la Unidad Popular en Chile, también consideraban un peligroso antecedente global la caracterización del golpe como ilegítimo por parte de otros sectores políticos. Más allá de las idiosincrasias específicas de las extremas derechas de Italia y España, es posible encontrar lecturas convergentes entre los movimientos de ambos países. Por ejemplo, para revistas como La Voce del Sud y Fuerza Nueva, el golpe era una evidencia de la “enfermedad mortal” contraída por las democracias liberales que, según su diagnóstico, tarde o temprano desaparecerían. En cambio, para una publicación como l’Occidentale, este golpe “necesario” no equivalía a un avance de los viejos ideales corporativos típicos de la “tercera posición” sino que era otra cara de la política imperial de Estados Unidos en la región. Las aproximaciones antiatlantistas, en este sentido, también representan un elemento de divergencia entre los distintos movimientos neofascistas, ya que, tal como observamos, varios de ellos se consideraban distantes tanto de la Unión Soviética como de los Estados Unidos.

En la joven república italiana, sin embargo, el neofascismo y la galaxia de movimientos que lo conformaba, jugaron una partida doble: por un lado, intentaron derrocar al sistema a través de la estrategia terrorista y subversiva y, por el otro, participaron de las elecciones como alternativa al Partido Comunista, sin cejar en su empeño de empujar a la Democracia Cristiana hacia una derecha que desechara el Compromesso Storico que se ofrecía desde el renovado PC de Enrico Berlinguer a socialistas y democristianos. Así, en la prensa italiana abundaron los ataques a la DC que, electoralmente, absorbía el voto moderado y conservador que el MSI esperaba recoger. En España, el oficialismo más duro e integrista del “Búnker franquista” tomaba distancia del socialcristianismo por su inclinación al régimen democrático, que en su visión ultraderechista jamás salvaría a la sociedad del marxismo, como precisamente afirmaban que ilustraba “el caso chileno”. 

En cualquier caso, neofascistas italianos y el franquismo duro coincidieron en evaluar al 11 de septiembre como una “lección”: proyectiva en el caso del Movimiento Social Italiano (MSI ), que intentó combinar estrategias electorales y armadas (Italia), e incompleta desde la lectura de un “Búnker franquista” que ya temía el fin del régimen dos años antes de la muerte de su caudillo. 

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