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Heriberto Carrasco: “La gente de calle somos una buena causa” PAÍS FOTOS: SÉBASTIEN VERHASSELT.

Heriberto Carrasco: “La gente de calle somos una buena causa”

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Tiene 63 años, de los cuales 27 los ha pasado a la sombra, “en cana”, por distintos delitos. Y 12 lleva viviendo en situación de calle. Tal como su prontuario, que guarda impreso y bien corcheteado, en su ruco 2.0 en un barrio acomodado de Punta Arenas, tiene el registro de todas las hospederías del Hogar de Cristo por donde ha pasado. En un día de límpida conciencia, nos contó su vida.


Heriberto Carrasco Arce (63) se define como “un caminante viejo”.

Si viviera dentro del sistema, aún no sería considerado viejo, ni podría jubilar, ni habría podido recorrer los caminos de Chile como hizo durante 12 años, después de dejar “la cana”, donde se consumieron 27 años de su vida. Probablemente, estaría trabajando, emparejado, quizás tendría hijos.

En 2018, llegó a Punta Arenas, desde Argentina, obviamente caminando, y se radicó aquí, donde la amplitud del paisaje, la limpidez del aire y la belleza del cielo, lo hacen sentir libre, que es lo que más valora. Una suerte de compensación después de haber pasado, como dice, “tantos años en el lado oscuro de la luna”.

El profesor de historia y jefe de operación social territorial del Hogar de Cristo en Magallanes, Álvaro Rondón, lo define así:

–Heriberto es un patiperro que ha recorrido todo Chile. Es de San Bernardo, una suerte de jipi adulto mayor que, como suele suceder con las personas en situación de calle, arrastra profundas heridas desde la infancia. Su camino ha sido la vida libre y ahora tiene la tranquilidad de un amplio territorio, como éste de la Patagonia. Heriberto se mueve todo el día. Es muy autónomo. Anda por toda la ciudad. La gente lo reconoce y lo quiere.

Su vecino, un joven malabarista de la región del Biobío, que fue “primera línea” durante el estallido social de 2019, logró conquistarlo a tal punto que Heriberto le ha permitido construir un ruco en el privilegiado terreno donde tiene el suyo. Es un lugar espectacular; un sitio eriazo, en una vega de río, en medio de un condominio de clase alta.

–El viejo es un crack. Llama Macondo a su casa, la que, como dice la canción, está en lo llano y en lo hondo, y bautizó a su perra Aureliana Marcela por el coronel Aureliano Buendía de “Cien años de soledad”. Pura onda garciamarquiana –comenta el vecino.

Pura onda.

En su ruco, considerado 2.0 por todos los trabajadores sociales del Hogar de Cristo que lo conocen, combinan su talento para el reciclaje y el trabajo manual con un bien administrado mal de Diógenes. El atiborramiento de cachureos, pero también de libros, de herramientas, de objetos útiles, responde a un orden y parece obra de un decorador algo barroco, pero con mucho sentido estético.

Tiene una pieza hermética, su dormitorio, el que comparte con Aureliana Marcela y una gata sin nombre, donde no se cuelan las tremendas ráfagas magallánicas, y hay una estufa artesanal a leña. Construyó un baño con WC  sin agua potable, pero con un ingenioso sistema de captación de aguas lluvia, que, mediante un sistema de cañerías, desemboca en un arroyo que hay en lo más hondo del sitio.

De “Macondo”.

Cuenta con una cocina a gas sin puerta del horno, donde lo pillamos aprontándose para preparar una cazuela con huesos de vacuno. Más tarde saldrá en busca de papas y zapallo, dice. Tiene varias verduras y frutas colgadas de un árbol-mueble, bien bonito. Y, aunque afuera se largó un chaparrón breve pero de intensidad diluviana, acá, en esta cocina integrada al estar, nadie se moja. El techo es de policarbonato mezclado con latas de zinc sobre una estructura de madera, todo hecho con materiales que le donó el Hogar de Cristo.

Junto a Aurelina Marcela.

“El 76, yo ya tenía prontuario”

–Yo me llamo Heriberto Carrasco Arce, tengo 63 años y soy de San Bernardo. En realidad era, ese fue mi punto de partida. Ahora soy de Punta Arenas, que quizá sea el de llegada. Quién sabe. Yo quiero que sepas que soy alcohólico y fumo marihuana. Vivo con Aureliana Marcela, que ha tenido como diecinueve hijos y es una bala para eliminar a los malditos roedores. Es una cazadora de lauchas de nivel mundial.

A Heriberto le faltan varios dientes, es alto, flaco, usa rastas y anda con ropa militar. Considera que “esa es la mejor para el frío, para el clima de Magallanes, sobre todo los zapatos militares”. También anda medio mal del estómago, por lo que hace un par de días que no toma nada de alcohol. Está completamente sobrio. Y así nos habla de su vida y de su filosofía:

–La gente bota muchas cosas que sirven; hay poca conciencia de reciclaje. Yo, en cambio, soy bueno para juntar cosas usadas y naturales para reutilizarlas. Con agua de lluvia, sobrevivo lo más bien. Con ella, preparo la comida, me baño, lavo las cosas. No tengo luz, energía eléctrica, por eso me gustaría que me ayudaran con una buena placa solar, así podría escuchar mi música, ver noticias, tener un hervidor y una pequeña sierra eléctrica para partir los palos, porque yo me caliento con leña. Ese es mi sueño: la placa o panel solar, que le dicen.

Se muestra muy orgulloso explicando los detalles de su ruco 2.0. “Los callejeros vivimos de la calle. Esta casa la formé en seis meses, trayendo objetos y materiales en un coche de guagua. Ese es mi vehículo particular; ahí saco a pasear a Aureliana Marcela a veces. Esta parte de la casa la armé con los materiales que me aportó el Hogar de Cristo”, vuelve a agradecer.

En lo que podría ser su biblioteca, donde hay un pequeño escritorio, saca un legajo de hojas impresas. Es el detalle de su extenso prontuario. Él no entra en detalles, pero la suma de sentencias por más de una decena de delitos, impresiona.

La trabajadora social Yerka Novión está a cargo del Programa Calle en Magallanes. El dispositivo atiende a 30 personas en Punta Arenas y a otras 10 en Puerto Natales. Heriberto es parte de esos 40 hombres en situación de calle en esta región extrema. Uno muy especial y querido por el equipo. Yerka comenta:

–Hay en su pasado un atentado a tiros, entre muchos otros hechos complejos. Entiendo que su padre falleció a causa de eso, pero él es confuso en esos relatos. Sí sé que Heriberto vivió con mucho trauma el golpe de 1973, siendo un preadolescente.

Él hace recuerdos: “Durante toda la dictadura, vivimos en el paradero 39 de la Gran Avenida. Mi papá era carpintero, un viejo de sombrero, de esos de una sola línea. Yo, que soy su hijo único, salí todo lo contrario. Mi mamá era costurera. Yo llegué hasta cuarto básico y “hasta luego”. El 74 empecé a fumar marihuana. Después nos salió un departamento en Puente Alto, pero a mi mamá no le gustó y lo permutó por una casa de ladrillo princesa en la Villa Polaris. Así era mi mamá, llevada de su idea”.

Su papá murió en 1993. “Fue por algo grave al estómago, que le provocó tanto copete. El viejo tenía una piporra así, una nariz alcohólica. Mi mamá se fue en octubre de 2000. Yo hice sufrir harto a la vieja, cuando partí fumando marihuana, que fue la causa por la que me detuvieron la primera vez. Después empecé a delinquir. Me gustaban el buen zapato, el buen pantalón, y no teníamos plata. A mí no me gusta mentir, por eso no oculto nada. El año 1976, yo ya tenía prontuario”.

El capitán Boric y yo

Heriberto, en su honestidad a toda prueba, comenta que ha estado 27 años en total cumpliendo diversas condenas. Y que también tuvo un paso por el Hospital Psiquiátrico de Santiago. “Fueron dos meses en total. Aún conservo la ficha. Dice que soy hiperkinético”.

–¿Qué aprendiste de tu paso por la cárcel?

–Aprendí mucho de los compañeros políticos. Estuve preso en Los Andes. Ahí me puse bueno para leer. Eso cambia la vida, la percepción, la comprensión de las cosas. Los libros para mí son mis hijos. (Dice acariciando varios libros de historia y unos ejemplares de la constitución vigente y de la que no se aprobó el año pasado).

Heriberto asegura que ya no delinque, aunque no considera delito ni pecado sacar algún paquete de tallarines de un gran supermercado. A veces lo hace. “Y si me pillan, lo devuelvo. No hay problemas”, dice. Asegura que a él la calle lo fue reconciliando con la vida.

–Al salir a la calle, empecé a comprender el mundo. A entender que se puede vivir sin casa y sin hogar, pero no sin patria. Una vez yo estaba en una plaza y vi cómo dentro de las casas se iban encendiendo las luces. Yo estaba afuera en el frío: rancio, con sed y con hambre, pero tenía mi libertad que era preciosa. No dependía de pagar un impuesto, ni de una mujer, ni de una familia, ni de un trabajo. Al comprobar todo eso, empecé a levantarme. Punta Arenas me ha dado la libertad de vivir tranquilo. Aquí tengo la certeza de que la gente siempre me está ayudando y eso es valioso.

–¿Por qué llamas Capitán Boric al Presidente?

–Porque está a cargo –responde y se planta frente a la cámara y habla como si el Presidente lo estuviera escuchando. Dice:  Capitán Boric, contigo quería conversar. No te pido un paño de tierra, te pido apenas una pulgada de tierra. Nosotros somos parecidos en nuestras convicciones políticas. La única diferencia entre tú y yo es que tú tenís poder y yo no, por eso apelo a ti para esa pulgada de tierra. Otra cosa: me parece bien que no estís por la vía armada, sino por la constitucional. Yo me rijo por la vieja constitución, que es lo que hay, aunque haya sido escrita sólo por cuatro gallos, pero ahora vamos a tener una nueva y espero que nos sirva, sobre todo a los más pobres de Chile.

Culmina su discurso, lleno de gestos ampulosos, diciendo: “Los que estamos en la calle es por distintos motivos y nadie está libre de llegar a esta situación. La nuestra no es una mala causa, es una mala situación nomás. El sesenta por ciento somos viejos; el resto cabros, casi siempre con problemas familiares. Todos le hacemos a la botella y a la marihuana, que es mucho mejor recurso, porque no te bota, no te deja echado como el alcohol, pero acá en Punta Arenas es muy cara. Las drogas sintéticas son lo peor, de esas hay que alejarse”.

–¿Le temes a la vejez en la calle, a la intemperie, en soledad, Heriberto?

–Yo espero morir aquí. Aquí he encontrado lo que no me dio el norte. Yo vendí todo en Santiago y perdí diez palos en la venta de mi casa. Ahora no tengo nada más que a mí mismo y el respeto de los que me conocen. En Punta Arenas la gente es fría por fuera, pero cálida por dentro. A mí me gusta eso y este paisaje del fin del mundo, aunque no conozco ni las Torres del Paine ni Cerro Sombrero. Yo ya estoy enfermo, tengo mala la cadera y las rodillas. La muerte no me da miedo, lo que me asusta es la soledad. El no tener nadie que me lave la raja, cuando me haga solo por no poder llegar al baño, perdonando la expresión. Eso me preocupa y me asusta.

–¿Algo más que decir?

–Sólo agradecerles a todos. Yo soy un agradecido de lo que el Hogar de Cristo ha hecho por mí, y por eso nunca los defraudaré. ¡Viva Chile, Viva la Patria!

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