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Fondo Esperanza: 20 años financiando sueños BRAGA

Fondo Esperanza: 20 años financiando sueños

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Silvia Peña Pinilla
Por : Silvia Peña Pinilla Periodista - Editora del newsletter Efecto Placebo
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Gracias a un modelo de bancos comunales, que agrupan a emprendedores por barrios, las personas pueden optar a micropréstamos. Cada integrante es responsable de pagar lo propio y también de ser aval para sus compañeros. Así se ayudan, apoyan anímica y monetariamente, se capacitan y salen adelante con sus negocios. El 80% son mujeres que buscan transformar su calidad de vida y la de sus familias. Aquí tres historias de empeño.


Leila Figueroa vende comida en Alto Hospicio hace 12 años. Empanadas, sopaipillas, berlines, completos, churrascos y salchipapas. Hace más de ocho años se unió a Fondo Esperanza y asegura que “si no fuera por ellos, no habría surgido tanto”. Partió calentando el pan de los completos en el tostador y preparaba las vienesas en una cocinilla pequeña. Con los créditos que ha obtenido, a través del banco comunal Los Mangos, ha podido comprar mercadería e implementos, también tres mesas, dos toldos y unos pisos que instala frente a su carrito. Es un éxito: las personas son capaces de esperar una hora para probar sus preparaciones.

Fueron sus primas las que la invitaron a Fondo Esperanza. Se convirtió en la delegada del grupo Los Mangos y hasta hoy sigue siendo parte del banco comunal de emprendedores porque “el interés de los créditos es bajo. Una no se tiene que encalillar en otro lado”. Todo el dinero que recibe lo invierte en mercadería.

Durante la pandemia Leila se dedicó a hacer rifas: sorteaba desde chanchos a licores. Con el dinero que ahorró se compró un carrito más grande donde prepara churrascos, salchipapas y barros luco. Hoy su máximo sueño es comprarse un food truck, para el que ya tiene varios implementos: un horno, dos freidoras, una churrasquera, una amasadora. “Lo único que me falta es la salsera”.

Cuando regresó a La Quebradilla tras las cuarentenas, su clientela también volvió. “Los fines de semana comienzo a atender a las 7:30 de la mañana. Y a veces, a las 10:30, ya he vendido todo”, dice. Hoy es un emprendimiento familiar, César la apoya llevando y trayendo su carrito y su hijo le ayuda a vender. “Me levanto todas las mañanas y le doy gracias a Dios por tener un día nuevo de vida”.

Leila Figueroa es de Alto Hospicio.

Leila es una de las más de 100 mil socias y socios de Fondo Esperanza, una iniciativa que nació dentro del Hogar de Cristo y que hoy, tras 20 años de vida, es la organización de desarrollo social más grande de Chile y el Hogar de Cristo comparte propiedad con la Fundación Microfinanzas BBVA.

Para celebrar los 20 años de Fondo Esperanza, entre otras actividades, lanzaron un libro con 20 historias de esperanza: 20 socias diversas, pero unidas por el espíritu de superación y las ganas de salir adelante. La plataforma Mujeres Bacanas le dio forma y plasmó en papel y tinta el esfuerzo de trabajadoras como Leila, que gracias a su empeño y al apoyo financiera de Fondo Esperanza están cambian su entorno y su vida.

Bancos comunales

La fórmula parece mágica, pero es real y se basa en la colaboración y confianza: cada comunidad sostiene a sus miembros. Para optar a un préstamo hay que ser parte de un banco comunal. Estos son grupos de personas que viven o trabajan en un mismo barrio o comuna. Cada integrante puede solicitar un crédito y acepta, de esa manera, ser codeudor solidario de los otros. De esta manera, cada banco se autorregula, apoya anímica y financieramente si así se requiere.

Eligen una directiva y subgrupos para pagar las cuotas del crédito. Reciben apoyo periódico de una asesora de Fondo Esperanza para revisar pagos, fortalecer sus redes y recibir capacitación.

“El primer crédito puede ser entre 70 y 400 mil pesos con un plazo de pago entre 4 y 5 meses. Se puede pagar en cuotas semanales, quincenales. A medida que avanza el emprendimiento y la permanencia dentro del grupo se puede optar a mayores montos; el máximo es $1.400.000”, explica la Subgerenta de Asuntos Corporativos Anamaría Lyon.

Fondo Esperanza cuenta con unos 124 mil socias y socios en 5.660 bancos entre Arica y Chiloé. En total en 2022 se otorgaron 220 mil millones de pesos en créditos.

Regalar vida

Elizabeth Molina dice tener mente de emprendedora desde pequeña. Hoy tiene 56 años y hace 25 empezó a vender cecinas con su suegro. Su espíritu de comerciante se desarrolló aún más con su actual emprendimiento, una venta de plantas que le apasiona. Para ella, regalar plantas es sinónimo de regalar vida.

Elizabeth Molina, vende plantas en Peñalolén.

Todo partió con una vecina, que era parte de Fondo Esperanza, y que tuvo la idea de vender plantas. Esta sabía que Elizabeth también tenía gusto por lo verde y la invitó a un vivero. Pero la idea de emprender tuvo que esperar, ya que la madre de Elizabeth enfermó y ella asumió el rol de cuidadora. Después de su muerte la vecina volvió a la carga, recordando la idea de las plantas. Elizabeth decidió que entonces era el momento de emprender.

Se puso manos a la obra. Su cuñado hizo repisas, ella compró toldos y se aventuró. Desde eso ya han pasado cuatro años y hoy tiene una clientela fiel que acude a su negocio para conseguir flores, plantas, tierra y arreglos de regalo.

Elizabeth está en contacto con las otras emprendedoras que participan en su banco comunal Querer es Poder de Peñalolén, incluso cuando la vida se pone cuesta arriba. “Hace un tiempo estuve a punto de retirarme porque no me sentía bien para trabajar. Luego de la muerte de mi madre, a mi esposo le descubrieron cáncer. Me ha tocado duro, pero las plantas me han servido”, dice. Sacó ánimos y nuevamente su vínculo con la naturaleza se convirtió en contención económica y emocional: “Las plantas no solo me dan ingresos, me ayudan para el alma”.

Elizabeth dice que ser presidenta del banco comunal le hace bien; la enorgullece ver que ningún socio pide dinero de la caja chica, que son ordenados y que han podido sobrevivir a la pandemia. “Nos reinventamos y seguimos. Siempre digo que millonaria ya no voy a ser, pero puedo estar tranquila, igual que los otros socios. A estas alturas, ¿para qué más?”, dice.

Como ella, Paula Huerque se enteró de Fondo Esperanza en 2014. Tras varios emprendimientos en que ha aprendido de sus aptitudes y de sus errores, le dio forma a Apis de mi tierra, un negocio ligado a la apicultura que provee de miel y otros derivados a Chiloé.

Paula recuerda que cuando se enteró del sistema de crédito de los bancos comunales tuvo dudas: “En ese tiempo Fondo Esperanza no era tan conocido acá, entonces una era un poco incrédula con la situación. Después de un par de reuniones con los integrantes de mi banco Las Pincoyas, nació la confianza y mis ideas fueron agarrando camino gracias a las capacitaciones y reuniones”.

Paula Huerque, Chiloé.

Estudió para ser paramédica, profesión que ejerció hasta que vino la maternidad, y lo que fue el rubro de su exmarido se transformó en su nuevo emprendimiento. “Lo mío era hobby hasta que tuve que estar en la casa. Dejé todo por criar y empecé a vivir del campo”, explica sobre los inicios de su negocio, que ya no se limita a la miel en su formato básico. Paula hoy es dueña de máquinas que le permitieron expandirse a la cosmética de apicultura y tener una línea de productos gourmet.

Fue también la maternidad la que la llevó a innovar: “Las mujeres tenemos muchos cambios en el embarazo. Llegué a pesar casi 120 kilos, me sentía muy insegura con mi cuerpo. Me mandé a hacer un disfraz, un corpóreo de esponja con forma de abeja, con el que fui a vender en las calles. Eso me fue dando cierta seguridad. Me empezaron a reconocer en las calles de Chiloé, me invitaron a una serie de ferias y me fui haciendo un nombre”.

Una de las lecciones de este proceso es que se debe ser consciente de los desafíos del negocio, de la vida, pero también saber identificar los talentos propios. “Me he dado cuenta que no todo el mundo tiene la garra para enfrentar los obstáculos. Por suerte, hay instituciones como Fondo Esperanza donde te van preparando desde lo más técnico, pero también desde la experiencia. Cuando estás en grupo te das cuenta que hay que aprender a reconocer aquellas cosas para las que somos buenas”.

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