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Los “cañoneros”: una especie en extinción en el fútbol chileno

Los “cañoneros”: una especie en extinción en el fútbol chileno

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Julio Salviat
Por : Julio Salviat Profesor de Redacción Periodística de la U. Andrés Bello y Premio Nacional de Periodismo deportivo.
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Ese obús que salía del pie de los grandes cañoneros es hoy lejano recuerdo. Ya no se aceleran los corazones como cuando se palpitaba el gol sin reparar en distancias. Quedaron para fotos de museo los estragos causados por remates demoledores.


Se aplaude a Marco Medel: la pelota disparada con la zurda buscó el ángulo y entró limpiecita, a varios centímetros de la mano del arquero. El remate fue realizado desde unos veinte metros, y el relator se entusiasmó: “¡Perfecto remate de distancia!”.

¿De distancia?

Sin opacar los méritos del volante wanderino, esa distancia es corta.

Se vitorea a Esteban Pavez: su sobrepique para abrir la cuenta en la victoria de Colo Colo sobre O´Higgins también emocionó al relator: “¡Un remate violentísimo!”.

¡Mentira!: la pelota dio un bote antes de superar al arquero y traspasar la línea.

Lo que ocurre en ambos casos es que ya no hay cañoneros en el fútbol chileno. Cualquier remate que lleve cierta velocidad provoca admiración.

Y el asunto debería preocupar, porque el remate de distancia es un argumento que define partidos estrechos y, a la larga, dan o quitan los títulos.

 DÍAS PRETÉRITOS

Apenas traspasada la prehistoria de nuestro fútbol los bisabuelos de los jóvenes actuales se maravillaron con Carlos Atlagich  y Enrique Sorrel, dos insignes rematadores en la década de los 40.

El primero se lució inicialmente en el Bádminton, donde el lema era “por altito y sin bote”. A la pelota había que darle de primera, y el que la tiraba más lejos era el capitán. Eso hacía Atlagich, y eso le valió ser buena figura en Colo Colo y Audax Italiano.

Por entonces los arqueros jugaban sin guantes, y ponerles las manos a esas centellas significaba arriesgar los dedos.

Temible era también el “Tigre” Sorrel. Para sintetizar su manera de jugar le decían “pique, chute y gol”. Con esas características fue decisivo en los títulos que Colo Colo consiguió invicto en 1937 y 1941. Picaba en diagonal y remataba sin acomodarse, y muchas veces los arqueros se quedaban mirando cómo la pelota los superaba antes de que se movieran.

En la década siguiente, tal vez el más destacado rematador fue Pedro Hugo López, un producto de la fábrica de cracks que tenían los Hermanos Maristas en La Calera. Vistió los colores de Colo Colo, Universidad de Chile y Unión Española. También aportó goles a la Selección, pero una gangrena malogró su carrera y terminó su vida cuando recién había cumplido 31 años.

 TIEMPOS MODERNOS

Destacado era también el remate de Jorge Robledo. Tenía buena dosis de potencia, pero se caracterizaba por una gracia especial: casi nunca se elevaba. La técnica del “Gringo” le permitía darle muy fuerte y a media altura –casi rasante- al balón. Contemporáneo de él fue Arturo Farías, también colocolino y de respetable disparo. Otro “cañonero”, aunque de fama breve, fue Fernando Toro, un  larguirucho volante defensivo surgido de Magallanes y que promediando la década de los 60 fichó por Colo Colo. Zurdo, le pegaba con un fierro en los tiros libres. Había que ser valiente para ponerse en la barrera, porque de antemano se sabía que Toro no iba a tratar de eludirla mediante un “chanfle”.

De tiempos más actuales hay cuatro que sobresalen nítidamente. Están considerados, fuera de duda, como los más grandes cañoneros producidos por el fútbol chileno: Leonel Sánchez, Osvaldo Castro, Jorge Aravena y Juan Carlos Orellana.

Dos características en común: los cuatro eran zurdos y ninguno calzaba más de 37.

A poco de su debut, la revista Estadio ya había reparado en la potencia del disparo de Leonel. “Cuando baje un poco la mira, causará estragos”, se leía en una crónica de Antonino Vera. Con apenas 16 años de edad, ya preocupaba a los arqueros con disparos que rozaban el travesaño. Y en su debut ya había dejado boquiabiertos a los espectadores y a los propios futbolistas en Santa Laura: sirvió un córner y la pelota tomó tanta velocidad que cruzó como un rayo toda la cancha y la pelota salió violentamente por el otro costado.

Arqueros de todo el mundo, incluido el legendario Lev Yashin, sufrieron los rigores de esa zurda maravillosa. Por años lideró la lista de artilleros de la selección y fue uno de los goleadores en el Mundial de1962, con dos cañonazos al suizo Elsener, un tiro libre a Yashin y un penal a Gilmar.

 EL “PATA”, EL “MORTERO” Y EL “ZURDO DE BARRANCAS”

Osvaldo Castro ya traía el apodo de “Pata Bendita” cuando debutó en Unión Calera en 1965. Ya de juvenil había mostrado una zurda excepcional. En 1968 pasó a Deportes Concepción, y de ahí se fue a México sin pasar por los equipos “grandes” capitalinos, a los que solamente reforzó en torneos veraniegos.

Consagrado en la Copa América de 1967, con Chile tercero en Uruguay, ya no pudo reeditar éxitos con la Roja, pese a participar en clasificatorias y (sin jugar) en el Mundial de Alemania.

De todos modos, es el futbolista chileno más goleador de la historia. Anotó 373 goles en 592 partidos oficiales, y ocupa el lugar 23 del mundo y el 9° de Sudamérica en ese rubro.

Era tal la potencia de su disparo, que Los Angeles Rams y los Dallas Cowboys, equipos de la NFL, quisieron contratarlo nada más que para servir tiros libres en sus partidos de fútbol norteamericano.

Jorge Aravena también tuvo un apodo revelador: “el Mortero”. Para él no existían las distancias, como lo sufrió el arquero de México en un amistoso en Santiago. Ni los ángulos, como lo comprobó el portero de Uruguay en unas clasificatorias mundialistas. De tiro libre o con pelota en movimiento, su disparo alcanzaba velocidades admirables.

Aravena utilizó su zurda en Santiago Morning, Naval, la UC, Audax y Unión Española, y también la paseó triunfalmente por México (Puebla), Colombia (Deportivo Cali), Brasil (Portuguesa) y España (Valladolid). En Puebla quedó inscrito como uno de los mejores jugadores en la historia del club.

Si el tema es acerca de “cañoneros”, en el recuento no puede quedar ausente Juan Carlos Orellana, el “Zurdo de Barrancas”. Tras un breve paso por Green Cross de Temuco, a mediados de 1974 pasó a Colo Colo. Eximio pateador de tiros libres, Orellana era el único jugador albo que, terminado el entrenamiento, podía competirle de igual a igual al legendario Ferenk Puskas en disparos desde fuera del área o en tiros libres en los que había que superar una barrera metálica que simulaba jugadores. Puskas, húngaro-español figura inmensa junto a Di Stéfano  en el Real Madrid cinco veces campeón de Europa entre los años 1955 y 1960, a pesar de sus años y abultado abdomen ubicaba la pelota donde quería. Y con una potencia envidiable, además… En el plantel albo de ese año (1978) todos rehuían el duelo que proponía Puskas, por entonces director técnico del Cacique, menos Orellana.

De los muchos goles de distancia que anotó Orellana, hay uno que resulta inolvidable. Nadie se imaginó que buscaría el arco prácticamente desde mitad de cancha en un tiro libre. Hugo Carballo, arquero de la U, pareció pensar lo mismo, porque cuando quiso reaccionar el balón, que fue tomando un efecto increíble, se metió violentamente superando su estirada. Ese partido, jugado en julio de 1977, en un Estadio Nacional copado por más de 60 mil espectadores, terminó 5 a 4 favorable a los albos.

Tras jugar por Colo Colo entre 1974 y 1980, partió a O´Higgins, donde estuvo tres temporadas. En 1984 retorna a Santiago para defender a Unión Española y en 1985 se retira, defendiendo la camiseta de Antofagasta.

Son muchos los arqueros que aún recuerdan el zumbido de la pelota que pasaba hacia el arco rozándoles las orejas.

Hay, en el fútbol chileno, cuesta mucho escuchar ese zumbido.

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