DW habló con una monja que dejó los hábitos tras ser objeto de abuso sexual y violación en su orden. Ella insta al Vaticano a investigar la prevalencia de estos delitos en la Iglesia católica, a prevenirlos y penarlos.
En 2002, a la edad de 19 años, Doris Reisinger se unió a las filas de la orden religiosa Das Werk (La Obra), fundada en 1938 por Julia Verhaeghe y cercana a la Curia romana. Nueve años más tarde abandonó esa comunidad, dejó los hábitos para siempre y estudió Teología en su Alemania natal hasta 2014. Fue después de graduarse, tras analizar y digerir sus experiencias como miembro de La Obra, que Reisinger publicó un libro en el que describe la manipulación psicológica, el abuso de poder y las agresiones sexuales que sufrió siendo joven. Un sacerdote la violó en los recintos de la comunidad religiosa.
Desde la aparición de su trabajo, distintas diócesis la han invitado para que hable sobre el abuso espiritual en la Iglesia católica y las ayude a confrontar ese fenómeno. DW habló con Reisinger luego de que el papa Francisco admitiera que numerosas monjas han sido objeto de abusos sexuales y violaciones perpetradas por integrantes de la jerarquía eclesiástica. El padre Hermann Geissler, de Austria, renunció la semana pasada a la jefatura de la oficina de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Según Reisinger, Geissler fue uno de los religiosos que la acosó sexualmente a su paso por la comunidad Das Werk.
Deutsche Welle: Señora Reisinger, ¿qué pasó por su mente cuando el Papa se refirió a las monjas violadas por sacerdotes?
Doris Reisinger: Me impresionó que lo admitiera… que la Iglesia admitiera que esos casos se dan en su seno. Por otro lado, me pregunté cómo puede el Papa hacer esto público sin decir cómo ha lidiado él personalmente con este fenómeno ni qué va a hacer el Vaticano al respecto.
¿Qué espera usted del papa Francisco?
Yo espero que él admita cuán generalizado es el abuso sexual en la Iglesia. El Papa volvió a relativizar el asunto alegando que el abuso sexual de monjas por parte de sacerdotes se presenta con más frecuencia en unos países y comunidades religiosas que en otros.
Yo me pregunto de dónde sacó el Papa las evidencias que fundamentan su afirmación. Hasta donde yo sé, la única investigación que se hizo sobre la materia data de los años noventa y se realizó en Estados Unidos. Y sus resultados apuntan a que el 30 por ciento de todas las monjas han sido objeto de abusos sexuales o violaciones en sus respectivos conventos. Yo no sé de dónde saca el Papa que la situación es distinta en otros países. Hay un estudio de Maura O’Donohue que registra casos en veintitrés países, desde Brasil hasta Italia, desde Estados Unidos hasta las islas Filipinas.
Yo espero que tengan lugar más investigaciones independientes. Sobre todo los casos ya conocidos por el Vaticano deben ser escrutados exhaustivamente. Los autores de los delitos deben ser entregados a la Justicia y castigados. Todo debe ser hecho de manera transparente: se debe decir quiénes son los delincuentes y qué penas reciben.
Y yo espero, ante todo, que las víctimas sean indemnizadas. Hay monjas que fueron violadas en conventos e infectadas con el virus de inmunodeficiencia humana (VIH). Hay monjas que fueron expulsadas de sus conventos cuando se supo que portaban el virus que causa el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA). Hay monjas que resultaron embarazadas y que terminaron viviendo en la calle con sus hijos. Hay monjas que fueron obligadas a abortar e incluso hay monjas que murieron al abortar porque las operaciones no fueron realizadas profesionalmente. Yo espero que se decida investigar todos estos casos de manera ordenada e independiente.
Al referirse a la violación y a los abusos sexuales de los que usted fue objeto mientras estuvo en la orden religiosa La Obra, usted dijo: ‘Yo era la víctima perfecta’. ¿Qué quiso decir con eso?
Yo era una joven muy creyente y muy idealista. Yo entré a la orden con 19 años, confiando en mi vocación y creyendo que uno podía progresar en la vida religiosa a través del altruismo y la abnegación, incluso haciendo cosas que uno no entiende en el momento en que las hace. Yo no me di cuenta de cuándo pasó, pero pasó muy rápidamente: llegó un momento en el que yo ya no podía decir ‘yo’, ni mucho menos decir ‘yo quiero’ o ‘yo no quiero’. Eso me convirtió en la víctima ideal para un sacerdote. Y eso les ocurre a muchas monjas.
¿Cómo se liberó usted de esas circunstancias?
Ese fue un largo camino. Lo que realmente me salvó la vida fue el apoyo de alguien dentro de la orden religiosa, alguien con quien yo podía hablar, alguien que de inmediato me dijo: ‘Eso que te hicieron está mal. Eso no ha debido pasar. Eso hay que denunciarlo’. Escuchar esas palabras fue muy importante para mí. Adicionalmente, yo tuve la suerte de poder estudiar; eso me permitió volver a ser independiente intelectualmente. Una beca me dio cierta independencia y me permitió abandonar las filas de La Obra.