Fue colectado el 2011 durante la 47ª Expedición Científica Antártica organizada por el Instituto Antártico Chileno. Tras años de misterio, investigadores chilenos y estadounidenses reportan que corresponde a un huevo de cáscara blanda, el primero descubierto en el Continente Blanco, y que corresponde a un reptil marino extinto. Hallazgo fue publicado en la revista Nature.
Transcurría el año 2011 y un grupo de investigadores chilenos que participaban de la XLVII Expedición Científica Antártica (ECA 47) organizada por el Instituto Antártico Chileno (INACH), encontraron en la isla Seymour un misterioso objeto fósil con aspecto de un balón desinflado.
En aquel momento, nadie supo explicar de qué se trataba y permaneció sin ser estudiado por más de siete años en la colección del Museo Nacional de Historia Natural en Santiago. Solo era conocido y denominado como “The Thing”, tal como en la película de ciencia ficción del director John Carpenter del año 1982.
Todo cambió cuando el objeto fue examinado en 2018 por la científica Julia Clarke, de la Universidad de Texas, en Austin, en una visita que efectuó al museo de la capital chilena.
“Lo vi y dije inmediatamente: es un huevo, es el más extraño que haya visto, ya que era largo, inmenso y muy pesado”, comentó en aquel momento, según un artículo del INACH difundido este miércoles.
Precisamente, este misterio encuentra respuesta y es ampliamente detallado en el artículo “Un huevo gigante de cáscara blanda del Cretácico tardío de la Antártica”, publicado este miércoles por la revista Nature y que fue desarrollado por investigadores de la Universidad de Texas, del Museo Nacional de Historia Natural y de la Universidad de Chile.
Los científicos confirman que este fósil es el huevo de cáscara blanda más grande jamás descubierto y es el segundo de mayores dimensiones detrás del Aepyornis, animal extinto similar a un avestruz que habitó la isla de Madagascar.
Pero no solo eso, ya que este ejemplar de la Era de los Dinosaurios (Cretácico tardío) -cuya antigüedad se estima en 66 millones de años- es el primer huevo fosilizado descubierto en el Continente Blanco, siendo además uno de los pocos que se han encontrado en ambientes marinos y, además, derriba el paradigma de qué tan grandes podían ser los huevos de cáscara blanda sin colapsar.
Por sus grandes dimensiones, los investigadores creen que podría haber pertenecido a un reptil marino extinto como un mosasaurio, desafiando también la creencia de que tales criaturas no ponían huevos, sino que se creía que eran vivíparos.
“Es de un animal del tamaño de un dinosaurio grande, pero es completamente diferente a un huevo de dinosaurio”, confirma Lucas Legendre, investigador posdoctoral de la Universidad de Texas y uno de los autores principales del artículo.
“Es muy similar a los huevos de lagartos y serpientes, pero es un pariente verdaderamente gigante de estos animales”, añade.
Antarcticoolithus bradyi o “huevo de piedra antártico tardío”, fue la denominación que se le dio a este fósil de 6,5 kl de peso y de 29 cm de largo por 20 cm de ancho. En comparación con el tamaño total del huevo, las membranas de la cáscara eran muy delgadas, de menos de un milímetro de grosor y son muy similares a los huevos transparentes, de eclosión rápida y de caparazón blando que ponen ciertas especies de serpientes y lagartos.
Cada verano austral, la expedición organizada por INACH permite a investigadores del Programa Nacional de Ciencia Antártica (PROCIEN) desarrollar sus actividades en Territorio Chileno Antártico.
En 2011 -año en que ocurrió el descubrimiento de este huevo- se desplegó una de las mayores campañas paleontológicas chilenas en el Continente Blanco y gran parte del trabajo de los geólogos y paleontólogos se centró principalmente en isla Seymour, al noreste de la península Antártica.
Marcelo Leppe Cartes, director nacional del INACH, sobre el descubrimiento señala que “es impresionante como isla Seymour, después de 138 años de que el explorador noruego Larsen colectara los primeros fósiles en el lugar en 1882, siga arrojando luz a un período tan importante de la historia natural, como es el fin de la Era de los Dinosaurios».
«Esta publicación, además, colabora en la comprensión de aspectos muy poco conocidos de la biología de un importante grupo como estos reptiles marinos, que desarrollaban su ciclo de vida en una Antártica mucho más cálida y muy diferente a la que hoy tenemos en mente. Sin duda, este tipo estudios sigue demostrando que es necesario profundizar en la paleontología de la conexión Sudamérica-Antártica», señaló.
La isla Seymour ostenta una gran importancia paleontológica, ya que en sus formaciones rocosas se han encontrado abundantes restos fósiles de mosasaurios y plesiosauros.
Sin ir más lejos, en 2016 describieron al Kaikaifilu hervei (en honor a la deidad mapuche Kai-Kai Filú y al geólogo chileno Francisco Hervé), un mosasaurio que habitó durante el Cretácico superior en Antártica, misma edad que se estima tenga este huevo.
En aquella oportunidad, el jefe del área de Paleontología del MHNN, David Rubilar-Rogers y el paleontólogo de la Universidad de Chile, Rodrigo Otero (ambos coautores del artículo), integraban el equipo del Proyecto Anillo de Investigación en Ciencia Antártica “Evolución geológica y paleontológica de las cuencas de Magallanes y Larsen durante el Mesozoico y Cenozoico: zonas de origen y posibles similitudes”, liderado por la paleobotánica de la Universidad de Chile, Teresa Torres, y financiado por Conicyt e INACH.
Este proyecto buscaba establecer la forma y tiempo en que los continentes se separaron del megacontinente Gondwana y cómo dichos cambios afectaron la distribución de la flora y fauna a través del tiempo.
Serendipia o descubrimiento afortunado, Otero y Rubilar realizaron el hallazgo del misterioso fósil en isla Seymour a escasos 200 metros de donde días antes habían encontrado un gran cráneo de mosasaurio. Rubilar relató que “en ese momento, le consultamos a los geólogos que venían con nosotros si habían visto algo similar antes y la verdad es que nadie tenía idea de lo que era. De esta manera comenzamos a llamarlo ‘The Thing’ o ‘La Cosa’, inspirado en la película de John Carpenter”.
Posteriormente, este misterioso fósil fue trasladado al Museo Nacional de Historia Natural, recinto donde permaneció hasta el año 2018 como un objeto fósil no identificado.
“Se lo mostramos a cada geólogo o investigador que visitaba el museo, esperando que alguien pudiese tener alguna idea de qué podría ser este extraño ejemplar, pero no fue hasta enero de 2018, cuando nos visitó Julia Clarke, a quién se lo mostré y dijo que podría ser un huevo abriéndose. Revisamos algunas imágenes de huevos de serpientes marinas que poseen huevos de cáscara blanda y efectivamente se podía observar que eran muy parecidos. Fue muy emocionante, ya que esta ‘cosa’ podía ser un huevo de reptil marino, al parecer uno enorme, así que teníamos que seguir investigando”, comenta Rubilar.
Por ello trasladaron milimétricas muestras de este ejemplar a Estados Unidos para su análisis. Por medio de varias imágenes de microscopía, Legendre encontró capas de membranas que finalmente lograron explicar que el fósil era un huevo.
Sin embargo, al no existir un esqueleto en su interior tuvo que comparar el tamaño del cuerpo de 259 especies de reptiles vivos con el de sus huevos, descubriendo de esta forma que el animal que puso este huevo tendría que haber medido más de seis metros de largo desde la punta del hocico hasta el final de su cuerpo, sin contar la cola.
Descripción que encaja perfectamente con antiguos reptiles extintos. Además de esa evidencia, la formación rocosa donde se halló el huevo también alberga esqueletos de bebés mosasaurios y plesiosaurios, junto con especímenes adultos.
Esta gran revelación deja abiertas varias interrogantes, entre ellas, cómo fue que este reptil podría haber puesto los huevos. Los investigadores sugieren dos hipótesis: la primera implica la eclosión del huevo en aguas abiertas, que es la forma en cómo dan a luz algunas especies de serpientes marinas; la segunda tiene relación con que el reptil deposita los huevos en una playa y las crías se escabullen en el océano, como hacen las crías de las tortugas marinas.
Esta última posible explicación requeriría algunas maniobras de la madre, porque estos reptiles marinos eran demasiado pesados como para resistir su peso corporal en tierra.
“No podemos descartar la idea que ellos empujaron la cola hacia la orilla porque nunca se ha descubierto nada como esto”, afirma Clarke. “Lo cierto es que nadie pensó que estos reptiles pondrían huevos”.
“A giant soft-shelled egg from the Late Cretaceous of Antarctica” cuenta con la autoría de Lucas Legendre, Julia Clarke y los estudiantes Sarah Davis y Grace Musser de la Universidad de Texas; del jefe de paleontología del Museo Nacional de Historia Natural, David Rubilar-Rogers; y de los paleontólogos de la Universidad de Chile, Rodrigo Otero y Alexander Vargas.
Asimismo, recibió financiamiento del Programa de Educación Científica del Instituto Médico Howard Hughes y de la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID) del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación, a través del proyecto Anillo ACT 172099 “Registro fósil y evolución de vertebrados”.
El INACH es un organismo técnico dependiente del Ministerio de Relaciones Exteriores con plena autonomía en todo lo relacionado con asuntos antárticos y tiene entre sus misiones el incentivar el desarrollo de la investigación científica, tecnológica y de innovación en la Antártica, el fortalecimiento de Magallanes como puerta de entrada al Continente Blanco y promover el conocimiento de las materias antárticas a la ciudadanía.