Hace una lectura de un caso policial que, a la par de luctuoso, en su momento fue agenda noticiosa del país. Se trata del caso de Viviana Jaeger, mujer desaparecida en Puerto Varas. Es una obra que vale la pena ver, es un trabajo bien cuidado, con buenas actuaciones y que remite a la lectura de una época por parte de un grupo de jóvenes que busca dar sentido a la realidad desencajada en la que viven. Colectivo Anomalía es un grupo de gente que recién comienza este camino, jóvenes que recién egresan o están egresando de la universidad y que entregan un trabajo lleno de talento, acucioso y bien pensando, en este, su primer trabajo, lo que augura un muy buen futuro para un país donde el talento suele ser escaso.
Los hechos sociales que, por diferentes razones, causan revuelo, y su representación artística, no solo tienen larga data (podría decirse que el arte comienza imitando fenómenos sociales relevantes) sino que además, marcan, de algún modo, la atmósfera de una época, no tanto por los acontecimientos mismos representados, sino más bien por el modo en que se simbolizan y la interpretación que surge de los mismos.
“Sus lindos ojos color planta”, obra teatral del colectivo Anomalía, precisamente, hace una lectura de un caso policial que, a la par de luctuoso, en su momento fue agenda noticiosa del país. Se trata del caso de Viviana Jaeger, mujer desaparecida en Puerto Varas y que finalmente fue encontrada muerta, cuarenta y dos días después, en el entretecho de su casa.
El montaje toma el caso como una base de conflicto y, desde ahí, construye su propia dramaturgia y articula una puesta en escena no solo interpretando el crimen en sí, sino también lo que supone un fenómeno de tales características y sus efectos en el entramado social.
La dirección de Reneé Oyarce es un trabajo pulcro y bien cuidado, los detalles y las formas en que organiza las acciones escénicas son precisas, cada cuadro tiene su lógica interna y se observa una intencionalidad estética a lo largo de toda la escenificación, las distinciones que formula entre cada acción y cada personaje están bien pensadas, así como las decisiones que toma al momento de estructurar los signos que forman la escena. Ciertamente, a momentos sobrecarga las actuaciones, pero esto también es propio del estilo en el que trabaja y la escena, de igual modo, fluye con naturalidad siempre.
La dramaturgia de Matías Vargas es un fundamento esencial para este montaje, pues no solo permite que los acontecimientos escénicos se cuenten, sino que además, los semiotiza de una forma particular, es decir, los signos a través de los cuales desarrolla la historia, quedan cargados de múltiples lecturas a través de sus textos. Se trata de una dramaturgia cargada de imágenes, a menudos onírica y llena de sensibilidad.
Tal vez sea necesario darle más espacio a los diálogos en la misma, puesto que la estructura de la obra, al ser episódica, tiende a generar varios monólogos que hacen estática la acción por momentos, así como también falta humor a lo largo de toda la dramaturgia, a pesar de ello, escénicamente la obra no pierde ritmo y los acontecimientos tocan, emocionan y configuran un mundo talentosamente desarrollado en este aspecto.
Las actuaciones, evidentemente, son las que soportan en el escenario el espectáculo y lo llevan a cabo con solidez. Todo en el elenco, si bien toman algunos personajes como centrales, actúan representando a varias y varios caracteres a lo largo de la obra.
Franco Falcón sostiene a personajes bien dibujados, transparentando las formas y emociones de los mismos a través de los distintos tonos de voz, con una cinética estructurada cuidadosa y detallistamente, generando un efecto escénico que hace seguirlo continuamente.
Ananda Rozzi es capaz de ir de un personaje melancólico y triste a una explosión de fuerza, pasando por seres manipuladores o perversos, su trabajo se ajusta a las necesidades de la escena y entrega verdad a la misma sin salir del estilo, en absoluto realista, que trabaja la obra.
Algunos problemas de voz a momentos dificultan la comprensión de las líneas que enuncia, pero no llegan a entorpecer su trabajo que se caracteriza por ser sensible, bien articulado y con potencia escénica.
Sebastián Pastén, a su vez, logra sus personajes con una gestualidad especialmente talentosa, trabaja el cuerpo, los movimientos y las voces de sus personajes con especial cuidado, haciéndolos fluir con naturalidad, permitiendo que el público ingrese en la representación fácilmente, acomodando cada gesto y movimientos que hace, en virtud de los hechos que se muestran y de la relación en escena que constituye con sus compañeros.
La música de Albert Urrutía es también un aporte fundamental al montaje, genera diversas atmósferas y propicia las emociones que la obra conduce, desarrollando un mundo sonoro que se vincula bien con la emocionalidad del texto y las actuaciones; eso sí, deja pocos silencios, haciéndose demasiado omnipresente.
El diseño escénico de Joan Vera es, seguramente, uno de los grandes aportes al mundo ficticio que se desarrolla en el montaje. Limpiamente ejecutado, con una paleta de colores bien pensada y con el uso de diversos recursos de forma inteligente, solucionando problemas y generando una escenografía que interactúa con las acciones, el diseño produce un mundo en el que estos personajes pueden vivir. Se trata, sin duda, de un excelente trabajo.
“Sus lindos ojos color planta” es una obra que vale la pena ver, es un trabajo bien cuidado, con buenas actuaciones y que remite a la lectura de una época por parte de un grupo de jóvenes que busca dar sentido a la realidad desencajada en la que viven. Colectivo Anomalía es un grupo de gente que recién comienza este camino, jóvenes que recién egresan o están egresando de la universidad y que entregan un trabajo lleno de talento, acucioso y bien pensando, en este, su primer trabajo, lo que augura un muy buen futuro para un país donde el talento suele ser escaso.