Aunque aún no se sabe precisamente cómo la actividad neuronal se sincroniza, el establecimiento de la sincronización como la base neurofisiológica de las relaciones interpersonales y el reconocimiento de la importancia de la sincronización entre padres e hijos, en especial durante edades tempranas, podría abrir las puertas a un nuevo enfoque para el estudio de las relaciones humanas que permitirían comprender y analizar aspectos muy complejos en el ámbito de la psicología, la sociología, la psiquiatría e incluso la educación. Esto podría contribuir al entendimiento de trastornos como la ansiedad social, la fobia social, la falta de empatía y otros trastornos asociados a la falta de habilidad social y con ello a posibles mecanismos preventivos o terapéuticos.
Muchas veces afirmamos que estamos “conectados” con nuestros padres, hermanos, pareja o amigos. Esta sensación puede ser muy fuerte, y aunque no haya una conexión física, sino más bien una emocional, la ciencia nos dice que esto se puede deber a que nuestros cerebros se sincronizan entre sí. Sincronización que se debe al acoplamiento de la actividad de las neuronas (células nerviosas) de los cerebros que interactúan. Y sí, sorprendentemente, es nuestro cerebro y no nuestro corazón el involucrado.
Es importante decir que se llegó a esta conclusión gracias a que cada vez son más las investigaciones que se avocan en estudiar cómo funciona nuestro “cerebro social”, por ejemplo, estudiando la actividad cerebral de personas mientras interactúan con otras. Muchas de estas investigaciones aprovechan el hecho de que la función cerebral es esencialmente actividad eléctrica, que genera ondas cerebrales. Éstas se pueden medir de manera no-invasiva mediante el electroencefalograma (EEG).
El EEG utiliza electrodos que se colocan sobre el cuero cabelludo para medir las ondas cerebrales. Un estudio para nada invasivo pero muy poderoso, que mide el ritmo con el que estas ondas aparecen, permitiendo comparar la actividad cerebral en distintas condiciones. Por ejemplo, la actividad cerebral de dos personas cercanas y comparar los resultados entre ellas. De esta manera se podría evaluar si las ondas cerebrales siguen (o no) patrones similares o un mismo ritmo entre sí. En los casos en los que se detectan ondas cerebrales con características similares, como su frecuencia, fase y duración, se considera que existe sincronización intercerebral.
Bajo esta premisa, ahora es un hecho que entre dos o más personas que realizan alguna actividad en común, como escuchar la misma música, danzar, ver una película o, un ejemplo clásico, el aplaudir, los cerebros de todos los involucrados están sincronizados. Estableciendo eso que hasta el momento hemos llamado “feeling” o “química” entre personas y que en realidad es la actividad sincronizada de sus cerebros. Sincronización, que si bien se ha registrado entre desconocidos, suele ser mucho mayor entre personas con vínculos sentimentales, como parejas o familiares.
De hecho, se ha vinculado una elevada sincronización cerebral con una alta capacidad de anticipación de lo que va a decir o cómo va a actuar la otra persona. A la luz de esto, ahora podemos entender lo que nos lleva a terminar las frases del otro, adaptarnos al ritmo con el que camina o danza o a comunicarnos sin hablar. Una sincronización conductual que es un reflejo de la sincronización cerebral.
Para lograr la sincronización intercerebral y que se produzca la interacción social es clave un entrenamiento con nuestro entorno. Una gran cantidad de estudios proponen un papel esencial de la sincronización intercerebral entre padres e hijos, estableciéndola como el primer acercamiento (y “entrenamiento”) ante el desarrollo de las habilidades sociales de los niños. Se ha asociado a la sincronización positiva entre padres e hijos con una autorregulación más eficaz y eficiente, así como con el desarrollo de la empatía y de comportamientos prosociales en niños pequeños, e incluso a lo largo de su vida. La mayoría de las investigaciones se han centrado en la sincronización cerebral entre bebés con sus madres y en la influencia de dicha interacción sobre la maduración del cerebro social del niño durante los primeros años de vida y, con ello, en su habilidad para interactuar con sus pares en un futuro.
A la luz de esto, recientemente se publicó una investigación en la revista Science Advances, en la que se demuestra la importancia de la sincronización intercerebral entre las madres y sus bebés, así como el efecto de la presencia de la madre (físicamente o mediante una camiseta con su olor) en el aumento del comportamiento prosocial del infante. Estudio en el que pone a prueba la hipótesis de que aún ante la ausencia física de la madre, una camiseta impregnada con su olor podría provocar una señal sensorial que la represente en su ausencia y, con ello, una respuesta similar a la observada cuando la madre se encontraba presente durante la interacción con un extraño.
Para ello, el grupo de investigadores, liderados por la psicóloga Ruth Feldman de la Universidad de Reichman (Israel), aprovecharon la potencia del EEG para medir y comparar el grado de interacción intercerebral entre madres e hijos, así como entre el infante y un extraño. En una primera instancia, los investigadores midieron el grado de interacción entre las madres y sus hijos durante una interacción frontal y otra de espaldas. Observaron que la sincronización cerebral era significativamente mayor cuando la madre y su hijo estaban frente a frente, concluyendo que la comunicación facial es el modo predominante de comunicación durante el contacto social, indispensable para la maduración del cerebro de los bebés.
Es importante mencionar que la sincronización reportada entre las madres y sus bebés no ocurrió en las mismas zonas cerebrales. Esta fue observada entre el área central derecha en el cerebro de la madre y en el área occipital-temporal derecha del cerebro del bebé, un área cercana a la nuca. Aunque son necesarios más estudios que permitan dilucidar el significado de la sincronización de la actividad eléctrica en dichas áreas cerebrales, se sabe que en los adultos esta está asociada con el reconocimiento de emociones, mientras que en los bebés la región activada está relacionada con funciones básicas de la vida, tales como la alimentación, procesos emocionales y estímulos positivos y negativos básicos, como succión o llanto.
Por otro lado, los investigadores compararon el grado de sincronización intercerebral obtenido de la interacción del infante con una mujer extraña. Para el estudio las mujeres fueron seleccionadas cuidadosamente. Se eligieron mujeres de edades similares, con un bebé en el mismo rango de edad y que fuesen vecinas. Cualidades esperadas en una potencial alomadre (cuidadora o sustituta de la madre). Tal como se esperaba, la sincronización intercerebral entre el infante y la mujer extraña era significativamente menor a la observada durante la interacción entre el infante y su madre.
Posteriormente se evaluó la interacción entre el infante y la mujer extraña, pero esta vez en presencia de una camiseta impregnada con el olor materno. Sorprendentemente, los investigadores registraron una mejora significativa en el grado de sincronización intercerebral entre el bebé y la mujer extraña, a tal grado que la sincronización llegó a ser de niveles similares al obtenido de la interacción con su propia madre. Por otro lado, los investigadores notaron que en ausencia de la madre, el olor materno mejoraba en los infantes las señales sociales positivas, tales como atención visual, sensación de seguridad, risa y vocalización positiva, conductas que les permiten a los bebés explorar su entorno social de manera segura y conectar neutralmente con los miembros de su grupo.
De manera que los investigadores demuestran, por un lado, la importancia de la presencia materna para mejorar las habilidades sociales del infante mientras el cerebro está en desarrollo; y por el otro, que según los investigadores, los olores corporales son la principal señal sensorial que representa a la madre en su ausencia.
Lo cual tiene sentido, considerando en primer lugar, que en todas las especies de mamíferos durante los primeros días de vida el sentido de la vista aún no está maduro, y es el olfato el que permite distinguir a los progenitores, por su olor, dentro del hábitat. Y en segundo lugar, que los olores maternos son señales primitivas, que desencadenan cambios neuronales complejos al inicio del neurodesarrollo y que permiten al cerebro del infante asociarlo con sensación de seguridad y supervivencia. Razón por la que el cerebro del infante se centra menos en las señales de peligro y se enfoca más en mejorar las habilidades sociales.
Aunque aún no se sabe precisamente cómo la actividad neuronal se sincroniza, el establecimiento de la sincronización como la base neurofisiológica de las relaciones interpersonales y el reconocimiento de la importancia de la sincronización entre padres e hijos, en especial durante edades tempranas, podría abrir las puertas a un nuevo enfoque para el estudio de las relaciones humanas que permitirían comprender y analizar aspectos muy complejos en el ámbito de la psicología, la sociología, la psiquiatría e incluso la educación. Esto podría contribuir al entendimiento de trastornos como la ansiedad social, la fobia social, la falta de empatía y otros trastornos asociados a la falta de habilidad social y con ello a posibles mecanismos preventivos o terapéuticos.
Fuente: https://doi.org/10.1126/sciadv.abg6867
*Este artículo surge del convenio con el Centro Interdisciplinario de Neurociencia de la Universidad de Valparaíso.