Habilitar accesos a cuerpos de agua, regenerar ecosistemas, y diversificar equipamientos para el disfrute de áreas verdes, son grandes oportunidades para promover el vacacionar en la metrópolis. De implementarse podríamos contribuir a la salud de la población, promover el turismo y economía local, y con un poco de coordinación, regular las grandes estampidas que saturan nuestras vialidades y ciudades en época estival.
Ya adentrándonos al término del primer mes de verano, muchas personas han decidido salir de sus metrópolis y desplazarse por el país para tomar aire fresco y cambiar de ambiente. Y en ese proceso muchas ciudades de mediana escala, como Puerto Varas, Villarrica, La Serena, o Viña del Mar, han sido testigos de una avalancha de turistas, invadiendo sus playas, ríos, lagos, y espacios públicos. Esta llegada masiva de visitantes es una situación anhelada para aquellas personas que viven del turismo. Sin embargo, el resto de los residentes en esas localidades se ve enfrentado a diversas incomodidades urbanas como tacos vehiculares, filas en los supermercados, o saturación de espacios públicos; dificultando el desarrollo de sus actividades cotidianas.
Pero, ¿por qué las personas optan por salir de sus ciudades, y veranear en otras localidades? Muchos quieren cambiar de ambiente, y disfrutar de playas y paisajes naturales, tan esquivos en las grandes urbes. El fenómeno es particularmente interesante en un país con 4,300 km de costa continental hacía el Pacífico, pero con más del 55% de su población viviendo en valles interiores (40% en la Región Metropolitana), sin vistas ni acceso directo al mar. Otros, cansados de las altas temperaturas y efectos de las islas de calor, viajan al sur en busca de más humedad y vegetación nativa, para refrescarse en ríos y/o lagos continuamente afectados por la gestión del agua y el cambio climático. Están también quienes buscan tranquilidad, alejarse del ajetreo de la vida urbana, del ruido del tráfico, el ruido de las construcciones, el ruido de fiestas de vecinos, esperando reconectar con los paisajes sonoros que brinda la naturaleza, como el canto de los pájaros, el viento sobre la vegetación, corrientes de agua en ríos y lagunas, o el ruido del oleaje junto al mar.
Esa reconexión con lo natural pareciera ser una gran terapia y aporte al bienestar de las personas que viven sus cotidianidades insertas en veloces ritmos y densos paisajes metropolitanos. Sin embargo, la necesidad de escapar de la urbe, deja en evidencia la incapacidad que aún tienen nuestras grandes ciudades de ofrecer espacios naturales de bienestar y cuidado para el disfrute de la población.
Habilitar accesos a cuerpos de agua, regenerar ecosistemas, y diversificar equipamientos para el disfrute de áreas verdes, son grandes oportunidades para promover el vacacionar en la metrópolis. De implementarse podríamos contribuir a la salud de la población, promover el turismo y economía local, y con un poco de coordinación, regular las grandes estampidas que saturan nuestras vialidades y ciudades en época estival.
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