La producción de alimentos es uno de los grandes retos morales a los que se enfrenta la humanidad en el siglo XXI. Al menos la ciencia puede informarnos mejor sobre las implicaciones de lo que comemos y cómo lo comemos. Y si, como en este caso, la alternativa para evitar la sobrepesca implica que seres sensibles paguen el precio de crecer atrapados en complicados sistemas alimentarios industriales.
El pulpo es un ingrediente popular en muchas cocinas, con unas 420 000 toneladas métricas de este molusco capturadas cada año en todo el mundo. La creciente popularidad mundial del pulpo se ha atribuido a los gustos cada vez más aventureros de los consumidores más jóvenes, a sus beneficios nutricionales y al declive de las poblaciones de peces tradicionales como el bacalao.
Esto ayuda a explicar por qué la empresa de procesamiento de alimentos Nueva Pescanova pretende construir en Gran Canaria la primera granja de pulpo de interior del mundo: una instalación de mil tanques para producir 3 000 toneladas de pulpo al año.
Los pulpos pueden llegar a engordar un asombroso 5 % de su peso corporal en un día, lo que los convierte en una perspectiva atractiva para la acuicultura, aunque son notoriamente difíciles de criar en cautividad. Sin embargo, Nueva Pescanova afirma haber logrado un importante avance científico que le permitirá criar sucesivas generaciones de Octopus vulgaris, también conocido como pulpo común del Atlántico.
La empresa argumenta que la cría de pulpos reducirá métodos de pesca como la pesca de arrastre en los fondos marinos, por ejemplo. Además de que garantizará el suministro de “alimentos de origen marino”, al tiempo que “aliviará la presión sobre los caladeros salvajes”.
Pero no es fácil para los consumidores sopesar los costes y beneficios de comer pescado y animales marinos de piscifactoría. Es tentador creer que los sistemas organizados reducen el riesgo de sobrepesca, pero también está demostrado que las piscifactorías y otras formas de acuicultura contaminan las aguas costeras con productos farmacéuticos y heces. A esto se añade la grave cuestión moral de confinar a criaturas sensibles en sistemas alimentarios industriales.
Los investigadores han sugerido que, como criaturas particularmente inteligentes y juguetonas, los pulpos no son adecuados para una vida en cautividad y producción masiva. Los defensores de los derechos de los animales argumentan que, basándose en estas pruebas, la cría de pulpos provocará un sufrimiento innecesario a una escala sin precedentes.
Científicos del Dartmouth College, en Estados Unidos, han investigado la percepción de los pulpos en un laboratorio especializado. Sus investigaciones suscitan preocupación por los métodos de sacrificio propuestos por Nueva Pescanova: introducir a los pulpos en una masa de hielo para reducir su temperatura hasta el punto de morir. Cuestionan la idoneidad de este método para una especie que posee una sofisticada capacidad de procesamiento de la información, un uso rudimentario de herramientas, complejas vías visuales y, no menos importante, la capacidad de sentir dolor.
Mientras que a los mamíferos terrestres se les suele matar con cámaras de gas o aturdimiento eléctrico, ha habido críticas similares en relación con las especies de cerebro grande y sensible, incluidas las vacas y los cerdos. Se trata de un tema polémico que se debatió en el parlamento británico y que en Reino Unido dió lugar al reconocimiento formal de la sensibilidad de muchas especies, como cangrejos, langostas y pulpos, en la Ley de Bienestar Animal de 2022.
Los resultados de algunas investigaciones sugieren que los pulpos poseen una inteligencia equivalente a la de los gatos, una especie que pocos deciden consumir y que muchos consideran una compañía adorable.
¿Por qué comemos pulpos y no gatos? Una posibilidad es nuestra dificultad para relacionarnos y comunicarnos con los pulpos, además de que sus cuerpos acuáticos parecen monstruos marinos en miniatura con múltiples extremidades tentaculares y ojos saltones. Como tantos otros animales marinos, el carisma del pulpo radica en que parecen seres de otro mundo, con siglos de mitos y leyendas en las canciones e historias de los pescadores.
Los moluscos no suelen parecernos simpáticos y es difícil considerarlos amistosos, a pesar de la abrumadora evidencia científica de la riqueza de sus repertorios de comportamiento. ¿Esto hace que los pulpos –y otras criaturas acuáticas, como calamares y crustáceos– sean más fáciles de comer? Yo creo que sí.
Es algo que los investigadores han denominado especismo: el pensamiento que, de forma un tanto arbitraria, justifica que algunos animales sean percibidos como mascotas o compañeros de trabajo valiosos y otros, simplemente, como comida disponible.
Nuestro problema a la hora de relacionarnos con este segundo grupo puede servir de justificación ética para que comerlos sea aceptable, algo que he investigado en el contexto de los mamíferos de granja.
Como en otros debates sobre alimentación y agricultura, no hay soluciones sencillas ni compromisos. Las tensiones entre las demandas de los consumidores y la capacidad del mercado para satisfacerlas no cesan. Con tantas fuentes de proteínas, no está asegurado que nadie necesite comer pulpo en absoluto. Sin embargo, la alimentación también está ligada a los valores culturales, la sociabilidad y la idea del buen gusto.
La producción de alimentos es uno de los grandes retos morales a los que se enfrenta la humanidad en el siglo XXI. Al menos la ciencia puede informarnos mejor sobre las implicaciones de lo que comemos y cómo lo comemos. Y si, como en este caso, la alternativa para evitar la sobrepesca implica que seres sensibles paguen el precio de crecer atrapados en complicados sistemas alimentarios industriales.
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