Según la FAO, un tercio de los alimentos producidos para el consumo humano se desperdicia en todo el mundo. Eso es lo que quieren evitar algunos chefs.
Con «Food por Soul», presente en varias ciudades italianas, Río de Janeiro, Londres y París, el tres estrellas Michelin Massimo Bottura demuestra que la gastronomía puede ayudar a transformar el mundo, al convertir el excedente alimentario en comidas para desfavorecidos.
El sueño de Bottura y su equipo es llevar los comedores sociales «a todo el mundo». Una de sus seguidoras es la venezolana Cristina Reni, quien se implicó en este proyecto porque sabía que «la gastronomía está también conectada con el hambre».
Con alimentos que mercados y supermercados van a tirar a la basura, un ejército de voluntarios prepara de lunes a viernes «deliciosos platos» en los «Refettorios» para entre 60 y 100 comensales sin recursos.
«Food for Soul» nació durante la Exposición Universal de Milán de 2015 en alianza con Cáritas para utilizar los alimentos que sobraban de los pabellones para alimentar a niños desfavorecidos al mediodía y comensales de albergues municipales por la noche.
Bottura invitó a 40 de los mejores cocineros del mundo a elaborar esos platos para dar visibilidad a un proyecto que combina ayuda social y lucha contra el desperdicio alimentario.
Después se extendió por las ciudades italianas de Bolonia, Nápoles y Módena, donde Bottura regenta Osteria Francescana, número uno de los 50 Mejores restaurantes del mundo, los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, Londres y París.
El proyecto se financia mediante alianzas con empresas y trabaja codo con codo con organizaciones de asistencia social de las ciudades que acogen los Refettorios, espacios a veces cedidos, otras alquilados, pero siempre decorados por conocidos artistas porque no solo se trata de dar de comer a personas desfavorecidas, sino de «darles hospitalidad, una atención digna que haga que se sientan a gusto, nadie guarda colas».
También se organizan actividades diversas para conseguir fondos para este proyecto que responde a una llamada de atención de la FAO: un tercio de los alimentos producidos para el consumo humano se desperdicia en todo el mundo, lo que equivale a cerca de 1.300 millones de toneladas al año.
Y aunque en los comienzos siempre obtenían como respuesta «no va a funcionar», logran a diario «transformar excedentes en platos de comida deliciosa y, además, hacer visible lo invisible: la comida que nadie quiere ver porque se tira, la gente que duerme en la calle cuando hace frío y el potencial de comunidades vulnerables y de espacios públicos abandonados».