Eduardo García creció trabajando en los campos de EEUU. Fue deportado a México en dos ocasiones por delinquir. La última vez fue la definitiva y consiguió trabajo en uno de restaurantes más famosos de la capital mexicana. Ahora es uno de los chefs más reconocidos en el país.
«He vivido muchas vidas en una sola», cuenta Eduardo García, de 41 años.
Su familia salió por primera vez de su pueblo San José de las Pilas, en Acámbaro, Guanajuato, en el centro de México, para migrar a Estados Unidos.
García tenía 7 años y desde entonces pasó largos años de su infancia trabajando en los campos agrícolas de EEUU.
«Íbamos de un estado al otro, según la temporada y a donde hubiera trabajo», cuenta.
Después, cuando su familia se asentó por fin en una ciudad, Atlanta, su padre comenzó a lavar platos en un restaurante y él en otro.
«Nunca fui a la escuela, no sé leer ni escribir, así que era mi opción. La otra era trabajar en la construcción, pero estaba muy flaco y nadie me iba a querer», dice.
Ahora tiene 3 restaurantes en la Ciudad de México y abrirá otros dos. Es uno de los chefs más reconocidos en México.
Y en medio de esas «vidas» tan diferentes hay un aspecto clave.
«Me deportaron en el 2001, pero yo me regresé porque mi padre estaba enfermo de cáncer. En 2007 me volvieron a deportar ya definitivamente».
En total, García vivió en EE.UU. unos 20 años, casi la mitad de sus 41 de edad.
«Es un país que amo y en el que está toda mi familia, pero al que no puedo volver hasta que me den otorguen un perdón que es muy difícil de conseguir». dice.
Cuenta que en 1997 lo metieron a prisión por 4 años por participar en un asalto a una licorería y porque tenía antecedentes por robo de autos.
«Yo me entregué a la policía. Entendí que no había hecho lo correcto», cuenta.
Asegura que no lo hacía por dinero, ya que a él siempre le fue bien económicamente pues trabajaba largas horas.
«Lo hice por adrenalina y por ‘peer pressure’ algo así como presión de pares. Es como cuando quieres pertenecer a algo y tus compañeros te obligan: ‘vente, pinche marica’, es como me decían mis amigos», dice.
«Así es como pasa en la sociedad, sobre todo entre los más jóvenes», cuenta.
Así, al salir de la cárcel, en 2001, fue deportado, pero volvió por la enfermedad de su padre, que murió unos años después.
En 2007 la justicia lo encontró y lo volvió a deportar.
«No me avergüenza decir que delinquí y me deportaron 2 veces. Yo nunca intenté dañar deliberadamente. Era un adolescente aprendiendo de la vida. Además, creo que todos merecemos segundas y terceras oportunidades», cuenta.
Al llegar a México cayó en una depresión. «Todavía mi familia cercana se quedó en EEUU, aquí yo no tenía a nadie». Pero, después empezó a buscar trabajo.
La mejor oferta fue trabajar con el chefEnrique Olvera, en su multipremiado restaurante Pujol,que es uno de los más reconocidos en México.
Trabajó ahí por 3 años y llegó a ser el jefe de cocina.
«Olvera fue un gran maestro para mí. Yo de él aprendí de todo. En las cocinas de EEUU todo es de una misma forma, tienes que ir por una línea recta. Él siempre dice cámbiale esto y lo otro. Hazlo diferente, si te sales de la línea no pasa nada», dice.
«También me enseñó que como mexicano podía cambiar mi vida en mi propio país y que podía cambiar la vida de otros».
En el Pujol también conoció a Gabriela López, que se convirtió en su esposa y con quien planeó abrir su propio negocio. En 2011 consiguieron el dinero, mitad en préstamo, mitad con un tío que se asoció y abrieron su primer restaurante: Máximo Bistrot.
Tiene varios premios, entre ellos ocupa el número 20 en los «50 best restaurants» de Latinoamérica en 2018.
Sin embargo a García no le gustan mucho los premios. «En este tiempo te pueden perjudicar. Primero porque algunos clientes empiezan a abusar. Quieren que les estés demostrando constantemente porqué recibiste el premio».
También, dice, hay algunos restaurantes que obtienen los premios a cambio de dinero o tráfico de influencias. «Así quelos premios no necesariamente reflejan la calidad de un lugar. Por eso, para mí el mayor premio es que la gente venga a comer aquí».
Máximo Bistrot también salió en los noticieros y periódicos en 2013 por el escándalo que se dio a conocer como «Lady Profeco».
La hija del entonces el encargado de la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco), Humberto Benítez Treviño, quiso que le asignaran una mesa cuando todavía no era su turno.
Como no se la dieron, la Profeco envió una revisión que terminó por suspender el restaurante por motivos no muy claros. Después de que el incidente se hiciera viral, el procurador fue destituido.
«Desafortunadamente algunos están acostumbrados a tratarnos mal y que los negocios digan a todo ´sí señor, si señor´, porque aquí el cliente manda porque tiene el dinero», dice García.
«Pero nosotros no: damos un servicio y queremos hacer lo mejor, pero no somos esclavos», asegura.
El chef comenzó a contar su historia en los medios por una noticia que le impactó mucho: en febrero de 2017 un hombre que había sido deportado de EE.UU. se suicidó arrojándose de un puente en Tijuana.
«Me da tristeza que muchos mexicanos que han vivido en EE.UU. vean a México como un país pobre, sucio, de criminales. La mayoría, al ser deportado intentan volver de inmediato a EE.UU. o incluso piensan en otro lugar», dice.
Por eso cuando le llaman los deportados o en peligro de deportación, él les da consejos.
«Les digo que analicen los pros y los contras. Aquí en México la gente sí te quiere y te recibe bien. En EUU no. Claro que no son todos, pero la mitad de la gente no quiere que estés ahí. Aunque obedezcas las leyes y trabajes, no te quieren por tu color, por lo que piensas, por quien eres», explica.
Dice que en México también hay muchos problemas, pero que a pesar de todo cree en «el sueño mexicano».
Asegura que éste no tiene que ver con riqueza económica, sino con riqueza cultural, familiar, «que son las que dan alegría al alma».