Londres está lleno de lugares típicos para conocer. Pero también hay rincones poco comunes -o no tan famosos- que sorprenden por su encanto y belleza.
Londres es el Big Ben, el Parlamento, el London Eye o el palacio de Buckingham, pero también es muchas otras cosas que el turista muchas veces no tiene la suerte de poder conocer dentro de una ruta convencional por la ciudad.
Detrás de los habituales monumentos que alberga la capital británica -que por supuesto valen la pena- se esconden numerosos rincones «secretos» que harán las delicias de sus visitantes.
Uno de ellos es Carnaby Street, en pleno corazón comercial de la ciudad, entre la transitadas Oxford y Regents Street, donde se ubican algunas de las tiendas más lujosas de la capital.
El efervescente barrio del Soho encuentra en esta pequeña calle peatonal la perfecta conjunción entre moda y gastronomía, donde las boutiques independientes conviven con restaurantes de toda clase y condición.
Un enorme cartel luminoso con las letras de Carnaby superpuestas a una bandera británica dan la bienvenida a quienes entran y salen -casi siempre con la cartera algo más vacía- de esta calle, en la que los coches no interfieren en su abarrotado pavimento delimitado por coloridas fachadas.
Y, a veces, los secretos esconden secretos en sí mismos, en este caso, dentro de Carnaby se encuentra Kingly Court, un patio interior con varios pisos en el que se dan cita los más variopintos restaurantes.
Multitud de mesas, en las que nadie tiene problema en compartir espacio con desconocidos, se esparcen en el centro de este lugar, recurrente sitio de encuentro para las comidas de los trabajadores de la zona.
No muy lejos de ahí, algo más escorado hacia el este de la urbe, aparece, como traído de una ciudad de cuento de hadas, Neals Yard, una diminuta plaza que no necesita de ningún filtro de Instagram para lucir en todo su esplendor.
Los colores flúor que adornan ventanas, puertas, bancos y macetas hacen de este lugar uno en el que es difícil que alguien que se lo encuentre por casualidad dando un paseo no dibuje una sonrisa en su rostro.
Y de los colores pintados pasamos a los de la naturaleza, como los de las miles de petunias que cubren totalmente la fachada del atípico pub «The Churchill Arms», en el 119 de Kensington Church Street, en el célebre barrio de Notting Hill.
Resulta del todo imposible no pararse a contemplar esta florida esquina que dentro alberga, contra todo pronóstico, un restaurante tailandés en el que por un módico precio el visitante podrá recargar pilas antes de continuar con la ruta.
Para terminar este original itinerario, a pocos minutos a pie se yergue Holland Park, un parque que, aún siendo mucho menos famoso que, por ejemplo, Hyde Park, no tiene nada que envidiar a este en belleza.
Poner un pie dentro de este lugar es como transportarse por arte de magia a lo más profundo de un bosque donde habitan más de medio centenar de vetustos acres que dan cobijo al viandante en las tardes de verano.
Y, de nuevo, el misterio esconde otro misterio, en esta ocasión el Kyoto Garden, un pequeño y cuidado jardín japonés que desde 1992 otorga a este lugar su toque oriental.
Un lago repleto de carpas, cataratas y majestuosos pavos reales puede descubrirse en este jardín, un reducto de paz y armonía difícil de imaginar en una bulliciosa ciudad como Londres.
Sin embargo, y como suele ocurrir, la realidad supera la ficción y resulta que sí; este sitio no solo es real sino que es gratuito para todo aquel que, cansado del asfalto, quiera refrescarse en medio de la naturaleza.
Estos son solo algunas de las paradas poco comunes que pueden encontrarse en Londres pero, desde luego, no son los únicas. Tendrá que ser el visitante el encargado de hallar sus propios rincones secretos.