Unos elefantes que explorando sembrados de maíz en Wuhan terminan durmiendo a causa del alcohol, cientos de peces nadando por los canales de Venecia, una inmensa cantidad de monos corriendo por las calles de Lopburi en Tailandia, hermosos pavos reales paseando por una pequeña calle en Madrid, un puma en el sector oriente de Santiago. A pesar de que algunas de esas noticias no sucedieron tal y como fueron compartidas, hay algo interesante y novedoso en ellas que nos gustaría reflexionar.
El virus no es solo muerte. La situación global respecto del coronavirus nos ha dado vueltas por completo. La pandemia puede enseñarnos muchas cosas y develar egoísmos y mezquindades. Ya lo está haciendo.
Según el particular filósofo y psicoanalista esloveno, Slavoj Zizek, esta pandemia puede significar la reinvención de un tipo de comunismo, necesario para la vida futura del planeta. Byung-Chul Han, filósofo coreano radicado en Berlín, cree que esa opinión está errada. China se levantará y el capitalismo continuará más fuerte que nunca, a pesar de su fase agónica develada sobre todo la última década. Las personas seguirán pagando por sendos viajes en cruceros y las líneas aéreas volverán a viralizarse.
El coronavirus no reinventará la vida en sociedad. Pues eso no lo logrará un virus, ni una peste, ni un colapso. Eso es tarea de los seres humanos y requiere un horizonte sociopolítico y cultural concreto. Todo ello requiere tiempo. Y no meses. Un movimiento en la brújula social y política requiere un doloroso quiebre. Todo cambio de esta envergadura es doloroso. Requiere que afloren otras virtudes que no son las principales: hospitalidad, solidaridad, renuncia, entrega, don y abandono por el otro.
Pero, lo que seguimos presenciando en Chile es más bien lo contrario: orgullo, exposición de las posibilidades de unos pocos e irresponsabilidad, pues, en el fondo “el otro no existe”. Hace décadas que los gobiernos no ven personas, sino cifras y todo es medido bajo la vara del PIB. El virus no es solo muerte, pero puede llegar a serlo si no aprovechamos el tiempo nuevo -la irrupción del tiempo- para pensarnos como sociedad. Tal vez, pero solo tal vez, la cuarentena -autoconvocada u obligatoria- ha sido la mejor oportunidad para pensar con calma la Nueva Constitución y los valores que deseamos que en ella queden escritos.
Según Walter Benjamin, la verdadera revolución se produciría con una interrupción del tiempo (del progreso moderno), ¿Quién sabe y esta pandemia puede ser el inicio de dicha interrupción? La utopía de la convivencia mutua. Es verdad que podemos especular sobre los escenarios distópicos que se van multiplicando en columnas y reflexiones.
Sin embargo, todo ello está lejos de ser la realidad de un país como el nuestro. La revuelta popular del 18 de octubre nos dejó en claro que no somos un país de mónadas irreconciliables. Esa es, quizás, una de las mejores noticias que hemos recibido. Creemos, los más de dos millones de ciudadanos y ciudadanas que nos hemos manifestado en las calles, barrios, plazas; los que nos hemos encontrado en familias, con amigos y en organizaciones y colectividades, que el virus del olvido del otro no es una pandemia sin remedio. De hecho, no es aventurado decir que los frutos y posibilidades que en Chile comenzaron a despertar el pasado 18 de octubre son similares a los que el coronavirus pueda empujar.
Uno de los deseos alimentados por la crisis ecosocial planetaria es la utopía de la no-violencia entre animales y humanos, idea presente desde los primordios de la humanidad. Esta noción ha tomado diversos nombres y está representada por la armonía, por la idea de Gaia o por narraciones ecoreligiosas como las elaboradas en el Génesis o por el profeta Isaías, según el cual, “el bebé meterá su mano en el agujero de la serpiente y el león comerá paja junto a los bueyes” (Is 11, 1-9).
Podríamos sumar el imaginario del Buen Vivir y otras articulaciones evocativas de un “pasado mejor” y de añoranzas de un tiempo de paz mesiánica. El coronavirus viene a recordarnos que esta es nuestra vida e historia: con estas fragilidades, impotencias y equivocaciones. Que el tiempo presente es el que nos preocupa, si esperamos un futuro distinto. La utopía donde los leones se pasean por la Alameda y los peces nadan felices por el Mapocho no tiene un correlato real frente a la miseria de los hospitales públicos ni la distancia social que groseramente sigue apareciendo ahora en forma de cuarentenas de ricos o trabajos de pobres.
La utopía tipo “Avatar” (una feliz y armoniosa conexión naturaleza-humanos) nos hace soñar una sociedad en donde la extinción no sea una palabra instalada. Pero la realidad es otra y sin caer en fatalismos ni pesimismos rabiosos, la gran posibilidad está solo en nuestras manos. En manos de humanos capaces de dar vuelta la rueda del “olvido del otro” (y del Totalmente Otro) y exijan justicia a los pocos que siguen acaparando todo en sus graneros personales.
¿Qué pasaría si los primeros en recibir la vacuna fueran los que más han sufrido en sus vidas? ¿Cómo reaccionaría la sociedad si las principales camillas, piezas de hospitales y medicinas fueran para los y las que han sobrevivido siempre? ¿Qué diríamos si hoteles de cinco estrellas, catedrales y clubes recreativos se abrieran prioritariamente para acoger a los desvalidos, a los trabajadores sin derecho a cuarentena y a los adolescentes sin oportunidades, en caso de necesidad? El regreso de los animales es una perfecta imagen para el terror de una sociedad que ha caído en dos errores garrafales: que los seres humanos son el virus y que los que siempre han ganado lo seguirán haciendo por siempre.