La avidez de carne en el mundo no deja de crecer, a pesar de toda la información disponible sobre el sufrimiento de los animales y los daños al medio ambiente. ¿Por qué?
Mientras un cordero se retuerce en el piso, el joven Kai duda un par de veces sobre si tiene que usar la pistola de sacrificio de ganado. ¿Se arrepentirá después de todo? Pero luego respira profundamente y aprieta el gatillo. El cordero de seis meses muere inmediatamente. Sin embargo, el disparo por sí solo no la matará. Para ello, además, Kai tiene que cortar la garganta del animal, y un carnicero le ayuda a hacerlo más rápido.
Un alemán consume casi 60 kilos de carne al año. En Estados Unidos y Australia son más de 100 kilos por persona. Muy pocos matan, cortan y procesan a los animales por ellos mismos, sino que los compran por piezas en el supermercado o al carnicero. Esto hace que los consumidores se olviden fácilmente de que el filete fue parte de un ser vivo.
Kai, sin embargo, está ahora parado en un charco de sangre; la oveja ha dejado finalmente de retorcerse y yace sin vida a sus pies. No puede olvidar ni reprimir nada en este momento. Lucha contra las lágrimas, tratando de comprender lo que acaba de suceder: «Maté un animal».
Kai es periodista de Deutsche Welle y para el programa «Planeta A» participó en el sacrificio de la oveja en una granja. El programa aborda temas medioambientales como el reciclaje, el problema del plástico y los residuos alimentarios.
Si se quiere hablar del daño medioambiental y del cambio climático, no se puede evitar hablar del consumo de carne. Según el Atlas de la Carne 2021, publicado por la Fundación Heinrich Böll, la Federación para el Medio Ambiente y la Conservación de la Naturaleza de Alemania y el periódico «Le Monde Diplomatique”, el 70% de la superficie agrícola mundial se destina a la ganadería.
En el 40% de estas tierras se cultiva principalmente soja. Debido a que la avidez de carne aumenta, y con ello la necesidad de alimentos y pastos para los animales, los bosques y las praderas tienen que ceder terreno. Es por eso que la biodiversidad y las plantas que absorben CO2 están desapareciendo.
Para producir un kilo de carne de vacuno, se necesitan en promedio más de 15.000 litros de agua. La agricultura industrial, que consume una cantidad especialmente grande de agua, ha secado los ríos y los humedales, disminuyendo los niveles de las aguas subterráneas.
Esta lista de estragos podría continuar. Por ejemplo, con las consecuencias para la salud que trae el consumo descontrolado de carne. El uso de antibióticos conduce a la aparición de gérmenes multirresistentes, y la destrucción de los ecosistemas a un nutrido intercambio de virus entre humanos y animales.
Benjamin Buttlar, psicólogo social de la Universidad de Tréveris, investiga la paradoja de la carne y asume que el principio moral básico de no querer matar y no querer provocar sufrimiento se aplica en principio a todas las personas, independientemente de su origen cultural.
Para liberarse de este grillete moral, la humanidad ha desarrollado toda una serie de estrategias de justificación. Desde 2010, un número cada vez mayor de científicos investiga la relación entre humanos y animales.
Publicaciones de biólogos como Donald Broom o la neurocientífica Lori Marino describen a los cerdos como animales altamente sociales, inteligentes y sensibles. Y tienen una especie de autoconciencia.
Pero a pesar de tener sensibilidad y habilidades sociales, los cerdos entraron en la categoría de «animales de granja» y son – justo después de las aves de corral – los más consumidos en todo el mundo.
La distinción entre animal de granja y animal doméstico es una estrategia para resolver la paradoja de la carne. Benjamin Buttlar llama a esta distinción «dicotomía», que iría de la mano con el hecho de que negamos la sensibilidad de los animales de granja: «Negamos la naturaleza individual del animal, que nunca negaríamos en nuestro perro o gato”. El cerdo, la vaca o el pollo se convierten en un número anónimo.