Imagínese un bosque espectacular, de ensueño, lleno de árboles majestuosos. Pues bien, lo más probable es que sea así de espectacular porque alguien ha estado ahí antes con una, o con varias, motosierras.
Víctor Resco de Dios, Universitat de Lleida y Daniel Moya Navarro, Universidad de Castilla-La Mancha
Imagínese un bosque espectacular, de ensueño, lleno de árboles majestuosos. Pues bien, lo más probable es que sea así de espectacular porque alguien ha estado ahí antes con una, o con varias, motosierras.
Quizás le sorprenda lo que acaba de leer. En nuestro imaginario colectivo tenemos un serie de ideas sobre los bosques completamente falsas. Una serie de mitos que conviene desterrar cuanto antes de nuestras cabezas para poder fomentar la gestión adecuada de los bosques. O, lo que es lo mismo, la sostenibilidad planetaria. Aquí destacamos algunos:
El bosque primigenio, original, símbolo del paraíso terrenal, no existe. En Europa, por ejemplo, solo el 0,7 % de los bosques son primarios, es decir, no han sido gestionados. En América esa cifra asciende hasta el 20 %.
Dicho de otro modo, entre el 80 y el 99 % de los bosques no son naturales, sino culturales. Su estado de conservación depende, por tanto, del tipo de gestión realizada, pero no de si la hubo o no. La única excepción son los bosques tropicales, donde sí nos encontramos con un 50 % o más de bosques vírgenes.
Un árbol puede arder en un incendio, pudrirse o ser aprovechado para consumo humano. La gestión forestal sostenible imita la dinámica forestal natural para aprovechar árboles que, de otra forma, se pudrirían o se quemarían con perjuicio para el propio ecosistema.
Además, obtenemos materiales de construcción o energéticos con una huella ambiental nula (a diferencia de los derivados del petróleo, acero y no renovables) o, incluso, positiva: se crea heterogeneidad paisajística, que aumenta la biodiversidad.
Lo cierto es que estamos sufriendo una epidemia de árboles. Las causas difieren entre países, pero la superficie forestal ha aumentado, y muy considerablemente, a nivel global en las últimas décadas. Esto repercute en un exceso de carga vegetal en el paisaje y el consecuente aumento de riesgo de gran incendio forestal.
Los bosques tropicales se escapan nuevamente de la tendencia global. Ahí sí estamos sufriendo pérdidas importantes de superficie forestal.
Se ha cuestionado la influencia de la expansión de las plantaciones de eucalipto en megaincendios recientes como los de Chile y Portugal de 2017. Pero lo cierto es que no existe ninguna evidencia científica que vincule la expansión de los eucaliptos con los incendios.
Por ejemplo, en Portugal, donde los eucaliptos ocupan el 26 % de la superficie forestal, el tipo de vegetación donde es menos probable que se inicie un gran incendio forestal es, precisamente, el eucaliptal debido al manejo sostenible al que son sometidos.
Los incendios forestales son naturales en la gran mayoría de bosques y matorrales. Con la excepción de los trópicos, el resto de la vegetación americana y europea está adaptada e incluso necesita incendios para su regeneración.
Ahora consideramos el fuego como el gran enemigo, cuando ha sido una herramienta útil cuyo uso no debemos olvidar.
Los matorrales y las herbáceas no son suciedad, sino parte de la riqueza de nuestros bosques. El riesgo de gran incendio no resulta de que haya maleza o matorrales, como ya hemos comentado en otras ocasiones. El bosque solo está sucio cuando los desaprensivos tiran basura.
La mayoría de especies protegidas no se encuentran en parques nacionales. Por lo general, basta con llevar a cabo pequeñas medidas de adecuación de la gestión forestal adaptadas a la realidad de cada caso para favorecer las especies vulnerables.
Además, cuando aumenta el área protegida en países ricos, se favorece la importación de maderas de países menos ricos y con leyes forestales que, en muchos casos, serán más laxas. Dicho de otra forma, los daños ecológicos en países terceros aumentan con la protección de los bosques en países ricos.
“Antes de imprimir este correo, piense si es realmente necesario”. Esta coletilla que se lee en muchos mensajes se añade sin duda con la mejor de las intenciones. Pero seamos realistas: necesitamos papel hasta para ir al baño. La cuestión no está en si usar o no papel, sino en conocer su procedencia. Para ello, existen mecanismos que aseguran que proceda la gestión forestal sostenible, tales como la certificación forestal.
Cuando alguien se fractura la pierna y, en la intervención quirúrgica, le colocan hierros y tornillos, sigue siendo una persona y no se convierte en cíborg. De forma similar, cuando un monte está muy degradado y precisa de cirugía forestal en forma de restauración, el ecosistema no pasa a ser un cultivo, sino que mantiene su condición de bosque.
Se han ejecutado programas de reforestación importantes en Chile, Argentina, España y otros países. Pasadas unas décadas, vemos como hasta el 80 % de la cobertura en algunos espacios protegidos procede de pinares de repoblación.
Actualmente, uno de los objetivos de esta herramienta de restauración es incluir la conservación y mejora de la biodiversidad, introduciendo especies y variedades locales, y no solo de árboles, sino también de arbustos y otras acompañantes.
Decía Ramón Margalef, el padre de la ciencia ecológica en España, que “el ecologismo es a la ecología lo que el socialismo a la sociología”. Conviene usar la ciencia como tamiz para filtrar lo que es fruto de la evidencia y la lógica de lo que es ideología o sesgo personal. Actuaciones bienintencionadas pueden tener consecuencias catastróficas cuando no han sido apropiadamente tamizadas. Poner impedimentos a cortas sostenibles de árboles, por ejemplo, puede aumentar el consumo de combustibles fósiles y el riesgo de incendios forestales.
Los hombres aparecimos en la Tierra hace dos millones y medio de años. Nos hemos convertido en un componente importante de su dinámica ecológica, nos guste o no. Somos parte de la naturaleza y no algo ajeno a ella. Podemos elegir entre gestionar el monte, o abandonarlo a su suerte. Dicho de otra forma, las cada vez más recurrentes y severas perturbaciones (incendios, sequías, plagas,…) se encargarán de reestructurar aquellos ecosistemas que no gestionemosnosotros de forma ordenada y sosteniblemente. Es cierto que la naturaleza no nos necesita, pero nosotros a ella sí.
Víctor Resco de Dios, Profesor de Incendios y Cambio Global en PVCF-Agrotecnio, Universitat de Lleida y Daniel Moya Navarro, Profesor Contratado Doctor e Investigador en grupo ECOFOR, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.