Además de elegir los productos que compramos según sus valores nutricionales, podemos fijarnos en criterios de sostenibilidad, como su origen, su envasado y su estacionalidad.
Gumersindo Feijoo Costa, Universidade de Santiago de Compostela
Desde el punto de vista nutricional, una dieta equilibrada, como la atlántica o la mediterránea, presenta múltiples beneficios para nuestra salud, ya que ayuda a mitigar y reducir el impacto negativo de diversas enfermedades.
El beneficio personal también puede extenderse al bien colectivo y contribuir al cuidado del planeta cuando consumimos productos respetuosos con el medio ambiente, ya que se debe tener en cuenta que la producción y consumo de alimentos conlleva un gran impacto ambiental. Para dilucidar la cuantificación de dicho impacto, son dos los indicadores que podemos utilizar: huella de carbono y huella hídrica.
La huella de carbono es una medida de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y se define como la cantidad de dióxido de carbono equivalente que un producto genera en un período de tiempo a lo largo de su ciclo de vida (extracción, producción, envasado, transporte, consumo y gestión de residuos).
Junto con los sectores energético y del transporte, el sector de la alimentación es una de las actividades antropogénicas con mayor generación de GEI. Actualmente, el Acuerdo de París trata de poner límite a todas estas emisiones, de forma que cada país se compromete a una reducción efectiva de las mismas (Figura 1).
Gumersindo Feijoo. Gráfico del márgen inferior izquierdo, de CO2.Earth, Author provided
Por otra parte, la huella hídrica cuantifica el volumen total de agua dulce usada a lo largo de toda la cadena de valor para producir los bienes que habitualmente consumimos. La FAO ha establecido que un 70 % de la huella hídrica mundial está relacionada con la producción de alimentos.
Los valores de ambas huellas son bastante variables en función del sistema de producción (Figura 2) y del tipo de alimento:
Una vez definida la dieta adecuada a nuestro estilo de vida, edad y estado de salud, disponemos de una gran variedad de alimentos con funcionalidades y propiedades nutricionales similares. Llega entonces el momento de introducir 5 reglas básicas y fáciles de incorporar en nuestro consumo diario que, en términos generales, permitan garantizar una minimización del impacto ambiental de los alimentos a consumir.
Una reducción del 50 % en la pérdida de alimentos en los hogares puede llegar a suponer en España la emisión anual de medio millón de toneladas de CO₂(eq) (que, teniendo en cuenta que el valor medio durante el 2020 en el mercado de CO₂ fue 24,75 €/tonelada, supondría unos bonos por valor 12 millones de euros) y 510 Hm³ de agua (prácticamente el consumo de agua anual de Berlín y Madrid).
En el este enlace está disponible una hoja de cálculo sencilla para estimar el impacto ambiental y económico que produce el desperdicio de los 64 alimentos más comunes en el carro de la compra del consumidor.
Es el momento de convertirnos en parte activa con el compromiso medioambiental del planeta, cada uno de nosotros podemos aportar nuestro grano de arena.
Gumersindo Feijoo Costa, Catedrático de Ingeniería Química, Universidade de Santiago de Compostela
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.