La humanidad está cruzando unos límites planetarios críticos rápidamente. Esto amenaza a las poblaciones de tortugas marinas, sus ecosistemas y en última instancia, al “espacio operativo seguro” para la existencia humana.
Durante millones de años, incontables tortugas marinas han navegado en los océanos del mundo y migrado grandes distancias entre sitios de alimentación y playas de anidación. Pero hoy en día, esos largos viajes las exponen repetidamente a cambios ambientales negativos e impactos generados por el hombre que son perjudiciales. A pesar de los esfuerzos mundiales de conservación, las siete especies de tortuga marinas están En Peligro o En Peligro Crítico a niveles globales o regionales.
El movimiento en masa de estos y otros animales, ya sea por tierra, mar o aire, representa una de las grandes maravillas del planeta y teje hilos vivientes cruciales que fortalecen la estructura del ecosistema.
Ahora, por múltiples razones —entre ellas los peligros físicos causados por los humanos, el cambio climático, la pérdida de hábitat y muchas otras— el tejido de estas ecoestructuras globales se está descomponiendo rápidamente. Las especies están desapareciendo a ritmos sin precedentes y la pérdida de biodiversidad está alterando los sistemas naturales, imponiendo impactos adversos a las especies migrantes del mundo.
La pregunta importante es: ¿Pueden las tortugas marinas, la gente y las estrategias de conservación evolucionar lo suficientemente rápido para proteger esas migraciones épicas y a los animales que las hacen?
La biodiversidad es uno de los nueve límites planetarios que permiten un “espacio operativo seguro para la humanidad”, según un equipo interdisciplinario de científicos convocados por el Centro de Resiliencia de Estocolmo. Los otros ocho límites que la humanidad debe evitar sobrepasar son el cambio climático, la acidificación del océano, el cambio del uso del suelo, el uso de agua dulce, el agotamiento de la capa de ozono, la contaminación atmosférica por aerosoles, los flujos bioquímicos (desequilibrios en los ciclos de nitrógeno y fósforo) y la presencia de otros contaminantes.
La humanidad ya ha vulnerado los “límites núcleo” de la pérdida de biodiversidad y el cambio climático, y está pisando el umbral de los flujos bioquímicos y el cambio de uso del suelo. Mientras que superar uno de los límites núcleo podría desestabilizar los sistemas terrestres que sostienen la humanidad por completo, cruzar cualquiera de los límites también implica el riesgo de desestabilizar otros y crear un efecto dominó. En las próximas décadas, las actividades humanas pondrán en riesgo de extinción a un millón más de especies de plantas y animales según el informe de 2019 de la Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES).
“La biodiversidad y las contribuciones de la naturaleza son nuestra herencia común y la ‘red de seguridad’ más importante para el soporte de la vida de la humanidad”, dijo Sandra Díaz, ecóloga argentina que copresidió IPBES en 2019. “Pero nuestra red de seguridad está tensada casi al punto de romperse”.
Las tortugas marinas tienen una posición tenue y poco envidiable en el contexto de los límites planetarios. Su ciclo de vida requiere una travesía segura por mar y tierra. Las migraciones de tortugas laúd, por ejemplo, pueden atravesar las fronteras de más de 30 países.
A medida que la humanidad se acerca rápidamente a los límites planetarios, pone a estos marineros intrépidos cada vez más cerca de sufrir daños de varios orígenes. Si los esfuerzos de conservación no pueden revertir las pérdidas de tortugas, su situación crítica podría ser precursora de la extinción de otras especies migratorias, incluso quizás del migrante más grande del mundo: el Homo sapiens.
Las amenazas más conocidas para las tortugas marinas tienen que ver sobre todo con el límite planetario de la biodiversidad (la pesca incidental y el robo de huevos de los nidos, por ejemplo), y el límite del cambio de uso de suelo (pérdida de hábitat y sitios de anidación).
Ahora, al ser redefinidas en el contexto de otras transgresiones a los límites planetarios, las tortugas se enfrentan a un abanico de nuevos peligros que entendemos poco.
Las tortugas marinas son más visibles para nosotros cuando las hembras llegan a la orilla a poner los huevos, y ese es el hábitat que más estudia la ciencia. El cambio climático es un límite planetario que sabemos que está alterando las playas en las que las tortugas anidan y pasan una porción breve pero crítica de su vida, y plantea múltiples retos existenciales. Por ejemplo, como el sexo de las tortugas depende de la temperatura, están naciendo más hembras a medida que el calentamiento global empuja hacia arriba las temperaturas en las playas de anidación. Actualmente, hay tres tortugas hembras por cada macho en muchas partes del mundo.
“¿Pero cómo afecta la feminización a las poblaciones?” se pregunta Mariana Fuentes, bióloga de conservación marina en la Universidad Estatal de Florida. “¿Cuántos machos tiene que haber para que se sostengan las poblaciones? No lo sabemos”.
La presencia de otros contaminantes, otro límite planetario, podría actuar de forma sinérgica con el calentamiento global y calentar la playa incluso más. Los microplásticos de origen humano podrían aumentar la temperatura de la arena, dice Fuentes, quien estudia la evolución del perfil térmico de la arena.
Claramente, todas esas hembras necesitarán playas de anidación con ambientes de incubación óptimos, un factor clave en la resiliencia de las poblaciones mundiales de tortugas, añade Fuentes. Pero otro límite, el cambio de uso de la tierra, está reduciendo la disponibilidad y la idoneidad de los sitios de anidación. A medida que el cambio climático se intensifica, habrá tormentas más severas y más frecuentes que erosionarán más playas, y los sitios primarios de anidación podrían desaparecer. De forma simultánea, el aumento del nivel del mar a causa del cambio climático y el “blindaje” de las costas con construcciones humanas, especialmente diques, empeorará la situación de anidación.
Las tortugas se han adaptado y se han trasladado a nuevas áreas de anidación en el pasado, pero, a medida que la humanidad bloquea el acceso a las playas ¿habrá suficientes sitios de anidación adecuados?
Las tortugas marinas pasan gran parte de su ciclo vital en el mar. En los océanos, la acidificación causa pérdidas severas en los arrecifes de coral y elimina colonias críticas de tortugas. Los estudios también predicen que las reducciones de especies de los arrecifes cambiarán la composición de la arena en los sitios de anidación, lo cual podría reducir la incubación exitosa de los huevos. Además, el aumento de la acidez en el océano a causa de las emisiones de carbono hace que más especies de peces pierdan su sentido del olfato, del oído y la capacidad de volver a su hogar. Nadie sabe aún si las tortugas marinas sufren las mismas afectaciones.
Y aunque los estudios muestran que las tortugas oyen mejor bajo el agua, hay poca información sobre cómo responden al ruido. A medida que las instalaciones eólicas en el mar se vuelven más habituales para combatir el cambio climático, los peligros auditivos podrían alterar las rutas migratorias y otros hábitats importantes, dice Fuentes. Harán falta estudios para descubrirlo.
Además, los océanos están contaminados con multitud de contaminantes industriales. Entre esos nuevos contaminantes se encuentran los orgánicos persistentes (COP), los pesticidas organoclorados, retardadores de llamas, y una variedad de otros agentes tóxicos.
“Estas son amenazas invisibles [cuyos impactos] son difíciles de cuantificar”, dice Jennifer Lynch, bióloga afiliada al Instituto Nacional de Estándares y Tecnología de los EE.UU.
Mientras tanto, la industria y la sociedad siguen vertiendo productos químicos nuevos y antiguos al mar, dice Lynch. Pero a las tortugas marinas enfermas solo se les hacen pruebas de una decena de esos contaminantes. Sería imposible hacerles pruebas de todos, así que hay muchas cosas que no sabemos: “¿Es el nivel de esa sustancia química tóxico en una tortuga?”, se pregunta Lynch. Probablemente nunca lo sepamos porque nadie hace pruebas sobre dosis tóxicas en las tortugas, continúa. “Nunca estaremos por delante [de los contaminantes]”.
Ni siquiera se han documentado bien los impactos de los derrames de petróleo en las tortugas. Una revisión de más de 2000 derrames de petróleo en todo el mundo que tuvieron lugar a lo largo de 60 años mostró que los efectos para las tortugas se registraron en menos del 2 % de los incidentes. Y la mayoría de esos efectos documentados provenían solo del petróleo en la parte exterior del cuerpo, no de los daños internos debidos a la exposición al petróleo ni de los impactos del petróleo que absorbe la arena o el efecto de los dispersantes químicos que se utilizan en las labores de limpieza.
Con el aumento del transporte oceánico, las nuevas fuentes de combustible, como el betún diluido, suponen nuevos peligros tóxicos.
Los ecosistemas degradados y la exposición crónica a las sustancias químicas y metales pesados también reducen las defensas inmunitarias de las tortugas. Los científicos dicen que un sistema inmune debilitado podría tener un papel en el desarrollo de fibropapilomatosis, un tumor carnoso que suele ser letal para las tortugas.
Entre los nuevos contaminantes, el plástico sigue recibiendo la mayor parte de la atención de los medios. Estos productos derivados del petróleo contaminan todos los océanos del mundo con micropartículas, redes de pesca de nylon, bolsas y montones de otros tipos de basura.
“Los microplásticos llegan a los titulares, pero son los macroplásticos los que suponen un mayor peligro para las tortugas”, dice Lynch, quien ha analizado los contenidos de los tractos gastrointestinales de cientos de tortugas en su papel como codirectora del Centro de investigación de residuos marinos en la Universidad del Pacífico de Hawái.
El alcance real del daño que los plásticos causan en el mar es difícil de cuantificar, dice Lynch. Por ejemplo, ¿cuántas tortugas intentan transitar la Isla de la Basura del Pacífico pero se quedan atrapadas en la acumulación de plástico? Diseñar un estudio para responder a esa pregunta parece imposible, añade Lynch. “De manera que el tema de los enredos que aparece en la literatura científica se publica como estudios de casos prácticos”.
Ahora Lynch se centra en reducir la contaminación de plástico en Hawái. Un proyecto innovador hace un seguimiento de los aparejos de pesca que llegan a las orillas y los devuelve a las pesqueras o al fabricante de origen. “Si lo están lanzando al océano porque es basura, están contaminando”, dice Lynch, quien espera que el programa de devolución evite que se repitan las infracciones. “¡Podemos hacer algo!”.
Los cambios en los sistemas terrestres también están creando problemas en la calidad del agua para las tortugas. Con el aumento de la deforestación, los campos de cultivo y la expansión de los pastos de la agroindustria, y el desarrollo humano, la cantidad de sedimentos vertidos y el ciclo de nutrientes del nitrógeno y el fósforo se están viendo alterados en los sistemas naturales de la Tierra.
La escorrentía agrícola aporta una carga especialmente intensa de contaminación de fósforo y nitrógeno a los estuarios del mundo. Esos nutrientes “fertilizan” los mares y producen enormes capas de algas que reducen los niveles de oxígeno a cero, lo cual causa la formación de zonas muertas. Las zonas muertas, como la que se encuentra anualmente que se extiende mucho más allá de la boca del río Misisipi, están aumentando en todo el mundo, e incluso existen en mar abierto. No se sabe cómo esto afecta a las tortugas.
La letanía de amenazas parece estar poniendo las cosas contra las tortugas. Aun así, las tortugas oliváceas (Lepidochelys olivacea) todavía aparecen en las arribadas (acontecimientos anidación en masa) en el estado de Odisha en India. Las tortugas negras (una variación de la tortuga verde, Chelonia mydas), que han vuelto a las aguas mexicana se cuentan por miles; y las tortugas verdes están prosperando en Hawái.
Estos éxitos surgieron de décadas de esfuerzos dedicados por parte de las comunidades locales, colaboraciones de conservación regional y acuerdos multinacionales para proteger los hábitats marinos y las playas de anidación, evitar el robo de huevos, reducir la caza incidental y prohibir la exportación y venta de productos derivados de las tortugas. Pero el éxito no está extendido de la misma forma en todo el planeta.
Las tortugas laúd del Pacífico este (Dermochelys coriacea), por ejemplo, llevan décadas declinando. Desde los 80, las cuentas anuales de tortugas laúd y sus nidos en México y Centroamérica han descendido más de un 90 %, según un estudio de modelaje de la población de 2020 de la Red Laúd OPO. Las pérdidas crónicas identificadas están sucediendo debido a la pesca incidental y los niveles insostenibles del robo de huevos para consumo humano.
Pero solo porque el éxito sea difícil en algunas regiones, no hay motivo para rendirse, dice Bryan Wallace, co-coordinador de Laúd OPO, también conocida como la Red de Conservación del Pacífico Este. “Solo porque la población aún esté contra las cuerdas, no significa que los 30 o 40 años de esfuerzo previos no fueran efectivos. [Todavía] no hemos recuperado la población, lo que sin duda significa que tenemos más que hacer”, dice.
Ante el aumento de amenazas antropogénicas, ¿qué es lo que hace falta para evitar la extinción? La respuesta directa de Wallace: la supervivencia de al menos 200 tortugas laúd adultas o subadultas más cada año, empezando en los próximos cinco años. Su conclusión se basa en hipótesis del modelaje de población y asume un éxito continuado en la protección de los nidos y las crías. Sin más adultos reproductivos, las tortugas laúd del Pacífico este podrían extinguirse en las próximas décadas.
Wallace menciona algo importante: aunque una población de tortugas pueda adaptarse a todos los nuevos retos antropogénicos que se presentan, todavía hace falta que haya un número suficiente de tortugas adultas para aparearse y sobrevivir a esos impactos. Ese aumento en los números tiene que ser un componente principal de los trabajos futuros de conservación, según la investigación de Fuentes sobre crear un índice de resiliencia de tortugas marinas.
Salvar a las tortugas adultas empieza con una única prioridad: evitar la captura incidental, un punto focal para los conservacionistas desde hace tiempo. Las soluciones reconocidas incluyen utilizar aparejos de pesca respetuosos con las tortugas, enseñar a los pescadores cómo liberar a las tortugas enredadas y restringir la pesca en las rutas de migración de las tortugas marinas a la vez que conseguir que las flotas pesqueras compartan información sobre los puntos de concentración de tortugas y evitarlos.
Pero a pesar de las iniciativas, las tortugas marinas, incluidas las laúd, pasan la mayoría de su vida ante el peligro: nadando en alta mar donde la mayoría de las flotas industriales operan, también en algunos de los sitios menos protegidos de la Tierra para la vida marina. De manera que centrar la conservación en la pesquería artesanal, que representa un 90 % de los pescadores comerciales mundiales y produce un 50 % de la captura global, podría representar un gran cambio.
Joanna Alfaro-Shigueto, cofundadora y fundadora de ProDelphinus, una ONG de Perú, ha pasado décadas trabajando para reducir la pesca incidental de las pequeñas pesquerías en los más de 2000 kilómetros de la costa de su país.
Para que los planes de conservación sean más efectivos, el equipo de Alfaro-Shigueto desarrolló una evaluación rápida de pesca incidental para cubrir los vacíos de información. En lugar de ir al mar y contar la pesca incidental real, la evaluación rápida depende de entrevistas en tierra con los capitanes de los barcos y los pescadores. Los estudios de ProDelphinus en 43 puertos de Perú, Ecuador y Chile mostraron que las redes de enmalle de las pequeñas pesquerías capturaron más de 46 000 tortugas marinas, y mataron a más de 16 000, cada año. Las cifras más altas se encontraron en Perú y Ecuador, lo cual destaca dónde debe concentrarse el trabajo de conservación.
La red Laúd OPO creó talleres para utilizar este método de evaluación de forma más extendida. Eso llevó a una evaluación de la pesca incidental de tortugas laúd en 79 comunidades pesqueras de México, Nicaragua, Costa Rica, Panamá y Colombia. Los resultados indicaron que un mínimo de 345 tortugas laúd fueron capturadas anualmente en las actividades pesqueras de pequeña escala en la región. El estudio también mostró que los puertos cerca de playas de anidación eran núcleos de pesca incidental, lo cual ofrece un mapa regional exhaustivo de dónde debería centrarse la siguiente fase de conservación. Cabe destacar que los pescadores informaron de que el 80 % de las tortugas laúd capturadas se liberan con vida, lo cual significa que enseñar a la gente cómo liberar a los animales de forma segura podría mejorar los índices de supervivencia de la captura incidental.
Los usos innovadores de la tecnología también podrían ayudar a reducir la pesca incidental. En el Pacífico Este Tropical, el uso de redes de enmalle por parte de las pequeñas pesquerías está entre los más altos del mundo. ProDelphinus se asoció con investigadores de la universidad de Exeter, en el Reino Unido, para distribuir luces LED entre tres pequeñas pesqueras de Perú. Cuando los pescadores colocaron las luces en las redes, las tortugas las evitaban y la captura descendió más de un 70 %.
Unos científicos en la Universidad Estatal de Arizona en EE. UU. hicieron trabajo sobre esta idea y diseñaron luces de energía solar. Cuando los pescadores en Baja California Sur, México, pusieron las boyas intermitentes autorrecargables en las redes, redujeron la captura incidental un 65-70 % y mantuvieron la captura de la pesca objetivo, dice Jesse Senko, investigador líder y científico de conservación marina. Al tener que desenredar menos tortugas y evitar tener que reparar las redes, los pescadores ahorran tiempo. Por desgracia, Senko calcula que la producción en masa de las luces solares podría tardar en llegar otros cinco años. Puede ser que las tortugas laúd no puedan esperar tanto.
“En el panorama general, no solo intentamos conservar tortugas. También intentamos promover una pesca sostenible”, dice Alfaro-Shigueto. “¿El reto ahora? La conservación no es lo suficientemente rápida y se nos agota el tiempo”.
Si las tortugas marinas carecen de tiempo para adaptarse, quizás sea hora de que la conservación adapte sus métodos, dicen los profesionales. Por ejemplo, hay un sesgo terrestre continuado en la investigación de las tortugas marinas. La mayoría de estudios se llevan a cabo en tierra, donde los investigadores pueden caminar fácilmente, contar las hembras que anidan, los huevos y las crías. “Pero eso es un fragmento diminuto o una fotografía de su vida general”, dice Kate Mansfield, bióloga especializada en tortugas marinas en la Universidad de Florida Central.
Por ese motivo, se sabe relativamente poco sobre los machos, porque no van a la orilla. Del mismo modo, las tortugas laúd pasan la mayoría de su vida en el océano y nadie sabe dónde van durante sus “años perdidos”, o qué podría beneficiar o perjudicar su supervivencia mientras están allí.
“Estos animales viven, por lo menos, tanto tiempo como los humanos. Y aparecen en diferentes partes del mundo a diferentes edades y en diferentes etapas de su vida”, explica Mansfield. “Para proteger y conservar mejor estas especies, tenemos que saber esas cosas”.
Un estudio reciente, por ejemplo, cambió la suposición que tenían los científicos de que las tortugas jóvenes navegan en las corrientes oceánicas para llegan a sitios de alimentación. Mansfield y sus colegas pusieron dispositivos de monitoreo que funcionaban con energía solar en tortugas verdes juveniles. Sorprendentemente, descubrieron que las tortugas jóvenes nadan deliberadamente fuera de las grandes corrientes para llegar a un buen hábitat de alimentación como el que ofrecen las capas de algas en el mar de Sargasso en el Atlántico norte, que por desgracia también es “uno de sitos más sucios y dañados del océano”. El giro de cuatro corrientes que se unen en este mar sin orillas atrapa grandes cantidades de residuos plásticos. No se conoce el impacto para las tortugas.
Hay vacíos parecidos de conocimiento sobre los viajes que hacen las tortugas laúd adultas y subadultas. Ahora, Mansfield está probando una nueva tecnología de seguimiento llamada ICARUS, que envía señales satelitales desde la Estación Espacial Internacional para hacer un monitoreo más exacto de las tortugas.
Pero hace falta mucho más. La actual escasez de información “sería como tener médicos humanos en los hospitales que solo supieran, y pudieran tratar, a adolescentes y ancianos”, dice Mansfield. “Es realmente importante entender dónde van estos animales… porque, en definitiva, son la fundación del resto de la población”.
Si solo se hace un seguimiento de las tortugas y de sus movimientos se podrían perder dos elementos clave para el éxito de la conservación en el futuro: centrarse en los hábitats y los humanos.
Los enfoques de conservación centrados en las especies aparecieron en los 60 y los 70, cuando las extinciones de las tortugas parecían inminentes, dice Kartik Shanker, ecólogo en el Instituto Indio para la Ciencia. “Pero desde entonces no hemos sido capaces de desprendernos de ese enfoque lo suficiente”.
En los lugares donde las poblaciones se están recuperando, dice Shanker, no se está haciendo lo suficiente para proteger el hábitat de las tortugas marinas, a pesar de las protecciones de los ecosistemas que son parte de acuerdos internacionales, como el Memorando de Entendimiento sobre la Conservación y la Gestión de las Tortugas Marinas del océano Índico, la Convención Interamericana para la Protección y Conservación de las Tortugas Marinas, y la Comisión Internacional para la Conservación del Atún Atlántico.
“A la hora de la verdad, las acciones de gestión y mitigación se han concentrado en las especies en lugar del hábitat”, dice Shanker. “Parece que las poblaciones de tortuga tienen la capacidad de recuperarse, pero no pueden recuperarse si las playas de anidación ya no existen”.
Por desgracia, no hay una estrategia perfecta para proteger estas playas de la naturaleza humana, con la tendencia al desarrollo costero, o de la Madre Naturaleza.
“Para mí, los asuntos clave para la conservación de las tortugas marinas son proteger esas zonas de reproducción y eliminar tantas amenazas marinas como sea posible”, dice David Godfrey, director ejecutivo de Sea Turtle Conservancy, una ONG de Florida que monitorea los principales sitios de anidación de Florida, Costa Rica y Panamá, y defiende los cambios de políticas para preservar los hábitats clave.
Un problema clave: hay muchos investigadores que no conocen el valor de las posibles iniciativas de protección de la población y el hábitat. Por ejemplo, los resultados de las intervenciones, como mover los nidos para salvarlos del aumento del nivel del mar o incubar los huevos a temperaturas más frescas para producir más machos, no se entienden bien, admite Fuentes.
Con unos recursos limitados, es importante identificar las acciones más efectivas, dice. “Hay muchas cosas que se podrían hacer, pero tenemos que entender mejor las ventajas y contrapartidas o la efectividad, y la rentabilidad de las labores de conservación antes de aplicarlas”.
Otro punto débil es que las amenazas se suelen tratar de forma individual, “pero tenemos que considerar los impactos acumulados, las sinergias”, dice Fuentes.
Sea lo que sea que los científicos descubran sobre las tortugas marinas y su colisión con el rebasamiento de los límites planetarios, no será suficiente si ese conocimiento no se convierte en acciones prácticas. “Los científicos no siempre saben cuál es la mejor forma de traducir la información correcta a la persona correcta en el momento correcto para garantizar que la mejor ciencia se utiliza para maximizar los resultados de la conservación”, dice Fuentes.
Para Godfrey, una de las cosas más importantes que hay que saber no es solo la ciencia, sino la gente con cargos electos: “si quieres proteger la vida silvestre y el medioambiente, esa gente puede marcar un punto inflexión”.
Por grandes que puedan ser los impactos antropogénicos que hay por delante, los éxitos futuros de la conservación aún dependen de las personas y comunidades locales comprometidas. “Tenemos que trabajar hacia los enlaces que la gente tiene con la naturaleza, no cortarlos”, dice Shanker, cofundador de Dakshin, una ONG centrada en la parte humana de la conservación.
En muchas situaciones, señala, el uso de recursos por parte de los indígenas ha sido condenado y no se ha considerado parte de las soluciones de conservación. “Se ha integrado la idea de que cualquier uso de las tortugas marinas está mal”, una visión que Shanker dice que es de origen predominantemente occidental, pero que dirige gran parte de las políticas globales. Esa visión está arraigada en sitios como India, dice, donde el paradigma dominante es firmemente proteccionista hacia las tortugas marinas y otras especies.
Incluso el uso sostenible, como la recolección legal de huevos en Ostional, Costa Rica, levanta polémica. Allí, las arribadas mensuales de tortuga olivácea producen tantos huevos que los miembros de la comunidad pueden recogerlos durante la primera ola de anidación sin que se cause ningún daño significativo, mientras que impulsan la economía local.
Intentar entender mejor lo que las tortugas significan para las comunidades cerca de las zonas de anidación hizo que el biólogo marino Jose Urteaga se alejara de las playas de anidación de Nicaragua para estudiar las causas sociales del saqueo y el uso de recursos en la Universidad de Stanford en California.
En los 80, la recolección insostenible de huevos en la costa pacífica de Nicaragua llevó a la población de tortugas laúd al colapso. En 2002, con la ONG Fauna & Flora International, Urteaga empezó a trabajar con las comunidades: formó a los lugareños para dirigir un vivero y creó un programa que pagaba a aquellos que recogían huevos para que los llevaran al vivero en lugar de los mercados ilegales. Esos esfuerzos se expandieron hasta proteger casi el 100 % de sitios de anidación en tres playas claves.
Aun así, la población siguió precipitándose. En la temporada 2019-20, no se encontró ni un solo nido en las playas protegidas, un impacto que dañó tanto a las comunidades naturales como humanas.
Durante los primeros años de su trabajo de conservación, una conversación memorable con una comerciante de huevos anciana hizo que su percepción sobre el interés de los lugareños en la supervivencia de las tortugas cambiará para siempre. “¿Qué significan para usted las tortugas?”, le preguntó a la mujer, como si fuera el enemigo. La mujer contestó:
“Voy a explicarle lo que estas tortugas y el océano significan para mí. Cuando mis hijos estaban enfermos y necesitaba medicina, las tortugas me dieron el dinero para conseguirla. Cuando mis hijos tenían hambre y necesitaban comida, las tortugas me dieron el alimento para dar de comer a mis hijos. Y cuando los niños tenían que ir a la escuela, las tortugas me dieron los recursos para enviarlos allí. Así que si eso no le dice lo importantes que son las tortugas y lo que significan para mí, nada se lo va a explicar”.
Años después, en Stanford, Urteaga analizó los muchos factores humanos que afectan a la conservación de las tortugas. Encontró pruebas directas del compromiso de la comunidad con la conservación. En Nicaragua la mayoría de comunidades locales que pagan incentivos ofrecían menos dinero que el mercado ilegal. Sin embargo, Urteaga descubrió que los recolectores estaban dispuestos a aceptar menos dinero por los huevos porque lo veían como una contribución a la conservación de las tortugas.
La necesidad de entender mejor a la gente también puede aplicarse a los propios conservacionistas, señala Urteaga. Muchos expertos ven a las tortugas marinas, en particular las tortugas laúd gigantes, como criaturas míticas. “Tocan alguna parte de nuestro corazón y a veces pensamos que la conservación, en última instancia, cambia la mentalidad y las almas de la gente en esa dirección”, dice.
La gente en las comunidades locales, que vive realidades completamente diferentes, no tiene que aceptar esa misma mentalidad mítica para conservar las tortugas. “Podemos estar de acuerdo en la necesidad de proteger un recurso que también es importante para ellos”.
En la actualidad, las tortugas laúd hembras están volviendo por fin a las playas de Nicaragua. No muchas, pero las suficientes para reafirmar el optimismo de Urteaga, una visión que adquirió de la comunidad dedicada con la que trabajó durante décadas. Dice que le dicen: “Habrá otra oportunidad. Habrá otra tortuga que llegará. Habrá otra oportunidad para proteger los nidos y liberar esas crías al mar”.
Si nos adaptamos juntos —las tortugas y las personas—, estos grandes migrantes podrían continuar con sus viajes épicos en las próximas eras.