No solo las hembras mueren tras la reproducción, los machos de los pulpos también dejan de comer en una especie de “suicidio programado” una vez superada la edad reproductiva.
Una vez en la vida, así se reproducen los pulpos. El pulpo común vive apenas un año, y su ciclo vital queda completado tras un único evento reproductivo.
No es algo único de los pulpos, sino una estrategia que sucede en la mayoría de las especies de cefalópodos, con la única excepción de los nautilos (se reproducen varias veces a lo largo de su vida, que puede durar más de 20 años).
La maduración sexual en cefalópodos es poco conocida aunque se sabe que está controlada por hormonas producidas en una parte del cerebro llamada glándula óptica.
Al igual que en muchos otros animales, esta glándula integra información sobre el crecimiento del animal, reservas corporales y factores ambientales como el fotoperíodo y la temperatura que permiten seleccionar el momento adecuado, tanto para iniciar la maduración como para depositar los huevos.
Sin embargo, una característica que diferencia a los cefalópodos de la mayoría de los animales es que esta regulación está muy integrada con la regulación del apetito, hasta el punto de que la hembra deja de alimentarse una vez depositados los huevos, lo que conduce inevitablemente a su muerte por inanición tras cuidar de la puesta.
Esta especie de “suicidio programado” parece ocurrir también en los machos, pues una vez cumplida su edad máxima programada (normalmente un año o año y medio) también dejan de alimentarse.
El cortejo en los cefalópodos se produce con ayuda de llamativos y elaborados cambios en su coloración y patrón corporal, aunque en el caso de los pulpos no suele haber tanto juego previo.
Los machos “empaquetan” el esperma en unas cápsulas llamadas espermatóforos, que son transferidas a la hembra gracias a la modificación de uno de sus brazos (hectocótilo).
En el pulpo común, el hectocótilo del macho se forma en el extremo del tercer brazo derecho y permite depositar los espermatóforos en la glándula oviductal de la hembra, donde permanecerá almacenada hasta que se den las condiciones adecuadas para la reproducción.
Observaciones llevadas a cabo en nuestro laboratorio han mostrado que las hembras son capaces de almacenar el esperma durante varios meses antes de usarlo para fecundar los ovocitos e iniciar la puesta.
Estudios genéticos han mostrado que una hembra puede almacenar esperma de varios machos, dando lugar a puestas con múltiple paternidad, aunque cada uno de ellos intentará eliminar los espermatóforos depositados por los machos anteriores.
El cuidado y dedicación que la hembra de pulpo aplica a su puesta es otro comportamiento que no suele encontrarse en el reino animal.
Las hembras cuelgan los huevos (varios cientos de miles) agrupados en racimos dentro en un lugar seguro. Normalmente utilizan un hueco u oquedad de la roca con el tamaño y oscuridad adecuados, pero pueden usar cualquier lugar con similares características, como algunas trampas para pulpo frecuentes en pesquerías artesanales dirigidas a esta especie.
Durante varias semanas la hembra protege los huevos de posibles depredadores, a la vez que los limpia con sus ventosas y los mantiene aireados y en movimiento mediante chorros de agua producidos con su sifón. Este proceso se ha conseguido replicar en laboratorio sin la presencia de la hembra.
La temperatura es fundamental y afecta tanto a la duración como a la calidad del desarrollo embrionario. Se ha observado que aumentos de temperatura compatibles con el cambio climático reducen la calidad de la puesta.
Una vez terminado el desarrollo embrionario, eclosionan miles de pequeñas “paralarvas” de unos 2 mm de longitud, dotadas de mandíbulas (o picos) con dientes para cazar, y que viajarán en mar abierto llevadas por las corrientes oceánicas hasta su asentamiento final como juveniles.
El aumento de la demanda en el consumo de pulpo en el mundo se suma a otras amenazas sobre las poblaciones salvajes como la sobrepesca, la contaminación o el cambio climático. Todo ello ha llevado a la búsqueda de alternativas que garanticen una producción sostenible, entre las que se incluye el desafío afrontado en las últimas décadas: su producción acuícola.
El principal cuello de botella para conseguirlo han sido desde siempre las primeras fases de vida. En esos primeros momentos, es muy complejo conseguir que las paralarvas tengan alimentación y nutrición adecuadas. También tienen requerimientos especiales que tienen que ver con factores ambientales como la luz.
Siguiendo estas líneas de investigación, los últimos avances llevados a cabo por el Instituto Español de Oceanografía en sus centros de Vigo y Tenerife han permitido mejorar su cría en cautividad. Lograr su reproducción en cautividad abre la puerta a una mejor gestión de su producción para el consumo humano, tanto a nivel acuícola como pesquero, ya que también facilita el estudio de su biología y ecología.
No obstante, aún quedan importantes retos relacionados con una producción sostenible y que asegure el bienestar animal. Este ha sido en todo momento el objetivo de proyectos científicos de nuestro grupo OCTOWELF o la red europea CephsInAction. La producción sostenible y el bienestar animal han de seguir siendo un objetivo prioritario en futuros proyectos de investigación.
Eduardo Almansa Berro, Científico Titular, Instituto Español de Oceanografía (IEO – CSIC) y Catalina Perales-Raya, Científica Titular, Instituto Español de Oceanografía (IEO – CSIC)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.