La pandemia, el cambio climático y la guerra entre Rusia y Ucrania estarían provocando una menor producción de alimentos y dificultades en el acceso de la población a estos productos. La generación de políticas públicas que apoyen a la agricultura familiar campesina, además de iniciativas globales para enfrentar este problema, son algunas de las propuestas para responder a esta amenaza.
En Chile, la producción actual de trigo –elemento básico para la generación de harina y, a su vez, del pan que consumimos diariamente- apenas supera las 200 mil hectáreas, pese a que hace poco más de 40 años teníamos cerca de 600 mil hectáreas dedicadas a este cultivo.
Este dato no es menor si hablamos de seguridad alimentaria, concepto que, según la definición de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), busca garantizar a las personas que tengan en todo momento acceso físico, social y económico a alimentos suficientes, que estos sean inocuos y nutritivos y que cubran las necesidades de una vida activa y saludable.
Según, Cecilia Baginsky, profesora de la Facultad de Ciencias Agronómicas y miembro del Grupo Transdisciplinario para la Obesidad (GTOP) de la Universidad de Chile, como país tenemos que “generar que a nivel nacional se produzcan, se obtengan, o estén disponibles estos alimentos para la población».
«Y para ello deben estar involucrados los agricultores y agricultoras, los servicios de comercialización (muy importantes las ferias libres), transporte, es decir, todo lo que tiene relación con una oferta permanente de ellos. Pero además deben existir las posibilidades económicas y físicas de las personas para adquirir estos alimentos y que estos perduren en el tiempo”, añade.
La académica también plantea que se deben considerar los aspectos culturales relacionados con la alimentación, «pues no todas las personas tienen las mismas preferencias al momento de elegir sus alimentos, y -por último- no hay que olvidar la sostenibilidad al momento de producir los alimentos, ya que debemos proteger los recursos naturales que cada vez son más escasos”.
Por su parte, la académica del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile, Sofía Boza, aborda los distintos factores que estarían incidiendo en esta amenaza a la seguridad alimentaria: “En el caso de Chile tenemos una larga sequía, pero también tenemos que la pandemia afectó al costo de algunos temas que tienen que ver con algunos procesos productivos, sobre todo con el transporte, de los alimentos.
«Había temas climáticos y temas relacionados con la pandemia que ya estaban haciendo que se incrementarán notablemente los precios de los alimentos, sobre todo algunos de ellos, principalmente los granos, las carnes y los aceites vegetales, etc. Y ahora a esto se le suma el conflicto Rusia – Ucrania, el cual ya genera lo que algunos expertos han llamado la tormenta perfecta”, sostiene.
En el caso de Chile, según la profesora Baginsky, la menor disponibilidad de alimentos «no es algo que se haya generado solo ahora por la guerra y/o por la pandemia, pero sí el conflicto Rusia – Ucrania ha afectado, porque con ello tenemos alzas -por ejemplo- de lo que son los insumos para la producción agrícola y, entre ellos, están los fertilizantes».
«La gran mayoría de los agricultores, para lograr tener un mejor rendimiento y mayor rentabilidad en sus cultivos, aplican fertilizantes, muchas veces de mala forma. Es decir, en base a recetas que no tienen relación con la situación de sus campos, pero el uso de fertilizantes es una práctica común en la agricultura en Chile”, sostiene.
Añade, además, que debido al efecto del cambio climático y la sequía hay menos suelo sembrado con cultivos básicos como son -por ejemplo- las legumbres. «Los agricultores que logran sembrar bajo estas condiciones no obtienen altos rendimientos por el mismo hecho de la falta de agua. Y si a esto se le suma el alza de los fertilizantes, el precio al cual deben vender sus productos debe ser más alto para que logren obtener rentabilidad en su producción, y eso hace que el precio que le llega al consumidor sea mucho más alto. Por lo tanto, puede estar en peligro la seguridad alimentaria, ya que el acceso por parte de las personas sería menor”, detalla.
Asimismo, agrega que “en general, hay menos disponibilidad de alimentos producidos en Chile por menor superficie sembrada, pero además por el desincentivo por parte de los agricultores por la baja competitividad frente al comercio exterior, con importaciones de alimentos más baratos que llegan a Chile”.
Según la académica de la Escuela de Salud Pública y miembro del GTOP de la Universidad de Chile, Lorena Rodríguez, la seguridad alimentaria o la escasez de alimentos “era un problema no resuelto aún antes de la pandemia y de la guerra y que, por lo tanto, lo que vienen a hacer estos dos eventos grandes es a profundizar una situación de inseguridad alimentaria que en muchas partes del mundo era grave”.
Ante la realidad local, asegura que “Chile, en ese contexto, era un país que estaba relativamente protegido de la inseguridad alimentaria, al menos de la grave, que es aquella que hace referencia al hambre, a la falta efectiva de alimentos en los hogares».
«A través de la encuesta Casen, hace muchos años que se viene siguiendo la evolución de la inseguridad alimentaria en los hogares en Chile y teníamos cifras enormes entre 3 y no más de 3,5% de inseguridad alimentaria severa. Sin embargo, teníamos antes de la pandemia una cifra de inseguridad alimentaria moderada-severa de alrededor de un 13%”, explica.
¿Qué quiere decir esto? Según la académica, significa que hay hogares en los cuales hay inseguridad respecto a si se tienen alimentos al día siguiente, en términos de poder o no comer alimentos saludables nutritivos y una variedad suficiente de alimentos.
Una de las respuestas es buscar soluciones globales. Según la profesora Sofía Boza, “las soluciones proteccionistas no son las respuestas, que cada país proteja su mercado. Hay que buscar soluciones globales. Entonces, evidentemente también hay que mirar cómo adaptar o aprovechar un poco más la producción para encaminarla a las necesidades del mercado interno, pero sin caer en el proteccionismo, ni a encerrarnos, porque realmente el comercio agrícola es algo necesario”.
También apunta al fomento de la agricultura familiar, “que es una agricultura que no se dedica tanto a la exportación y que puede ser una buena respuesta para el mercado interno con productos frescos”.
Finalmente, para la profesora Rodríguez, a mediano plazo “hay que pensar en remirar nuestros sistemas alimentarios y reflexionar en cómo hacerlos más resilientes, como hacerlos más resistentes a estos vaivenes mundiales, como la pandemia o como la guerra”.
Sin embargo, dice que “cuando los miramos, más que hablar de nacionalismo, yo diría que tenemos que hablar de soberanía alimentaria. Son decisiones no coyunturales, sino que son decisiones profundas de qué es lo que vamos a producir, qué es lo que vamos a consumir en nuestro país, que tiene que respetar por un lado nuestra cultura, pero por otro lado también las necesidades de una buena calidad de alimentación”.