«Es imposible de imaginar que uno de los socios de la consultora que él formó apoye un cambio tan fundamental al modelo que él tuvo un rol tan importante en crear e implementar», dijo un ex colaborador del economista fallecido en 2009 y catalogado como uno de los «Chicago Boys» originales.
Álvaro Bardón fue uno de los Chicago Boys originales. Fue uno de los autores de «El Ladrillo» además de presidente del Banco Central y asesor del Ministerio de Economía durante el régimen militar. En 1974, junto a otros Chicago Boys, formó la consultora Gemines, una de las más influyentes del mercado y asesora de grandes empresas.
La consultora ahora es liderada por los economistas Alejandro Fernández y Tomás Izquierdo. Todos los meses publican un informe sobre la coyuntura económica y política para sus clientes que es muy seguido por el mundo empresarial y político. Eso sí, el de junio sorprendió a más de alguno.
En ese informe, Guido Romo, uno de los directores de la consultora, dice que una nueva Constitución parece ser necesaria, «donde se consideren o incorporen lo que hoy la sociedad entiende cada vez más como derechos sociales de carácter universal», pero le sugiere a sus clientes quitar dramatismo al tema: «Esto no es la Toma de la Bastilla».
Romo escribe que el debate sobre una Asamblea Constituyente para cambiar la actual Constitución tiene el foco equilibrado. «La pregunta debiera ser si es necesaria o beneficiosa una nueva Constitución para Chile y con este punto resuelto, diseñar el mejor camino para lograrlo».
Pero agrega que dado el nivel de desconfianza con los políticos —o las instancias políticas que debieran hacerlo—, «es tan grande que el paso a modelos más directos de incidencia sobre el poder se ha transformado en un fin, más que un medio para lograr lo deseado», por lo que una nueva Constitución «parece ser necesaria, donde se consideren o incorporen lo que hoy la sociedad entiende cada vez más como derechos sociales de carácter universal. Una Constitución que no contenga en sí misma los mecanismos que impidan cambiarla, reformarla o en definitiva mejorarla». (A modo de ejemplo, para los más conservadores, cabe destacar que la Constitución de 1925 podía ser cambiada por quórum simple, no con altísimos quórums exigidos actualmente).
Concluye que en el siglo XXI «no es fácil aceptar que un 33 % sea igual a un 66 %, sólo por citar el tema del binominal», explicando que «una nueva Constitución no implica un borrón y cuenta nueva total en materia institucional, sino que debe reflejar los cambios que la sociedad moderna requiere para regular su convivencia, lo que implica el respeto de los que promueven un cambio total y también a la opinión de quienes están por mantenerla o realizarse sólo ajustes menores».
Un ex colaborador de Bardón y actual director de empresas dice que «es imposible de imaginar que uno de los socios de la consultora que él formó apoye un cambio tan fundamental al modelo que él tuvo un rol tan importante en crear e implementar».
Romo argumenta que el modelo ya no da abasto y no ve otra forma de dar legitimidad a los cambios que se necesitan.